1 DE AGOSTO - MARTES –
17ª - SEMANA DEL T.O.-A
Evangelio según san Mateo 13, 36-43
En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los
discípulos se le acercaron a decirle:
"Acláranos la parábola de la cizaña en
el campo". Él les contestó:
"El que siembra la buena semilla es el
Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del
Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es
el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema,
así será al fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y
arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al
horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Entonces los justos brillarán como el sol en
el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
1. La explicación de la parábola de la cizaña
deja claro que la historia del mundo es la historia de la complejidad y de la
confusión, la mezcla de lo humano con lo inhumano, la paz con la violencia, la
felicidad y el sufrimiento, el sentido y el sin-sentido de la vida. Así ha sido
siempre. Y así será hasta el fin de los tiempos.
Soñar con el
"mundo feliz" de Aldous Huxley o el ser "post-humano", del que
ahora se habla y hasta hay quien lo toma en serio, es querer tocar la luna con
las manos.
El primer paso para
entender a Jesús es aceptar
la complejidad de esta vida, que es como es, no
como a nosotros nos gustaría que fuese o nos imaginamos que será. Al menos, mientras no tengamos más
argumentos para llegar a semejante
conclusión.
2. Así las cosas, una pésima solución sería
renunciar a la utopía de un mundo más humano.
Las gentes de mentalidad resignada y conservadora se han inventado la
utopía de un mundo sin utopías. Los que piensan así son aquellos a los que, por
lo general, les va bien con las cosas como están. Por eso se han enfrentado a
todas las utopías. Sin caer en la cuenta de que, al hacer eso, ellos también
caen en otra utopía. La utopía de un mundo de resignados y desengañados en la
lucha. El mundo que deja tranquilos a los satisfechos y a los selectos.
3. Pero que nadie pretenda excluir a los que no
coinciden con él. El respeto, la tolerancia, la capacidad de convivir en paz
con el diferente y el extraño, con el "malo" y el
"perdido", eso, es lo que nos humaniza, nos equilibra, nos hace
personas eficientes en la mejora de este inmenso campo en el que todos vivimos
(o tendríamos que vivir) en igualdad de condiciones. Y con
las mismas posibilidades. Dejemos a Dios ser
Dios. Porque si no dejamos ni a Dios ser Dios,
- ¿cómo
vamos a dejar que cada cual sea el que es?
Donde no hay respeto a
la identidad de cada ser humano, no puede existir el respeto mínimo e
indispensable a la vida.
SAN ALFONSO
MARIA DE LIGORIO
(1696 - 1787)
Alfonso
significa: "listo para el combate".
Nació cerca
de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Sus padres fueron Don José, Marqués de
Ligorio y Capitán de la Armada naval, y Doña Ana Cabalieri.
Nuestro
santo fue el primogénito de siete hermanos, cuatro varones y tres niñas. Siendo
aún niño fue visitado por San Francisco Jerónimo el cual lo bendijo y anunció:
"Este chiquitín vivirá 90 años, será obispo y hará mucho bien".
A los 16
años, caso excepcional obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y
canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios.
Para
conservar la pureza de su alma escogió un director espiritual, visitaba
frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con gran devoción a la Virgen y
huía como de la peste de todos los que tuvieran malas conversaciones.
Su padre,
que deseaba hacer de él un brillante político, lo hizo estudiar varios idiomas
modernos, aprender música, artes y detalles de la vida caballeresca. Y en su
profesión de abogado iba obteniendo resaltantes triunfos. Pero todo esto no lo
dejaba satisfecho, por el gran peligro que en el mundo existe de ofender a
Dios.
A sus
compañeros les repetía: "Amigos, en el mundo corremos peligro de
condenarnos".
Más tarde
escribiría: "Las vanidades del mundo están llenas de amargura y
desengaños. Lo sé por propia y amarga experiencia"
Su padre
quería casarlo con alguna joven de familia muy distinguida para que formara un
hogar de alta clase social. Pero cada vez que le preparaban algún noviazgo, la
novia tenía que exclamar: "Muy noble, muy culto, muy atento, pero... ¡Vive
más en lo espiritual que en lo material!
Hubo un
pleito famoso entre el Doctor Orsini y el gran duque de Toscana. El Dr. Alfonso
defendía al de Orsini. Su exposición fue maravillosa, brillante. Sumamente
aplaudida. Creía haber obtenido el triunfo para su defendido. Pero apenas
terminada su intervención, se le acerca el jefe de la parte contraria, le
alarga un papel y le dice: "Todo lo que nos ha dicho con tanta elocuencia
cae de su base ante este documento".
Alfonso lo
lee, y exclama: "Señores, me he equivocado", y sale de la sala
diciendo en su interior: "Mundo traidor, ya te he conocido. En adelante no
te serviré ni un minuto más".
Se encierra
en su cuarto y está tres días sin comer. No hace sino rezar y llorar.
Después se
dedica a visitar enfermos, y un día en un hospital de incurables le parece que
Jesús le dice: "Alfonso, apártate del mundo y dedícate sólo a servirme a
mí". Emocionado le responde: "Señor, ¿qué queréis que yo haga?".
Y se dirige
luego a la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced y ante el sagrario hace voto
de dejar el mundo. Y como señal de compromiso deja su espada ante el altar de
la Stma. Virgen.
Pero tuvo
que sostener una gran lucha espiritual para convencer a su padre, el cual
cifraba en este hijo suyo, brillantísimo abogado, toda la esperanza del futuro
de su familia. "Fonso mío - le decía llorando - ¿Cómo vas a dejar tu
familia? - y él respondía: Padre, el único negocio que ahora me interesa es el
de salvar almas".
Al fin, a los
30 años de edad logra ser ordenado sacerdote. Desde entonces se dedica trabajar
con las gentes de los barrios más pobres de Nápoles y de otras ciudades. Reúne
a los niños y a la gente humilde, al aire libre y les enseña catecismo.
Su padre que
gozaba oyendo sus discursos de abogado, ahora no quiere ir a escuchar sus
sencillos sermones sacerdotales. Pero un día entra por curiosidad a escucharle
una de sus pláticas, y sin poderse contener exclama emocionado: "Este hijo
mío me ha hecho conocer a Dios". Y esto lo repetirá después muchas veces.
Se le
reunieron otros sacerdotes y con ellos, el 9 de noviembre de 1752, fundó la
Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas). Y a imitación de
Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el
evangelio. Su lema era el de Jesús: "Soy enviado para evangelizar a los
pobres".
Durante 30
años, con su equipo de misioneros, recorre campos, pueblos, ciudades,
provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o 15 días predicando, para que no
quedara ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente.
La gente al
ver su gran espíritu de sacrificio corría a su confesionario a pedirle perdón
de sus pecados. Solía decir que el predicador siembra y el confesor recoge la
cosecha.
Es admirable
como a San Alfonso le alcanzaba el tiempo para hacer tantas cosas. Predicaba,
confesaba, preparaba misiones y escribía. Hay una explicación: Había hecho
votos de no perder ni un minuto de su tiempo. Y aprovechaba este tesoro hasta
lo máximo. Al morir deja 111 libros y opúsculos impresos y 2 mil manuscritos.
Durante su vida vio 402 ediciones de sus obras.
Su obra ha
sido traducida a 70 lenguas, y ya en vida llegó a ver más de 40 traducciones de
sus escritos.
Para su
libro más famoso, Las Glorias de María, empezó San Alfonso a recoger materiales
cuando tenía 38 años de edad, y terminó de escribirlo a los 54 años, en 1750.
Su redacción le gastó 16 años.
San Alfonso
M. de Ligorio Sus obras las escribió en sus últimos 35 años, que fueron años de
terribles sufrimientos.
En 1762 el
Papa lo nombró obispo de Santa Agueda. Quedó aterrado y dijo que renunciaba a
ese honor. Pero el Papa no le aceptó la renuncia. "Cúmplase la Voluntad de
Dios. Este sufrimiento por mis pecados" - exclamó - y aceptó. Tenía 66
años.
Estuvo 13
años de obispo. Visitó cada dos años los pueblos. En cada pueblo de su diócesis
hizo predicar misiones, y él predicaba el sermón de la Virgen o el de la
despedida.
Vino el
hambre y vendió todos sus utensilios, hasta su sombrero y anillo y la mula y el
carro del obispo para dar de comer a los hambrientos.
Cuando le
aceptaron su renuncia de obispo exclamó: Bendito sea Dios que me ha quitado una
montaña de mis hombros.
Dios lo
probó con enfermedades. Fue perdiendo la vista y el oído. "Soy medio sordo
y medio ciego - decía - pero si Dios quiere que lo sea más y más, lo acepto con
gusto".
Su delicia
era pasar las horas junto al Santísimo Sacramento. A veces se acercaba al
sagrario, tocaba a la puertecilla y decía: "¿Jesús, me oyes?"
Le encantaba
que le leyeran Vidas de Santos. Un hermano tras otro pasaba a leerle por horas
y horas.
Preguntaba:
¿Ya rezamos el rosario? Perdonadme, pero es que del Rosario depende mi
salvación. "Traedme, a Jesucristo", decía, pidiendo la comunión.
San Alfonso
muere el 1 de agosto de 1787, (Tenía 90 años).
El Papa
Gregorio XVI lo declara Santo en 1839. El Papa Pío IX lo declara Doctor de la
Iglesia en 1875.
Para un
devoto de la Virgen ninguna lectura más provechosa que Las Glorias de María de
San Alfonso.
No hay gente
débil y gente fuerte en lo espiritual, sino gente que no reza y gente que sí
sabe rezar.
(San Alfonso)