domingo, 31 de marzo de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 2 DE ABRIL – MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA – San Francisco de Paula

 


 

2 DE ABRIL – MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA –

San Francisco de Paula

 

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,36-41):

 

EL día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos:

«Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que, al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».

Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:

«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?».

Pedro les contestó:

«Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare así el Señor Dios nuestro».

Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo:

«Salvaos de esta generación perversa».

Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 32,4-5.18-19.20.22

 

R/. La misericordia del Señor llena la tierra

 

La palabra del Señor es sincera,

y todas sus acciones son leales;

él ama la justicia y el derecho,

y su misericordia llena la tierra. R/.

 

Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,

en los que esteran su misericordia,

para librar sus vidas de la muerte

y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

 

Nosotros aguardamos al Señor:

él es nuestro auxilio y escudo.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,

como lo esperamos de ti. R/.

 

Secuencia (Opcional)

 

Ofrezcan los cristianos

ofrendas de alabanza

a gloria de la Víctima

propicia de la Pascua.

 

Cordero sin pecado

que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables

unió con nueva alianza.

 

Lucharon vida y muerte

en singular batalla,

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.

 

«¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?»

«A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,

los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!

 

Venid a Galilea,

allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos

la gloria de la Pascua.»

 

Primicia de los muertos,

sabemos por tu gracia

que estás resucitado;

la muerte en ti no manda.

 

Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte

en tu victoria santa.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,11-18):

 

EN aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.

Ellos le preguntan:

«Mujer, ¿por qué lloras?».

Ella contesta:

«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».

Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.

Jesús le dice:

«Mujer, ¿por qué lloras?».

Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:

«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».

Jesús le dice:

«¡María!».

Ella se vuelve y le dice.

«¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».

Jesús le dice:

«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».

María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:

«He visto al Señor y ha dicho esto».

 

Palabra del Señor

                                               

1.  Lo más importante que contienen los relatos de la resurrección es que muestran que la vida y la presencia de Jesús, en este mundo y en esta vida, no se acabó con la muerte en la cruz.

De Jesús no nos queda solo la memoria de sus enseñanzas y el ejemplo de su vida. Además de eso, nos queda sobre todo su presencia.

Por su Encarnación, Dios, en el hombre Jesús de Nazaret, se fundió y se confundió con lo humano. 

Por su Resurrección, Jesús prolonga su presencia en cada ser humano, hasta el fin de los tiempos.

La cristología tradicional (descendente) tenía su centro en la Encarnación.

La cristología moderna (ascendente) tiene su centro en la Resurrección. El centro está en el hombre Jesús, en el que Dios se encarna y se revela (Encarnación) y que fue constituido Hijo de Dios, siendo para siempre el Viviente (Resurrección).

 

2.  En la vida de Jesús, ocuparon un lugar de singular importancia las mujeres. Ellas le acompañaron (Lc 8, 2-3). Se dejó besar, tocar y perfumar por ellas (Lc 7, 36-50; Jn 12, 3). Siempre las comprendió, las disculpó, les devolvió su dignidad (Jn 8, 1-11; Mc 5, 25-34). Y en los relatos de Pascua, las primeras apariciones del Resucitado son para las mujeres, de forma que ellas fueron las primeras que anunciaron que Jesús, el Señor, está vivo entre nosotros.

 

3.  Es un dolor que, en la Iglesia, desde sus orígenes en las comunidades que fundó Pablo, el puritanismo helenista ha tenido (y sigue teniendo) más fuerza que la presencia del Resucitado. Y lo peor de todo es que este puritanismo ha impregnado la cultura de Occidente en forma, sobre todo, de marginación, exclusión y hasta desprecio de la mujer.

Es evidente que la miseria del puritanismo no tiene nada que ver con la memoria del Resucitado. Para el Resucitado, lo primero fueron las mujeres, mientras que, para muchos ahora, son lo último.

 

San Francisco de Paula

 


  

Nacido en Paula (Calabria) en el año 1416, fundó una congregación de vida eremítica que después se transformó en la Orden de los Mínimos, y que fue aprobada por la Santa Sede en 1506. Murió en Tours (Francia) en el año 1507.

En pleno Renacimiento, cuando Europa se viste con ropaje pagano, un italiano hace que sople en el mundo occidental una refrescante brisa de espiritualidad.

