domingo, 17 de marzo de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 18 DE MARZO – LUNES – 5ª – SEMANA DE CUARESMA - B SAN CIRILO DE JERUSALEN, Obispo y Doctor

 


18 DE MARZO – LUNES –

5ª – SEMANA DE CUARESMA - B

SAN CIRILO DE JERUSALEN, Obispo y Doctor

 

   Lectura del libro de Daniel (13,1-9.15-17.19-30.33-62):

 

En aquellos días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y temerosa del Señor.

Sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un jardín junto a su casa; y como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí.

Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo:

«En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo».

Solían ir a casa de Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían a ellos.

A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos la veían a diario, cuando salía a pasear, y sintieron deseos de ella.

Pervirtieron sus pensamientos y desviaron los ojos para no mirar al cielo, ni acordarse de sus justas leyes.

Sucedió que, mientras aguardaban ellos el día conveniente, salió ella como los tres días anteriores sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No había allí nadie, excepto los dos ancianos escondidos y acechándola.

Susana dijo a las criadas:

«Traedme el perfume y las cremas y cerrad la puerta del jardín mientras me baño».

Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron:

«Las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas».

Susana lanzó un gemido y dijo:

«No tengo salida: si hago eso, mereceré la muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar delante del Señor».

Susana se puso a gritar, y los dos ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar contra ella. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del jardín.

Al oír los gritos en el jardín, la servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado. Cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.

Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a Susana.

En presencia del pueblo ordenaron:

«Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín».

Fueron a buscarla, y vino ella con sus padres, hijos y parientes.

Toda su familia y cuantos la veían lloraban.

Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana.

Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor.

Los ancianos declararon:

«Mientras paseábamos nosotros solos por el jardín, salió esta con dos criadas, cerró la puerta del jardín y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella.

Nosotros estábamos en un rincón del jardín y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros, y, abriendo la puerta, salió corriendo.

En cambio, a esta le echamos mano y le preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello».

Como eran ancianos del pueblo y jueces, la asamblea los creyó y la condenó a muerte.

Susana dijo gritando:

«Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí».

Y el Señor escuchó su voz.

Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; y este dio una gran voz:

«Yo soy inocente de la sangre de esta».

Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron:

«Qué es lo que estás diciendo?».

Él, plantado en medio de ellos, les contestó:

«Pero ¿estáis locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».

La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron:

«Ven, siéntate con nosotros e infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad».

Daniel les dijo:

«Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar».

Cuando estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le dijo:

«¡Envejecido en días y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: “No matarás al inocente ni al justo”. Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados».

Él contestó:

«Debajo de una acacia».

Respondió Daniel:

«Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».

Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo:

«Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?».

Él contestó:

«Debajo de una encina».

Replicó Daniel:

«Tu calumnia también se vuelve contra ti. el ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con vosotros».

Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él.

Se alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron.

Aquel día se salvó una vida inocente.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6

R/. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.

 

 El Señor es mi pastor, nada me falta:

en verdes praderas me hace recostar;

me conduce hacia fuentes tranquilas

y repara mis fuerzas. R/.

 Me guía por el sendero justo,

por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,

nada temo, porque tú vas conmigo:

tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

 Preparas una mesa ante mí,

enfrente de mis enemigos;

me unges la cabeza con perfume,

y mí copa rebosa. R/.

 Tu bondad y tu misericordia me acompañan

todos los días de mi vida,

y habitaré en la casa del Señor

por años sin término. R/.

 

Lectura del santo Evangelio según san Juan  8, 12-20

 

En aquel tiempo, Jesús habló a los fariseos, diciendo:

«Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».

Le dijeron los fariseos:

«Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero».

Jesús les contestó:

«Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino yo y e! que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el Padre».

Ellos le preguntaban:

«Dónde está tu Padre?».

Jesús contestó:

«Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre».

Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

 

Palabra del Señor.

 

1.  La enseñanza central de este evangelio está en la afirmación que Jesús hace de sí mismo: Yo soy la luz del mundo (Jn 8, 12).

Jesús no dice que él es "una" luz en el mundo, sino que él es "la" luz que ilumina a la humanidad entera. Jesús, que es el Logos, la Palabra, la Sabiduría, en la que Dios ha dicho a este mundo todo lo que le tenía que decir, para cualquier situación, cualquier crisis, sea cual sea la dificultad en que nos veamos, el Padre Dios nos dice: Pon los ojos solo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él aún más de lo que buscas y deseas (Juan de la Cruz, Subida al Monte C., 2, 22).

 

2.  En este mundo, de tan profundas y densas oscuridades, andamos con frecuencia entre densas tinieblas. Sin saber ni a dónde vamos, ni a qué vamos. Esto nos ocurre como individuos. Y como sociedad. Ahora, por ejemplo, cuando a todos nos seducen tanto las tecnologías, los sorprendentes inventos y adelantos, que cada día nos anuncian, quedamos alucinados, embelesados, seducidos. Baste pensar en lo que, en pocos años, han representado los adelantos en la informática. Ya no podemos vivir sin ella. Para la información, para las comunicaciones, para nuestros conocimientos. Y ya, hasta se habla del "hombre-máquina", del que nadie sabe si es posible o en qué consistirá.

Es terrible decirlo: andamos en tinieblas, en la más profunda oscuridad.

 

3.  Así las cosas, la luz, que puede iluminar nuestras vidas, sigue siendo (y lo será siempre) el "proyecto de vida" que nos marca el Evangelio. Ese proyecto de vida es la luz que necesitamos, para ver dónde estamos y a dónde nos puede llevar el camino que llevamos. Hoy ese camino lo marca la tecnología, determinada y guiada por los intereses del capitalismo.

