30 DE MARZO
–
SÁBADO SANTO –
¿QUÉ CELEBRAMOS ESTE
DÍA?
El Sábado Santo (denominado hasta la
reforma litúrgica de 1955 Sábado de Gloria) es el nombre que algunas
denominaciones cristianas dan al sábado de la semana del primer plenilunio de primavera
(boreal).
Es el tercer día del Triduo Pascual, que
concluye con las primeras Vísperas del Domingo de Resurrección culminando así
para los cristianos la Semana Santa.
Tras conmemorar el día anterior la muerte
de Cristo en la Cruz, se espera el momento de la Resurrección. Es la
conmemoración de Jesús en el sepulcro y su Descenso al Abismo. Una vez ha
anochecido, tiene lugar la principal celebración cristiana del año: la Vigilia
Pascual.
Durante el Sábado Santo la Iglesia
permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su
descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección.
Es el día del silencio: la comunidad
cristiana vela junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Se
ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar.
El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.
La Cruz sigue entronizada desde ayer.
Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha
muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.
Es el día de la ausencia. El Esposo nos
ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo
Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de
su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"? - ahora él
calla en el sepulcro. Descansa: "consummatum est", "todo se ha
cumplido".
Pero este silencio se puede llamar
plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Fulget crucis
mysterium": "resplandece el misterio de la Cruz."
El Sábado es el día en que experimentamos
el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta
realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ",
decían los discípulos de Emaús.
Es un día de meditación y silencio. Algo
parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que
fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su
inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y
siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy
grande" (Job. 2, 13).
Eso sí, no es un día vacío en el que
"no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta:
Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más
profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María,
está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.
El Sábado está en el corazón mismo del
Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos
detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres
aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el
misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado:
"...se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y
su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en
la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el
misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado
Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo
sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece
en la paz al universo entero".
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