7 DE JULIO - VIERNES –
13ª - SEMANA DEL T. O. - A
Evangelio según san Mateo
9,9-13
En aquel tiempo, vio Jesús
a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
"Sígueme".
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos
publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus
discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a sus
discípulos:
"¿Cómo es que vuestro maestro come con
publicanos y pecadores?"
Jesús lo oyó y dijo:
"No tienen necesidad de médico los
sanos, sino los
enfermos. Andad y
aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que
no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores".
1. Lo más notable, que contiene este relato,
(que está en los tres sinópticos: Mc 2,
14-17; Lc 5, 27-32), es que Jesús asoció entre sus amigos y seguidores a
personas de mala reputación. Y la gente sabía y
comentaba que su relación con "malas compañías" (A. Holl) era cosa
habitual y formaba parte de su vida
(Lc 15, 1-2; Mt 11, 19).
Por tanto, lo primero
que queda patente, en este episodio, es que para Jesús era más importante
acoger a la gente despreciada que aparecer como un hombre intachable.
-¿A qué le concedía
Jesús más valor en esta vida?
Sin duda alguna, para
Jesús era más valioso estar cerca de los excluidos que su propia fama o su
propio éxito. Esto es capital, si es que de verdad queremos que esta vida se
humanice y haya más respeto y tolerancia
con todos.
2. Pero ¿quién era este Mateo?
Era un publicano, o
sea el encargado de
cobrar los impuestos. Es decir, era el que
recaudaba los derechos sobre mercancías transportadas.
Los recaudadores como
él se comprometían a ingresar una determinada cantidad. Y lo que superaba tal cantidad era lo que los
recaudadores ganaban.
O sea, eran
individuos que ganaban su sueldo a base de robar, o sea, cobrar más de lo
debido. Además, los impuestos servían a la clase gobernante del Imperio
(Tácito, Ant. 3, 52-54; F. Josefo, De Bell. 2, 372).
Y así, garantizaban el confortable estilo de
vida de la élite, que se permitía sus lujos, su alto nivel de vida y sus muchos
caprichos. De ahí que estos publicanos
eran gente despreciada, como lo eran
los mendigos, los ladrones, los extorsionistas, los dueños de prostíbulos y los
funcionarios corruptos (cf. Mt 5,46; 11, 19; Lc 3, 12-13; 5, 29-20; 7, 34; 15,
1-2; 18, 11; Cicerón, De Off. 1. 150; F. Josefo, De Bell. 2. 287...) (W.
Carter, J. R. Donahue).
3. Por todo esto se comprende la protesta de los
observantes fariseos. Y el relato cierra el episodio con la afirmación del
profeta: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6, 6).
El profeta afirma la
"misericordia", el "hesed", y rechaza el "culto
ritual". Es la fidelidad a la alianza con Dios lo que arregla el mundo y
nos salva. Porque eso es lo que nos
cambia a nosotros mismos.
Los ceremoniales no
nos sacan del abismo de la in-humanidad,
que genera el desprecio al otro. "Solo la bondad, el amor, es digno de
fe" (H. U. von Baltasar).
SAN
FERMIN
¿Quién fue San Fermín?
Según cuenta la leyenda, San Fermín era hijo del jefazo romano de
Pamplona hacia el siglo III. Un cura francés que estaba de visita por aquí, San
Saturnino, lo convirtió al cristianismo, así que se fue a Toulouse (Francia) a
hacer un máster de obispo y volvió para liberar al pueblo trabajador de sus
supersticiones. Luego regresó otra vez a Francia, cristianizó a miles de
paganos y se quedó a vivir en Amiens.
Alguna bronca debió de tener con las autoridades, porque acabó
torturado y degollado. Su cuerpo reposa en Amiens, aunque anda repartido por
ahí en forma de reliquias (en Pamplona hay tres).
La verdad es que, con este curriculum, es una ironía que le den tu
nombre a una bacanal famosa en todo el mundo. Así es la vida. De todos modos,
no todo en estas fiestas es juerga. Al santo le dedicamos una procesión muy
bonita el día de su onomástica y él, en agradecimiento, nos hace de doblador en
los encierros protegiendo a los corredores: es lo que llamamos el famoso
“capotico de San Fermín”.
Culto al santo
Cuenta la tradición que el presbítero Honesto llegó a la Pamplona
romana, enviado por San Saturnino para evangelizarla, y que el senador Firmo se
convirtió al cristianismo con toda su familia. Fermín, su hijo, fue educado por
Honesto y, cuando tuvo diecisiete años, comenzó a predicar por los alrededores.
Más tarde, a los veinticuatro, fue consagrado obispo por Honorato, que era
prelado de Toulouse.
