14 – DE ABRIL
– VIERNES
DE OCTAVA
DE PASCUA – A
San Valeriano
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,1-12):
En
aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el
paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la
guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y
anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los
metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los
que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
Al
día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y
los escribas, junto con el sumo sacerdote Más, y con Caifás y Alejandro, y los
demás que eran familia de sumos sacerdotes, Hicieron comparecer en medio de
ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos:
«¿Con
qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?».
Entonces
Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo:
«Jefes
del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos
interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien
claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el
Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los
muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros.
Él
es “la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha
convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el
cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Palabra de Dios
Salmo:117,1-2.4.22-24.25-27a
R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra
angular
Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su
misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del
Señor:
eterna es su
misericordia. R/.
La
piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra
angular.
Es el Señor quien lo ha
hecho,
ha sido un milagro
patente.
Éste es el día que hizo el
Señor:
sea nuestra alegría y
nuestro gozo. R/.
Señor,
danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en
nombre del Señor,
os bendecimos desde la
casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos
ilumina. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan
los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero
sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon
vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la
Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué
has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid
a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia
de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey
vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-14):
En
aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de
Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban
juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea;
los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón
Pedro les dice:
«Me
voy a pescar».
Ellos
contestan:
«Vamos
también nosotros contigo».
Salieron
y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo,
cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era
Jesús.
Jesús
les dice:
«Muchachos,
¿tenéis pescado?».
Ellos
contestaron:
«No».
Él
les dice:
«Echad la red a la derecha
de la barca y encontraréis».
La
echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a
quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es
el Señor».
Al
oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se
echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque rio
distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los
peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús
les dice:
«Traed
de los peces que acabáis de coger».
Simón
Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces
grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús
les dice:
«Vamos,
almorzad».
Ninguno
de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que
era el Señor.
Jesús
se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta
fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar
de entre los muertos.
Palabra del Señor
1. Jesús murió y fracasó a la vista de todos. Pero Jesús no
resucitó a la vista de todos. Ni se apareció a todos los que lo habían visto
fracasar y morir.
A veces, pensamos que hubiera sido de una eficacia contundente si se
hubiera producido una aparición solemne y gloriosa de Jesús en la
explanada del Templo, ante el pueblo y, sobre todo, ante los sumos sacerdotes y
autoridades en general. Así habría quedado patente que Jesús había resucitado y
los había derrotado a quienes lo habían asesinado. Es decir, que Dios estaba de parte
de Jesús y en contra de los que lo persiguieron, lo rechazaron y lo asesinaron.
2. Pero los caminos de Dios no son los caminos de los
hombres. No hay más posibilidad de encuentro con Dios que la fe. Y
solo por la fe es posible el acceso al Resucitado. De hecho, Jesús no se
apareció nada más que a sus discípulos, es decir, a quienes creían en él.
Lo cual no quiere decir que aquellos primeros discípulos lo tuvieran claro.
Nada de eso. A ellos les pasaba lo que nos pasa a nosotros. No se lo creían. Y
cuando se les aparecía les costaba trabajo reconocerlo.
La resurrección es siempre, para nosotros, un problema cargado de
preguntas, de oscuridades y de inseguridad.
3. El encuentro con el Resucitado se produce, como en este
relato, en una situación humana, un desayuno, una comida, una cena. Cuando en
Jesús se hizo más patente la divinidad, entonces fue cuando se le vio
más humano, más entrañable, más cerca de nosotros.
San Valeriano
San Valeriano fue un santo aristócrata
romano, marido de santa Cecilia, y mártir de la Iglesia católica. Es el santo
del día 14 de abril.
Este santo mártir, fue un noble romano,
pero pagano en ese entonces que fue esposo de la también noble y santa Cecilia
de Roma, gracias a un acuerdo con los padres de la joven. Valeriano fue
convertido al catolicismo de forma milagrosa por Cecilia, y en la primera noche
de bodas recibió el sacramento del Bautismo por el Pontífice San Urbano I.
Cuando, tras la celebración del
matrimonio, la pareja se había retirado a la cámara nupcial, Cecilia dijo a
Valeriano que ella le había entregado su virginidad a Dios y que un ángel
cuidaba su cuerpo; por consiguiente, Valeriano debía tener el cuidado de no
violar su virginidad.
Según la tradición el dialogo entre Cecilia y Valeriano fue así:
Cecilia: Tengo que comunicarte un secreto.
Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo
tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio,
si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí.
Valeriano: Muéstramelo. Si es realmente un
ángel de Dios, haré lo que me pides.
Cecilia: Si crees en el Dios vivo y verdadero y
recibes el agua del bautismo, verás al ángel.
Valeriano
obedeció y fue al encuentro de Urbano, el papa lo bautizó y Valeriano regresó
como cristiano ante Cecilia.
Valeriano pidió ver al ángel, y un día
volvió a su propia casa, donde Valeriano vio a Cecilia en plena oración con el
ángel que cuidaba siempre de ella y, él ya creyente convencido, rogó que
también su hermano Tiburzio recibiera la misma gracia y así fue.
Martirio
El prefecto Turcio Almaquio condenó a
ambos hermanos, Valeriano y Tiburzio a la muerte. El funcionario del prefecto,
Máximo, fue designado para ejecutar la sentencia. Pero se convirtió al
cristianismo y sufrió el martirio con los Valeriano y su hermano. Cecilia
enterró sus restos en una tumba cristiana. Luego la propia Cecilia fue buscada
por los funcionarios del prefecto. Fue condenada a morir ahogada en el baño de
su propia casa. Como sobrevivió, la pusieron en un recipiente con agua
hirviendo, pero también permaneció ilesa en el ardiente cuarto. Por eso el
prefecto decidió que la decapitaran allí mismo. El ejecutor dejó caer su espada
tres veces, pero no pudo separar la cabeza del tronco. Huyó, dejando a la
virgen bañada en su propia sangre. Cecilia vivió tres días más, dio limosnas a
los pobres y dispuso que después de su muerte su casa debía dedicarse como
templo. El papa Urbano I la enterró en la catacumba del papa Calixto I, donde
se sepultaban los obispos y los confesores.
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