Sus padres fueron Santiago de Alessio y Viena. Ansiaban tener un hijo que no acababa de llegar después de quince años de matrimonio. Por fin, convencidos de que debían el favor a san Francisco de Asís, les nació el vástago en un caserío de Paola, perteneciente al reino de Nápoles; lógicamente le pusieron el nombre de su santo protector.

Una enfermedad estuvo a punto de costarle la vista; nuevamente acudieron al de Asís y con trece años vemos a Francisco de Paula cumpliendo la promesa como oblato en el convento de San Marco Argentano.

Peregrinó por los lugares franciscanos de la Umbría. Luego se le ve como eremita en las cercanías de Paola, llevando una vida solitaria, dedicado a la oración y a la penitencia; duerme en el suelo y toma una piedra para apoyar la cabeza, bebe el agua del arroyo, y se alimenta de hierbas, de raíces y poco más. Así vivió cinco años, hasta que comenzó a poblarse el monte de compañeros tan pobres e incultos como él, que hicieron sus cabañas con ramas secas y construyeron una pequeña capilla; fue el comienzo de los ermitaños de san Francisco, quien, intentando su renovación individual, comenzó a dictar normas y consejos, principio de una nueva «regla». Otras comunidades nuevas de Paterno y Spezzano hicieron que se extendiera la fama del ermitaño de Paola.

Le llamaron desde Sicilia. Provisto de cayado y bordón emprendió su viaje a pie camino del mar. Allí tuvo dificultad para pasar a la isla por no tener dinero y no querer pasarle gratis el barquero. El peregrino tomó el manto como nave y un pico le hizo de vela para transportarse a la otra orilla; no pertenece el hecho a la leyenda; tuvo lugar ante testigos y a plena luz. Y quizá por ello es nombrado patrón de los navegantes.

 

El carisma de los «Mínimos» –que así quiso se llamaran humildemente sus hermanos– fue atender a las necesidades de la gente abandonada a su suerte por los gobernantes, empobrecida por las guerras y diezmada por la peste. Y lo supieron hacer con austeridad heroica, abundando en la oración, siendo contemplativos y empleando el buen humor.

Francisco de Paula fue un gran taumaturgo, cualidad que el pueblo se encargó de aumentar a su gusto y que ha pasado a las biografías con hechos que luego la ciencia histórica se encarga de estudiar para recortar los agigantados, suprimir los fantásticos y reconocer su incapacidad de explicar los verdaderos.

El de Paola nunca fue sacerdote. Sí defensor de los pobres y de los oprimidos. Habló claro, tajante, de modo intransigente y recio con los de arriba, aunque fueran reyes, como pasó en la corte napolitana. El caso fue que Fernando I el Bastardo quiso taparle la boca y frenar sus críticas públicas, invitándolo a palacio; allí habló Francisco al modo de los antiguos profetas, adoptando el lenguaje de los símbolos: tomó de una bandeja una moneda de oro, la desmenuzó entre sus dedos como si fuera de mal barro, y brotaron unas gotas de sangre que mancharon el manto real; entonces hizo saber con palabras al rey que con sus injusticias se enriquecían tanto él como su palacio.

No poca fue su fama. Hasta de la corte francesa requirieron su presencia para que devolviera la salud al fresco rey Luis XI; mediaron el rey de Nápoles y el mismo papa Sixto IV para que hiciera el favor de desplazarse; después de calmar una tempestad en el golfo de Lyon con un milagro, se encaminó hacia Tours; no le devolvió al soberano la salud perdida, pero sí le ayudó a poner orden en su conciencia y en el Estado de aquel rey insolente, y eso era mayor milagro que el pedido.

Fue consejero de Carlos VIII y Luis XII en momentos decisivos para la historia de Francia y de Italia y este contacto con la familia real le dio oportunidad de dirigir y consolar a la hija no querida de Luis XI y esposa despreciada de Luis XII, santa Juana de Valois.

Incluso en España intervino en la vida política y militar; mandó recado por dos frailes mínimos al rey Fernando V, que luchaba contra el Islam en las puertas de Málaga, al tiempo que él movilizaba a los fieles para que rezaran a favor de las armas cristianas; también cedió al aragonés Bernardo Boyl, uno de sus frailes, para que prestara atención espiritual en la primera expedición de Colón.

Murió el 2 de abril de 1507 y lo canonizó León X en 1519.

