martes, 15 de noviembre de 2022

P´rate un momento: El Evangelio del dia 17 - DE NOVIEMBRE – JUEVES – 33 – SEMANA DEL T. O. – C SANTA ISABEL DE HUNGRIA

 

 


17 - DE NOVIEMBRE – JUEVES –

 33 – SEMANA DEL T. O. – C

SANTA ISABEL DE HUNGRIA

 

Lectura del libro del Apocalipsis (5,1-10):

 

Yo, Juan, vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz:

«¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?».

Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Yo lloraba mucho, porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo. Pero uno de los ancianos me dijo:

«Deja de llorar; pues ha vencido el león de la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete sellos».

Y vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Se acercó para recibir el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.

Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo:

«Eres digno de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has adquirido para Dios

hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la tierra».

Palabra de Dios

 

Salmo: 149,1-2.3-4.5-6a.9b

Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.

 

Cantad al Señor un cántico nuevo,

resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;

que se alegre Israel por su Creador,

los hijos de Sión por su Rey. R/.

Alabad su nombre con danzas,

cantadle con tambores y cítaras;

porque el Señor ama a su pueblo

y adorna con la victoria a los humildes. R/.

Que los fieles festejen su gloria

y canten jubilosos en filas:

con vítores a Dios en la boca;

es un honor para todos sus fieles. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,41-44):

En aquel tiempo, aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:

«Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.

Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».

 

Palabra del Señor

 

1.  Los estudiosos del evangelio de Lucas han discutido ampliamente si este texto reproduce lo que realmente dijo y vivió Jesús o, más bien, lo que aquí se cuenta es producto del mismo Lucas, que, cuando escribió este texto sabía perfectamente todo lo que había sucedido el año 70, cuando los romanos invadieron Jerusalén y la arrasaron. O sea, aquí no se reproduciría una profecía de Jesús, sino lo que Lucas había vivido el año 70.

En este momento, después de muchas discusiones, no se ha llegado a una conclusión definitiva. En cualquier caso, se suele dar por cierto que el contenido sustancial de este relato proviene de Jesús, sin que se pueda precisar el origen de los detalles. Pero llama la atención este dato: si el redactor conocía la historia de la guerra de los judíos contra Roma, - ¿cómo no alude a los numerosos detalles que cuenta Flavio Josefo en su Historia de la Guerra de los judíos, el De Bello ludaico?

 

2.  Lo central del vaticinio de Jesús es la destrucción de la ciudad santa y la desaparición del Templo. 

Este asunto es central en el mensaje de Jesús, que anunció proféticamente tal acontecimiento (Mc 13, 2; Jn 2, 10-20; Mt 24, 21, 6).

Además, sabemos que Jesús mostró su desacuerdo con el Templo, de que sus dirigentes habían hecho una cueva de bandidos (Mt 22, 13; cf. Jr1). Además, la Iglesia primitiva tuvo muy clara la convicción de que Jesús había iniciado un nuevo culto.

La Iglesia no dudó en aceptar como evangelio autentico el anuncio según el cual la verdadera adoración a Dios no será el culto ligado a un edificio, a un templo de piedra, sino el culto en espíritu y verdad (Jn 4, 21-23).

No es ya el culto que se celebra en un sitio concreto, en este o en aquel (Jn 4, 23).

    Los expertos discuten en qué consiste el culto "en espíritu y verdad".  En cualquier caso, lo que está fuera de duda es que el culto a Dios, según el texto de hebreos 2- 21-23, no es el culto de los ceremoniales religiosos y de los rituales que celebran en sitios sagrados. No es ciertamente el culto ritual, sino el culto vivencial, que presenta y justifica la Carta a los Hebreos (Hb 8, 7-13; 9, 11-27).

Jesús no ofreció a Dios un culto ritual, sino que se ofreció a sí mismo en su existencia toda (A. Van hoye).

La conclusión es clara: No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios (Hb 13, 16).

Por otra parte -y esto es de extrema importancia- queda claro que Jesús amaba a su pueblo, su capital, su Templo.  Cuando un hombre, cabal e íntegro, llora como un chiquillo por una causa concreta, es que esa causa le llega al alma y le importa mucho. - ¿Qué nos dice esto? Por lo menos, una cosa capital:

Jesús no atacó a la religión de su pueblo, sino a la religión de los ritos, el culto de los sacrificios sagrados, la religión de los sacerdotes sea de quien sea. Dios no quiere esa mediación. La mediación para encontrar a Dios es la vida que cada cual lleva, su honradez y su bondad.

 

SANTA ISABEL DE HUNGRIA

 




santa Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad († 1231).

 

Biografía

 

A los cuatro años había sido prometida en matrimonio, se casó a los catorce, fue madre a los quince y enviudó a los veinte. Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia, concluyó su vida terrena a los 24 años, el I de noviembre de 1231. Cuatro años después el Papa Gregorio IX la elevaba a los altares. Vistas así, a vuelo de pájaro, las etapas de su vida parecen una fábula, pero si miramos más allá, descubrimos en esta santa las auténticas maravillas de la gracia y de las virtudes.

Su padre, el rey Andrés II de Hungría, primo del emperador de Alemania, la había prometido por esposa a Luis, hijo de los duques de Turingia, cuando sólo tenía 11 años. A pesar de que el matrimonio fue arreglado por los padres, fue un matrimonio vivido en el amor y una feliz conjunción entre la ascética cristiana y la felicidad humana, entre la diadema real y la aureola de santidad. La joven duquesa, con su austeridad característica, despertando el enojo de la suegra y de la cuñada al no querer acudir a la Iglesia adornada con los preciosos collares de su rango: “¿Cómo podría—dijo cándidamente—llevar una corona tan preciosa ante un Rey coronado de espinas?”. Sólo su esposo, tiernamente enamorado de ella, quiso demostrarse digno de una criatura tan bella en el rostro y en el alma y tomó por lema en su escudo, tres palabras que expresaron de modo concreto el programa de su vida pública: “Piedad, Pureza, Justicia”.

Juntos crecieron en la recíproca donación, animados y apoyados por la convicción de que su amor y la felicidad que resultaba de él eran un don sacramental: “Si yo amo tanto a una criatura mortal—le confiaba la joven duquesa a una de sus sirvientes y amiga—, ¿cómo debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?”.

A los quince años Isabel tuvo a su primogénito, a los 17 una niña y a los 20 otra niña, cuando apenas hacía tres semanas había perdido a su esposo, muerto en una cruzada a la que se había unido con entusiasmo juvenil. Cuando quedó viuda, estallaron las animosidades reprimidas de sus cuñados que no soportaban su generosidad para con los pobres. Privada también de sus hijos, fue expulsada del castillo de Wartemburg. A partir de entonces pudo vivir totalmente el ideal franciscano de pobreza en la Tercera Orden, para dedicarse, en total obediencia a las directrices de un rígido e intransigente confesor, a las actividades asistenciales hasta su muerte, en 1231.

 

Fuente: Arquidiócesis de Madrid

 

 

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