viernes, 18 de noviembre de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 20 - DE NOVIEMBRE – DOMINGO – 34 – SEMANA DEL T. O. – C -Jesucristo Rey del Universo

 


20 - DE NOVIEMBRE – DOMINGO –

34 – SEMANA DEL T. O. – C -

Jesucristo Rey del Universo

 

     Lectura del segundo libro de Samuel (5,1-3):

 

En aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebrón y le dijeron:

«Hueso y carne tuyos somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel.

Por su parte, el Señor te ha dicho:

“Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».

Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.

 

Palabra de Dios

   

Salmo: 121,1-2.4-5

 

R/. Vamos alegres a la casa del Señor.

 

V/. Qué alegría cuando me dijeron:

¡«Vamos a la casa del Señor»!

Ya están pisando nuestros pies

tus umbrales, Jerusalén. R/.

 

V/. Allá suben las tribus, las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,

a celebrar el nombre del Señor;

en ella están los tribunales de justicia,

en el palacio de David. R/.

 

     Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,12-20):

 

Hermanos:

Demos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Él es imagen del Dios invisible,

primogénito de toda criatura;

porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles.

Tronos y Dominaciones,

Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.

Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.

Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

 

Palabra de Dios

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (23,35-43):

 

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:

«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:

«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

Había también por encima de él un letrero:

«Este es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:

«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:

«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».

Y decía:

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

Jesús le dijo:

«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

 

Palabra del Señor

 

Jesucristo es Rey en un trono, que es la cruz

 


  

Introducción:

Inicialmente esta fiesta se celebraba el domingo anterior a la de Todos los Santos (1 de noviembre). La reforma del Concilio Vaticano II decidió cerrar el año litúrgico con esta festividad, para subrayar la victoria final de Jesús.

Las lecturas varían en los tres ciclos y cada año ofrece un aspecto distinto de la realeza de Jesús. ¿Qué une a las dos lecturas principales de hoy? La concepción del rey como salvador en medio de las dificultades.

 

1.  Jesucristo es Rey de una manera más profunda de lo que podemos imaginar. El evangelio de hoy nos lo muestra en un trono, que es la cruz, y lo sabemos coronado de espinas. A su alrededor, un grupo de magistrados que se burlan de él y que, en sus palabras, sin embargo, señalan la deformación profunda a que puede llegar toda autoridad:

«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

Pero Jesús muestra su realeza de una manera totalmente distinta: renuncia a bajar de la cruz para salvarnos a nosotros. Es el buen Pastor que da la vida por las ovejas; el que, como dirá después el apóstol, nos compra al precio de su sangre.

En contraposición, aparece la figura del buen ladrón. Es consciente de su culpa y de que está allí por sus crímenes. Pero también descubre la justicia de Cristo, su absoluta inocencia («no ha hecho nada malo»), y entonces se abre a la misericordia. Allí hay alguien que vence el mal con su absoluta bondad. Hay dos motivos para aceptar la cruz: darnos cuenta de que es la consecuencia de nuestras propias faltas, como parece hacer aquel hombre, o abrazarla por amor, lo que hace Cristo. En ese amor, el buen ladrón lee también la realeza de Cristo. Es Rey de una forma misteriosa, pero verdadera. De ahí su petición confiada: «Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

El buen ladrón pide muy poco. Pero hace falta una fe profundísima para creer que ese ajusticiado, al que todos rechazan y del que todos se burlan, dentro de poco será rey, y que un simple recuerdo suyo puede traer la felicidad. Así ocurre en la promesa que Jesús le hace: «hoy estarás conmigo en el paraíso».

«Acuérdate de mí» y «estarás conmigo» son las dos caras de una misma moneda, de la intimidad plena entre el rey y su súbdito, más satisfactoria que todas las prebendas y beneficios mundanos que regalan otros reyes.

 

2.  El papa Benedicto XVI, fijándose en la respuesta de Cristo, «hoy estarás conmigo en el paraíso», señalaba: «El buen ladrón cree en lo que está escrito en la tabla encima de la cabeza de Jesús: “El rey de los judíos”; lo cree y se encomienda. Por esto ya está, enseguida, en el “hoy” de Dios, en el paraíso, porque el paraíso es estar con Jesús, estar con Dios». Así también nosotros debemos comprender que Jesús reina desde la cruz, porque el suyo es un reino de amor. Si él aceptó ese suplicio fue para salvarnos a nosotros y que entráramos a formar parte de su pueblo.