Es el camino de la desigualdad creciente y galopante, que condena sin otro remedio al más del 80 % de la humanidad a vivir unos pocos años en la desesperación y la miseria, sin otra esperanza que la muerte temprana y criminal. Jesús no es esa luz.

El Evangelio nos urge a salir con urgencia de semejante oscuridad criminal. 

- ¿Qué hago yo en este orden fundamental de cosas?

 

SAN CIRILO DE JERUSALEN, Obispo y Doctor

 


Le tocó vivir en una de las épocas más difíciles de la historia de la Iglesia. Justo las de las controversias cristológicas en torno a la divinidad de Jesucristo. Se hacía cada vez más necesario llegar a fórmulas que precisaran los conceptos que se discutían; y esto no siempre se hizo en clima de seriedad científica, ni con espíritu apostólico buscando el bien de los cristianos. Se enredaron unos y otros en la controversia, poniendo excesivo énfasis en la defensa de los prestigios personales, tantas veces enmarañados con el afán de poder y de influencia; subieron de tono las envidias, los odios y rencores con evidente falta de respeto a la caridad, a la dignidad de las personas, a la veneración a los pastores. No fue precisamente una etapa que pueda presentarse como modélica y ejemplar en los comportamientos. Hubo santos como Cirilo y herejes también. Los apasionamientos hicieron que el estilo no fuera irreprochable.

Cirilo nació en Jerusalén alrededor del año 315. Sin que se sepa mucho más de su niñez, se le conoce como monje dedicado al estudio de la Sagrada Escritura y a la vida de oración y penitencia. Alrededor de sus treinta años se ordenó sacerdote; pronto pasó a ser obispo de Jerusalén, a la muerte de san Máximo, su predecesor; fue amigo de Hilario de Poitiers en Seleucia y de Atanasio. También san Jerónimo habla de él, pero con datos no excesivamente conformes con la historia.

Sus primeros años de obispo jerosolimitano fueron de una actividad intensa constatada por Basilio en Grande, que describe el estado floreciente de aquella Iglesia cuando la visitó, en el 357.

Después de un decenio de paz, comenzó para Cirilo un verdadero calvario. Se vio envuelto en una controversia con el metropolita de Cesarea, llamado Acacio. Era la disputa por la jurisdicción entre las dos sedes; pero aquello desembocó en una lucha doctrinal. Por medio estaba el pasado concilio de Nicea, y del mismo modo que Cirilo era incondicional al concilio, Acacio era enemigo acérrimo. Vinieron sínodos y apelaciones al emperador Constancio y el empleo de la fuerza; el resultado fue que Cirilo tiene que salir a su primer destierro camino de Antioquía. La recuperó en el año 362, siendo ya emperador Juliano el Apóstata; las tensiones entre Cesarea y Jerusalén volvieron a ponerse de manifiesto a la muerte de Acacio por el hecho de nombrar Cirilo un sucesor legítimo que no aceptaron los arrianos; así que, en el 367, comenzó un nuevo destierro, esta vez por once años. Al subir Graciano al Imperio pudo regresar Cirilo a su sede jerosolimitana, a finales del 378, para intentar poner en su sitio las piedras rotas por tanta desunión y herejía, procurando que la diócesis y sus fieles recuperaran el antiguo fervor.

Murió el peregrino errante en el año 386, después de haber conseguido pacificar algo las turbulencias y conseguir la unión con la Iglesia de algunos grupos separados.

Los sufrimientos no solo fueron físicos, sino también morales; en el apasionamiento de las peleas y diatribas no faltó quien le tachó de arriano, viendo en algunos actos de su prudencia concesiones a la galería de los separados; pero Cirilo se mostró siempre como defensor sin fisura de la fe que profesaba la Iglesia de Roma y estuvo incondicionalmente unido a ella.

eso que tenía un espíritu pacífico y conciliador, más amigo de enseñar que de polemizar. Su mejor elogio es el permanente odio de los arrianos, que en todo tiempo vieron en él un enemigo implacable.

Nombrado doctor de la Iglesia en 1882 por su enseñanza firme y constante, sin concesiones, con toda la precisión terminológica que cabía esperar en un catequista más que en un teólogo. Sus escritos son principalmente catequesis –obras maestras en su género– y pertenecen al primer período de paz en su sede de Jerusalén: una exposición sencilla y pastoral de la fe cristiana. Caben distinguirse las Catequesis que predicó a sus fieles de Jerusalén en la Cuaresma del año 384; unas, concretamente dieciocho, las dirigió a los catecúmenos, en la basílica de la Resurrección –esa que construyó Constantino sobre el lugar donde estuvo el sepulcro del Señor– y los temas desarrollados versan sobre el pecado, la penitencia y el bautismo, con algunos comentarios sistemáticos sobre los diversos artículos del Símbolo; otras –las que se llaman Mistagógicas– las predicó en la capilla del Santo Sepulcro, durante la semana de Pascua de ese mismo año y las dirigió a los neófitos –cristianos recién bautizados–, explicándoles las ceremonias del bautismo, e instruyéndoles sobre la Eucaristía y la liturgia de la Iglesia.

 

Quien piense que la historia de la Teología y de la Liturgia se ha escrito por maniáticos que ocuparon sendos despachos bien montados se equivoca; detrás de cada tratado o de cada disposición cultual hay toda una complicada trama forjada con la vida de hombres que decidieron ser fieles a los datos revelados, aunque eso les llevara a soportar las mayores penalidades.

 

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