22 - DE
NOVIEMBRE – MARTES –
34 – SEMANA DEL T. O. – C
Stª – CECILIA, virgen
y mártir
Lectura del libro del Apocalipsis
(14,14-19):
Yo, Juan, miré, y apareció una nube blanca; y sentado
sobre La nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona
de oro y en su mano una hoz afilada.
Salió otro ángel del santuario clamando
con gran voz al que estaba sentado sobre la nube:
«Mete tu hoz y siega; ha llegado la hora
de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra».
El que estaba sentado encima de la nube
metió su hoz sobre la tierra y la tierra quedó segada.
Otro ángel salió del santuario del
cielo, llevando él también una hoz afilada. Y del altar salió otro ángel, el
que tiene poder sobre el fuego, y gritó con gran voz al que tenía la hoz
afilada, diciendo:
«Mete tu hoz afilada y vendimia los
racimos de la viña de la tierra, porque los racimos están maduros».
El ángel metió su hoz en la tierra y
vendimió la viña de la tierra y echó las uvas en el gran lagar de la ira de
Dios.
Palabra de Dios
Salmo: 95,10.11-12.13
R/. Llega el Señor a regir la tierra.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey:
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente». R/.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R/.
Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(21,5-11):
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de
lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les
dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en
que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál
será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque
muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el
tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de
revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero,
pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino
contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».
Palabra del Señor
1. El
anuncio que hace Jesús, sobre la destrucción de la belleza y la calidad del
Templo, es el anuncio del fin del esplendor y el boato como mediación para
encontrar a Dios. La riqueza en oro y la belleza consiguiente debió ser algo
tan asombroso que, después de la conquista de Jerusalén por parte de los
romanos, la provincia de Siria se vio inundada por una gigantesca oferta de
oro; lo que trajo como consecuencia, según el historiador F. Josefo, que
"la libra de oro se vendiese a la mitad de precio que antes" (J.
Jeremías).
El esplendor
de nuestras basílicas y catedrales, empezando por la de san Pedro en Roma,
impresiona y admira. Pero todo eso no lleva a la gente a ser más honrada, más
justa y de mejor corazón.
Eso ya no es
mediación para encontrar a Dios.
2. Cuando
se dicen estas cosas, hay personas que sienten lo que sintieron los apóstoles
cuando Jesús les dijo que todo lo del Templo y sus grandezas estaba a punto de
hundirse para siempre.
Los
discípulos sintieron miedo.
Por eso
se comprende todo lo que Jesús añade sobre las situaciones en las que mucha
gente piensa que se nos viene encima el fin del mundo o poco menos.
En tales
situaciones, aparecen los "salvadores", los que dicen que ellos son
los “auténticos”, los que saben dónde y cómo hay que buscar la solución.
Jesús dice:
No vayáis tras ellos. Los "iluminados", que aprovechan los momentos
de crisis y desconcierto, para ofrecer soluciones seguras, son gente peligrosa.
3. Desgracias,
calamidades, guerras y crisis económicas las habrá siempre.
Hasta el fin
de los tiempos. Pero no perdamos la cabeza, ni nos dejemos invadir por la
angustia y el miedo. La vida es más fuerte que todo lo demás. Y la historia sigue adelante. La peor de todas las calamidades es el miedo, la
pérdida de nuestras mejores ilusiones y, sobre todo, el hundimiento de la
bondad que contagia felicidad a quienes conviven con nosotros.
Stª – CECILIA, virgen y
mártir
El culto de santa
Cecilia, bajo cuyo nombre fue construida en Roma una basílica en el siglo V, se
difundió ampliamente a causa del relato de su martirio, en el que es ensalzada
como ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que abrazó la virginidad y
sufrió el martirio por amor a Cristo.
Durante más de mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la
primitiva Iglesia más veneradas por los cristianos. Su nombre figura en el
canon de la misa. Las "actas" de la santa afirman que pertenecía a
una familia patricia de Roma y que fue educada en el, cristianismo. Solía
llevar un vestido de tela muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad,
ayunaba varios días por semana y había consagrado a Dios su virginidad. Pero su
padre, que veía las cosas de un modo diferente, la casó con un joven patricio
llamado Valeriano. El día de la celebración del matrimonio, en tanto que los
músicos tocaban y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a
cantar a Dios en su corazón y a pedirle que la ayudase. Cuando los jóvenes
esposos se retiraron a sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo
dulcemente a su esposo: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber
que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el
ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio sí me respetas,
el ángel te amará como me ama a mí." Valeriano replicó: "Muéstramelo.
Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo:
"Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás
al ángel." Valeriano accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se
hallaba entre los pobres, cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia. Urbano
le acogió con gran gozo. Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento
en el que estaban escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un
solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en
nuestros corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?"
Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano
regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella. El ángel
colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios. Poco después
llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron una
corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo
al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a
hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de Jesús.
Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.
Desde entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas
obras. Ambos fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires.
Almaquio, el prefecto ante el cual comparecieron empezó a interrogarlos. Las
respuestas de Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Entonces, volviéndose
hacia Valeriano, le dijo que esperaba que le respondiese en forma más sensata.
Valeriano replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo
médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuestas. En
seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la
tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si
estaba dispuesto a sacrificar a los dioses para obtener la libertad. Tiburcio y
Valeriano replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al
único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio." El prefecto les
preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente
no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo
confiesan vuestros propios escritores."
