28 - DE
NOVIEMBRE – LUNES –
1 – SEMANA
DE ADVIENTO – A
San Santiago de la Marca, Presbítero Franciscano
Lectura del libro
de Isaías.
AQUEL día, el vástago del Señor será el esplendor y la gloria, y el fruto
del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel.
A los que
queden en Sion y al resto de Jerusalén los llamarán santos: todos los que en
Jerusalén están inscritos para la vida.
Cuando el
Señor haya lavado la impureza de las hijas de Sion
y purificado la sangre derramada en
Jerusalén, con viento justiciero, con un soplo ardiente,
creará el Señor sobre toda la extensión
del monte Sion y sobre su asamblea una nube de día, un humo y un resplandor de
fuego llameante de noche.
Y por encimo,
la gloria será un baldaquino y una tienda, sombra en la canícula, refugio y
abrigo de la tempestad y de la lluvia.
Palabra de Dios.
Salmo:
121,1-2.4-5.6-7.8-9
R/.
Vamos alegres a la casa del Señor.
V/. ¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la
casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.
V/. Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.
V/. Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de
justicia,
en el palacio de David. R/.
V/. Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R/.
V/. Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-11):
EN aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó
rogándole:
«Señor, tengo
en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a
curarlo».
Pero el
centurión le replicó:
«Señor, no
soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi
criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a
mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y
viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace».
Al oírlo,
Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os
digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos
de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de
los cielos».
Palabra del Señor
1. Lo más llamativo, incluso lo más
revolucionario, que se encuentra en este relato es lo que Jesús afirma sobre la
fe.
Según el evangelio de Mateo, y el
paralelo de Lucas (7, 1-10), resulta que, para Jesús, un militar romano tenía
más fe que cualquier israelita.
No es el único caso en que Jesús elogia la fe de personas que no tenían las mismas creencias religiosas que los ortodoxos fieles a la Biblia. Así, en el caso de la mujer cananea o siro-fenicia (Mt 15, 21-28; Mc 7, 24-30) y también en el relato del samaritano leproso (Lc 17, 11-19).
Estas personas, que no pertenecían a la religión verdadera, son elogiadas
por Jesús como creyentes ejemplares. Lo cual quiere decir obviamente que, para Jesús,
la fe más ejemplar no está vinculada a la pertenencia a una determinada
religión, por más que, según los criterios de la Biblia, se trate de la única
religión verdadera del único Dios verdadero.
2. En el caso del militar romano, este
hecho es más sorprendente. Porque, como es sabido, los militares del ejército
imperial hacían un juramento religioso de fidelidad (sacramentum) al emperador.
Este juramento era el fundamento de la condición de soldado (P. Grimal).
La fe del centurión estaba, pues, ya
comprometida con su emperador y con la religión que este
representaba y de la que era el "Sumo Pontífice" (Pontifex Maximus)
(E. Cortese).
3. Por más extraño que pueda
parecer, la fe no es para Jesús un "acto religioso", sino un
"comportamiento de humanidad".
Es la profunda humanidad de
un cargo militar que no puede soportar ver que sufre un "esclavo"
(doúlos) (Lc 7, 2. 3. 8 b). Por eso va a suplicar a Jesús que lo sane. Y no se
considera digno de que Jesús entre en su casa.
La fe, en este caso, es la postura de un
hombre, de poder y mando, que antepone la felicidad del último al rango del
primero.
Jesús no encuentra la fe en la fidelidad
a las doctrinas y prácticas religiosas, sino en la bondad de un hombre
importante al que el cargo no se le subió a la cabeza.
Ocurre, quizá más de lo que imaginamos,
que aquellos a los que consideramos "infieles", para Jesús, son los
más "fieles".
Jesús modificó la fe, las creencias, el
corazón mismo de la religión. Porque la esencia de la religión no está en
aceptar unas verdades, sino asumir y hacer propia una forma de vida. Cuando lo
que manda en nuestra vida es la bondad y la lucha contra el
sufrimiento, entonces es cuando empezamos a ser creyentes en Jesús
y su Evangelio.
San Santiago de la Marca, Presbítero
Franciscano
Predicador incansable
De este santo, cuyo nombre está unido al de San Bernardino de Siena y al de
San Juan de Capistrano, que lo acompañó en sus peregrinaciones apostólicas por
Europa, tenemos muchas noticias: unas nos la refiere él mismo y otras el
humilde fraile laico, Venancio de Fabriano, que lo acompañó constantemente
desde 1463.
Santiago de la Marca, cuyo nombre de pila era Domingo Gangali, nació en
Monteprandone (Ascoli Piceno) en 1394. Quedó huérfano de padre siendo todavía
muy niño, y a los siete años fue enviado a apacentar las ovejas; asustado por
la continua presencia de un lobo misterioso, que más tarde él
llamará ángel de Dios y no lobo como parecía abandonó el rebaño y
huyó a Offida acogido por un sacerdote familiar suyo.
Siguió los estudios de derecho civil en Perusia; llegó a ser notario.
Después se estableció en Florencia, en donde fue elegido alcalde. Regresó a las
Marcas por asuntos familiares, se detuvo en Asís y aquí, después de un coloquio
con el prior de Santa María de los Ángeles, resolvió entrar a formar parte de
la familia franciscana.
Hizo su profesión religiosa el 1 de agosto de 1416 y seis años después, ya
sacerdote, fue encargado de la predicación, ocupación que abarcaría toda su
vida hasta la muerte, el 28 de noviembre de 1476 en Nápoles.
Durante más de medio siglo recorrió Europa oriental y centro septentrional
no sólo para predicar el nombre de Jesús (tema constante de sus homilías,
siguiendo el ejemplo de su maestro San Bernardino), sino también para cumplir
delicadas misiones encomendadas por los Papas Eugenio IV, Nicolás V y Calixto
III.
Este gran caminador parecía que sólo se detenía el tiempo necesario para
fundar un nuevo convento o para restablecer la observancia de la genuina regla
franciscana en los ya existentes. Los últimos 18 años de su vida los pasó casi
todos predicando en las varias regiones de Italia. Se encontraba en Aquila
cuando murió San Bernardino de Siena, en 1444, y a los seis años pudo
presenciar en Roma su solemne canonización. Lo seguía devotamente fray
Venancio, quien nos cuenta que durante una misión predicada en Lombardía le
propusieron a fray Santiago la elección para obispo de Milán; pero el humilde
fraile no aceptó. Fray Venancio, después de la muerte del maestro, escribió una
Vida en la que narra los muchísimos milagros que hizo en vida y después de la
muerte.
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