15 DE JULIO - SÁBADO –
XIV - SEMANA DEL T. O. – A
Evangelio según san Mateo10, 24-33
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus apóstoles:
"Un discípulo no es más que su maestro,
ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro,
y al esclavo como su amo.
Si al dueño de la casa lo han llamado
Belcebú, ¡cuánto más a sus criados!
No les tengáis miedo, porque nada hay
cubierto, que no llegue a descubrirse; nada hay escondido, que no llegue a
saberse. Lo que os digo de noche, decidlo eh pleno día, y lo que os digo al
oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma.
No, temed al que puede destruir con el fuego
alma y cuerpo.
- ¿No
se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae
al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de
la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: no hay comparación entre
vosotros y los gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los hombres,
yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega
ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo".
1. Jesús establece un principio básico: la
suerte del Maestro es la suerte del discípulo. Lo que le ocurra al Maestro,
exactamente lo mismo le va a suceder al discípulo. Si es que se trata de un
verdadero discípulo. Porque es discípulo aquel que hace lo que ve que hizo (o
hace) el Maestro. Las consecuencias, por tanto, serán las mismas. De ahí que la
gran cuestión que aquí se plantea es muy fuerte: Jesús no triunfó, sino que
acabó fracasando.
Por tanto, los que
buscan triunfos y los logran, esos no son (no pueden ser) discípulos de Jesús.
Los que hacen eso, en
realidad lo que hacen es utilizar a Jesús, para vivir mejor. Para tener más
prestigio y seguridad en la vida, trepar a cargos de dignidad, hacer carrera.
Como es lógico, los
que plantean así su vida. esos
no tendrán nunca motivos de miedo, ni serán perseguidos.
Vivirán bien a base de vivir como unos traidores, unos farsantes, parlanchines
-
¡Qué daño hacen tales
sujetos! Daño, sobre todo, a la Iglesia.
2. La primera tentación del que se ve amenazado es
ocultar (o disimular) lo que le puede comprometer o complicar la vida. Esto
ocurre constantemente en la sociedad y en la religión.
En la sociedad: los
"camaleones políticos", que
cambian de color según les conviene.
En la religión: los
que dicen en privado lo que no se atreven a decir en público.
Las "dobles
vidas" de tantos hombres y mujeres, en sus religiones..., le roban la
credibilidad a toda posible relación con Dios.
3. Así las cosas, la tentación más fuerte es el miedo.
Por eso Jesús insiste machacona mente: "No tengáis miedo". El miedo
más fuerte, y el más inconsciente, es el miedo a pensar con libertad, sin
cortar caminos al pensamiento, a la búsqueda, sin temer llegar a conclusiones
que nos asustan.
También es fuerte el
miedo a perder la imagen pública que uno tiene. Y más fuerte aún, el miedo a quedarse
sin cargo, sin privilegios, sin el aprecio y la estima de otros.
El que no supera
estos miedos no puede ponerse de parte de Jesús en esta vida. Es el destino de
la vida en la ambigüedad, que discurre en la vergonzosa vulgaridad.
4. Como es bien sabido, la predicación
eclesiástica ha utilizado ampliamente el argumento del miedo. Argumentando sobre
la base de la relación entre el
pecado y el miedo.
El conocido
historiador Jean Delumeau publicó tres grandes volúmenes sobre este argumento,
tal como se utilizó del s. XII al XVIII. Y es un tema que se sigue utilizando,
aunque sea de forma disimulada, en la
catequesis, las homilías, los retiros
espirituales, etc.
Sin duda alguna, san
Pablo tiene más presencia que Jesús en la Iglesia.