Valeriano se regocijó al ver que el prefecto los mandaba azotar y hablaron
en voz alta a los cristianos presentes: "¡cristianos romanos, no permitáis
que mis sufrimientos os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único,
y pisotead los ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora!" A pesar
de aquella perorata, el prefecto tenía aún la intención de concederles un
respiro para que reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que
emplearían el tiempo en distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual
impedirían que el Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte.
La ejecución se llevó a cabo en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis
kilómetros de Roma. Con ellos murió un cortesano llamado Máximo, el cual,
viendo la fortaleza de los mártires, se declaró cristiano.
Cecilia sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada para que abjurase de
la fe. En vez de abjurar, convirtió a los que la inducían a ofrecer
sacrificios. El Papa Urbano fue a visitarla en su casa y bautizó ahí a 400
personas, entre las cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien estableció
en casa de Cecilia una iglesia que Urbano consagró más tarde a la santa.
Durante el juicio, el prefecto Almaquio discutió detenidamente con Cecilia. La
actitud de la santa le enfureció, pues ésta se reía de él en su cara y le
atrapó con sus propios argumentos. Finalmente, Almaquio la condenó a morir
sofocada en el baño de su casa. Pero, por más que los guardias pusieron en el
horno una cantidad mayor de leña, Cecilia pasó en el baño un día y una noche
sin recibir daño alguno. Entonces, el prefecto envió a un soldado a
decapitarla. El verdugo descargó tres veces la espada sobre su cuello y la dejó
tirada en el suelo. Cecilia pasó tres días entre la vida y la muerte. En ese
tiempo los cristianos acudieron a visitarla en gran número. La santa legó su
casa a Urbano y le confió el cuidado de sus servidores. Fue sepultada junto a la
cripta pontificia, en la catacumba de San Calixto.
Esta historia tan conocida que los cristianos han repetido con cariño
durante muchos siglos, data aproximadamente de fines del siglo V, pero
desgraciadamente no podemos considerarla como verídica ni fundada en documentos
auténticos. Tenemos que reconocer que lo único que sabemos con certeza sobre
San Valeriano y San Tiburcio es que fueron realmente martirizados, que fueron
sepultados en el cementerio de Pretextato y que su fiesta se celebraba el 14 de
abril. La razón original del culto de Santa Cecilia fue que estaba sepultada en
un sitio de honor por haber fundado una iglesia, el "titulus Caeciliae".
Por lo demás, no sabemos exactamente cuándo vivió, ya que los especialistas
sitúan su martirio entre el año 177 (de Rossi) y la mitad del siglo IV
(Kellner).
El Papa San Pascual I (817-824) trasladó las presuntas reliquias de Santa
Cecilia, junto con las de los santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a la iglesia
de Santa Cecilia in Transtévere. (Las reliquias de la santa habían sido
descubiertas, gracias a un sueño, no en el cementerio de Calixto, sino en el
cementerio de Pretextato). En 1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia
en honor a la Santa en Transtévere y volvió a enterrar las reliquias de los
cuatro mártires. Según se dice, el cuerpo de Santa Cecilia estaba incorrupto y
entero, por más que el Papa Pascual había separado la cabeza del cuerpo, ya
que, entre los años 847 y 855, la cabeza de Santa Cecilia formaba parte de las
reliquias de los Cuatro Santos Coronados. Se cuenta que, en 1599, se permitió
ver el cuerpo de Santa Cecilia al escultor Maderna, quien esculpió una estatua
de tamaño natural, muy real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un
cadáver en la tumba," dijo más tarde el artista, sino recostada del lado
derecho, como si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la
actitud de una persona que duerme." La estatua se halla actualmente en la
iglesia de Santa Cecilia, bajo el altar próximo al sitio en el que se había
sepultado nuevamente el cuerpo en un féretro de plata. Sobre el pedestal de la
estatua puso el escultor la siguiente inscripción: "He aquí a Cecilia,
virgen, a quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en
mármol, esta imagen de la santa en la postura en que la vi." De Rossi
determinó el sitio en que la santa había estado originalmente sepultada en el
cementerio de Calixto, y se colocó en el nicho una réplica de la estatua de
Maderna.
Sin embargo, el P. Delehaye y otros autores opinan que no existen pruebas
suficientes de que, en 1599, se haya encontrado entero el cuerpo de la santa,
en la forma en que lo esculpió Maderna. En efecto, Delehaye y Dom Quentin
subrayan las contradicciones que hay en los relatos del descubrimiento, que nos
dejaron Baronio y Bosio, contemporáneos de los hechos. Por otra parte, en el
período inmediatamente posterior a las persecuciones no se hace mención de ninguna
mártir romana llamada, Cecilia. Su nombre no figura en los poemas de Dámaso y
Prudencio, ni en los escritos de Jerónimo y Ambrosio, ni en la "Depositio
Martyrum" (siglo IV). Finalmente, la iglesia que se llamó más tarde
"titulus Sanctae Caeciliae" se llamaba originalmente "títulus
Caecilia", es decir, fundada por una dama llamada Cecilia.
Santa Cecilia es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los
músicos. Sus "actas" cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto
que los músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la
Edad Media, empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.
Tomado del
libro: Vida de los Santos de Butler, vol. IV.
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