jueves, 6 de julio de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 7 DE JULIO - VIERNES – 13ª - SEMANA DEL T. O. - A SAN FERMIN





7 DE JULIO - VIERNES –
13ª - SEMANA DEL T. O. - A

Evangelio según san Mateo 9,9-13
      En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
"Sígueme".
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a sus discípulos:
"¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?"
Jesús lo oyó y dijo:
"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los
    enfermos. Andad y aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores".

1.  Lo más notable, que contiene este relato, (que está en los tres sinópticos: Mc  2, 14-17; Lc 5, 27-32), es que Jesús asoció entre sus amigos y seguidores a
personas de mala reputación. Y la gente sabía y comentaba que su relación con "malas compañías" (A. Holl) era cosa habitual y formaba parte de su vida
(Lc 15, 1-2; Mt 11, 19).
Por tanto, lo primero que queda patente, en este episodio, es que para Jesús era más importante acoger a la gente despreciada que aparecer como un hombre intachable.
-¿A qué le concedía Jesús más valor en esta vida?
Sin duda alguna, para Jesús era más valioso estar cerca de los excluidos que su propia fama o su propio éxito. Esto es capital, si es que de verdad queremos que esta vida se humanice y haya más respeto y tolerancia
con todos.

2.  Pero ¿quién era este Mateo?
Era un publicano, o sea el encargado de
cobrar los impuestos. Es decir, era el que recaudaba los derechos sobre mercancías transportadas.
Los recaudadores como él se comprometían a ingresar una determinada cantidad.  Y lo que superaba tal cantidad era lo que los recaudadores ganaban.  
O sea, eran individuos que ganaban su sueldo a base de robar, o sea, cobrar más de lo debido. Además, los impuestos servían a la clase gobernante del Imperio (Tácito, Ant. 3, 52-54; F. Josefo, De Bell. 2, 372).
Y así, garantizaban el confortable estilo de vida de la élite, que se permitía sus lujos, su alto nivel de vida y sus muchos caprichos.  De ahí que estos publicanos eran   gente despreciada, como lo eran los mendigos, los ladrones, los extorsionistas, los dueños de prostíbulos y los funcionarios corruptos (cf. Mt 5,46; 11, 19; Lc 3, 12-13; 5, 29-20; 7, 34; 15, 1-2; 18, 11; Cicerón, De Off. 1. 150; F. Josefo, De Bell. 2. 287...) (W. Carter, J. R. Donahue).

3.  Por todo esto se comprende la protesta de los observantes fariseos. Y el relato cierra el episodio con la afirmación del profeta: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6, 6).
El profeta afirma la "misericordia", el "hesed", y rechaza el "culto ritual". Es la fidelidad a la alianza con Dios lo que arregla el mundo y nos salva.  Porque eso es lo que nos cambia a nosotros mismos.
Los ceremoniales no nos sacan del abismo de la  in-humanidad, que genera el desprecio al otro. "Solo la bondad, el amor, es digno de fe" (H. U. von Baltasar).

SAN   FERMIN


¿Quién fue San Fermín?
Según cuenta la leyenda, San Fermín era hijo del jefazo romano de Pamplona hacia el siglo III. Un cura francés que estaba de visita por aquí, San Saturnino, lo convirtió al cristianismo, así que se fue a Toulouse (Francia) a hacer un máster de obispo y volvió para liberar al pueblo trabajador de sus supersticiones. Luego regresó otra vez a Francia, cristianizó a miles de paganos y se quedó a vivir en Amiens.
Alguna bronca debió de tener con las autoridades, porque acabó torturado y degollado. Su cuerpo reposa en Amiens, aunque anda repartido por ahí en forma de reliquias (en Pamplona hay tres).
La verdad es que, con este curriculum, es una ironía que le den tu nombre a una bacanal famosa en todo el mundo. Así es la vida. De todos modos, no todo en estas fiestas es juerga. Al santo le dedicamos una procesión muy bonita el día de su onomástica y él, en agradecimiento, nos hace de doblador en los encierros protegiendo a los corredores: es lo que llamamos el famoso “capotico de San Fermín”.

