sábado, 5 de noviembre de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 7 - DE NOVIEMBRE – LUNES – 32– SEMANA DEL T. O. – C San Ernesto

 

 


7 - DE NOVIEMBRE – LUNES –

32 – SEMANA DEL T. O. – C

San Ernesto

 

      Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a Tito (1,1-9):

     Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, para promover la fe de los elegidos de Dios, y el conocimiento de la verdad, según la piedad apoyada en la esperanza de la vida eterna.  

     Dios, que no miente, había prometido esa vida desde tiempos inmemoriales; al llegar el momento, la ha manifestado abiertamente con la predicación que se me ha confiado, según lo dispuso Dios, nuestro salvador.  

     Querido Tito, verdadero hijo mío en la fe que compartimos; te deseo la gracia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, salvador nuestro. Mi intención al dejarte en Creta era que pusieras en regla lo que faltaba y establecieses presbíteros en cada ciudad, siguiendo las instrucciones que te di.

     El candidato, que sea un hombre sin tacha, fiel a su única mujer, con hijos creyentes, que no sean indóciles ni acusados de mala conducta. Porque el obispo, siendo administrador de Dios, tiene que ser intachable, no arrogante ni colérico, no dado al vino ni pendenciero, ni tampoco ávido de ganancias. Al contrario, ha de ser hospitalario, amigo de lo bueno, prudente, justo, fiel, dueño de sí. Debe mostrar adhesión a la doctrina cierta, para ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios.

Palabra de Dios

 

     Salmo: 23,1-2.3-4ab.5-6
    

     R/. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor

     Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. 
R/.

    ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. 
R/.

     Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. 
R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,1-6):

 

   En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

    «Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca!

    Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.

    Tened cuidado.

    Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: "Lo siento", lo perdonarás.»

    Los apóstoles le pidieron al Señor:

    «Auméntanos la fe.»

    El Señor contestó:

    «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería.»

 

Palabra del Señor

 

1.  El "escándalo", tal como se suele entender en nuestra cultura, tiene sobre todo un sentido social: todo lo que representa un tropiezo que hace caer, algo así como una trampa.  Por eso, el problema del escándalo depende del sentido que tenga la caída.

Según los evangelios, Jesús fue motivo de "escándalo" (Mt 11, 6; 13, 57; 26, 31. 33...). De ahí que pueden darse situaciones en las que sea bueno el escándalo: cuando a alguien le hace caer de sus ideas equivocadas, de sus falsas seguridades, de sus sentimientos de superioridad o de estados de ánimo parecidos.

 

2.   Jesús rechaza frontalmente el escándalo que se les puede causar a los "pequeños", es decir, a los débiles, a los sencillos, a los que, mediante el escándalo, se les aleja de la rectitud, de la justicia y la honestidad.

Es indignante el comportamiento de aquellas personas que, por el cargo que ocupan o por el ejemplo que deben dar, escandalizan a tantas buenas personas. Hablamos aquí de quienes empujan a otros a formas de conducta aberrantes, que les hunden para siempre en la culpa, la humillación, el resentimiento, la desesperanza, la desconfianza y la decepción total.

 

3.  Pero también es cierto que pueden darse circunstancias en las que el escándalo sea conveniente, incluso necesario. Escandalizar a los poderosos, para que se caigan de sus pedestales de falsa gloria, de engañosa dignidad, y así abandonen sus poltronas de instalación, eso puede ser excelente.  Sin duda, eso es lo que hacía Jesús.

Cuando Jesús cita a Is 26,19, en respuesta a los emisarios de Juan Bautista, afirmando que él se dedicaba a dar vida a los ciegos, a limpiar leprosos, a resucitar muertos, a dar la buena noticia a los pobres, el mismo Jesús termina diciendo: "¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11, 6).

Es evidente que a quienes se escandalizan de que se les abran los ojos a los que van como ciegos por la vida, a esos les viene divinamente el escándalo. Lo necesitan. En este sentido, no deberíamos tener miedo a escandalizar a los puritanos, los prepotentes y los intolerantes.

 

San Ernesto


 

Nace en Suiza (actual Alemania) en el siglo XII. Fue abad del monasterio benedictino de Zwiefalten en la región de Wurttemberg entre 1141 y 1146. Renuncia para ir a la segunda cruzada. Predica en Persia y Arabia. Es apresado por los sarracenos, torturado y muere en La Meca en 1148 mártir.

 

Vida de San Ernesto

El joven Ernesto, muerto en el año 1147, vivió de lleno en la época de la primera cruzada (1099).

Fue ella la que permitió abrir nuevos caminos para los Lugares santos a todos los peregrinos. Y, además, permitió la fundación de cuatro pequeños estados cristianos en tierras del Islám: Jerusalén, Antioquía, Edesa y Trípoli. Sin embargo, desde 1144, la caída de Edesa mostró que los musulmanes podían volver a coger lo que los franceses les habían arrebatado anteriormente, incluida Jerusalén. Esto dio lugar a la segunda cruzada (1147-1149).

Se sabe por la historia que fue un desatino.

De los 200.000 hombres y mujeres que partieron para el Oriente, volvieron sólo algunos miles.

Ernesto de Steisslingen fue uno de ellos. En su juventud entró de monje en la abadía de Zwiefalten, que da al bello lago de Constanza.

Lo eligieron abad durante cinco años para dirigir humana y espiritualmente a los sesenta y dos monjes que la habitaban.

Al término de su mandato, se marchó de nuevo a la cruzada con el ejército alemán, comandado por el emperador Conrado III.

Cuando se despidió de sus hermanos religiosos, les dijo: "Creo que no volveré a veros en esta tierra, pues Dios me concederá que vierta mi sangre por él. Poco importa la muerte que me reserva, si me permite sufrir por el amor de Cristo".

Sus predicciones se cumplieron. Y desde entonces no se supo nunca cómo y dónde murió.

 

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