9 DE MARZO
– SÁBADO –
3ª –
SEMANA DE CUARESMA - B
Santa Francisca Romana,
mártir
Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):
VAMOS, volvamos al Señor. Porque él ha
desgarrado, y él nos curará; él nos ha golpeado, y él nos vendará.
En dos días
nos volverá a la vida y al tercero nos hará resurgir; viviremos en su presencia
y comprenderemos.
Procuremos conocer al Señor.
Su
manifestación es segura como la aurora. Vendrá como la lluvia, como la lluvia
de primavera que empapa la tierra».
¿Qué haré de
ti, Efraín, qué haré de ti, Judá?
Vuestro amor
es como nube mañanera, como el rocío que al alba desaparece.
Sobre una
roca tallé mis mandamientos; los castigué por medio de los profetas con las
palabras de mi boca.
Mi juicio se
manifestará como la luz. Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de
Dios, más que holocaustos.
Palabra de Dios
Salmo:
50,3-4.18-19.20-21ab
R/. Quiero
misericordia, y no sacrificios
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo
querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios
rituales,
ofrendas y holocaustos. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Lucas (18,9-14):
EN aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí
mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano.
El fariseo,
erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh, Dios!,
te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos,
adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el
diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano,
en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho diciendo:
¡Oh, Dios!,
ten compasión de este pecador”.
Os digo que
este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece
será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor
1. En el N.
T. se habla 99 veces de los "fariseos". Es, pues, un tema importante para entender sobre todo los evangelios en los que aparecen con frecuencia. Casi siempre como adversarios de Jesús. Lo que Jesús les echa encara, con
frecuencia, es la "hipocresía" (Mt 23, 28 ss; Lc 12, 1).
Un término
que pertenece originalmente al lenguaje teatral. La "representación
teatral" vino a significar "hipocresía"
(H. Giesen). A los fariseos se les llama "hipócritas" (Mt 6, 2. 5.
16; 7, 5...) y se los caracteriza como personas
que viven en contradicción con sus propias ideas (Mt 23, 3), porque no ponen en
práctica lo que enseñan (Mt 23, 3, 23).
2. No
es posible describir exhaustivamente el modelo humano-religioso del
"eterno fariseo". Porque ha variado en no pocas cosas con los cambios
culturales. Pero hay características permanentes del "modelo
fariseo".
Podemos
señalar dos:
1) Fariseo es el que tiene conciencia de
vivir en condiciones de superioridad moral respecto a los que él ve como gente
equivocada, perdida, ignorante, culpable de que la sociedad y la Iglesia estén
como están.
2) Fariseo es el que, supuesto lo dicho, se
siente satisfecho de sí mismo y no consiente ni mezclarse con los degenerados,
los equivocados, los impuros, los canallas que están arruinando la religión y
la patria.
3. El fariseo se caracteriza por
su modo de orar a Dios. En realidad, "su oración es un elogio de sí
mismo" (Alberto Maggi), hasta el extremo de verse superior al
común de la gente común, vulgar, degenerada y perdida.
Es el polo
opuesto al "eterno publicano", que es el que se ve perdido, sin
salida moral en la vida, indigno hasta de mirar a Dios. Y el colmo
de todo este asunto está en que Dios no tolera al satisfecho fariseo, al tiempo
que abraza con cariño indecible al "modelo publicano", que a muchos
nos produce tanto rechazo.
4. El
"modelo fariseo" es, en las religiones, más frecuente de lo que
imaginamos. La tentación más frecuente en las personas religiosas es
el fariseísmo.
En tales
personas, se superpone el "parecer" al "ser". Y lo que les
importa es el "parecer", o sea "quedar bien". El
fariseo no soporta fracasar. De ahí, su origen.
Los fariseos
tienen su origen en el "fracaso de los Grandes Profetas", en la
incapacidad de aquellos hombres para convertir al pueblo (Paul Ricoeur).
Por eso
optaron por la observancia y la sumisión al rito y a la ley. Lo que les
importaba era aparecer como observantes fieles, aunque sus verdaderas
apetencias fueran el amor propio, el poder, el orgullo satisfecho.
mártir
Francisca nació en Roma en
el año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a
visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a
visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama "Torre de los
Espejos".
Sus padres eran sumamente
ricos y muy creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por
defender al Sumo Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades,
pero muy bien instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue
ser religiosa, pero los papás no aceptaron esa vocación, sino que le
consiguieron un novio de una familia muy rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba
inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la
oración y a la contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada
Vannossa, la vio llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le
contó que ella sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que
sus padres la habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que
a ella le sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones:
ser unas excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos
libres a ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo
hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se
dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer
pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que
ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir
en esta caritativa acción. Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las
gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella
tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un
don que le concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que
Francisca vivió con su esposo, observó una conducta verdaderamente edificante.
Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de
ellos murieron muy jóvenes, y al tercero lo guio siempre, aun después de que él
se casó, por el camino de todas las virtudes.
A Francisca le
agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando
orando la llamó su marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía
inmediatamente su oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces
hubo que tuvo que suspender cinco veces seguidas una oración, y lo hizo
prontamente. Ella repetía: "Muy buena es la oración, pero la mujer casada
tiene que concederles enorme importancia a sus deberes caseros".
Dios permitió que a esta
santa mujer le llegaran las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió
dedicándose a la oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a
estar siempre muy ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada
sus bienes en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y
defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su
familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir
a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar
a los enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas
enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que
estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo se casó con una
muchacha muy bonita pero terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se
dedicó a atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa
hacía y decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de
pronto la nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a
asistirla con una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la
enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía hacia
su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía
admirables milagros de Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos
espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz entre gentes que estaban
peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban, empezaran a amarse como
buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los admirables efectos que esta
santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su
ángel de la guarda y dialogaba con él.
Francisca fundó una
comunidad de religiosas seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les
puso por nombre "Oblatas de María", y su casa principal, que existe
todavía en Roma, fue un edificio que se llamaba "Torre de los Espejos".
Sus religiosas vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una
mujer de toda su confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también
ella de religiosa, y por unanimidad las religiosas la eligieron superiora
general. En la comunidad tomó por nombre Francisca Romana".
Había recibido de Dios la
eficacia de la palabra y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle
que les ayudara a solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo
le concedió el don de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a
las personas a conseguir la solución de sus dificultades.
Cuando llegaban las
epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al hospital, lo atendía, les
lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil
conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para
que se dedicaran a atender espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y
agua muchos días. Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios
empezó a concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma
con un director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que
bastaba tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las
personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
Estaba gravemente enferma,
y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable.
Entonces pronunció sus últimas palabras: "El ángel del Señor me manda que
lo siga hacia las alturas". Luego quedó muerta, pero parecía alegremente
dormida.
Tan pronto se supo la
noticia de su muerte, corrió hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos
pobres iban a demostrar su agradecimiento por los innumerables favores que les
había hecho. Muchos llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al
cadáver de la santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los
historiadores dicen que "toda la ciudad de Roma se movilizó", para
asistir a los funerales de Francisca.
Fue sepultada en la iglesia
parroquial, y al conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban
obrando milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su
tumba se volvió tan famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún
ahora: La Iglesia de Santa Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan
numerosos peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros
también nos conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas nuestras
fuerzas a cumplir cada día los deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos
consagremos con toda la generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados
y a ser extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen
Dios que así sea.
He aquí la descripción de
una mujer admirable. "Que las gentes comenten sus muchas buenas
obras" (S. Biblia. Proverbios 31).
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