8 DE MARZO
– VIERNES –
3ª –
SEMANA DE CUARESMA - B
San Juan de Dios
Lectura de la
profecía de Oseas (14,2-10):
ESTO dice el Señor:
«Vuelve,
Israel, al Señor tu Dios, porque tropezaste por tu falta. Tomad vuestras
promesas con vosotros, y volved al Señor.
Decidle:
“Tú
quitas toda falta, acepta el pacto. Pagaremos con nuestra confesión: Asiria no
nos salvará, no volveremos a montar a caballo, y no llamaremos ya ‘nuestro Dios’ a la obra de
nuestras manos.
En ti el
huérfano encuentra compasión”.
“Curaré su deslealtad, los amaré
generosamente, porque mi ira se apartó de ellos.
Seré para Israel como el rocío, florecerá como el lirio, echará sus raíces como los cedros del Líbano.
Brotarán sus retoños y será su esplendor como el olivo, y su perfume
como el del Líbano.
Regresarán
los que habitaban a su sombra, revivirán como el trigo, florecerán como la
viña, será su renombre como el del vino del Líbano.
Efraín, ¿Qué
tengo que ver con los ídolos?
Yo soy quien
le responde y lo vigila.
Yo soy como
un abeto siempre verde, de mí procede tu fruto”.
¿Quién será
sabio, para comprender estas cosas, inteligente, para conocerlas? Porque los caminos del Señor son rectos: los justos los transitan, pero los
traidores tropiezan en ellos».
Palabra de Dios
Salmo: 80,6c-8a.8bc-9.10-11ab.14.17
R/. Yo soy el
Señor, Dios tuyo: escucha mi voz
Oigo un lenguaje desconocido:
«Retiré sus hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.
Clamaste en la aflicción, y te
libré. R/.
Te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de
Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio
contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel! R/.
No tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor, Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto. R/.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!
Los alimentaría con flor de harina,
los saciaría con miel silvestre». R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(12,28b-34):
EN aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué
mandamiento es el primero de todos?».
Respondió
Jesús:
«El primero
es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con
todo tu ser”.
El segundo es
este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que
estos».
El escriba
replicó:
«Muy bien,
Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay
otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y
con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los
holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo
que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás
lejos del reino de Dios».
Y nadie se
atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor
1. Este
relato plantea un problema que toca el centro mismo de todo el Evangelio. El
problema está en esto: El letrado le pregunta a Jesús solamente cuál es el
primer mandamiento, o sea el más importante de todos (D. C. Allison, Joel
Marcus).
A lo que
Jesús responde recordando la Shemá o declaración fundamental de la fe (Mt 12,
29-30; Deut 6,4-5).
Pero Jesús
recuerda además el texto de Lev 19, 18, que es inseparable del primero (Gal 5,
14; Rom 13, 8-10; St 2, 8-12). 0 sea, no es posible amar a Dios, si no se ama
igualmente al prójimo.
2. Dando
un paso más, hay que preguntarse: si Jesús unió el amor al prójimo (sobre el
que no le habían preguntado) con el amor a Dios (que es lo que le preguntaron),
- ¿por qué
unió lo uno con lo otro?
- ¿Por qué, a
juicio de Jesús no es posible separar el amor a Dios del amor al prójimo?
3. Porque
Dios es, por definición, "el Trascendente". Es decir, "a Dios
nadie lo ha visto jamás" (Jn 1, 18; cf. 14, 8-10; 1 Jn 4, 12).
0 sea, Dios
"nos trasciende", no está a nuestro alcance. Lo propio y definitorio
del Trascendente está en que es "incomunicable". Los humanos solo
podemos comunicarnos con "lo inmanente". Y, por tanto, cuando decimos
que amamos a Dios, bien puede ocurrir que no sea a Dios a quien estamos amando,
sino que estemos amando la "representación" que nosotros nos hacemos
de Dios. Y ocurre que cada cual se representa a Dios como le conviene.
Pero la única realidad humana, en la que Dios se ha encarnado, ha sido
nuestra propia humanidad. Por eso Jesús le dijo al apóstol Felipe:
"Quien me ve a mí está viendo a Dios" Un 14, 9).
