12 – DE ABRIL
– MIERCOLES
DE OCTAVA
DE PASCUA – A
SAN JULIO –
I
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (3,1-10):
EN aquellos días,
Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer
a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la
puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que
entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna.
Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le
dieran algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que
tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo
incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en
pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando
brincos y alabando a Dios.
Todo el pueblo lo vio andando y alabando a
Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en
la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo
que le había sucedido.
Palabra de
Dios
Salmo: 104,1-2.3-4.6-7.8-9
R/. Que se alegren los que buscan al
Señor
Dad gracias al
Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su
nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de
Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su
alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan los
cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y
muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de
camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los
muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor,
apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (24,13-35):
AQUEL mismo día,
el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una
aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban
conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y
discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus
ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis
mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y
uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén
que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta
poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo
entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a
muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel,
pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es
verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo
ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron
diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está
vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como
habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que
dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara
así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por
todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él
simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el
día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a
la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció
de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se
volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus
compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha
aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por
el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del
Señor
1. Sea cual sea el
"valor histórico" que se le conceda a este relato, el
"significado religioso" (para la fe) está claro. Es el relato que
explica el retorno de los que se van de la comunidad, por qué se van y por qué
retornan. Todo esto es lo que explica el episodio de los discípulos
de Emaús.
2. Se van porque han perdido la esperanza. No la esperanza en la otra vida, sino su esperanza para esta vida. Piensan que Jesús ya no les aporta nada: nosotros esperábamos. Pensaban que Jesús iba a arreglar el mundo. Y fracasó.
Esperanzas rotas que dejan desengaños.
3. Escuchan al
"caminante desconocido", lo acogen, lo invitan a
cenar. Acoger al "caminante desconocido" es acoger a Dios.
Así, la Palabra de Dios les toca el
corazón. Y se les abren los ojos para ver a Jesús al "partir el pan".
Así recuperan las esperanzas perdidas y
con ellas la alegría. Es el camino del retorno.
4. "Reconocieron a Jesús
al partir el pan". Cuando compartimos lo que tenemos con los demás,
entonces se nos abren los ojos para reconocer a Jesús. Por eso, ¿cómo va a
creer en Jesús este mundo tan "desigual", tan dividido y enfrentado?
SAN JULIO – I
XXXV Papa
Martirologio
Romano: En Roma, en el cementerio de Calepodio,
en el tercer miliario de la vía Aurelia, sepultura del papa san Julio I, quien,
frente a los ataques de los arrianos, custodió valientemente la fe del Concilio
de Nicea, defendió a san Atanasio, perseguido y exiliado, y reunió el Concilio
de Sárdica. († 352)
Fecha de
canonización: Información no disponible, la
antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la
acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que
tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado
antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su
culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.
Breve Biografía
Se conocen pocos datos de su vida anterior a la elección para Sumo Pontífice
el 6 de febrero del 337, muerto el papa Marcos y después de ocho meses de sede
vacante. El Liber Pontificalis nos dice que era romano y que su padre se
llamaba Rústico.
La primera de las actuaciones que deberá realizar -que le seguirá luego por
toda su vida- está directamente relacionada con la lucha contra el arrianismo.
Había sido condenada la herejía en el Concilio universal de Nicea, en el 325;
pero una definición dogmática no liquida de modo automático un problema, cuando
las personas implicadas están vivas, se aferran a sus esquemas y están preñadas
de otros intereses menos confesables.
A la muerte del emperador Constantino, por decreto, pueden regresar a
sus respectivas diócesis los obispos que estaban en el destierro. Es el caso de
Atanasio que vuelve a su legítima sede de Alejandría con el gozo de los
eclesiásticos y del pueblo. Pero los arrianos habían elegido para obispo de esa
sede a Pisto y comienzan las intrigas y el conflicto. El Papa Julio recibe la
información de las dos partes y decide el fin del pleito a favor de Atanasio.
Eusebio de Nicomedia, Patriarca proarriano con sede en Constantinopla, envía
una embajada a Roma solicitando del papa la convocatoria de un sínodo. Por su
parte, Atanasio -recuperadas ya sus facultades de gobierno- ha reunido un
importante sínodo y manda al papa las actas que condenan decididamente el
arrianismo y una más explícita profesión de fe católica.
Julio I, informado por ambas partes, convoca el sínodo pedido por los
arrianos. Pero estos no envían representantes y siguen cometiendo tropelías.
Muere Eusebio y le sucede Acacio en la línea del arrianismo. Otro sínodo
arriano vuelve a deponer a Atanasio y nombra a Gregorio de Capadocia para Alejandría.
El papa recoge en Roma a los nuevamente perseguidos y depuestos obispos con
Atanasio a la cabeza. Como los representantes arrianos siguen sin comparecer,
Julio I envía pacientemente a los presbíteros Elpidio y Filoxeno con un
resultado nulo en la gestión porque los arrianos siguen rechazando la cita que
pidieron.
En el año 341 se lleva a cabo la convocatoria del sínodo al que no quieren
asistir los arrianos por más que fueron ellos los que lo solicitaron; ahora son
considerados por el papa como rebeldes. En esta reunión de obispos se declara
solemnemente la inocencia de Atanasio; el papa manda una encíclica a los
obispos de Oriente comunicando el resultado y añade paternalmente algunas
amonestaciones, al tiempo que mantiene con claridad la primacía y autoridad de
la Sede Romana.
Los arrianos se muestran rebeldes y revueltos; en el mismo año 341 reúnen
otro sínodo en Antioquía que reitera la condenar a Atanasio y en el que se
manifiestan antinicenos.
Estando así las cosas, el papa Julio I decide convocar un concilio más
universal. En este momento se da la posibilidad de contar con la ayuda de
Constancio y Constante -hijos de Constantino y ahora emperadores- que se
muestran propicios a apoyar las decisiones del encuentro de obispos arrianos y
católicos. El lugar designado es Sárdica; el año, el 343; el presidente, el
español -consejero del emperador- Osio, obispo de Córdoba. El papa envía
también por su parte legados que le representen.
Pero se complican las cosas. Los obispos orientales arrianos llegan antes y
comienzan por su cuenta renovando la exclusión de Atanasio y demás obispos
orientales católicos. Luego, cuando llegan los legados que dan legitimidad al
congreso, se niegan a tomar parte en ninguna deliberación, apartándose del
Concilio de Sárdica, reuniendo otro sínodo en Philipópolis, haciendo allí otra
nueva profesión de fe y renovando la condenación de Atanasio. El bloque
compacto de obispos occidentales sigue reunido con Osio y los legados.
Celebran el verdadero Concilio que declara la inocencia de Atanasio, lo
repone en su cargo, hace profesión de fe católica y excomulga a los intrusos
rebeldes arrianos. Como conclusión, se ha mantenido la firmeza de la fe de
Nicea, reforzándose así la ortodoxia católica.
Aún pudo Julio I recibir una vez más en Roma al tan perseguido campeón de la
fe y ortodoxia católica que fue Atanasio, cuando va a agradecer al primero de
todos los obispos del orbe su apoyo en la verdad, antes de volver a Alejandría.
Julio I escribirá otra carta más a los obispos orientales y de Egipto.
En los 15 años de papado, sobresale su gobierno leal no exento de muchas
preocupaciones y desvelos por defender la verdad católica. La lealtad a la fe y
la búsqueda de la justicia en el esclarecimiento de los hechos fueron sus ejes
en toda la controversia posnicena contra el arrianismo. Su paciente gobierno
contribuyó a la clarificación de la ortodoxia fortaleciendo la primacía y
autoridad de la Sede Romana.
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