20 – DE ABRIL
– JUEVES –
2 - SEMANA DE
PASCUA – A
SANTA INES
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,27-33):
En
aquellos días, los apóstoles fueron conducidos a comparecer ante el Sanedrín y
el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
«¿No
os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis
llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la
sangre de ese hombre».
Pedro
y los apóstoles replicaron:
«Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres
resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo
ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel
la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el
Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Ellos,
al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
Palabra de Dios
Salmo: 33,2.9.17-18.19-20
R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo
al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre
en mi boca.
Gustad y ved qué bueno es
el Señor,
dichoso el que se acoge a
él. R/.
El
Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra
su memoria.
Cuando uno grita, el Señor
lo escucha
y lo libra de sus
angustias. R/.
El
Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra
muchos males,
de todos lo libra el
Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,31-36):
El
que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la
tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos.
De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El
que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
El
que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida.
El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo
posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira
de Dios pesa sobre él.
Palabra del Señor
1. Como se advierte fácilmente, este breve relato no habla de la
historia de Jesús, sino de la cristología (reflexión teórica sobre Cristo) que
elaboró el evangelio de Juan.
En la cristología de Juan, tiene un lugar importante el verbo griego
erchomai, que significa "venir" o "ir", o sea, se trata de
un verbo que expresa un desplazamiento. Se puede decir que, según el IV
evangelio, Jesús es un "desplazado": ha abandonado su origen y
viene con una misión o encargo que tiene que cumplir.
2. Jesús es "el que viene" (hoerchómenos) "de
Dios", "del Padre", "del cielo", "de lo
alto" (Jn 3, 31. 32; 5, 43; 7, 28; 8, 14. 42; 9, 39; 10, 10; 12, 47; 13,
3; 16, 28; 18, 37).
Según las creencias religiosas de todos los tiempos y de todos los pueblos
y culturas, Jesús representa un caso absolutamente único: viene de la condición
y posición más excelsa y privilegiada que los hombres religiosos han podido
pensar. Es decir, ha abandonado su gloria, sus privilegios, su condición
excelsa, sus poderes, su autoridad, y se ve equiparado a lo terreno, lo de
abajo, lo limitado, lo efímero, lo mortal, lo transitorio. Y, por si era poco,
aquí, en esta tierra de los mortales, se ve rechazado, de forma que nadie
acepta su testimonio. Es fuerte y duro verse así.
3. Con esto Jesús está diciendo que el procedimiento para dar
vida en plenitud, lo que se suele decir vida "eterna" (aiónios), es
el camino del descenso, del despojo de toda grandeza y privilegio, el camino trillado y vulgar de
los mortales, donde uno pierde poder y ha de ganarse la credibilidad, no por el
estamento al que pertenece, sino por la autenticidad de su vida.
Nació alrededor del año 1270. Hija de la
toscana familia Segni, propietarios acomodados de Graciano, cerca de Orvieto.
Cuanto solo tiene nueve años, consigue el
permiso familiar para vestir el escapulario de «saco» de las monjas de un
convento de Montepulciano que recibían este nombre precisamente por el pobre
estilo de su ropa.
Seis años más tarde funda un monasterio
con Margarita, su maestra de convento, en Proceno, a más de cien kilómetros de
Montepulciano. Mucha madurez debió de ver en ella el obispo del lugar cuando,
con poco más de quince años, la nombra abadesa. Dieciséis años desempeñó el
cargo y en el transcurso de ese tiempo hizo dos visitas a Roma; una fue por
motivos de caridad, muy breve; la otra tuvo como fin poner los medios ante la
Santa Sede para evitar que el monasterio que acababa de fundar fuera un día
presa de ambiciones y usurpaciones ilegítimas. Se ve que en ese tiempo podía
pasar cualquier cosa no solo en los bienes eclesiásticos que detentaban los
varones, sino también con los que administraban las mujeres.
Apreciando los vecinos de Montepulciano
el bien espiritual que reportaba el monasterio de Proceno puertas afuera,
ruegan, suplican y empujan a Inés para que funde otro en su ciudad pensando en
la transformación espiritual de la juventud. Descubierta la voluntad de Dios en
la oración, decide fundar. Será en el monte que está sembrado de casas de lenocinio,
«un lugar de pecadoras», y se levantará gracias a la ayuda económica de los
familiares, amigos y convecinos. Ha tenido una visión en la que tres barcos con
sus patronos están dispuestos a recibirla a bordo; Agustín, Domingo y Francisco
la invitan a subir, pero es Domingo quien decide la cuestión: «Subirá a mi
nave, pues así lo ha dispuesto Dios». Su fundación seguirá el espíritu y las
huellas de santo Domingo y tendrá a los dominicos como ayuda espiritual para
ella y sus monjas.
Con maltrecha salud, sus monjas intentan
procurarle remedio con los baños termales cercanos; pero fallece en el año
1317.
Raimundo de Capua, el mayor difusor de la
vida y obras de santa Inés, escribe en Legenda no solo datos biográficos, sino
un chorro de hechos sobrenaturales acaecidos en vida de la santa y, según él,
confirmados ante notario, firmados por testigos oculares fidedignos y
testimoniados por las monjas vivas a las que tenía acceso por razones de su
ministerio. Piensa que, relatando prolijamente los hechos sobrenaturales
–éxtasis, visiones y milagros–, contribuye a resaltar su santa vida con el aval
inconfundible del milagro. Por ello habló del maná que solía cubrir el manto de
Inés al salir de la oración, el que cubrió en interior de la catedral cuando
hizo su profesión religiosa, o la luz radiante que aún después de medio siglo
de la muerte le ha deslumbrado en Montepulciano; no menos asombro causaba oírle
exponer cómo nacían rosas donde Inés se arrodillaba y el momento glorioso en
que la Virgen puso en sus brazos al niño Jesús (antes de devolverlo a su Madre,
tuvo Inés el acierto de quitarle la cruz que llevaba al cuello y guardarla
después como el más preciado tesoro). Cariño, poesía y encanto.
Santa Catalina de Siena, nacida unos años
después y dominica como ella, será la santa que, profundamente impresionada por
sus virtudes, hablará de lo de dentro de su alma. Llegó a afirmar que, aparte
de la acción del Espíritu Santo, fueron la vida y virtudes ejemplares vividas
heroicamente por santa Inés las que le empujaron a su entrega personal y a amar
al Señor. Resalta en carta escrita a las monjas hijas de Inés de Montepulciano
–una santa que habla de otra santa– la humildad, el amor a la Cruz y la
fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero el mayor elogio que
puede decirse de Inés lo dejó escrito en su Diálogo, poniéndolo en boca de
Jesucristo: «La dulce virgen santa Inés, que desde la niñez hasta el fin de su
vida me sirvió con humildad y firme esperanza sin preocuparse de sí misma».
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