2 DE MARZO
– SÁBADO –
2ª –
SEMANA DE CUARESMA - B
San Simplicio,
papa
Lectura de la
profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):
PASTOREA a tu pueblo, Señor, con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que
anda solo en la espesura, en medio del bosque; que se apaciente como antes en Basán y
Galaad.
Como cuando
saliste de Egipto, les haré ver prodigios.
¿Qué Dios hay
como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta del resto de
tu heredad?
No conserva
para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia.
Volverá a
compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará nuestros pecados a lo hondo del mar.
Concederás a
Jacob tu fidelidad y a Abrahán tu bondad, como antaño
prometiste a nuestros padres.
Palabra de Dios
Salmo:
102,1-2.3-4.9-10.11-12
R/. El Señor
es compasivo y misericordioso
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros
pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo
temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Lucas (15,1-3.11-32):
EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a
escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a
los pecadores y come con ellos».
Jesús les
dijo esta parábola:
«Un hombre
tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la
fortuna”.
El padre les
repartió los bienes.
No muchos
días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano,
y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo
había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a
pasar necesidad.
Fue entonces
y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos
a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos,
pero nadie le daba nada.
Recapacitando
entonces, se dijo:
“Cuántos
jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de
hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré:
Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo:
trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y
vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se
le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo
cubrió de besos.
Su hijo le
dijo:
“Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre
dijo a sus criados:
“Sacad
enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y
celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a
celebrar el banquete.
Su hijo mayor
estaba en el campo.
Cuando al
volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los
criados, le preguntó qué era aquello.
Este le
contestó:
“Ha vuelto tu
hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado
con salud”.
Él se indignó
y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él
respondió a su padre:
“Mira: en
tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me
has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha
venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el
ternero cebado”.
El padre le
dijo:
“Hijo, tú
estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un
banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido y lo hemos encontrado”».
Palabra del Señor
1. El
capítulo 15 del evangelio de Lucas está dedicado íntegramente a "lo extraviado", "lo perdido". Y así, nos descubre a Dios: cómo
es Dios. Lo extraviado crea en los humanos un vacío. Nos falta algo.
Y si lo que nos falta es importante, el sentimiento de vacío, de carencia, nos
hace la vida insoportable.
En la medida
en que vivimos con dolor una ausencia, en esa misma medida la vida se nos
convierte en una búsqueda, una espera, una soledad, un dolor que es más fuerte que la posesión, la presencia, todo, todo.
2. Por
eso, esta parábola nos enseña sobre Dios más que ninguna otra. Más que toda la teología. El "Padre" de esta parábola tenía dos
hijos.
El mayor, era
un mercenario, que obedecía en todo, para ganarse un pago adecuado.
El menor era
un ser humano que quería vivir bien, ser feliz. Por eso, el menor se fue a
divertirse, pero era humano. Y necesitaba el cariño y la seguridad que da el
cariño. Por esto, cuando se fue lejos y se quedó en la miseria, lo que sintió
no fue el arrepentimiento de su mala conducta, sino el hambre y el abandono.
3. Esto
explica que lo que le motivó a volver a casa de su Padre, no fue el pecado, sino el hambre.
Volvió a su
padre, no por un motivo "religioso", sino por una carencia
"humana". Cuando dice: "He pecado
contra el cielo y contra ti", el verbo griego amartáno se aplica al
"pecado" desde la traducción de los LXX. Era la expresión que se
usaba para encontrar acogida. Nada más que eso (G. Lohfink).
El Padre
quería tanto a su hijo perdido, que hasta corre, loco de alegría, para evitar
que la gente linche a aquel desvergonzado. Y se lo come a
besos, lo viste de lujo, le pone el anillo de mando, organiza un
banquete. Allí mandaba el amor, no la religión. Y donde hay amor de
verdad, hasta se renuncia a los propios derechos.
El Padre no
le pidió cuentas al perdido. Y reprendió al obediente "religioso". NO
TE CANSES DE SER BUENO siempre.
San Simplicio, papa
Vida de San Simplicio, papa
Natural de Tívoli,
en el campo de Roma. Es hijo de Castino. Le vemos formando parte del clero
romano y sucediendo al papa san Hilario en la Sede de Roma, en marzo del año
467.
Le toca vivir y
ser Supremo Pastor en un tiempo difícil por la herejía y la calamidad dentro de
la Iglesia que aparece como inundada por el error. En Occidente, Odaco se ha
hecho dueño de Italia y es arriano como los godos en las Galias, los de España
y los vándalos en África; el panorama no es muy consolador, no. Los ingleses
aún están en el paganismo. Para Oriente no van mejor las cosas, aunque con
otros tonos, en cuanto a la vida de fe: el emperador Zenón y el tirano Basílico
favorecen la herejía de Eutiques; los Patriarcas han resultado ambiciosos de
poder y las sedes patriarcales son una deseada presa más que un centro de
irradiación cristiana. ¡Lamentable estado general de la Iglesia que está
necesitando un buen timonel!
El nuevo papa
adopta en su pontificado una actitud fundamental: atiende preferente al clero.
Procura su reforma, detectando el error y proponiendo el remedio con la verdad
sin condescendencias que lo acaricien; muestra perseverancia firme y tesón
férreo cuando debe reprimir la ambición de los altos eclesiásticos.
Modera la Iglesia
que está en Oriente siendo un muro de contención frente a las ambiciones de
poder y dominio que muestra Acacio, Patriarca de Constantinopla, cuando
pretendía los derechos de Alejandría y Antioquía. No cedió a las pretensiones
del usurpador Timoteo Eluro, ni a las del intruso Pedro el Tintorero. Defendió
la elección canónica de Juan Tabenas como Patriarca de Alejandría frente a las
presiones de Pedro Mingo protegido por el emperador Zenón.
Gobierna la
Iglesia que está en Occidente mandando cartas a otro Zenón -obispo de Sevilla-,
encargándole rectitud y alabando su dedicación permanente a la familia
cristiana que tiene encomendada. También escribe a Juan, Obispo de Rávena, en
el 482, con motivo de ordenaciones ilícitas: «Quien abusa de su poder -le dice-
merece perderle». En el año 475 manda a los obispos galos Florencio y Severo
corregir a Gaudencio y privar del ejercicio episcopal a los que ordenó
ilícitamente al tiempo que da orientaciones para distribuir los bienes de la
Iglesia y evitar abusos.
En su diócesis de
Roma se comporta como modelo episcopal, entregándose al cuidado de sus fieles
como si no tuviera en sus hombros a la Iglesia Universal. Aquí cuida
especialmente la instrucción religiosa de los fieles, facilita la distribución
de limosnas entre los más pobres y dicta normas para atender primordialmente la
administración del bautismo. Aún tuvo tiempo para dedicar el primer templo en
el occidente a San Andrés, el hermano del apóstol Pedro, iuxta sanctam Mariam o
iuxta Praesepe, sobre el monte Esquilino.
También convocó un
concilio para explicitar la fe ante los errores que había difundido Eutiques,
equivocándose en la inteligencia de la verdad, pues, en su monofisismo, sólo
admitía en Cristo la naturaleza divina con lo que se llegaba a negar la
Redención.
Los datos exactos
de su óbito no están aun perfectamente esclarecidos, si bien se conoce que fue
en el mes de Febrero del año 483. Sus reliquias se conservan en Tívoli.
Los contemporáneos
del santo conocieron bien la austeridad de su vida y su constante oración hasta
el punto de afirmar que rezó como un monje y se mortificó como un solitario del
desierto. Sin esos medios su labor de servicio a la Iglesia hubiera resultado
imposible.
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