16 – DE ABRIL
–
2 - DOMINGO
DE PASCUA – A
DIVINA
MISERICORDIA
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,42-47):
Los
hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones.
Todo
el mundo estaba impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos.
Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y
bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
Con
perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan
en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan
a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba
agregando a los que se iban salvando.
Salmo 117,2-4.13-15.22-24
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su
misericordia
Diga
la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del
Señor:
eterna es su
misericordia. R/.
Empujaban
y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi
energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de
victoria
en las tiendas de los
justos. R/.
La
piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra
angular.
Es el Señor quien lo ha
hecho,
ha sido un milagro
patente.
Éste es el día que hizo el
Señor:
sea nuestra alegría y
nuestro gozo. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,3-9):
Bendito
sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia,
mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado
para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e
inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis
protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en
el momento final.
Por
ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas;
así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es
perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la
revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo
todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de
vuestras almas.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo:
«Paz
a vosotros».
Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor.
Jesús
repitió:
«Paz
a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y,
dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid
el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían:
«Hemos
visto al Señor».
Pero
él les contestó:
«Si
no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de
los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A
los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz
a vosotros».
Luego
dijo a Tomás:
«Trae
tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente».
Contestó
Tomás:
«¡Señor
mío y Dios mío!».
Jesús
le dijo:
«¿Porque
me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor
Una aparición muy peculiar.
Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se
cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las
mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y
también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de
Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena,
aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han
puesto»).
En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en
Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al
cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a
diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras
muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran
acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los
relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo (Juan
20,19-31).
Al anochecer de aquel
día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: –Paz a vosotros…. para que creáis que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Las
peculiaridades de este relato de Juan
1.
El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo
tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de
matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus
partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son
galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los
defienda si salen a la calle.
2.
El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras
la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda
raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús
«paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos
saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam
aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros»
sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo
más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en
Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a
los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una
fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en
este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última
cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis
ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos,
el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su
vida y especialmente durante su pasión.
3.
Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de
apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para
ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María
Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven
partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las
manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no
es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea,
aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el
dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la
resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor
enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si
Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar
diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».
4.
La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que
cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se
asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría
va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo
habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena:
«Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de
alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no
cuentan.
5.
La misión. Con diferentes fórmulas,
todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los
discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha
enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo
que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
6.
El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas
lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este
momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo
debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión
sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la
misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece
que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no
admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo
solicita.
Dos
lecturas contra Tomás
Las dos primeras lecturas le quitan la razón a Tomás cuando piensa que para
creer hace falta una demostración personal y científica. Las dos hablan de
personas que creen en Jesús resucitado y viven de acuerdo con esta fe sin
pruebas de ningún tipo. La primera, de Hechos, ofrece un cuadro espléndido,
quizá demasiado idílico, de la primitiva comunidad cristiana. Que en medio de
numerosas críticas y persecuciones un grupo de gente sencilla desee formarse en
la enseñanza de los apóstoles, comparta la oración, los sentimientos y los
bienes, es algo que supera todo expectativa. Estas personas creen, sin
necesidad de prueba alguna, que Jesús ha resucitado y las salva.
Los hermanos eran constantes
en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del
pan y en las oraciones…
Los creyentes vivían
todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno…
La segunda lectura ofrece en sus palabras finales, las que indico en rojo,
el mejor comentario a lo que dice Jesús a Tomas:
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que, en su gran misericordia, por la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo
para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera,
que os está reservada en el cielo…. alcanzando así la meta de
vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
Santa Engracia
Martirologio Romano: En Zaragoza, en la
Hispania Tarraconense, España, santa Engracia, virgen y mártir, que sufrió
duros suplicios, quedándole las llagas como testimonio de su martirio. († s.IV)
Etimológicamente: Engracia = Aquella que
se encuentra en estado de gracia, es de origen latino.
Breve
Biografía
Habían proliferado los cristianos en el
Imperio al amparo de la menor presión de las leyes en tiempo de Galieno. Los
había en el campo y más en las ciudades, se les conoce en el foro, se les ve
entre los esclavos, en el ejército y en los mercados. Han contribuido otras
causas a desparramar la fe de Cristo entre las gentes: el aburrimiento del
culto a los vanos dioses paganos, el testimonio que dieron los mártires y que
muchos vieron, la transmisión boca a boca de los creyentes y el buen ejemplo.
Diocleciano ha conseguido la unidad
territorial, política y administrativa; quiere unificar también la religión y
para ello debe hacer sucumbir la religión de Cristo frente a la del Estado. Da
cuatro edictos al respecto y elige cuidadosamente a las personas que sean
capaces de hacerlos cumplir. Daciano será quien siembre el territorio de
España, bajando desde el noreste hasta el centro, con semillas de cristianos.
Engracia es la joven novia graciosa que
viaja desde Braccara, en Galecia, hasta el Rosellón, en Francia, para reunirse
con su amado. Dieciocho caballeros de la casa y familia la acompañan y le dan
cortejo. Al llegar a Zaragoza y enterarse de las atrocidades que está haciendo
el prefecto romano, se presenta espontáneamente ante Daciano para echarle en
cara la crueldad, injusticia e insensatez con que trata a sus hermanos. Termina
martirizada, con la ofrenda de su vida y la de sus compañeros.
Las actas del martirio - ¡qué pena que sean
del siglo VII , tan tardías, y por ello con poco valor histórico!- describen
los hechos martiriales con el esquema propio a que nos tienen acostumbrados en
el que es difícil atreverse a separar qué cosa responde a la realidad y qué es
producto imaginativo consecuencia de la piedad de los cristianos.
El diálogo entre la frágil doncella y el
cruel mandatario aparece duro y claro; ella emplea razonamientos plenos de
humanidad y firmes en la fe con los que asegura la injusticia cometida - hoy se
invocarían los derechos humanos -, la existencia de un Dios único a quien
sirve, la necedad de los dioses paganos y la disposición a sufrir hasta el fin
por el Amado; él utiliza los recursos del castigo, la amenaza, la promesa y el
regalo. En resumen, la pormenorizada y prolija descripción del tormento de la
joven cuenta que primero es azotada luego sufre los horrores de ser atada a un
caballo y arrastrada, le rajan el cuerpo con garfios, llegan a cortarle los
pechos y le meten en su cuerpo un clavo; para que más sufra, no la rematan, la
abandonan casi muerta sometida al indecible sufrimiento por las heridas hasta
que muere. Los dieciocho acompañantes fueron degollados a las afueras de la
ciudad.
Un siglo más tarde del glorioso lance
cantó Prudencio en su Peristephanon las glorias de los innumerables mártires
cesaraugustanos, nombró a los dieciocho sacrificados y a la joven virgen
Engracia, invitando al pueblo a postrarse ante sus túmulos sagrados.
Engracia es la figura de la mártir que el
pueblo, siempre sensible a la grandeza, ha sabido mirar con simpatía, la ha
dorado con el mimo del agradecimiento, la bendice por su valentía, la compadece
por sus sufrimientos y quisiera imitarla en su fidelidad.
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