Culto al santo
Cuenta la tradición que el presbítero Honesto llegó a la Pamplona romana, enviado por San Saturnino para evangelizarla, y que el senador Firmo se convirtió al cristianismo con toda su familia. Fermín, su hijo, fue educado por Honesto y, cuando tuvo diecisiete años, comenzó a predicar por los alrededores. Más tarde, a los veinticuatro, fue consagrado obispo por Honorato, que era prelado de Toulouse.
A la edad de treinta y un años, Fermín marchó a predicar el Evangelio a las Galias: en un primer momento, estuvo en Aquitania, Auvernia y Anjou; más tarde, en Amiens, donde consiguió muchas conversiones, sufrió cárcel y, con posterioridad, el martirio por decapitación, un veinticinco de septiembre.
Su cuerpo fue sepultado en secreto por algunos cristianos, apareció siglos después, el trece de enero del año 615, en el episcopado de san Salvio, y fue trasladado a la cercana ciudad: unos magníficos relieves góticos del siglo XV, labrados en el trasaltar de aquella catedral que conserva los restos del santo, narran esta historia.

Historia de la Procesión en honor a San Fermín
La procesión en honor a San Fermín se remonta en el tiempo, probablemente tanto como el culto mismo que Pamplona le tributa. Jesús Arraiza escribe en su obra “San Fermín patrono” que, aunque se desconoce con certeza, la costumbre pudo haberse iniciado hacia 1187, cuando el obispo Pedro de Artajona trae de Amiens la primera reliquia del mártir, e impulsa su veneración en Pamplona.
Por su parte, José María Corella, en su trabajo “Sanfermines de ayer”, apunta la existencia de testimonios gráficos de dudosa autenticidad en los que se puede apreciar que, ya en la segunda mitad del siglo XV, había en Pamplona desfile de caballicos que bailaban en la procesión. Sin embargo, a diferencia de los actuales ‘zaldikos’ de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos, la gaita la tocaban entonces los mismos bailarines mientras se movían con sus caballos de madera, compitiendo al parecer entre ellos por realizar la pirueta más vistosa.
José María Corella también apunta que el primer testimonio documental fehaciente, en el que consta la procesión de San Fermín, está fechado en 1527, cuando todavía se celebraba Sanfermin el 10 de octubre. En aquella época ya acudía el Ayuntamiento a la Catedral a recoger al Cabildo para asistir a la procesión y al acto litúrgico posterior en San Lorenzo, donde se rendía culto al santo desde antiguo.

Capilla de San Fermín
Lo más importante de la capilla de San Fermín es que dentro se encuentra la figura que recuerda al santo y allí descansa todo el año.
San Fermín es un santo muy especial porque durante las fiestas acuden a él a pedirle favores o pedirle protección en el encierro tanto devotos fieles como otros que no creen en nada. Desde el siglo XIV, existía una capilla dedicada a San Fermín. Era gótica y de reducidas dimensiones. En el siglo XVII, el Ayuntamiento, muchos ciudadanos de Pamplona y de otras partes de Navarra y América se involucraron en costear económicamente la construcción de un templo nuevo (el que ahora conocemos). Por ello, la gente de Pamplona y de Navarra consideran al santo y su capilla como una cosa casi suya, y así se ha transmitido de generación en generación.
La capilla de San Fermín está construida junto a la parroquia de San Lorenzo, al final de la calle Mayor de Pamplona. Para acceder a la capilla, hay que entrar por la puerta de la parroquia o por la calle San Francisco.
La capilla de San Fermín se comenzó a construir en 1696 y se terminó de construir en 1717. El siete de julio de ese mismo año se inauguró. El arquitecto original es Santiago Raón, y su proyecto fue continuado por Juan de Alegría y Martín de Zaldúa, manteniendo el estilo barroco del proyecto original. Una de las anécdotas más importantes sobre la capilla es que en el siglo XVIII, a resultas de varios pleitos entre el Ayuntamiento de Pamplona y la Obrería de San Lorenzo, se planteó la posibilidad de construir un nuevo templo en el lugar que actualmente ocupa el Paseo Sarasate. En el Archivo Municipal de Pamplona se guardan planos y bocetos de esta obra que nunca llegó a realizarse y que firma Juan Lorenzo Catalán.
En cuanto a lo que sí ocurrió de verdad en la capilla de San Fermín es que en 1800 se realizaron reparaciones urgentes a cargo de Santos Ochandategui, que le dieron el actual aspecto neoclásico, y de las que se hizo cargo el Ayuntamiento de Pamplona. En 1823, la linterna de la cúpula de la capilla tuvo que ser reconstruida tras la demolición e incendio posterior al bombardeo de Pamplona por parte de los ‘Cien mil hijos de San Luis’.
La efigie de San Fermín está alejada dentro de la capilla en un altar específico. El original tenía 17 metros de altura, pero fue sustituido por otro en 1819. Las esculturas y relieves que podemos ver ahora son de Anselmo Casanova, con proyecto de Pedro Onofre. Las vidrieras son obra de Mayer y están fabricadas en Londres.


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