30 de Julio - DOMINGO –
XVII – Semana del T. O. – A
Lectura del primer libro de los Reyes (3,5.7-12):
En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a
Salomón y le dijo:
«Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón:
«Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo
suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé
desenvolverme.
Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un
pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para
gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz
de gobernar a este pueblo tan numeroso?»
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido
aquello, y Dios le dijo:
«Por haber pedido esto y no haber pedido para ti
vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste
discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un
corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de
ti.»
Salmo 118,57.72.76-77.127-128.129-130
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Mi porción es el Señor;
he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata. R/.
Que tu bondad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión,
viviré, y mis delicias serán tu voluntad. R/.
Yo amo tus mandatos
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos
y detesto el camino de la mentira. R/.
Tus preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Romanos (8,28-30):
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve
para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había
escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el
primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que
llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,44-52):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro
escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de
alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino
de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al
encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red
que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la
arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos
los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán
los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno
encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo
esto?»
Ellos le contestaron:
«Sí.»
Él les dijo:
«Ya veis, un escriba que entiende del reino de
los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo
antiguo.»
Parábolas para tiempo de crisis
(final)
En los dos domingos
anteriores, el discurso en parábolas ha respondido a tres preguntas que se hace
la antigua comunidad cristiana y que nos seguimos planteando nosotros:
1) ¿Por qué no aceptan
todos el mensaje de Jesús? (parábola del sembrador).
2) ¿Qué hacer con quienes
no lo aceptan? (el trigo y la cizaña).
3) ¿Tiene futuro esta
comunidad tan pequeña? (el grano de mostaza y la levadura)
Quedan todavía otras dos
preguntas por plantear y responder.
¿VALE LA PENA?
La pregunta que puede seguir rondando en la cabeza de
los seguidores de Jesús es si todo esto vale la pena. A la pregunta responden
dos parábolas muy breves, aparentemente idénticas en el desarrollo y con gran
parecido en las imágenes. Por eso se las conoce como las parábolas del tesoro y
la perla. Lo que ocurre en ambos casos es lo siguiente:
a) El protagonista descubre algo de enorme valor.
b) Con tal de conseguirlo, vende todo lo que tiene.
c) Compra el
objeto deseado.
Sin embargo, hay curiosas diferencias entre las dos
parábolas, empezando por los protagonistas.
El suertudo y el concienzudo
- El reino de
los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder
y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
- El reino de
los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la
compra.
El protagonista de la primera es un hombre con suerte. Mientras camina por el campo,
encuentra un tesoro. Su primera reacción no es llevarlo a la oficina de objetos
perdidos (que entonces no existia) ni poner un anuncio en el periódico (que
tampoco existía). Ante todo, lo esconde. Repuesto de la sorpresa, se llena de
alegría y decide apropiarse del tesoro, pero legalmente. La única solución es
comprar el campo. Es grande y caro. No importa. Vende todo lo que tiene y lo
compra.
El protagonista de la segunda parábola es muy distinto. No pierde el tiempo paseando por
el campo. Es un comerciante concienzudo que va en busca de perlas de gran
valor. Por desgracia, la traducción litúrgica ignora este aspecto: en vez de
“El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas”,
debería decir “a un comerciante en busca de perlas finas”. No la
encuentra por casualidad, va tras ella con ahínco. Como buen comerciante,
calculador y frío, no salta de alegría cuando la encuentra, igual que el
protagonista de la primera parábola. Pero hace lo mismo: vende todo lo que
tiene para comprarla.
La perla y el comerciante
Otra diferencia curiosa es que la primera parábola
compara el Reino de los Cielos con un tesoro, pero la segunda no lo compara con
una perla preciosa, sino con un comerciante. Este detalle ofrece una pista para
interpretar las dos parábolas.
Ni bonos basura ni timo de la estampita
No olvidemos que estas parábolas se dirigen a una
comunidad que sufre una crisis profunda y se pregunta si ser cristiano tiene
valor. En términos modernos: ¿me han vendido bonos basura o me han dado el timo
de la estampita? La respuesta pretende revivir la experiencia primitiva, cuando
cada cual decidió seguir a Jesús.