No es posible
relacionarse con Dios y amar a Dios, si no se ama "lo humano", a
cualquier "ser humano". "Quien no ama a su hermano a
quien está viendo, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo" (1 Jn 4, 20b).
Es más: Jesús
llegó al culmen humanístico más radical cuando, en la Última Cena, en el
momento en que los otros evangelios relatan la institución de la Eucaristía, el
IV evangelio pone en boca de Jesús el mandamiento nuevo: "que os améis
unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois discípulos
míos" (Jn 13, 34-35).
Aquí ya el
amor a Dios, ni se menciona. Solo queda en pie el amor a los demás.
Lo que quieras a la gente, eso es lo que
quieres a Dios. Todo lo que no sea eso, es puro engaño.
San Juan de Dios
San Juan de Dios, religioso, nacido en
Portugal, que después de una vida llena de peligros en la milicia humana,
prestó ayuda con constante caridad a los necesitados y enfermos en un hospital
fundado por él, y se asoció compañeros, con los cuales constituyó después la
Orden de Hospitalarios de San Juan de Dios. En este día, en la ciudad de
Granada, en España, pasó al eterno descanso.
Vida de San Juan de Dios
Nació y murió
un 8 de marzo. Nace en Portugal en 1495 y muere en Granada, España, en 1550 a
los 55 años.
De familia
pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía joven. Su padre
murió como religioso en un convento.
En su juventud
fue pastor, muy apreciado por el dueño de la finca donde trabajaba. Le
propusieron que se casara con la hija del patrón y así quedaría como heredero
de aquellas posesiones, pero él dispuso permanecer libre de compromisos
económicos y caseros pues deseaba dedicarse a labores más espirituales.
Estuvo de
soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V en batallas muy
famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y sufrido.
La Stma.
Virgen lo salvó de ser ahorcado, pues una vez lo pusieron en la guerra a cuidar
un gran depósito y por no haber estado lo suficientemente alerta, los enemigos
se llevaron todo. Su coronel dispuso mandarlo ahorcar, pero Juan se encomendó
con toda fe a la Madre de Dios y logró que le perdonaran la vida. Y dejó la
milicia, porque para eso no era muy adaptado.
Salido del
ejército, quiso hacer un poco de apostolado y se dedicó a hacer de vendedor
ambulante de estampas y libros religiosos.
Cuando iba
llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y muy necesitado y se
ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel "pobrecito" era la
representación de Jesús Niño, el cual le dijo: "Granada será tu
cruz", y desapareció.
Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos, de
pronto llegó a predicar una misión el famosos Padre San Juan de Ávila. Juan
asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el
predicador hablaba contra la vida de pecado, nuestro hombre se arrodillo y
empezó a gritar: "Misericordia Señor, que soy un pecador", y salió
gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años.
Se confesó con
San Juan de Ávila y se propuso una penitencia muy especial: hacerse el loco
para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir muchísimo.
Repartió entre
los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las
calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos sus pecados.
La gente lo
creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y golpes.
Al fin lo
llevaron al manicomio y los encargados le dieron fuertes palizas, pues ese era
el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a los locos: azotarlos
fuertemente. Pero ellos notaban que Juan no se disgustaba por los azotes que le
daban, sino que lo ofrecía todo a Dios. Pero al mismo tiempo corregía a los
guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal que tenían de tratar
a los pobres enfermos.
San Juan de
Dios ante un enfermo que se asemeja a nuestro Señor. Aquella estancia de Juan
en ese manicomio, que era un verdadero infierno, fue verdaderamente
providencial, porque se dio cuenta del gran error que es pretender curar las
enfermedades mentales con métodos de tortura. Y cuando quede libre fundará un
hospital, y allí, aunque él sabe poco de medicina, demostrará que él es mucho
mejor que los médicos, sobre todo en lo relativo a las enfermedades mentales, y
enseñará con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma
si se quiere obtener después la curación de su cuerpo. Sus religiosos atienden
enfermos mentales en todos los continentes y con grandes y maravillosos
resultados, empleando siempre los métodos de la bondad y de la comprensión, en
vez del rigor de la tortura.
