3 DE MARZO –
DOMINGO –
3ª –
SEMANA DE CUARESMA - B
Santos Emeterio y
Celedonio de Calahorra, mártires
Lectura del libro
del Éxodo (20,1-17):
En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras:
«Yo soy el
Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.
No tendrás
otros dioses frente a mí.
No te harás
ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en
el agua debajo de la tierra.
No te
postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un
dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos,
cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman
y guardan mis preceptos.
No
pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor
impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para
santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo
es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el
forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo,
la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso
bendijo el Señor el sábado y lo santificó.
Honra a tu
padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu
Dios, te va a dar.
No matarás.
No cometerás
adulterio.
No robarás.
No darás
testimonio falso contra tu prójimo.
No codiciarás
los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo,
ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.»
Salmo:
18,8.9.10.11
R/. Señor, tú
tienes palabras de vida eterna
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor
es fiel e instruye al ignorante. R/.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R/.
La voluntad del Señor
es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son
verdaderos
y enteramente justos. R/.
Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. R/.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,22-25):
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros
predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es fuerza
de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los
hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Lectura del santo
evangelio según san Juan (2,13-25):
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró
en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas
y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a
los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto
de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que
está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le
preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús
contestó:
«Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos
replicaron:
«Cuarenta y
seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres
días?»
Pero él
hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los
discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a
la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las
fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía;
pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba
el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de
cada hombre.
JESUS,
NUEVO TEMPLO DE DIOS
La
escena de la expulsión de los mercaderes del templo la cuentan los cuatro
evangelios. Pero, como ocurre a menudo, hay algunas diferencias entre ellos.
Preguntas para un concurso
1. ¿Cuándo tuvo lugar dicha escena? ¿Al comienzo de la vida de Jesús o al
final?
2. Esta escena ha sido pintada por numerosos artistas, entre ellos el
Greco. En todas ellas aparece Jesús empuñando un azote de cordeles. Pero, de
los cuatro evangelios, sólo uno menciona dicho azote; en los otros tres Jesús
no recurre a ese tipo de violencia. ¿De qué evangelio se trata?
3. Sólo un evangelio dice que Jesús prohibió transportar objetos por la
explanada del templo. ¿Cuál?
4. ¿Qué evangelista cuenta la escena de la forma más breve?
5. ¿Quién la cuenta con más detalle, incluyendo una discusión con las
autoridades judías?
Respuestas
1. Juan la sitúa al comienzo de la vida de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas al
final, pocos días antes de morir.
2. El único que menciona el azote es Juan.
3. Esa prohibición sólo se encuentra en Marcos.
4. El más breve es Lucas.
5. Juan.
El relato de Juan (Jn 2,13-25)
El concurso anterior no se debe a un capricho. Pretende recordar que los
evangelistas no cuentan el hecho histórico tal como ocurrió, sino transmitir un
mensaje. Por eso alguno insiste en un detalle, mientras otros lo omiten por no
considerarlo adecuado para su auditorio. Lucas, por ejemplo, reduce al mínimo
la actitud violenta de Jesús, mientras que Juan la subraya al máximo. El relato
de Juan se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve
discusión con los judíos.
Un gesto
revolucionario
Se acercaba la Pascua de los
judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de
bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de
cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les
esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les
dijo:
̶ Quitad
esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo
que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
A nuestra mentalidad moderna le
resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos
ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los
mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Pero, desde
el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay
vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor?
¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del
extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no
ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura
de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas
y salmistas. Pero Jesús va más lejos, porque usa una violencia inusitada en él.
Debemos contemplarlo trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando
las mesas de los cambistas.
Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una
iglesia. Se fija en todo lo que no tiene nada que ver con una oración puramente
espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones,
candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos… ¿Cuál sería
nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, poder comulgar,
confesarnos, incluso rezar.
¿Por qué actúa Jesús de este modo? En el evangelio de Marcos, lo explica
como un buen maestro, empalmando dos textos proféticos, de Isaías y Jeremías:
“¿No esta escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos?
Pues vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos”.
En el evangelio de Juan, Jesús no actúa como maestro sino como hijo: “No
convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Estamos al comienzo del
evangelio (lo único que se ha contado después de la vocación de los discípulos
ha sido el episodio de las bodas de Caná), y ya se anuncia lo que será el gran
tema de debate entre Jesús y las autoridades judías en Jerusalén: su relación
con el Padre. Ese sentirse Hijo de Dios en el sentido más profundo es lo que le
provoca esa fuerte reacción de cólera, incluso trenzando y usando un látigo
(detalle que no aparece en los Sinópticos).
Juan explica esta reacción con unas palabras que no aparecen en los otros
evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo
de tu casa me devora.» El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a
asesinar a un judío y a una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo
impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús
a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de
comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente
permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que
podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero
lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no
tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo
de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.
La reacción de las autoridades
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
̶ ¿Qué
signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
̶ Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
̶ Cuarenta
y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres
días?
Pero él hablaba del templo de su
cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de
que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho
Jesús.
En contra de lo que cabría esperar,
las autoridades no envían la policía a detener a Jesús (como le ocurrió siglos
antes al profeta Jeremías, que terminó en la cárcel por mucho menos). Se
limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque, en
ciertos ambientes judíos, se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría
a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre
primero y luego actúe como tal.
La respuesta de Jesús es
aparentemente la de un loco: “Destruid este templo y en tres días lo
reconstruiré”. El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales,
porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la
explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el
tratado Middot, medía 50 mts de largo, por 35 de ancho y 50 de
alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como
albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue
consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el
63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se
comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres
días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.
Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta
respuesta de Jesús. (Resulta más lógica la versión de Marcos: los sumos
sacerdotes y los escribas no piden signos ni discuten con Jesús; se limitan a
tramar su muerte, que tendrá lugar pocos días después.) Pero el evangelista sí
nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras de Jesús. No se
refiere al templo físico, se refiere a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo,
pero él lo reedificará. Tenemos aquí, también desde el comienzo del evangelio,
algo equivalente a los tres anuncios de la Pasión y Resurrección en los
Sinópticos, aunque dicho de forma mucho más breve: “Destruid este templo
(Pasión) y en tres días lo levantaré” (Resurrección).
Cuaresma y resurrección
Esto último explica por qué se ha
elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la
Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de
resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma
y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de
Resurrección.
Jesús, nuevo templo de Dios
Hay otro detalle importante en el
relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en
un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los
romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica
experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los
babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un
templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus
sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos
que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el
templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que
él mismo ofreció.
Portentos y sabiduría (1 Corintios 1,22-25)
En la segunda lectura aparece también el tema de los prodigios. Pablo,
judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo
griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en
Cristo, los judíos pedían portentos, milagros (como se ha contado en el
evangelio), mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría
humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es
todo lo contrario: Cristo crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la
estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado “honoris causa” a Jesús
crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado
es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar
el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada
y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo.
Hermanos:
Los judíos exigen signos, los
griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado:
escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados
-judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues
lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte
que los hombres.
El Decálogo: tercer momento de la Historia de la salvación (1ª lectura)
Pensando especialmente en los catecúmenos se recuerda
en la primera lectura el Decálogo. A pesar de su enorme interés, es difícil
tratar las tres lecturas en la homilía. Por su estrecha relación con la
Cuaresma convendría limitarse a la segunda y al evangelio.
Santos Emeterio y
Celedonio de Calahorra, mártires
Vida de San Emeterio y san Celedonio de Calahorra
En verso recogió por escrito los relatos de su muerte el poeta hispano
Prudencio.
Calahorra está unida a estos soldados por el hecho de su martirio y quizás
también por ser el lugar de su nacimiento. Otros señalan a León como cuna por
los libros de rezos leoneses -antifonarios, leccionarios y breviarios del siglo
XIII- al interpretar «ex legione» como lugar de su proveniencia, cuando parece
ser que la frase latina es mejor referida a la Legión Gemina Pia Felix a la que
pertenecieron y que estuvo acampada cerca de la antigua Lancia, hoy León, según
se encuentra en el documento histórico denominado "Actas de Tréveris"
del siglo VII.
En la parte alta de Calahorra está la iglesia del Salvador -probablemente en
testimonio perpetuante del hecho martirial- por donde antes estuvo un convento
franciscano y antes aún la primitiva catedral visigótica que debió construirse,
según la costumbre de la época, junto a la residencia real, para defensa ante
posibles invasiones y que fue destruida por los musulmanes en la invasión del
923, según consta en el códice primero del archivo catedralicio.
No se conocen las circunstancias del martirio de estos santos; no las
refiere Prudencio. ¡Qué pena que el emperador Diocleciano ordenara quemar los
códices antiguos y expurgar los escritos de su tiempo! Con ello intentó, por lo
que nos refiere Eusebio, que no quedara constancia ni sirviera como propaganda
de los mártires y evitar que se extendiera el incendio. Tampoco hay en el
relato nombres que faciliten una aproximación. ¿Fue al comienzo del siglo IV en
la persecución de Diocleciano? Parece mejor inclinarse con La Fuente por la
mitad del siglo III, en la de Valeriano, contando con que algún otro retrotrae
la historia hasta el siglo II. Cierto es que Prudencio nació hacia el 350, deja
escrita en su verso la historia antes del 401, cuando se marcha a Italia,
hablando de ella como de suceso muy remoto y no debe referirse con esto al
tiempo de Daciano (a. 304) porque esta época ya fue conocida por los padres del
poeta. Es bueno además no perder de vista que el narrador antiguo no es tan
exacto en la datación de los hechos como la actual crítica, siendo frecuente
toparse con anacronismos poco respetuosos con la historia.
El caso es que Emeterio y Celedonio -hermanos de sangre según algunos
relatores- que fueron honrados con la condecoración romana de origen galo
llamada torques por los méritos al valor, al arrojo guerrero y disciplina
marcial, ahora se ven en la disyuntiva de elegir entre la apostasía de la fe o
el abandono de la profesión militar. Así son de cambiantes los galardones de
los hombres. Por su disposición sincera a dar la vida por Jesucristo, primero
sufren prisión larga hasta el punto de crecerles el cabello. En la soledad y
retiro obligados bien pudieron ayudarse entre ellos, glosando la frase del
Evangelio, que era el momento de «dar a Dios lo que es de Dios» después de
haberle ya dado al César lo que le pertenecía. Su reciedumbre castrense les ha
preparado para resistir los razonamientos, promesas fáciles, amenazas y
tormentos. En el arenal del río Cidacos se fija el lugar y momento del
ajusticiamiento. Cuenta el relato que los que presencian el martirio ven,
asombrados, cómo suben al cielo el anillo de Emeterio y el pañuelo de Celedonio
como señal de su triunfo señero.
Muy pronto el pueblo calagurritano comenzó a dar culto a los mártires. Sus
restos se llevaron a la catedral del Salvador; con el tiempo, las iglesias de
Vizcaya y Guipúzcoa con otras hispanas y medio día de Francia dispusieron de
preciosas reliquias. Junto al arenal que recogió la sangre vertida se levanta
la catedral que guarda sus cuerpos. Hoy Emeterio y Celedonio, los santos
cantados por su paisano Prudencio, y recordados por sus compatriotas Isidoro y
Eulogio son los patronos de Calahorra que los tiene por hermanos o de sangre o
-lo que es mayor vínculo- de patria, de ideal, de profesión, de fe, de martirio
y de gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario