miércoles, 26 de julio de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 27 DE JULIO – JUEVES – 16ª - SEMANA DEL T.O.-A SAN CELESTINO - I




27  DE  JULIO – JUEVES –
16ª -  SEMANA   DEL T.O.-A

Evangelio según san Mateo 13, 10-17
      En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron:
"¿Por qué les hablas en parábolas?"
Él les contestó:
"A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no.
Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure".
Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron".

1.  Está claro que había gente que no entendía a Jesús. Esto quedó patente sobre todo en las parábolas, un género literario que Jesús utilizó con frecuencia, según los evangelios sinópticos. Porque está igualmente claro que las parábolas fueron, al mismo tiempo, "revelación" y "encubrimiento".
Esta ambivalencia de las parábolas se advierte mejor en el texto de Marcos que en Mateo: "A vosotros se os ha comunicado el misterio del Reino de Dios; pero
a los que están fuera, todo sucede en enigmas" (en parábolas) (Mc 4, 11). Sin duda, este fue un "dicho" del propio Jesús (J. A. Fitzmyer).

2.  Las parábolas "revelan" a Jesús cuando se está en sintonía con él y con su proyecto. Pero "ocultan" a Jesús cuando se vive enfrentado a él. Por eso eran "revelación" para los seguidores de Jesús. Y eran "ocultamiento" para los dirigentes religiosos que se enfrentaron con Jesús.
-¿Por qué se produce este fenómeno?  
Las parábolas son relatos, tomados de la vida cotidiana, en los que siempre se produce un "corte" con lo normal y lo cotidiano. Ese "corte" es un elemento de estupor y de sorpresa, algo que contradice lo que ocurre normalmente en la vida. Todas las parábolas tienen algo de "extravagancia", que rompe con lo que a nosotros nos parece "lo normal".
Pues bien, cuando se entiende esa "extravagancia", entonces es cuando se sintoniza con Jesús y su mensaje del Reino.

3.  El problema está en que esta "extravagancia" del mensaje de Jesús se comprende, no cuando se "interpreta" ese mensaje, sino cuando se "vive" (E. Jüngel, W. Harnisch). Aunque eso suponga y hasta exija el "corte" con "lo normal", con "lo cotidiano", con lo que se considera "habitual" en nuestras vidas: en asuntos de dinero, de poderes y dignidades, de cercanía al sufrimiento, de respeto, tolerancia y perdón.
En definitiva, lo que aquí está en juego es la profunda intuición de Franz Kafka: "Si practicarais las parábolas, vosotros mismos os convertiríais en parábola, y de ese modo os veríais libres de la
fatiga diaria".

4.  En definitiva, las palabras de Jesús -en este evangelio-  vienen a decir que el Evangelio no se entiende desde la lógica y la coherencia del lenguaje,
sino desde la extravagancia y la incoherencia que, tantas veces y con tanta frecuencia, comporta y lleva consigo la vida compartida. No la vida explicada, sino la vida vivida y compartida con.
Porque, cuando la vida se vive con alguien y se comparte con alguien, la vida entonces se entiende y se asimila en la medida, y solo en la medida, en que la vida con otro, se hace vida propia. Por esto es por lo que ocurría que, incluso los discípulos que habían seguido a
Jesús y lo habían acompañado, no lo entendían, no se enteraban. Y así, incluso en los relatos de la resurrección se palpa una incomprensión inexplicable.
En el gran relato de la pasión, todos abandonaron a Jesús y lo dejaron solo. No lo habían comprendido. Y es que a Jesús solamente lo comprende quien con-vive la misma vida con él.
Aquí tocamos el fondo de la vida, el centro de la vida, el misterio de Dios, expresado en el misterio del Evangelio.

SAN  CELESTINO – I


Elogio: En Roma, en el cementerio de Priscila, en la vía Salaria, san Celestino I, papa, que, esforzándose para que la Iglesia se mantuviese en la verdadera fe y ampliase su extensión, instituyó el episcopado en Gran Bretaña e Irlanda y promovió la celebración del Concilio de Éfeso, en donde se condenó a Nestorio y se saludó a María como Madre de Dios.
Apenas sabemos algo de su vida privada. Nació en Campania y se había distinguido como diácono en Roma, antes de su elección a la cátedra de San Pedro en septiembre del año 422. Durante los diez años que duró su pontificado, mostró gran energía y encontró gran oposición. Los obispos de Africa, que ya se habían quejado de que se convocaba a Roma a muchos de sus sacerdotes, criticaron al Papa por haber llamado a Apiado en forma precipitada y sin tener en cuenta a los obispos. Sin embargo, san Agustín profesaba gran veneración y cariño a san Celestino, como consta por sus cartas. San Celestino se opuso enérgicamente a los brotes de herejía de su época, particularmente al pelagianismo y al nestorianismo. El sínodo que reunió en Roma en el año 430, fue una especie de preludio del Concilio ecuménico de Éfeso, al que san Celestino envió tres legados de gran envergadura. Igualmente apoyó a san Germán de Auxerre en su lucha contra el pelagianismo y escribió un tratado dogmático de gran importancia contra el semipelagianismo, que era una forma mitigada de la misma herejía. De san Celestino proviene la obligación de los clérigos de órdenes mayores de recitar el oficio divino. Es poco probable que san Celestino haya enviado a san Patricio a Irlanda; sin embargo, debía tener muy presentes las necesidades de ese país, ya que fue él quien envió a Paladio allá a sostener la fe de los que creían en Cristo, inmediatamente antes de que san Patricio empezara su gran obra de evangelización.
En una carta atribuida a san Celestino, dirigida a los obispos de las iglesias Viennense y Narbonense, del 26 de julio del 428, se contiene un hermoso texto, que recoge el Denzinger como «canon sobre la reconciliación in articulo mortis»:   Hemos sabido que se niega la penitencia a los moribundos y no se corresponde a los deseos de quienes, en la hora de su tránsito, desean socorrer a su alma con este remedio. Confesamos que nos horroriza se halle nadie de tanta impiedad que desespere de la piedad de Dios, como si no pudiera socorrer a quien a El acude en cualquier tiempo, y librar al hombre, que peligra bajo el peso de sus pecados, de aquel gravamen del que desea ser desembarazado. ¿Qué otra cosa es esto, decidme, sino añadir muerte al que muere y matar su alma con la crueldad de que no pueda ser absuelta? Cuando Dios, siempre muy dispuesto al socorro, invitando a penitencia, promete así: Al Pecador -dice-, en cualquier día en que se convirtiera, no se le imputarán sus pecados [cf. Ez. 33, 16]... Como quiera, pues, que Dios es inspector del corazón, no ha de negarse la penitencia a quien la pida en el tiempo que fuere...



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