domingo, 2 de abril de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 4 – DE ABRIL – MARTES SANTO – A SAN PLATON, abad

 


4 – DE ABRIL –

MARTES SANTO – A

SAN PLATON, abad

 

Lectura del libro de Isaías (49,1-6):

 

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:

El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:

- «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».

Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad, el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza:

- «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 70,1-2.3-4a.5-6ab.15.17

 

R/. Mi boca contará tu salvación, Señor

 

A ti, Señor, me acojo:

no quede yo derrotado para siempre;

tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,

inclina a mí tu oído, y sálvame. R.

 

Sé tú mi roca de refugio,

el alcázar donde me salve,

porque mi peña y mi alcázar eres tú.

Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.

 

Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza

y mi confianza, Señor, desde mi juventud. R.

 

En el vientre materno ya me apoyaba en ti,

en el seno tú me sostenías. R.

 

Mi boca contará tu justicia,

y todo el día tu salvación.

Dios mío, me instruiste desde mi juventud,

y hasta hoy relato tus maravillas. R.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,21-33.36-38):

 

En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:

- «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».

Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.

Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.

Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:

- «Señor, ¿Quién es?».

Le contestó Jesús:

- «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».

Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.

Detrás del pan, entró en él Satanás.

Entonces Jesús le dijo:

- «Lo que vas hacer, hazlo pronto».

Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.

Cuando salió, dijo Jesús:

- «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:

"Donde yo voy, vosotros no podéis ir"»

Simón Pedro le dijo:

- «Señor, ¿a dónde vas?».

Jesús le respondió:

- «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».

Pedro replicó:

- «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».

Jesús le contestó:

- «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».

 

Palabra del Señor

 

1.  Este relato resulta más impresionante cuando se recuerda que esto sucedió en la cena de despedida, precisamente cuando Jesús iba a entrar en la agonía del miedo a la muerte, en Getsemaní, en el dolor de la traición, y con la seguridad de que le esperaba el juicio, la condena y la ejecución con que, en el Imperio, se castigaba a los peores delincuentes.

El evangelio de Juan, al difundir lo que allí sucedió, puso en evidencia el contraste —incluso la contradicción— entre la Iglesia y el Evangelio.

En la Iglesia, preocupa mucho la "imagen pública" de sus dirigentes (Papa, obispos, sacerdotes...). Por eso, la Iglesia oculta tantas cosas. No sea que, si la gente se entera, se dañe la buena imagen del clero.

La Iglesia tapa y esconde asuntos de dinero, manejos de poder, ambiciones disimuladas, rivalidades vergonzosas, por no hablar de los conocidos escándalos relacionados con el sexo...

 

2.  El Evangelio no oculta cosas que ahora, sin duda, se habrían ocultado. Los evangelios, sin embargo, nos informan de las terribles miserias de los primeros apóstoles: el "ecónomo", Judas, que (por codicia de dinero) fue un traidor. Y el primer eslabón del "papado", Pedro, que (por cobarde) negó a Jesús y renegó de su fe, cuando más tenía que confesarla. Nada de esto se oculta. Se cuenta tal como ocurrió.

De Pedro, se nos informa que se opuso a Jesús y este le llamó "Satanás" (Mc 8, 32-33 par); que le faltó la fe hasta hundirse delante de Jesús (Mt 14, 29-31 par); como sabemos que entre los apóstoles hubo rivalidades y apetencias de estar los primeros, situaciones que Jesús tuvo que cortar en seco (Mc 10, 35-45 par; Mt 18, 1-5 par; Lc 22, 24-27).

 

3.  Los evangelistas pensaban que, en la vida, es más importante la "transparencia" que la "buena apariencia".

Cuando en un grupo humano o en una institución se le da más importancia al "parecer" que al "ser", ese grupo pierde toda credibilidad y, por tanto, carece de autoridad.

Nunca nos tenemos que avergonzar de lo que somos y cómo somos.

