lunes, 17 de abril de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 19 – DE ABRIL – MIERCOLES – 2 - SEMANA DE PASCUA – A San León, IX

 

 

 


19 – DE ABRIL – MIERCOLES –

2 - SEMANA DE PASCUA – A

San  León,  IX

 

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,17-26):

En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:

«Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».

Entonces ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, diciendo:

«Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».

Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado.

Uno se presentó, avisando:

«Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».

Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 33,2-3.4-5.6-7.8-9

 

R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

Bendigo al Señor en todo momento,

su alabanza está siempre en mi boca;

mi alma se gloría en el Señor:

que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,

ensalcemos juntos su nombre.

Yo consulté al Señor, y me respondió,

me libró de todas mis ansias. R/.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,

vuestro rostro no se avergonzará.

El afligido invocó al Señor,

él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles

y los protege.

Gustad y ved qué bueno es el Señor,

dichoso el que se acoge a él. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-21):

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

 

Palabra del Señor

 

1.  Jesús desmonta la teoría jurídica de la satisfacción, aplicada a la salvación. Dios no mandó a su Hijo al mundo porque estuviera ofendido e irritado por nuestros pecados. Dios nos dio a su Hijo porque nos quiere tanto, que no quiere que se pierda ninguno de los que creen en Jesús.

 

2.  - ¿Significa esto que quienes no creen en Jesús no tienen salvación? 

Jesús no habla ni de creencias religiosas ni de observancias o prácticas de piedad.

Jesús se refiere al comportamiento de cada uno.

El que es honrado, respetuoso, tolerante, buena persona, de forma que de él se puede decir que vive en la luz, ese está en camino de salvación.

El que se comporta perversamente, ese está en camino de perdición.

 

3.  Por tanto, el problema de la salvación, tal como lo presenta aquí Jesús, no es cuestión de religión, sino de ética. Se trata de vivir en la luz y en la verdad.

El que vive de tal forma que su vida es transparente y hace el bien que está a su alcance, ese es el que" hace sus obras según Dios".  La religión, con sus creencias y sus prácticas, es importante en la medida en que motiva a cada persona y le da la fortaleza necesaria para vivir en la luz y en la verdad.

 

San  León,  IX

 



Hay un epitafio en su sepulcro que reza así:

Roma vencedora está dolorida

al quedar viuda de León IX,

segura de que, entre muchos,

no tendrá un padre como él.

 

Así quiso mostrarle su agradecimiento la Ciudad Eterna; quiso introducirlo para siempre en la entraña de la familia.

Los condes de Alsacia tuvieron un hijo en el año 1002 y, como se hace siempre, le pusieron un nombre: Bruno. Estudia en la escuela episcopal –probablemente, el único modo de estudiar algo en su época– de Toul. La familia atribuye a san Benito la curación de una enfermedad grave que sufrió. Como son gente bien relacionada, no les fue difícil obtener para Bruno del pariente emperador alemán, Conrado II, un importante y alto cargo eclesiástico, porque entonces las cosas –mejor o peor– se hacían así. Por esta época, sobresale en su bondad y comienzan a llamarle «el buen Bruno».

El año 1026 –jovencito hoy, pero no poco frecuente en su momento– ya es obispo de Toul, desde que muere el anterior obispo, Hermann. Aceptó por ser Toul una iglesia pobre. Y desde ese hecho, se manifiesta en él un celo infatigable. Su empeño es llevar a cabo la reforma en la Iglesia que ya comenzaron los cluniacenses. Para ello, convoca sínodos, mantiene buenas relaciones con los obispos vecinos, fomenta los estudios eclesiásticos, cuida esmeradamente el trato con las Órdenes religiosas y prima las iniciativas reformistas de Cluny.

No es de extrañar que fuera elegido para Sumo Pontífice. Eran tiempos malos, muy malos, en los que la Iglesia se presentaba ante el mundo como un desastre; por eso se necesitaba tanto una reforma. Era el año 1048; se había puesto fin al terrible cisma, pero ni el papa Clemente VIII (1046-1047) ni su sucesor Dámaso II (1047-1048) tuvieron tiempo de iniciarla. Papa electo, con el visto bueno de Enrique III en la Dieta de Worms, toma el nombre de León IX y comienza su mandato con el punto de mira fijo en la reforma.

Supo rodearse de los promotores más significativos: Hugo de Cluny –alma del movimiento cluniacense–, Halinard –arzobispo de Lyon– y san Pedro Damiano. También la Curia romana nota la tendencia reformista cuando hace llamar a Hildebrando para nombrarlo Archidiácono y hacerlo Secretario pontificio.

En el 1049 despliega una actividad incesante por amor a Dios y a su Iglesia. Lo primero es un solemne sínodo cuaresmal en Roma y la petición de secundar la iniciativa con otros sínodos en las demás provincias. También ese año lo conoce como papa peregrino por Italia, Alemania y Francia. Ha de llevar a la Iglesia el convencimiento de que es el papa quien gobierna en ella. No lo tuvo fácil en el concilio de Reims por las continuas dificultades que ponía Enrique I, rey de Francia; pero estaba decidido a luchar por suprimir los abusos fundamentales existentes, aplicando remedios eficaces contra la simonía, la usurpación por los laicos de los cargos eclesiásticos y el disfrute de los bienes de la Iglesia por los nobles a los que debían favores los emperadores y reyes; era urgente corregir de modo definitivo el concubinato de los eclesiásticos y poner punto final al desprecio de las sagradas leyes del matrimonio. Luego, en el otro concilio del mismo año, en Maguncia, se renovaron las proclamaciones de Reims. Fue el principio de todo un resurgimiento de lo espiritual y disciplinar.

Pero en la vida de los hombres hay luces y hay sombras.

No supo o no pudo ser tan afortunado en asuntos temporales; quizá sea que el papa está hecho para otra cosa. Con los normandos lo pasó mal; perdió la guerra de junio del año 1053 y llegó a ser su prisionero; tuvo que cederles territorios para lograr la libertad que disfrutó poco tiempo por sobrevenirle la muerte en el mes de abril del 1054.

Tampoco con las Iglesias Orientales hubo acierto. Durante su pontificado se maduró y culminó la separación definitiva de estas Iglesias de la Iglesia de Roma; el Patriarca Miguel Cerulario se dejó abandonado a la ambición de verse convertido en Cabeza de la Iglesia Griega y consumó la separación tres meses después de la muerte de León IX, tornando infelices las conversaciones con los legados enviados por Roma.

 

 

 

 

 

 

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