SAN
BUENAVENTURA
San
Buenaventura –Juan de Fidanza– nació en Bañorea (Bagnoreggio), pequeña ciudad
italiana en las cercanías de Viterbo. Un hecho milagroso ilumina su niñez como
prenuncio de lo que sería su vida. Estando gravemente enfermo, su atribulada
madre lo encomendó y consagró a San Francisco de Asís, por cuya intercesión y
méritos recuperó la salud. Llegado a los umbrales de la juventud se afilió a la
Orden fundada por su bienhechor, atraído, según el mismo Santo confiesa, por el
hermoso maridaje que entre la sencillez evangélica y la ciencia veía
resplandecer en la Orden franciscana. En las aulas de la universidad de París,
a la sazón lumbrera del saber, escuchó las lecciones de los mejores maestros de
la época a la vez que atendía con ardoroso empeño a su formación espiritual en
la escuela del Pobrecillo de Asís. Sus bellas cualidades de mente y corazón,
perfeccionadas por la gracia, le atrajeron la simpatía y admiración de sus
maestros y condiscípulos. Alejandro de Hales decía que parecía no haber pecado
Adán en Buenaventura. Durante un decenio enseñó en París con aplauso unánime.
Y, cuando apenas contaba treinta y seis años, la Orden, reunida en Roma en
Capítulo, le eligió por su ministro general el 2 de febrero de 1257.
A lo
largo de dieciocho años viajará incansable a través de Francia e Italia,
llegando a Alemania por el norte, y por el sur a España; celebrará Capítulos
generales y provinciales y proveerá con clarividencia a las necesidades de la
Orden, para entonces extendida por todo el mundo antiguo conocido, en cuanto a
la legislación y a los estudios, y sobre todo en cuanto a la observancia de la
regla, para la que señaló el justo término medio, equidistante del rigorismo
intransigente y de la relajación condenable. Sus normas de gobierno son en lo
substancial válidas aún hoy, después de siete siglos. Con toda razón puede
llamársele en cierto sentido el segundo fundador de la Orden de Francisco de
Asís, del que escribió, a petición de los frailes, una biografía, modelo en el
género por la serenidad crítica, amor filial y arte literario que la hermosean.
Predicaba
con frecuencia impulsado de su celo por el bien de las almas. Papas y reyes,
como San Luis, rey de Francia, universidades, corporaciones eclesiásticas y
especialmente comunidades religiosas de ambos sexos eran sus auditorios. Los
papas le distinguieron con su aprecio, consultándole en cuestiones graves del
gobierno de la Iglesia. Gregorio X (1271-76), que por consejo del Santo había
sido elevado al sumo pontificado, nombróle cardenal, le consagró obispo él
mismo y le retuvo a su lado para preparar el segundo concilio ecuménico de
Lyón, en el que el Seráfico Doctor dirigió los debates y por su mano se realizó
la unión de los griegos disidentes a la Iglesia de Roma. Fue el remate glorioso
de una vida consagrada al bien de la Iglesia y de su Orden. Pocos días después,
el 15 de julio de 1274, entregaba a Dios su bendita alma en medio de la
consternación y tristeza del concilio, que se había dejado ganar por el
irresistible encanto de su personalidad y por la santidad de su vida. El Papa
mandó –caso único en la historia– que todos los sacerdotes del mundo dijeran
una misa por su alma.
* * *
Si fue
ingente la acción de San Buenaventura como hombre de gobierno, viendo los once
gruesos volúmenes in folio de sus obras, hay que convenir que no fue inferior
la que desarrolló en el aspecto científico. En los años de docencia en la
universidad parisiense escribió comentarios a la Biblia y a las Sentencias de
Pedro Lombardo. De la época de su gobierno nos quedan obras teológicas,
apologías en que defiende la perfección evangélica y las Ordenes mendicantes de
los ataques de sus adversarios, muchos centenares de sermones y opúsculos
místicos; algunos, como el Itinerario del alma a Dios, son joyas inapreciables
de la mística de todos los tiempos. En sus obras hallamos la síntesis
definitiva del agustinismo medieval y la idea de Cristo, centro de la creación,
y además la síntesis más completa de la mística cristiana. Todo ello presentado
con claridad y precisión escolásticas, a la par que en un estilo armonioso y
elegante como de maestro, no sólo en las ideas, sino también en el decir. Sobre
todas las otras cualidades de que están sus escritos adornados resalta una
peculiar fuerza divina que el papa Sixto IV descubre en sus obras que arrastra
y enfervoriza a las almas. Es la unción espiritual que rezuman todas sus
páginas. Y no podía ser de otra manera, ya que la ciencia bonaventuriana no es
frío ejercicio de la inteligencia, sino sabiduría, sabor de la ciencia sagrada
vivida y practicada. Es, pues, muy comprensible el influjo inmenso del
magisterio del santo doctor en la posteridad. Ideas y estímulos han bebido a
caño libre en sus páginas maestros de la espiritualidad y almas sedientas de
perfección. También en nuestra patria han sido editados repetidamente sus
opúsculos auténticos y aun los espurios, pero inspirados en su espíritu o
compuestos con retazos de sus obras.