 

 

sábado, 30 de marzo de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 1 DE ABRIL – LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA – SAN HUGO

 


 

1 DE ABRIL – LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA –

SAN HUGO

 

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,14.22-33):

 

EL día de Pentecostés, Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:

«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a el:

“Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile.

Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada. Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.

      Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro”.

Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”.

A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo he derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 15,1b-2a y 5.7-8 9-10.11

R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano. R/.

 

Bendeciré al Señor que me aconseja,

hasta de noche me instruye internamente.

Tengo siempre presente al Señor,

con él a mi derecha no vacilaré. R/.

 

Por eso se me alegra el corazón,

se gozan mis entrañas,

y mi carne descansa esperanzada.

Porque no me abandonarás en la región de los muertos

ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

 

Me enseñarás el sendero de la vida,

me saciarás de gozo en tu presencia,

de alegría perpetua a tu derecha. R/.

 

Secuencia (Opcional)

 

Ofrezcan los cristianos

ofrendas de alabanza

a gloria de la Víctima

propicia de la Pascua.

 

Cordero sin pecado

que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables

unió con nueva alianza.

 

Lucharon vida y muerte

en singular batalla,

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.

 

«¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?»

«A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,

los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!

 

Venid a Galilea,

allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos

la gloria de la Pascua.»

 

Primicia de los muertos,

sabemos por tu gracia

que estás resucitado;

la muerte en ti no manda.

 

Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte

en tu victoria santa.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (28,8-15):

 

EN aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo:

«Alegraos».

Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

Jesús les dijo:

«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:

«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».

Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

 

Palabra del Señor

 

1.  Una de las cosas que más llaman la atención, en los relatos de las apariciones del Resucitado, es la presencia destacada que en estos relatos tienen las mujeres. Ellas fueron las primeras para ir en busca de Jesús. Y a ellas fue a quienes primero se apareció.

El Jesús resucitado se nos muestra aún más humano que el Jesús terreno. En este relato hay que distinguir dos cosas:

 

1) La experiencia fundamental, que tuvieron aquellas mujeres, al constatar que Jesús no había sido derrotado y aniquilado por la muerte, sino que, por el contrario, la había vencido.

 

2) La "historia" del soborno de los guardias y la simplicidad del robo del cuerpo que supuestamente hicieron los discípulos.

 

Lo primero es lo que interesa y en lo que el evangelio de Mateo pone el acento. Lo del soborno de los guardias es seguramente una vulgar leyenda que se difundió en aquellos años en algunas comunidades cristianas.

 

2.  Los primeros testigos de la resurrección fueron mujeres. En este dato insisten los evangelios (Mt 28, 1.5-10; Mc 16, 1-8; Lc 24, 10-11; Jn 20, 1-2). Señal clara de que, entre las primeras comunidades de cristianos, se difundió la noticia de que, efectivamente, la resurrección de Jesús había puesto en evidencia la especial cercanía que las mujeres tuvieron con él. Y la acogida que Jesús les dio siempre a las mujeres. Y aquí es importante destacar que, si hoy esto nos llama la atención, en aquella sociedad tenía que resultar mucho más chocante. Porque entonces, y concretamente entre los judíos de entonces, la mujer estaba especialmente marginada y, en no pocas cosas, enteramente excluida.

 

3.  Todo esto nos indica, entre otras cosas, una que profundiza lo ya dicho: Jesús, después de su resurrección, se comportaba (o era experimentado) como un ser "más humano" que antes de su muerte.

Precisamente cuando Jesús trasciende lo humano y accede a la condición divina, entonces es cuando se muestra más humano, más cercano, más entrañable.

¿Por qué?

Porque, en los criterios básicos del Evangelio, está el principio según el cual "lo más divino" se encuentra y se palpa en "lo más humano".

Porque, en Jesús, Dios se ha humanizado. De forma que en "lo humano" es donde vemos, tocamos y palpamos "lo divino" (Jn 1, 18; 14, 9; 8, 56-58).

 

SAN HUGO


 

 

San Hugo, Obispo (año 1132)

 

Hugo significa "el inteligente".

Hay 16 santos o beatos que llevan el nombre de Hugo. Los dos más famosos son San Hugo, Abad de Cluny (1109), y San Hugo, obispo de quien vamos a hablar hoy.

San Hugo nació en Francia en el año 1052. Su padre Odilón, que se había casado dos veces, al quedar viudo por segunda vez se hizo monje cartujo y murió en el convento a la edad de cien años, teniendo el consuelo de que su hijo que ya era obispo, le aplicara los últimos sacramentos y le ayudara a bien morir.

A los 28 años nuestro santo ya era instruido en ciencias eclesiásticas y tan agradable en su trato y de tan excelente conducta que su obispo lo llevó como secretario a una reunión de obispos que se celebraba en Avignon en el año 1080 para tratar de poner remedio a los desórdenes que había en la diócesis de Grenoble. Allá en esa reunión o Sínodo, los obispos opinaron que el más adaptado para poner orden en Grenoble era el joven Hugo y le propusieron que se hiciera ordenar de sacerdote porque era un laico. El se oponía porque era muy tímido y porque se creía indigno, pero el Delegado del Sumo Pontífice logró convencerlo y le confirió la ordenación sacerdotal. Luego se lo llevó a Roma para que el Papa Gregorio VII lo ordenara de obispo.

En Roma el Pontífice lo recibió muy amablemente. Hugo le consultó acerca de las dos cosas que más le preocupaban: su timidez y convicción de que no era digno de ser obispo, y las tentaciones terribles de malos pensamientos que lo asaltaban muchas veces. El Pontífice lo animó diciéndole que "cuando Dios da un cargo o una responsabilidad, se compromete a darle a la persona las gracias o ayudas que necesita para lograr cumplir bien con esa obligación", y que los pensamientos, aunque lleguen por montones a la cabeza, con tal de que no se consientan ni se dejen estar con gusto en nuestro cerebro, no son pecado ni quitan la amistad con Dios.

Gregorio VII ordenó de obispo al joven Hugo que sólo tenía 28 años, y lo envió a dirigir la diócesis de Grenoble, en Francia. Allá estará de obispo por 50 años, aunque renunciará el cargo ante 5 Pontífices, pero ninguno le aceptará la renuncia.

Al llegar a Grenoble encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y quedó aterrado ante los desórdenes que allí se cometían. Los cargos eclesiásticos se concedían a quien pagaba más dinero (Simonía se llama este pecado). Los sacerdotes no se preocupaban por cumplir buen su celibato. Los laicos se habían apoderado de los bienes de la Iglesia. En el obispado no había ni siquiera con qué pagar a los empleados. Al pueblo no se le instruía casi en religión y la ignorancia era total.

Por varios años se dedicó a combatir valientemente todos estos abusos. Y aunque se echó en contra la enemistad de muchos que deseaban seguir por el camino de la maldad, sin embargo, la mayoría acepto sus recomendaciones y el cambio fue total y admirable. El dedicaba largas horas a la oración y a la meditación y recorría su diócesis de parroquia en parroquia corrigiendo abusos y enseñando cómo obrar el bien.

Todos veían con admiración los cambios tan importantes en la ciudad, en los pueblos y en los campos desde que Hugo era obispo. El único que parecía no darse cuenta de todos estos éxitos era él mismo. Por eso, creyéndose un inepto y un inútil para este cargo, se fue a un convento a rezar y a hacer penitencia. Pero el Sumo Pontífice Gregorio VII, que lo necesitaba muchísimo para que le ayudara a volver más fervorosa a la gente, lo llamó paternalmente y lo hizo retornar otra vez a su diócesis a seguir siendo obispo. Al volver del convento parecía como Moisés cuando volvió del Monte Sinaí que llegaba lleno de resplandores. Las gentes notaron que ahora llegaba más santo, más elocuente predicador y más fervoroso en todo.

Un día llegó San Bruno con 6 amigos a pedirle a San Hugo que les concediera un sitio donde fundar un convento de gran rigidez, para los que quisieran hacerse santos a base de oración, silencio, ayunos, estudio y meditación. El santo obispo les dio un sitio llamado Cartuja, y allí en esas tierras desiertas y apartadas fue fundada la Orden de los Cartujos, donde el silencio es perpetuo (hablan el domingo de Pascua) y donde el ayuno, la mortificación y la oración llevan a sus religiosos a una gran santidad.

Se dice que al construir la casa para los Cartujos no se encontraba agua por ninguna parte. Y que San Hugo con una gran fe, recordando que cuando Moisés golpeó la roca, de ella brotó agua en abundancia, se dedicó a cavar el suelo con mucha fe y oración y obtuvo que brotara una fuente de agua que abasteció a todo el gran convento.

