15
DE JUNIO – LUNES -
11ª
SEMANA DEL TEMPO ORDINARIO
Mt
5,38-42
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Sabéis que está
mandado: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo: no hagáis
frente al que os agravia.
Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale
la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale
también la capa; a quien te requiera para caminar una milla,
acompáñalo dos;
a quien te pide, dale; y al que te pide prestado, no lo rehúyas".
1. La
“ley del talión", extendida en las culturas orientales
antiguas, fue asumida por Israel: “vida por vida, ojo por ojo,
diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por
quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal” (Ex 21, 23-25;
cf. Lv 24, 19 s; Dt 19, 21). Se sabe que esta ley fue una liberación
y un alivio para las gentes más oprimidas de la
antigüedad. En todo caso, aceptó la represión de la violencia con
la misma violencia.
2. Jesús
anula esta ley que, en la práctica, es la legitimación de la
venganza. Pero Jesús llega mucho más lejos. Porque no se limita a
anular la ley de la venganza, sino que además dispone la renuncia a
la propia dignidad (la bofetada), la renuncia a la propiedad (dar la
capa al ladrón), y la renuncia a la defensa (no negarse nunca a dar
con creces). En definitiva, se trata de que, no solo no te vengues de
quien te humilla, te pide lo tuyo o se aprovecha de ti, sino que seas
generoso con él, hasta llegar al exceso de lo que razonablemente
supera todo límite. Jesús no solo invita a refrenar la agresividad,
sino que invita a soportar la agresividad del violento.
3. Es
evidente que, al pedir estas cosas, Jesús propone algo que es
provocativo. ¿Por qué? Sin duda, porque por aquí va el único
camino eficaz que conduce a la eliminación de la violencia. Nunca
deberíamos olvidar que la violencia constituye un círculo cerrado
sobre sí mismo que se alimenta en la propia violencia, que así se
hace más fuerte y, además, se perpetúa.
Los
“excesos” de no-violencia, que propone Jesús, son “un gemido
del oprimido” (“a sigh of the oppressed”. K. Tagawa), que
desarma al violento. Pero no basta cualquier gemido. Tiene que ser
tan fuerte como las renuncias que plantea Jesús. Y conviene caer en
la cuenta de que, para exigir tanta renuncia, Jesús no invoca ni el
motivo del Reino, ni nada relacionado con Dios. El asunto es tan
grave, que Jesús consideró que ya era bastante con presentar el
tema en toda su crudeza.
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