30 – DE ABRIL
– DOMINGO –
4 - SEMANA DE
PASCUA – A
San José Benito
Cottolengo
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (2,14a.36-41)
EL día de Pentecostés
Pedro, poniéndose en pie junto a los Once, levantó su voz y declaró:
«Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que, al mismo Jesús, a
quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».
Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los
demás apóstoles:
«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?»
Pedro les contestó:
«Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el
Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu
Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los
que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro».
Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo:
«Salvaos de esta generación perversa».
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas
unas tres mil personas.
Sal
22,1-3a.3b-4.5
R/.
El Señor es mi pastor, nada me falta
El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me
hace recostar;
me conduce hacia
fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero
justo,
por el honor de su
nombre.
Aunque camine por
cañadas oscuras,
nada temo, porque tú
vas conmigo:
tu vara y tu cayado me
sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante
mi,
enfrente de mis
enemigos;
me unges la cabeza con
perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu
misericordia me acompañan
todos los días de mi
vida,
y habitaré en la casa
del Señor
por años sin término. R/.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pedro (2,20-25):
Queridos hermanos:
Que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte
de Dios. Pues para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por
vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca.
Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería
amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente.
Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a
los pecados, vivamos para la justicia.
Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero
ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (10,1-10):
En aquel tiempo, dijo
Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco
de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el
que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las
ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las
saca fuera.
Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo
siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de
él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les
hablaba. Por eso añadió Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los
que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los
escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y
encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido
para que tengan vida y la tengan abundante».
Palabra del Señor.
Señor, Mesías, modelo, puerta del aprisco.
Nota
previa sobre las lecturas de los domingos 4º a 7º de Pascua
Las lecturas de estos cuatro domingos pretenden prepararnos a las dos
grandes fiestas de la Ascensión y Pentecostés tratando tres temas.
1. La iglesia (1ª lectura, de los Hechos de los Apóstoles). Se
describe el aumento de la comunidad (4º domingo), la institución de los diáconos
(5º), el don del Espíritu en Samaria (6º), y cómo la comunidad se prepara para
Pentecostés (7º). Adviértase la enorme importancia del Espíritu en estas
lecturas.
2. Vivir cristianamente en un mundo hostil (2ª lectura, de la Primera carta de
Pedro). Los primeros cristianos sufrieron persecuciones de todo tipo, como las
que padecen algunas comunidades actuales. La primera carta de Pedro nos
recuerda el ejemplo de Jesús, que debemos imitar (4º); la propia dignidad, a
pesar de lo que digan de nosotros (5º); la actitud que debemos adoptar ante las
calumnias (6º), y los ultrajes (7º).
3. Jesús (evangelio: Juan). Los pasajes
elegidos constituyen una gran catequesis sobre la persona de Jesús: es el
pastor y la puerta (4º); camino, verdad y vida (5º); el que vive junto al Padre
y con nosotros (6º); el que ora e intercede por nosotros (7º).
Jesús, puerta del aprisco
…dijo Jesús:
-«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas,
sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por
la puerta es pastor de las ovejas.
… y añadió Jesús:
-«Os aseguro que …Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá
entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para
robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante.»
El autor del cuarto evangelio disfruta tendiendo trampas al lector. Al
principio, todo parece muy sencillo. Un redil, con su cerca y su guarda. Se
aproxima uno que no entra por la puerta ni habla con el guarda, sino que salta
la valla: es un ladrón. En cambio, el pastor llega al rebaño, habla con el
guarda, le abre la puerta, llama a las ovejas, ellas lo siguen y las saca a
pastar. Lo entienden hasta los niños.
Sin embargo, inmediatamente después añade el evangelista: “ellos no
entendieron de qué les hablaba”. Muchos lectores actuales pensarán: “son
tontos, está clarísimo, habla de Jesús como buen pastor”. Y se equivocan. Eso
es verdad a partir del versículo 11, donde Jesús dice expresamente: “Yo soy el
buen pastor”. Pero en el texto que se lee hoy, el inmediatamente anterior (Juan
10,1-10), Jesús se aplica una imagen muy distinta: no se presenta como el buen
pastor sino como la puerta por la que deben entrar todos los pastores (“yo soy
la puerta del redil”).
Con ese radicalismo típico del cuarto evangelio, se afirma que todos los
personajes anteriores a Jesús, al no entrar por él, que es la puerta, no eran
en realidad pastores, sino ladrones y bandidos, que sólo pretenden “robar y
matar y hacer estrago”.
Resuenan en estas duras palabras un eco de lo que denunciaba el profeta
Ezequiel en los pastores (los reyes) de Israel: en vez de apacentar a las
ovejas (al pueblo) se apacienta a sí mismos, se comen su enjundia, se visten
con su lana, no curan las enfermas, no vendan las heridas, no recogen las
descarriadas ni buscan las perdidas; por culpa de esos malos pastores que no
cumplían con su deber, Israel terminó en el destierro (Ez 34).