 

4.  Cuando Judas abandona el Cenáculo «era de noche». Ese dato trasciende la mera indicación de una hora para significar el interior de Judas y también las tinieblas, símbolo del mal, que se van espesando alrededor de Cristo. Todos los discípulos se encuentran en cierta oscuridad. El anuncio de Jesús los ha sumido en la perplejidad. De entre los apóstoles, destaca la actitud de dos: Pedro y el discípulo amado. Pedro quiere averiguar quién es el traidor y no nos cuesta imaginar que con el deseo de impedírselo. En esa línea van sus preguntas: «¿A dónde vas?» o «¿Por qué no puedo seguirte ahora?» Quiere sustituir a Cristo: «Daré mi vida por ti». He aquí una importante lección: contemplar la pasión y muerte de cruz como el camino elegido por Dios para nuestra salvación y no buscar otro.

Juan, por su parte, se reclina en el pecho del Señor. Nos invita a adentrarnos en el Corazón de Jesús para conocer sus sentimientos. Nuestros pecados son la causa de su sufrimiento, pero él lo acepta para nuestra salvación. Era de noche. Jesús anuncia: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él». Con la muerte y resurrección de Jesús se va a mostrar el poder de Dios sobre la muerte y su misericordia. La noche es vencida por la luz. El Hijo está en total unión con el Padre y con lenguaje de intimidad y afecto –«hijitos»– lo anuncia a sus discípulos.

 

SAN PLATON, abad




Los padres del santo murieron en Constantinopla cuando éste tenía trece años. Uno de sus tíos, que era tesorero imperial, se encargó de su educación y le formó para que fuese su colaborador; pero a los veinticuatro años de edad, Platón abandonó el mundo y abrazó la vida religiosa. Vendió sus posesiones, dividió el producto entre su hermana y los pobres e ingresó en el monasterio Simboleon del Monte Olimpo, en Bitinia. Después de dar muestras de perfecta virtud en el desempeño de los oficios más humildes y en la paciencia con que sobrellevó las reprensiones por faltas que no había cometido, sus superiores le dedicaron a copiar libros y extractos de las obras de los Santos Padres.

A la muerte del abad Teoctisto, en 770, fue elegido para sucederle, a pesar de que no tenía más que treinta y seis años. Era una época de tribulación y peligro para los monjes ortodoxos; sin embargo, el monasterio de san Platón se salvó de la persecución del emperador iconoclasta, Constantino Coprónimo, gracias a lo escondido de su posición. En 775, san Platón visitó Constantinopla, donde fue recibido con grandes honores; se le ofreció el gobierno de otro monasterio y el de la sede de Nicomedia, pero el santo no aceptó y ni siquiera quiso ser ordenado sacerdote. Sin embargo, más tarde abandonó el monasterio de Simboleon para ir a gobernar el de Sakkudión, que habían fundado cerca de Constantinopla los hijos de su hermana Teoctista. Después de desempeñar ese cargo durante doce años, lo cedió a su sobrino san Teodoro el Estudita.

Esto aconteció por la época en que el emperador Constantino Porfirogénito se divorció de su esposa María para casarse con Teódota. San Platón y san Teodoro encabezaron el movimiento monástico que excomulgó prácticamente al monarca. A resultas de ello, San Platón fue encarcelado y desterrado. Cuando recobró la libertad, los monjes de Sakkudión habían tenido que ir a refugiarse en el monasterio de Studios, huyendo de los sarracenos. Allá fue a reunirse con ellos san Platón, quien se puso bajo las órdenes de su sobrino Teodoro. Vivía en una celda alejada de las demás y pasaba el tiempo en la oración y el trabajo manual; pero siguió oponiéndose a los excesos del emperador y tuvo que sufrir mucho por ello. Aunque era ya muy anciano y estaba enfermo, el emperador Nicéforo le desterró a las islas del Bósforo. Durante cuatro años soportó con ejemplar paciencia que le trasladasen constantemente de una isla a otra. Finalmente, en 811, el emperador Miguel I le puso en libertad. San Platón fue recibido en Constantinopla con muestras de gran respeto. El resto de su vida lo pasó postrado en cama. Fue a visitarle a su retiro el patriarca san Nicéforo, a cuya elección se había opuesto antes, para encomendarse a sus oraciones. San Platón murió el 4 de abril del año 814; San Teodoro pronunció su oración fúnebre.

 

 

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