Unos entraron en contacto con la comunidad de forma
puramente casual, y descubrieron en ella un tesoro por el que merecía la pena
renunciar a todo.
Otros descubrieron la comunidad no casualmente, sino
tras años de inquietud religiosa y búsqueda intensa, como ocurrió a numerosos
paganos en contacto previo con el judaísmo; también éstos debieron renunciar y
vender para adquirir.
Las parábolas, aparte de infundir ilusión, animan
también a un examen de conciencia. - ¿Sigue siendo para mí la fe en Jesús y la
comunidad cristiana un tesoro inapreciable o se ha convertido en un objeto
inútil y polvoriento que conservo sólo por rutina?
Al mismo tiempo, nos enseñan algo muy importante: es
el cristiano, con su actitud, quien revela a los demás el valor supremo del
Reino. Si no se llena de alegría al descubrirlo, si no renuncia a todo por
conseguirlo, no hará perceptible su valor. Estas parábolas parecen decir: «Cuando te pregunten si ser cristiano vale
la pena, no sueltes un discurso; demuestra con tu actitud que vale la pena».
¿QUÉ OCURRIRÁ A QUIENES ACEPTAN EL REINO, PERO NO
VIVEN DE ACUERDO CON SUS IDEALES?
A esta última pregunta responde la parábola de la red
lanzada al mar.
El reino de
los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase
de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los
buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo:
saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno
encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
No queda claro si se habla de toda la humanidad, donde
hay buenos y malos, o de la comunidad cristiana, donde puede ocurrir lo mismo.
Ya que el tema del juicio universal se ha tratado a propósito del trigo y la
cizaña, parece más probable que se refiera al problema interno de la comunidad
cristiana. Interpretada de este modo, empalmaría muy bien con las dos
anteriores. Hay gente dentro de la comunidad que no vive de acuerdo con los
valores del evangelio, que no mantiene esa experiencia de haber descubierto un
tesoro o una perla. - ¿Qué ocurrirá con
ellos?
La respuesta es muy dura («a los malos los echarán al
horno encendido») pero conviene completarla con la última parábola del
evangelio de Mateo, la del Juicio final (Mt 25,31-46), donde queda claro cuáles
son los peces buenos y cuáles los malos. Los buenos son quienes, sabiéndolo o
no, dan de comer al hambriento, de beber al sediento, visten al desnudo,
hospedan al que no tiene techo… Los que ayudan al necesitado, aunque ni
siquiera intuyan que dentro de ellos está el mismo Jesús.
CONCLUSIÓN
¿Entendéis
bien todo esto?»
Ellos le
contestaron:
― Sí.
Él les dijo:
― Ya veis, un
escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va
sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.
Mateo termina las siete parábolas comparando al
predicador del evangelio con un padre de familia. Parece un nuevo enigma, esta
vez sin explicación. En sentido inmediato, el escriba que entiende del reinado
de Dios es Jesús. Para exponer su mensaje ha usado cosas nuevas y viejas. Del
baúl de sus recuerdos ha sacado cosas antiguas: alguna alusión al Antiguo
Testamento, la técnica parabólica y el lenguaje imaginativo de los profetas.
Pero la mayor parte consta de cosas nuevas, fruto de su experiencia y de su
capacidad de observación: la vida del campesino, del ama de casa, del pescador,
del comerciante, de la gente que lo rodea, le sirven para exponer con interés
su mensaje. Por eso, la comparación final es también una invitación a los
discípulos y a los predicadores del evangelio a ser creativos, a renovar su
lenguaje, a no repetir meramente lo aprendido.
LA PRIMERA LECTURA
La primera lectura nos invita a pedir a Dios esta
sabiduría, igual que Salomón se la pidió para gobernar a su pueblo.
En aquellos
días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
― Pídeme lo
que quieras.
Respondió
Salomón:
― Señor, Dios
mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque
yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu
pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón
dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién
sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?...
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