18 – DE ABRIL
– MARTES –
2 - SEMANA DE
PASCUA – A
San Apolonio
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,32-37):
El
grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba
suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.
Los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.
Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados,
pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo
vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno
según lo que necesitaba.
José,
a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa hijo de la
consolación, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió;
llevó el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.
Palabra de Dios
Salmo: 92,1ab.1c-2.5
R/. El Señor reina, vestido de majestad
El
Señor reina, vestido de majestad;
el Señor, vestido y ceñido
de poder. R/.
Así
está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde
siempre,
y tú eres eterno. R/.
Tus
mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno
de tu casa,
Señor, por días sin
término. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (3, 5a.7b-15):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Tenéis
que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes
de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Nicodemo
le preguntó:
«¿Cómo
puede suceder eso?».
Le
contestó Jesús:
«¿Tú
eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo:
hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no
recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis,
¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo
sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Palabra del Señor
1. Un cambio total de vida, hasta el extremo de ser visto como
una persona distinta, como el que ha nacido otra vez, eso no
es tan fácil. Ni lo hace cualquiera. Un cambio así de vida supera lo que da de
sí la condición humana. Se comprende la pregunta de
Nicodemo:
- "¿Cómo puede suceder eso?".
2. Jesús responde apelando a la distinción radical que existe
entre lo que pertenece a la tierra y lo que es propio del cielo, de forma que
no se trata solo de lo que procede del cielo, sino de lo que permanece en el
cielo y, por tanto, se sustrae a los ojos humanos. De esto último es
de lo que habla aquí Jesús (Sab 9,16; 4 Esd 4, 1-21; Heb 8, 5; 9, 23; 11, 16).
Con ello le está diciendo a Nicodemo: "Si tienes fe en lo que te digo,
con esa fe podrás llegar a ser un hombre distinto".
3. El problema está en que eso tiene un peligro. El peligro que
siempre han tenido (y tienen) las religiones. Exigir a la gente cambios
radicales en nombre de realidades celestiales, que se sustraen a nuestros ojos,
se presta a que los representantes "oficiales" de esas
realidades obliguen a los demás a hacer lo que a ellos se les ocurre y les
conviene, no lo que realmente quiere Dios.
Jesús lo advierte: "Nadie ha subido al cielo". Por eso lo que
afirma Jesús es esto: "No creáis nada más que al que baja de cielo".
Jesús merece todo nuestro crédito porque no es un Dios que se quedó
en el cielo, sino porque es el Hijo de Dios que bajó, que descendió, que se
vació de su poder y renunció a su grandeza.
El que hace eso es -a juicio de Jesús- el único que tiene credibilidad.
Para hablar de Dios, la credibilidad la tiene el que baja, no el que sube.
San Apolonio
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración
de san Apolonio, filósofo y mártir, que, en tiempo del emperador Cómodo, ante
el prefecto Perenio y el Senado defendió con aguda palabra la causa de la fe
cristiana, que confirmó con el testimonio de su sangre al ser condenado a la
pena capital (185).
Etimológicamente: Apolonio = Aquel que
brilla, es de origen griego.
Apolonio, senador romano, era conocido
entre los cristianos de la Urbe por su elevada condición social y profunda
cultura. Denunciado probablemente por un esclavo suyo, el juez invitó a
Apolonio a sincerarse frente al senado.
El presentó -escribe Eusebio de Cesarea-
una elocuentísima defensa de la propia fe, pero igualmente fue condenado a
muerte.
El procónsul Perenio, en atención a la
nobleza y fama de Apolonio deseaba sinceramente salvarlo, pero se vio obligado
a pronunciar la condena por el decreto del emperador Cómodo (alrededor del año
185).
Reproducimos aquí algunos pasajes del
proceso, en que el mártir afirma su amor por la vida, recuerda las normas
morales de los cristianos recibidas del Señor Jesús, y proclama la esperanza en
una vida futura.
Apolonio: Los decretos de
los hombres no pueden suprimir el decreto de Dios; más creyentes ustedes maten,
y más se multiplicará su número por obra de Dios. Nosotros no encontramos duro
el morir por el verdadero Dios, porque por medio de él somos lo que somos; por
no morir de una mala muerte, lo soportamos todo con constancia; ya vivos, ya
muertos, somos del Señor.
Perenio: ¡Con estas ideas,
Apolonio, tú sientes gusto en morir!
Apolonio: Yo experimento
gusto en la vida, pero es por amor a la vida que no temo en absoluto la muerte;
indudablemente, no hay cosa más preciosa que la vida, pero que la vida eterna,
que es inmortalidad del alma que ha vivido bien en esta vida terrenal. El Logos
(= Palabra) de Dios, nuestro Salvador Jesucristo "nos enseñó a frenar la
ira, a moderar el deseo, a mortificar la concupiscencia, a superar los dolores,
a estar abiertos y sociables, a incrementar la amistad, a destruir la
vanagloria, a no tratar de vengarnos contra aquellos que nos hacen mal, a
despreciar la muerte por la ley de Dios, a no devolver ofensa por ofensa, sino
a soportarla, a creer en la ley que él nos ha dado, a honrar al soberano, a
venerar solamente a Dios inmortal, a creer en el alma inmortal, en el juicio
que vendrá después de la muerte, a esperar en el premio de los sacrificios
hechos por virtud, que el Señor concederá a quienes hayan vivido santamente.
Cuando el juez pronunció la sentencia de
muerte, Apolonio dijo: "Doy gracias a mi Dios, procónsul Perenio,
juntamente con todos aquellos que reconocen como Dios al omnipotente y
unigénito Hijo suyo Jesucristo y al Espíritu santo, también por esta sentencia
tuya que para mí es fuente de salvación".
Apolonio murió decapitado en Roma el
domingo 21 de abril. Eusebio comenta así la muerte de Apolonio: "El
mártir, muy amado por Dios, fue un santísimo luchador de Cristo, que fue al
encuentro del martirio con alma pura y corazón fervoroso. Siguiendo su fúlgido
ejemplo, vivifiquemos nuestra alma con la fe".
Sabemos también por el mismo Eusebio que el acusador de Apolonio - como
también más tarde el del futuro papa Calixto- fue condenado a tener las piernas
quebradas. En efecto, según una disposición imperial, que Tertuliano (Ad Scap.
IV, 3) atribuye a Marco Aurelio, los acusadores de los cristianos debían ser
condenados a muerte. Las Actas del martirio de Apolonio, descubiertos en el
siglo pasado, existen hoy en versión original armenia y griega y en varias traducciones
modernas (de las "Actas de los antiguos mártires", incorporadas en
Eusebio,"Historia Eclesiástica", V, 21).
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