Cuando San
Juan de Ávila volvió a la ciudad y supo que a su convertido lo tenían en un
manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó que ya no hiciera más la
penitencia de hacerse el loco para ser martirizado por las gentes. Ahora se
dedicará a una verdadera "locura de amor": gastar toda su vida y sus
energías a ayudar a los enfermos más miserables por amor a Cristo Jesús, a
quien ellos representan.
Juan alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier enfermo,
mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su ayuda. Durante
todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de
enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y hermano de todos.
Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para sus pobres.
Pronto se hizo
popular en toda Granada el grito de Juan en las noches por las calles. Él iba
con unos morrales y unas ollas gritando: ¡Haced el bien hermanos, para vuestro
bien! Las gentes salían a la puerta de sus casas y le regalaban cuanto les
había sobrado de la comida del día. Al volver cerca de medianoche se dedicaba a
hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se echaba a dormir un rato debajo
de una escalera. Un verdadero héroe de la caridad.
El señor
obispo, admirado por la gran obra de caridad que Juan estaba haciendo, le
añadió dos palabras a su nombre de pila, y empezó a llamarlo "Juan de
Dios", y así lo llamó toda la gente en adelante. Luego, como este hombre
cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los harapos de los pobres que
encontraba en las calles, el prelado le dio una túnica negra como uniforme; así
se vistió hasta su muerte, y así han vestido sus religiosos por varios siglos.
Un día su
hospital se incendió y Juan de Dios entró varias veces por entre las llamas a
sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de enormes llamaradas no
sufría quemaduras, y logró salvarles la vida a todos aquellos pobres.
Otro día el río bajaba enormemente crecido y arrastraba muchos troncos y
palos. Juan necesitaba abundante leña para el invierno, porque en Granada hace
mucho frío y a los ancianos les gustaba calentarse alrededor de la hoguera.
Entonces se fue al río a sacar troncos, pero uno de sus compañeros, muy joven,
se adentró imprudentemente entre las violentas aguas y se lo llevó la
corriente. El santo se lanzó al agua a tratar de salvarle la vida, y como el
río bajaba supremamente frío, esto le hizo daño para su enfermedad de artritis
y empezó a sufrir espantosos dolores.
Después de
tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer el bien, y resfriados por
ayudar a sus enfermos, la salud de Juan de Dios se debilitó totalmente. El
hacía todo lo posible porque nadie se diera cuenta de los espantosos dolores
que lo atormentaban día y noche, pero al fin ya no fue capaz de simular más.
Sobre todo, la artritis le tenía sus piernas retorcidas y le causaba dolores
indecibles. Entonces una venerable señora de la ciudad obtuvo del señor obispo
autorización para llevarlo a su casa y cuidarlo un poco. El santo se fue ante
el Santísimo Sacramento del altar y por largo tiempo rezó con todo el fervor
antes de despedirse de su amado hospital. Le confió la dirección de su obra a
Antonio Martín, un hombre a quien él había convertido y había logrado que se
hiciera religioso, y colaborador suyo, junto con otro hombre a quien Antonio
odiaba; y después de amigarlos, logró el santo que le ayudaran en su obra en
favor de los pobres, como dos buenos amigos.
Al llegar a la
casa de la rica señora, exclamó Juan: "Oh, estas comodidades son demasiado
lujo para mí que soy tan miserable pecador". Allí trataron de curarlo de
su dolorosa enfermedad, pero ya era demasiado tarde.
El 8 de marzo
de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y
exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo", y quedó muerto,
así de rodillas. Había trabajado incansablemente durante diez años dirigiendo
su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se
atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía; y con
tanta humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se creía el más
indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue acompañado al
cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, como un santo.
Después de
muerto obtuvo de Dios muchos milagros en favor de sus devotos y el Papa lo
declaró santo en 1690. Es Patrono de los que trabajan en hospitales y de los
que propagan libros religiosos.
Fue
beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y canonizado por
el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue nombrado santo patrón de
los hospitales y de los enfermos.
A su
muerte su obra se extendió por toda España e Italia y hoy día está presente en
los cinco continentes.
Los religiosos
Hospitalarios de San Juan de Dios son 1,500 y tienen 216 casas en el mundo para
el servicio de los enfermos. Los primeros beatos de Colombia pertenecieron a
esta santa Comunidad.
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