Domingo 14 de Junio
11.del Tiempo Ordinario - Ciclo B.
El enigma, la mostaza y el cedro.
Terminado
el tiempo de Pascua y las fiestas posteriores (Pentecostés,
Trinidad, Corpus Christi) volvemos al tiempo ordinario. Es como
llegar tarde al cine, en mitad de una película. Jesús está
hablando a la gente y no sabemos qué ha ocurrido antes. Pero no es
cuestión de contarlo ahora. Prestemos atención a lo que dice. Son
dos parábolas, dos comparaciones, las dos muy breves.
El
campesino y la tierra
En
aquel tiempo decía Jesús a las turbas: – El Reino de Dios se
parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de
noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo,
sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella
sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando
el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Lo
que dice la primera parábola parece una tontería: que el campesino
siembra y luego se olvida de lo que ha sembrado hasta llegar el
momento de la siega; la que trabaja es la tierra, es ella la que hace
crecer los tallos, las espigas y el grano. Eso lo saben todos los
galileos que escuchan a Jesús. ¿Dónde radica la novedad de esta
parábola? En que Jesús compara la actividad del campesino con lo
que ocurre en el reino de Dios. También aquí la semilla termina
dando fruto sin que el campesino trabaje, mientras duerme. Y entonces
surgen los interrogantes: ¿quién es el campesino? ¿Es Jesús? No
parece lógico, porque el campesino de la parábola no sabe lo que
ocurre. ¿Son los apóstoles y misioneros que anuncian el evangelio,
y éste da fruto aunque ellos no se den cuenta? ¿Quién es la
tierra? ¿Es cada cristiano, en el que la semilla va dando fruto
mientras el que ha sembrado duerme?
La
parábola es un misterio y se comprende que Mateo y Lucas (por
motivos pastorales, como ahora se dice) no la copiasen. La liturgia
católica, que suprime a placer infinidad de textos, no ha mostrado
la misma preocupación.
La
mostaza y el cedro
Dijo
también: – ¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué
parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la
tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más
alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los
pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas. Con muchas parábolas
parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo
se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba
todo en privado.
La
segunda comparación es más clara y de enorme actualidad, sobre todo
en muchos países occidentales, donde el cristianismo parece andar de
capa caída. Jesús compara a la comunidad cristiana, el reino de
Dios en la tierra, con la semilla de mostaza; algo diminuto, pero
que, al cabo del tiempo, se convierte en árbol y puede acoger a los
pájaros del cielo. No hay que desanimarse si la iglesia es un
arbolito pequeño, poco mayor que las hortalizas.
Quien
conoce el Antiguo Testamento, advierte que esta parábola recoge una
comparación de Ezequiel modificándola radicalmente. Este profeta se
dirige a los judíos de su tiempo, desanimados por tantas desgracias
políticas, económicas y religiosas. Para infundirles esperanza,
compara al pueblo con un árbol. Pero no con el modesto arbolito de
la mostaza, sino con un majestuoso cedro, del que Dios arranca un
esqueje para plantarlo «en un monte elevado, en la montaña más
alta de Israel».
Esto
dice el Señor Dios: – Arrancaré una rama del alto cedro y la
plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la
plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña
más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un
cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo
de sus ramas.
Todo
es grandioso en Ezequiel; en el evangelio, todo es modesto. Pero el
resultado es el mismo; en ambos árboles pueden anidar los pájaros.
La comparación de Ezequiel recuerda la imagen de una iglesia
universal dominante, grandiosa, respetada y admirada por todos. La de
Jesús, una comunidad modesta, sin grandes pretensiones, pero alegre
de poder acoger a quien la necesite.
El
destierro y la patria
El
tiempo ordinario nos devuelve también a la problemática realidad de
la segunda lectura, sin relación con la primera ni con el evangelio.
Un inciso que dificulta más que ayuda. Eso no significa que no
contenga mensajes importantes.
Hermanos:
Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos,
estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados
por la fe. Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos
del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en
patria, nos esforzamos en agradarle. Porque todos tendremos que
comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo
por lo que hayamos hecho en esta vida.
Este
breve fragmento de la segunda carta a los Corintios nos permite
conocer los sentimientos más íntimos de Pablo. La conversión
supuso para él un cambio radical con respecto a la persona de Jesús.
De perseguirlo pasó a estar tan entusiasmado con él que, por su
gusto, preferiría morir para estar con el Señor. Su situación le
recuerda a la de tantos contemporáneos suyos, que por motivos
políticos eran desterrados, lejos de Roma o de otra ciudad
importante. Él también se siente desterrado, lejos del Señor. Y le
gustaría morir, porque sólo con la muerte se puede volver a la
verdadera patria y estar cerca del Señor. (Siglos más tarde santa
Teresa diría algo parecido: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida
espero que muero porque no muero».) Pero Pablo acepta la realidad.
En el destierro o en la patria, debemos esforzarnos por agradar a
Dios.
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