7
de junio
“El
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo” (B)
Jesús
tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió
y
se lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo
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Primera
lectura: Éxodo 24, 3-8
En
aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo
todo
lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo
contestó a una: “Haremos todo lo que dice el Señor”. Moisés
puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano
y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las
doce tribus de Israel.
Y
mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al
Señor
holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de
la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el
altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en
alta voz al pueblo, el cual respondió: “Haremos todo lo que manda
el Señor y le obedeceremos”. Tomó Moisés la sangre y roció al
pueblo, diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que hace el
Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos”.
Salmo
115, 12-13. 15. l6bc. 17-18
R//
Alzaré la copa de la salvación,
invocando
el nombre del Señor.
• ¿Cómo
pagaré al Señor
todo
el bien que me ha hecho?
Alzaré
la copa de la salvación,
invocando
su nombre.
• Mucho
le cuesta al Señor
la
muerte de sus fieles.
Señor,
yo soy tu siervo,
hijo
de tu esclava;
rompiste
mis cadenas.
• Te
ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando
tu nombre, Señor.
Cumpliré
al Señor mis votos,
en
presencia de todo el pueblo.
Segunda
Lectura: Hebreos 9, 11-15
Hermanos:
Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su
tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de
hombre, es decir, no de este mundo creado.
No
usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y
así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la
liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el
rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a
los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la
sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido
a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra
conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.
Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido
una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la
primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la
herencia eterna.
Evangelio:
Marcos 14, 12-16. 22-26
El
primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,
le dijeron a Jesús sus discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la cena de Pascua?
Él
envió a dos discípulos, diciéndoles: Id a la ciudad, encontraréis
un hombre que lleva un cántaro de agua: seguidlo, y en la casa en
que entre decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿dónde está la
habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?».
Os
enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con
divanes. Preparadnos allí la cena.
Los
discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que
les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras
comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y
se lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Cogiendo una copa,
pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les
dijo: Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.
Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día
que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
Después
de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.
LA
CENA DEL SEÑOR
Los
estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los
cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la
misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo
largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos
a la comunidad de Jesús.
Lo
sorprendente es que estamos dejando que la misa «se
pierda»
sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros.
¿No es la Eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo
podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna?
¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué
los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y
dolor?
La
desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes
participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la
fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las
comunidades, pero podrá la misa seguir viva sólo a base de medidas
protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?
Las
preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una
experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor, que la que
ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo
hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?
¿Es
la liturgia que nosotros venimos repitiendo desde siglos la que mejor
puede ayudar en estos tiempos a los creyentes a vivir lo que vivió
Jesús en aquella cena memorable donde se concentra, se recapitula y
se manifiesta cómo y para qué vivió y murió Jesús? ¿Es la que
más nos puede atraer a vivir como discípulos suyos al servicio de
su proyecto del reino del Padre?
Hoy
todo parece oponerse a la reforma de la liturgia. Sin embargo, cada
vez será más necesaria si la Iglesia quiere vivir del contacto
vital con Jesucristo. El camino será largo. La transformación será
posible cuando la Iglesia sienta con más fuerza la necesidad de
recordar a Jesús y vivir de su Espíritu. Por eso también ahora lo
más responsable no es ausentarse de la Eucaristía sino contribuir
para volver a Jesucristo.
Ninguna
explicación teológica, ninguna ordenación litúrgica, ninguna
devoción interesada nos ha de alejar de la intención original de
Jesús. Celebrar la Eucaristía es alimentar nuestra adhesión a
Jesús, vivir en contacto con él, seguir unidos.
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