26
DE JUNIO - VIERNES -
12ª
SEMANA DEL TEMPO ORDINARIO
Mt 8,
1-4.
En aquel tiempo, al
bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó
un leproso, se arrodilló y le dijo: “Señor, si quieres, puedes
limpiarme”. Extendió la mano y lo tocó diciendo: “¡Quiero,
queda limpio!”. Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús
le dijo: “No se lo digas a nadie, pero para que conste, ve a
presentarte al sacerdote y entrega
la ofrenda que mandó Moisés”.
1. El
evangelio de Mateo dice, al comienzo y al final del Sermón del
Monte, exactamente la misma frase: “lo siguieron grandes
multitudes” (Mt 4, 25; 8, 1).
El
seguimiento de Jesús no es privilegio de los discípulos y
apóstoles. A Jesús lo sigue mucha gente. Pero no cualquier tipo
de gente, sino precisamente los que en aquel tiempo se denominaban
con el término “óchlos", los más sencillos, los ignorantes,
los que eran considerados como "malditos” según dijeron
expresamente los piadosos fariseos (Jn 7,49).
2. Después
del Sermón, lo primero que hace Jesús (según Mt) es “limpiar a
un leproso. Lo limpia de su enfermedad. Y lo limpia de la
“impureza" religiosa que era la lepra entonces. O sea, Jesús
le devuelve a aquel hombre la salud y la dignidad, de forma que queda
integrado en la convivencia social, como una persona normal. Por eso
Jesús envía al hombre que vaya al sacerdote. Era el trámite legal
que había que cumplir para que nadie le pudiera echar nada en cara.
3. Jesús
elimina todo lo que margina, excluye o divide a las personas. Sobre
todo cuando la exclusión tiene su origen en leyes y normas
establecidas por la religión.
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