martes, 12 de marzo de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 14 DE MARZO – JUEVES – 4ª – SEMANA DE CUARESMA - B Sta. MATILDE

 


14 DE MARZO – JUEVES –

4ª – SEMANA DE CUARESMA - B

Sta.  MATILDE

 

Lectura del libro del Éxodo (32,7-14):

 

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

«Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:

“Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».

Y el Señor añadió a Moisés:

«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».

Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:

«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? - ¿Por qué han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”?

Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».

Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 105,19-20.21-22.23

 

R/. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo

 

 En Horeb se hicieron un becerro,

adoraron un ídolo de fundición;

cambiaron su gloria por la imagen

de un toro que come hierba. R/.

 Se olvidaron de Dios, su salvador,

que había hecho prodigios en Egipto,

maravillas en la tierra de Cam,

portentos junto al mar Rojo. R/.

 Dios hablaba ya de aniquilarlos;

pero Moisés, su elegido,

se puso en la brecha frente a él,

para apartar su cólera del exterminio. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (5,31-47):

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:

«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.

Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.

Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.

Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.

Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.

     Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.

¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?

No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

 

Palabra del Señor

 

  1.  Por causa de la violación del precepto religioso de la observancia del sábado, que Jesús quebrantó al curar al paralítico de la piscina, el ataque violento de los dirigentes de la religión, con intención incluso de matarlo (Jn 5,18), motivó a Jesús a defenderse y justificar lo que hacía y por qué lo hacía.

El problema estaba en que, tanto en el mundo judío como en el grecorromano, se daba por sentado que, en caso de litigio o conflicto, una persona implicada en tal enfrentamiento no podía dar testimonio en favor de sí misma (Jn 5, 31). Así consta ya por el Deut 19, 15; 17, 6. Y lo mismo viene a decir F Josefo (Ant. IV, 219; cf. Billerbeck II, 522) (J. Zumstein).

Era enseñanza común desde Homero hasta Cicerón, con toda seguridad.

 

2. - ¿En qué y en quién se basaba el testimonio que justificaba el hecho de quebrantar lo que mandaba la inquebrantable voluntad de Dios, expresada en la ley?  

       - ¿Con qué autoridad quebrantaba Jesús lo mandado por Dios para la observancia del sábado?

Es la pregunta que se plantea en todas las curaciones que Jesús hizo en sábado, en el día de la semana que estaba prohibido curar enfermos.  Se trata, en el fondo, de la misma pregunta que Jesús hizo cuando curó al manco de la sinagoga: - ¿qué está permitido hacer en sábado?  - ¿El bien, o el mal? - ¿Dar vida o matar? (Mc 3, 4).

En el fondo, era la pregunta tremenda:

      - ¿qué es lo primero y lo más importante: la "observancia de la religión" o la "felicidad de la vida"?

Es la pregunta eterna, que se repite, una y otra vez, en toda la vida y en todos los conflictos de Jesús con los dirigentes de la religión.

 

3.  La respuesta de Jesús es clara y tajante: si no creéis en mí, creed en mis "obras". Las "obras" (tá érga) de Jesús fueron su "conducta" en favor de los enfermos, en defensa de la vida (Jn 4, 34; 17, 4; 5, 20. 36; 9, 3 s; 10, 25. 32. 37 s; 14, 10-12) (R. Heiligenthal).

Es una pena y un dolor que los "hombres de Iglesia" no podamos dar esta misma respuesta tantas y tantas veces: "si no creéis en nosotros, ahí está lo que hacemos". O sea, fijaos en nuestra conducta: damos vida, nos jugamos la vida, por defender y dignificar la vida.

- ¿Por qué el papa Francisco tiene tanta credibilidad en todo el mundo? Porque se ha puesto de parte de la vida de quienes apenas pueden vivir.

El día que todos los curas puedan decir: Si no creéis en mí, creed en mis obras, ese día el Evangelio se habrá hecho vida y dará vida al mundo.

 

Sta.  MATILDE

 



Matilde significa: "valiente en la batalla".

Era descendiente del famoso guerrero Widukind e hija del duque de Westfalia. Desde niña fue educada por las monjas del convento de Erfurt y adquirió una gran piedad y una fortísima inclinación hacia la caridad para con los pobres.