La consecuencia lógica sería presentar a Jesús como buen pastor que da la
vida por sus ovejas. Pero eso vendrá más adelante, no se lee hoy. En lo que
sigue, Jesús se presenta como la puerta por la que el rebaño puede salir para
tener buenos pastos y vida abundante.
En este momento cabría esperar una referencia a la obligación de los
pastores, los responsables de la comunidad cristiana, a entrar y salir por la
puerta del rebaño: Jesús. Todo contacto que no se establezca a través de él es
propio de bandidos y está condenado al fracaso (“las ovejas no les hicieron caso”).
Aunque el texto no formula de manera expresa esta obligación, se deduce de él
fácilmente.
En realidad, esta parte del discurso termina dirigiéndose no a los pastores
sino al rebaño, recordándole que “quien entre por mí se salvará y podrá entrar
y salir, y encontrará pastos”.
Ya que es frecuente culpar a los pastores de los males de la iglesia, al
rebaño le conviene recordar que siempre dispone de una puerta por la que
salvarse y tener vida abundante.
Cristianos perseguidos
La segunda lectura recuerda a los cristianos perseguidos y condenados
injustamente que ese mismo fue el destino de Jesús, y que lo aceptó sin
devolver insultos ni amenazas. En ese contexto lo presenta como modelo con unas
palabras espléndidas:
“Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que
sigáis sus huellas”.
Al final de esta lectura encontramos la imagen de Jesús como buen pastor
(“Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y
guardián de vuestras vidas”.). Como he indicado, no es lo esencial del
evangelio.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 20b-25
Queridos hermanos: Si, obrando el bien, soportáis el
sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis
sido llamados, ya que también Cristo padeció su
pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
Él
no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo
insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que
juzga justamente.
Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado.
Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y
guardián de vuestras vidas.
Reflexión final
Las
lecturas nos ofrecen cuatro títulos de Jesús: que es Señor y Mesías lo dice
Pedro en el libro de los Hechos (1ª lectura); modelo a la hora de soportar el
sufrimiento, la 1ª carta de Pedro (2ª lectura); puerta del aprisco se lo aplica
a sí mismo Jesús en el evangelio de Juan. En resumen, una catequesis sobre lo
que Jesús significó para los primeros cristianos y lo que debe seguir
significando para nosotros.
Cuatro imágenes tan distintas de Jesús son demasiada materia para una
homilía. Puesto a elegir, me quedaría con la de modelo en los momentos
difíciles de la vida y como puerta por la que se puede entrar a un lugar seguro
y salir en busca de buenos pastos.
San José Benito
Cottolengo
En Chieri, cerca de Turín, en el
Piamonte, san José Benito Cottolengo (Giusseppe Benedetto Cottolengo),
presbítero, que, confiando solamente en el auxilio de la Divina Providencia,
abrió una casa para acoger a toda clase de pobres, enfermos y abandonados.
Vida de San José
Benito Cottolengo
Pío IX la llamaba “la Casa del Milagro”.
El canónico Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera
fase, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia
de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos
Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la
puerta de una vieja casona leyó: “Taberna del Brentatore”. La volteó y
escribió: “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. Pocos días antes le había
dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: “Señor Rector, siempre he
oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser
trasplantados.
La “Divine Providencia” será, pues,
trasplantada y se convertirá en un gran repollo...”.
José Cottolengo nació en Bra, un pueblo
al norte de Italia. Fue el mayor de doce hermanos, y estudió con mucho provecho
hasta conseguir el diploma de teología en Turín.
Después fue coadjutor en Corneliano de
Alba, en donde celebraba la Misa de las tres de la mañana para que los
campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar. Les decía: “La cosecha será
mejor con la bendición de Dios”. Luego fue nombrado canónigo en Turín. Aquí
tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una mujer, rodeada de sus hijos que
lloraban, y a la que se le habían negado los auxilios más urgentes, porque era
sumamente pobre. Entonces José Cottolengo vendió todo lo que tenía, hasta su
manto, alquiló un par de piezas y comenzó así su obra bienhechora, ofreciendo
albergue gratuito a una anciana paralítica.
A la mujer que le confesaba que no
tenía ni un centavo para pagar el mercado, le dijo: “No importa, todo lo pagará
la Divina Providencia”. Después del traslado a Valdoceo, la Pequeña Casa se
amplió enormemente y tomó forma ese prodigio diario de la ciudad del amor y de
la caridad que hoy el mundo conoce y admire con el nombre de “Cottolengo”.
Dentro de esos muros, construidos por la fe, está la serene laboriosidad de una
república modelo, que le habría gustado al mismo Platón.
La palabra “minusválido” aquí no tiene
sentido. Todos son “buenos hijos” y para todos hay un trabajo adecuado que
ocupa la jornada y hace más sabroso el pan cotidiano.
Les decía a las Hermanas: “Su caridad
debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen
plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra”. Pero su buena salud
no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. “El asno no quiere caminar”
comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus
hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: “In
domum Domini íbimus” (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de abril de 1842.
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