Ahora ya podemos estar con él para ponernos a su servicio. En la primera lectura, en el pacto con el rey David, le dicen: «Hueso tuyo y carne tuya somos». Esas palabras de adhesión tienen para nosotros un nuevo sentido más profundo ya que, sacramentalmente, podemos unirnos a Cristo. Así, cada día, en la estela de su mismo amor, que le llevó a ofrecerse por nosotros, podemos afrontar cada día trabajando por su reino, haciendo las cosas con él.

 

3.  La fiesta de hoy corona el Año litúrgico y nos recuerda, como explica san Pablo en la segunda lectura, que «todo fue creado por él y para él». Si el pecado ha desordenado el mundo, Jesús, el Rey, ha venido al mundo para «reconciliar todas las cosas». Ahí se muestra su poder real, que es inseparable de su amor. ¡Qué gobernante llega a ese extremo por sus súbditos! En el prefacio de hoy se nos dice que es «el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz».

Con frecuencia se piensa que un mundo así es imposible y que se trata de buscar equilibrios y de aceptar renuncias y connivencias con ciertos males. Jesús, dando su vida en la cruz, proclama que no hemos de conformarnos con esa visión reductiva. Hay que abrirse a su amor incondicionado como hace el buen ladrón que pone su vida en manos de Cristo. Al enfrentarnos a los acontecimientos del mundo, no podemos dejar esa cruz en la que Jesús ha dado la vida por nosotros. Por la fe, sabemos que venció la muerte y también que el camino que él eligió es el que hemos de seguir para que su reino se haga cada vez más presente.

 

 

San Félix de Valois



Nació en 1127; murió en Cerfroi el 4 de Noviembre de 1212.

Su conmemoración es el 20 de Noviembre.

Se apellidaba Valois porque, según algunos, era miembro de la rama real de los Valois en Francia, según otros, porque era nativo de la provincia de Valois.

Su fiesta fue trasladada al 20 de Noviembre por Inocencio XI en 1679.

 

Vida de San Félix de Valois

 

A temprana edad renunció a sus posesiones y se retiró a un denso bosque en la Diócesis de Meaux, donde se entregó a la oración y la contemplación. En su retiro fue acompañado por San Juan de Matha, quien le propuso el proyecto de fundar una orden para el rescate de los cautivos.

Después de ferviente oración, Félix en compañía de John partió para Roma y llegó al comienzo del pontificado de Inocencio III. Levaban cartas de recomendación del Obispo de París, y el nuevo papa los recibió con la mayor benevolencia y los hospedó en su palacio. El proyecto de fundar la orden fue considerado en varios cónclaves solemnes de cardenales y prelados, y el papa, después de ferviente oración decidió que estos hombres santos fueron inspirados por Dios, y erigidos para el bien de la Iglesia.

Solemnemente confirmó su orden, a la que llamó Orden de la Santísima Trinidad para la Redención de los Cautivos. El papa comisionó al Obispo de París y al Abad de San Víctor para redactar una regla para la institución, la cual fue confirmada por el papa, el 17 de Diciembre de 1198. Félix regresó a Francia para establecer la orden.

Fue recibido con gran entusiasmo, y el Rey Felipe Augusto autorizó el instituto en Francia y lo patrocinó con notables beneficios. Margarita de Blois regaló a la orden veinte acres del bosque donde Félix había construido su primera ermita; y casi en el mismo sitio erigió el famoso monasterio de Cerfroi, la casa matriz de la institución. En el lapso de cuarenta años la orden poseía seiscientos monasterios en casi todas partes del mundo.

San Félix y San John de Matha fueron obligados a partir, el último fue a Roma a fundar una casa de la orden, la iglesia de la cual, Santa María in Navicella, permanece todavía en la Colina Caeclian. San Félix permaneció en Francia para ocuparse de los intereses de la congregación. Fundó una casa en París adjunta a la iglesia de San Maturino, que más adelante llegó a ser famosa bajo la dirección de Robert Gaugin, maestro general de la orden.

Si bien la Bula de su canonización ya no existe, es una tradición constante de su institución que él fue canonizado por Urbano IV en 1262. Du Plessis nos dice que su fiesta se guardaba en la Diócesis de Meaux en 1215. En 1666 Alejandro VII lo declaró santo debido a su culto inmemorial.

(Fuente: enciclopedia católica)

 

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