Muy joven se casó con Enrique, duque de Sajonia (Alemania). Su matrimonio fue excepcionalmente feliz. Sus hijos fueron: Otón primero, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; San Bruno, Arzobispo de Baviera; Gernerga, esposa de un gobernante; y Eduvigis, madre del famoso rey francés, Hugo Capeto.

Su esposo Enrique obtuvo resonantes triunfos en la lucha por defender su patria, Alemania, de las invasiones de feroces extranjeros. Y él atribuía gran parte de sus victorias a las oraciones de su santa esposa Matilde.

Enrique fue nombrado rey, y Matilde al convertirse en reina no dejó sus modos humildes y piadosos de vivir. En el palacio real más parecía una buena mamá que una reina, y en su piedad se asemejaba más a una religiosa que a una mujer de mundo. Ninguno de los que acudían a ella en busca de ayuda se iba sin ser atendido.

Era extraordinariamente generosa en repartir limosnas a los pobres. Su esposo casi nunca le pedía cuentas de los gastos que ella hacía, porque estaba convencido de que todo lo repartía a los más necesitados. Tampoco se disgustaba por las frecuentes prácticas de piedad a que ella se dedicaba, la veía tan bondadosa y tan fiel que estaba convencido de que Dios estaba contento de su santo comportamiento.

Después de 23 años de matrimonio quedó viuda, al morir su esposo Enrique. Cuando supo la noticia de que él había muerto repentinamente de un derrame cerebral, ella estaba en el templo orando. Inmediatamente se arrodilló ante el Santísimo Sacramento y ofreció a Dios su inmensa pena y mandó llamar a un sacerdote para que celebrara una misa por el descanso eterno del difunto. Terminada la misa, se quitó todas sus joyas y las dejó como un obsequio ante el altar, ofreciendo a Dios el sacrificio de no volver a emplear joyas nunca más.

Su hijo Otón primero fue elegido emperador, pero el otro hermano Enrique, deseaba también ser jefe y se declaró en revolución. Otón creyó que Matilde estaba de parte de Enrique y la expulsó del palacio. Ella se fue a un convento a orar para que sus dos hijos hicieran las paces. Y lo consiguió. Enrique fue nombrado Duque de Baviera y firmó la paz con Otón. Pero entonces a los dos se les ocurrió que todo ese dinero que Matilde afirmaba que había gastado en los pobres, lo tenía guardado. Y la sometieron a pesquisas humillantes. Pero no lograron encontrar ningún dinero. Ella decía con humor: "Es verdad que se unieron contra mí, pero por lo menos se unieron".

Y sucedió que a Enrique y a Otón empezó a irles muy mal y comenzaron a sucederles cosas muy desagradables. Entonces se dieron cuenta de que su gran error había sido tratar tan mal a su santa madre. Y fueron y le pidieron humildemente perdón y la llevaron otra vez a palacio y le concedieron amplia libertad para que siguiera repartiendo limosnas a cuantos le pidieran.

Ella los perdonó gustosamente. Y le avisó a Enrique que se preparara a bien morir porque le quedaba poco tiempo de vida. Y así le sucedió.

Otón adquirió tan grande veneración y tan plena confianza con su santa madre, que cuando se fue a Roma a que el Sumo Pontífice lo coronara emperador, la dejó a ella encargada del gobierno de Alemania.

Sus últimos años los pasó Matilde dedicada a fundar conventos y a repartir limosnas a los pobres. Otón, que al principio la criticaba diciendo que era demasiado repartidora de limosnas, después al darse cuenta de la gran cantidad de bendiciones que se conseguían con las limosnas, le dio amplia libertad para dar sin medida. Dios devolvía siempre cien veces más.

Cuando Matilde cumplió sus 70 años se dispuso a pasar a la eternidad y repartió entre los más necesitados todo lo que tenía en sus habitaciones, y rodeada de sus hijos y de sus nietos, murió santamente el 14 de marzo del año 968.

 

ORACION

Matilde: reina santa y generosa: haz que todas las mujeres del mundo que tienen altos puestos o bienes de fortuna sepan compartir sus bienes con los pobres con toda la generosidad posible, para que así se ganen los premios del cielo con sus limosnas en la tierra.

 

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