26 DE MARZO
– MARTES
SANTO –
San Braulio de Zaragoza
Lectura del libro de Isaías (49,1-6):
Escuchadme, islas;
atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre
materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca
una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha
bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:
- «Tú eres mi siervo, Israel, por medio
de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he
cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad, el Señor
defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el
que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob,
para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi
Dios era mi fuerza:
- «Es poco que seas mi siervo para
restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de
Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el
confín de la tierra».
Palabra de Dios
Salmo: 70,1-2.3-4a.5-6ab.15.17
R/. Mi boca contará tu salvación, Señor
A ti, Señor, me
acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de
refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Señor,
fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud. R.
En el vientre materno
ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu
justicia,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(13,21-33.36-38):
En aquel tiempo,
estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio
testimonio diciendo:
- «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros
perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba
reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que
averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de
Jesús, le preguntó:
- «Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús:
- «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas,
hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás.
Entonces Jesús le dijo:
- «Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué
se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le
encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas,
después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús:
-
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios
es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo
glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero
lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:
"Donde yo voy, vosotros no podéis
ir"»
Simón Pedro le dijo:
-
«Señor, ¿a dónde vas?».
Jesús le respondió:
-
«Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».
Pedro replicó:
-
«Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó:
-
«¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el
gallo antes de que me hayas negado tres veces».
Palabra del Señor
1. Este
relato resulta más impresionante cuando se recuerda que esto sucedió en la cena
de despedida, precisamente cuando Jesús iba a entrar en la agonía del miedo a
la muerte, en Getsemaní, en el dolor de la traición, y con la seguridad de que
le esperaba el juicio, la condena y la ejecución con que, en el Imperio, se
castigaba a los peores delincuentes.
El evangelio
de Juan, al difundir lo que allí sucedió, puso en evidencia el contraste
—incluso la contradicción— entre la Iglesia y el Evangelio.
En la
Iglesia, preocupa mucho la "imagen pública" de sus dirigentes (Papa,
obispos, sacerdotes...). Por eso, la Iglesia oculta tantas cosas. No sea que,
si la gente se entera, se dañe la buena imagen del clero.
La Iglesia
tapa y esconde asuntos de dinero, manejos de poder, ambiciones disimuladas,
rivalidades vergonzosas, por no hablar de los conocidos escándalos relacionados
con el sexo...
2. El
Evangelio no oculta cosas que ahora, sin duda, se habrían ocultado. Los
evangelios, sin embargo, nos informan de las terribles miserias de los primeros
apóstoles: el "ecónomo", Judas, que (por codicia de dinero) fue un
traidor. Y el primer eslabón del "papado", Pedro, que (por cobarde)
negó a Jesús y renegó de su fe, cuando más tenía que confesarla. Nada de esto
se oculta. Se cuenta tal como ocurrió.
De Pedro, se
nos informa que se opuso a Jesús y este le llamó "Satanás" (Mc 8,
32-33 par); que le faltó la fe hasta hundirse delante de Jesús (Mt 14, 29-31
par); como sabemos que entre los apóstoles hubo rivalidades y apetencias de
estar los primeros, situaciones que Jesús tuvo que cortar en seco (Mc 10, 35-45
par; Mt 18, 1-5 par; Lc 22, 24-27).
3. Los
evangelistas pensaban que, en la vida, es más importante la
"transparencia" que la "buena apariencia".
Cuando en un
grupo humano o en una institución se le da más importancia al
"parecer" que al "ser", ese grupo pierde toda credibilidad
y, por tanto, carece de autoridad.
Nunca nos
tenemos que avergonzar de lo que somos y cómo somos.
San Braulio de Zaragoza
Martirologio
Romano: En Zaragoza, en la Hispania Tarraconense,
san Braulio, obispo, que, siendo amigo íntimo de san Isidoro, colaboró con él
para restaurar la disciplina eclesiástica en toda Hispania, siendo su semejante
en elocuencia y ciencia († c.651).
Se desconoce la cuna, niñez y juventud del santo; pero consta que ya en el
año 626 es obispo de Zaragoza.
Participó en la corriente de pensamiento y acción isidoriana que tanto
influyó en la cultura de su época y aún en tiempos posteriores. De hecho, fue
discípulo de san Isidoro, obispo, escritor y doctor de la Iglesia (c. 560-636).
Insistió cerca de él para que diera término a las Etimologías, la conocida y la
más famosa e importante obra de san Isidoro donde se recoge el saber antiguo
tomado indiscriminadamente de escritores tanto paganos como cristianos y que
consta de veinte libros que fueron obligado libro de texto en las escuelas
medievales, al tiempo que cauce de transmisión del saber antiguo. La división
de toda la obra y sus títulos se deben a san Braulio.
Estuvo presente en los concilios V (636) y VI (638) de Toledo que fueron
convocados para fortalecer la autoridad real y donde se resolvieron
determinadas cuestiones de régimen eclesiástico y litúrgicas. En estos
concilios se contribuyó a elaborar también el sistema de elección de los reyes
por los obispos y magnates y llegó a ratificarse la imposibilidad de ser
elegido rey alguien que no perteneciera a la nobleza goda.
Se le atribuyen también a san Braulio las Actas de los mártires de Zaragoza.
Llegó a escribir más de 44 cartas, gracias a las cuales pueden llegar a
conocerse muchos aspectos de la España visigoda.
Ejerció el santo una notable influencia entre los reyes del tiempo
intentando suavizar las leyes con espíritu cristiano y procurando potenciar la
unidad del reino. Con Chindasvinto -rey que fue elegido por la nobleza al
considerarlo fácilmente manipulable debido a su gran ancianidad-, cuando dicta
leyes muy severas contra los magnates traidores que rompieran su juramento de
lealtad al rey, llegando a decretar la deportación, la reducción a la
esclavitud de sus familias y a la confiscación de sus bienes. De la misma
manera, mostró también influjo decisivo cabe el rey Recesvinto, el que reprimió
la rebelión del noble Troya, cuando ponía sitio a la ciudad de Zaragoza, el
mismo año de la muerte de san Braulio.
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