A la edad de treinta y un años, Fermín marchó a predicar el Evangelio
a las Galias: en un primer momento, estuvo en Aquitania, Auvernia y Anjou; más
tarde, en Amiens, donde consiguió muchas conversiones, sufrió cárcel y, con
posterioridad, el martirio por decapitación, un veinticinco de septiembre.
Su cuerpo fue sepultado en secreto por algunos cristianos, apareció
siglos después, el trece de enero del año 615, en el episcopado de san Salvio,
y fue trasladado a la cercana ciudad: unos magníficos relieves góticos del
siglo XV, labrados en el trasaltar de aquella catedral que conserva los restos
del santo, narran esta historia.
Historia de la
Procesión en honor a San Fermín
La procesión en honor a San Fermín se remonta en el tiempo,
probablemente tanto como el culto mismo que Pamplona le tributa. Jesús Arraiza
escribe en su obra “San Fermín patrono” que, aunque se desconoce con certeza,
la costumbre pudo haberse iniciado hacia 1187, cuando el obispo Pedro de
Artajona trae de Amiens la primera reliquia del mártir, e impulsa su veneración
en Pamplona.
Por su parte, José María Corella, en su trabajo “Sanfermines de
ayer”, apunta la existencia de testimonios gráficos de dudosa autenticidad en
los que se puede apreciar que, ya en la segunda mitad del siglo XV, había en
Pamplona desfile de caballicos que bailaban en la procesión. Sin embargo, a
diferencia de los actuales ‘zaldikos’ de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos,
la gaita la tocaban entonces los mismos bailarines mientras se movían con sus
caballos de madera, compitiendo al parecer entre ellos por realizar la pirueta
más vistosa.
José María Corella también apunta que el primer testimonio documental
fehaciente, en el que consta la procesión de San Fermín, está fechado en 1527,
cuando todavía se celebraba Sanfermin el 10 de octubre. En aquella época ya
acudía el Ayuntamiento a la Catedral a recoger al Cabildo para asistir a la
procesión y al acto litúrgico posterior en San Lorenzo, donde se rendía culto
al santo desde antiguo.
Capilla de San Fermín
Lo más importante de la capilla de San Fermín es que dentro se
encuentra la figura que recuerda al santo y allí descansa todo el año.
San Fermín es un santo muy especial porque durante las fiestas acuden
a él a pedirle favores o pedirle protección en el encierro tanto devotos fieles
como otros que no creen en nada. Desde el siglo XIV, existía una capilla
dedicada a San Fermín. Era gótica y de reducidas dimensiones. En el siglo XVII,
el Ayuntamiento, muchos ciudadanos de Pamplona y de otras partes de Navarra y
América se involucraron en costear económicamente la construcción de un templo
nuevo (el que ahora conocemos). Por ello, la gente de Pamplona y de Navarra
consideran al santo y su capilla como una cosa casi suya, y así se ha
transmitido de generación en generación.
La capilla de San Fermín está construida junto a la parroquia de San
Lorenzo, al final de la calle Mayor de Pamplona. Para acceder a la capilla, hay
que entrar por la puerta de la parroquia o por la calle San Francisco.
La capilla de San Fermín se comenzó a construir en 1696 y se terminó
de construir en 1717. El siete de julio de ese mismo año se inauguró. El
arquitecto original es Santiago Raón, y su proyecto fue continuado por Juan de
Alegría y Martín de Zaldúa, manteniendo el estilo barroco del proyecto
original. Una de las anécdotas más importantes sobre la capilla es que en el
siglo XVIII, a resultas de varios pleitos entre el Ayuntamiento de Pamplona y
la Obrería de San Lorenzo, se planteó la posibilidad de construir un nuevo
templo en el lugar que actualmente ocupa el Paseo Sarasate. En el Archivo
Municipal de Pamplona se guardan planos y bocetos de esta obra que nunca llegó
a realizarse y que firma Juan Lorenzo Catalán.
En cuanto a lo que sí ocurrió de verdad en la capilla de San Fermín
es que en 1800 se realizaron reparaciones urgentes a cargo de Santos
Ochandategui, que le dieron el actual aspecto neoclásico, y de las que se hizo
cargo el Ayuntamiento de Pamplona. En 1823, la linterna de la cúpula de la
capilla tuvo que ser reconstruida tras la demolición e incendio posterior al
bombardeo de Pamplona por parte de los ‘Cien mil hijos de San Luis’.
La efigie de San Fermín está alejada dentro de la capilla en un altar
específico. El original tenía 17 metros de altura, pero fue sustituido por otro
en 1819. Las esculturas y relieves que podemos ver ahora son de Anselmo
Casanova, con proyecto de Pedro Onofre. Las vidrieras son obra de Mayer y están
fabricadas en Londres.
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