En adelante San Bruno fue el director espiritual del obispo Hugo, hasta el final de su vida. Y se cumplió lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfa quien pide consejo a los sabios y acepta sus correcciones". A veces se retiraba de su diócesis para dedicarse en el convento a orar, a meditar y a hacer penitencia en medio de aquel gran silencio, donde según sus propias palabras "Nadie habla si no es para cosas extremadamente graves, y lo demás se lo comunican por señas, con una seriedad y un respeto tan grandes, que mueven a admiración". Para San Hugo sus días en la Cartuja eran como un oasis en medio del desierto de este mundo corrompido y corruptor, pero cuando ya llevaba varios días allí, su director San Bruno le avisaba que Dios lo quería al frente de su diócesis, y tenía que volverse otra vez a su ciudad.

Los sacerdotes más fervorosos y el pueblo humilde aceptaban con muy buena voluntad las órdenes y consejos del Santo obispo. Pero los relajados, y sobre todo muchos altos empleados del gobierno que sentían que con este Monseñor no tenían toda la libertad para pecar, se le opusieron fuertemente y se esforzaron por hacerlo sufrir todo lo que pudieron. El callaba y soportaba todo con paciencia por amor a Dios. Y a los sufrimientos que le proporcionaban los enemigos de la santidad se le unían las enfermedades. Trastornos gástricos que le producían dolores y le impedían digerir los alimentos. Un dolor de cabeza continuo por más de 40 años (que no lo sabían sino su médico y su director espiritual y que nadie podía sospechar porque su semblante era siempre alegre y de buen humor). Y el martirio de los malos pensamientos que como moscas inoportunas lo rodearon toda su vida haciéndolo sufrir muchísimo, pero sin lograr que los consintiera o los admitiera con gusto en su cerebro.

Varias veces fue a Roma a visitar al Papa y a rogarle que le quitara aquel oficio de obispo porque no se creía digno. Pero ni Gregorio VII, ni Urbano II, ni Pascual II, ni Inocencio II, quisieron aceptarle su renuncia porque sabían que era un gran apóstol y que si se creía indigno, ello se debía más a su humildad, que a que en realidad no estuviera cumpliendo bien sus oficios de obispo. Cuando ya muy anciano le pidió al Papa Honorio II que lo librara de aquel cargo porque estaba muy viejo, débil y enfermo, el Sumo Pontífice le respondió: "Prefiero de obispo a Hugo, viejo, débil y enfermo, antes que a otro que esté lleno de juventud y de salud"

Era un gran orador, y como rezaba mucho antes de predicar, sus sermones conmovían profundamente a sus oyentes. Era muy frecuente que, en medio de sus sermones, grandes pecadores empezaran a llorar a grito entero y a suplicar a grandes voces que el Señor Dios les perdonara sus pecados. Sus sermones obtenían numerosas conversiones.

Tenía gran horror a la calumnia y a la murmuración. Cuando escuchaba hablar contra otros exclamaba asustado: "Yo creo que eso no es así". Y no aceptaba quejas contra nadie si no estaban muy bien comprobadas.

Una vez, cuando por un larguísimo verano hubo una enorme carestía y gran escasez de alimentos, vendió el cáliz de oro que tenía y todos los objetos de especial valor que había en su casa y con ese dinero compró alimentos para los pobres. Y muchos ricos siguieron su ejemplo y vendieron sus joyas y así lograron conseguir comida para la gente que se moría de hambre.

Al final de su vida la artritis le producía dolores inmensos y continuos, pero nadie se daba cuenta de que estaba sufriendo, porque sabía colocar una muralla de sonrisas para que nadie supiera los dolores que estaba padeciendo por amor a Dios y salvación de las almas.

Un día al verlo llorar por sus pecados le dijo un hombre: "- Padre, ¿por qué llora, si jamás ha cometido un pecado deliberado y plenamente aceptado? - ". Y él le respondió: "El Señor Dios encuentra manchas hasta en sus propios ángeles. Y yo quiero decirle con el salmista: "Señor, perdóname aun de aquellos pecados de los cuales yo no me he dado cuenta y no recuerdo".

Poco antes de su muerte perdió la memoria y lo único que recordaba eran los Salmos y el Padrenuestro. Y pasaba sus días repitiendo salmos y rezando padres nuestros…

Murió cuando estaba para cumplir los 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo, dos años después de su muerte.