En medio
de actividad tan desbordante el ministro general de la Orden seráfica fue
ascendiendo por las vías de la santidad hasta su cumbre más cimera. No es
solamente un teólogo que puede dar razón adecuada de los fenómenos místicos
merced a los profundos conocimientos que de la ciencia sagrada posee. Es
parejamente un varón experimentado, que ha vivido, por lo menos, algunos de los
fenómenos que analiza. Se juntan, por tanto, en su persona ciencia y
experiencia. Mas no vaya a creerse que, antes de pisar las alturas de la unión
mística, no tuviera el Doctor Seráfico que mantener recias luchas consigo mismo
y con sus torcidas inclinaciones. Nada más aleccionador que la Carta que
contiene veinticinco memoriales de perfección, breve código ascético, de valor
inestimable por lo que de autobiográfica encierra. Leyéndola se columbran los
esfuerzos que hizo para desligar su corazón de todo afecto desordenado de las
criaturas y lograr una extremada exquisitez de conciencia y se entrevén sus
progresos en el ejercicio de las virtudes. Entre sus virtudes preferidas están
la humildad y la pobreza, la oración, la mortificación y la paciencia. Una
ingenua leyenda, no comprobada, nos le muestra lavando la vajilla conventual en
el preciso momento que llegan con las insignias cardenalicias los enviados del
Papa. Si el hecho no es real, simboliza exactamente la humildad del Santo en
medio de los mayores éxitos y honores. En el desempeño de su cargo brillaron su
prudencia, su humilde llaneza y amor de padre en atender a sus súbditos de
cualquier categoría que fuesen. La piedad bonaventuriana es marcadamente
cristocéntrica y mariana. Puso todo su empeño en imitar a Cristo, camino del
alma. La Pasión sacratísima era el objeto preferido de sus meditaciones y
amores seráficos. Todos los días dedicaba un obsequio especial a la Virgen
Santísima y en honor suyo ordenó a sus religiosos que predicasen al pueblo la
piadosa costumbre de saludarla con el rezo del Ángelus. Tenerle devoción
equivalía para el Santo a imitarla en su pureza y humildad.
El papa
Sixto IV le canonizó el año 1482. En 1588 le proclamó doctor de la Iglesia
Sixto V, asignándole el título de Doctor Seráfico. El sapientísimo León XIII le
declaró príncipe de la mística. Y Pío XII exhortaba recientemente a los cultivadores
de las ciencias eclesiásticas con palabras de San Buenaventura a unir el
estudio con la práctica y la unción espiritual.
* * *
Grandiosa
fue la actividad del Santo de Bañorea como sacerdote, como prelado y como
sabio. Pero ni la ciencia ni la acción secaron su espíritu. Espoleado de
abrasante amor a Dios y al prójimo, vivió una intensa vida interior, savia que
empapaba toda su actividad de efluvios sobrenaturales. Secreto resorte de todo
dinamismo sobrenaturalmente fecundo ha sido siempre una robusta vida interior.
Es la lección perenne que el Santo nos brinda con las enseñanzas de su
magisterio y el ejemplo de su vida. Es el camino que con gesto amable y
persuasivo señala a las almas que no quieran dejarse arrastrar por este mundo
ahíto de técnica, de adelantos, de prisas y velocidades supersónicas,
amenazado, en cambio, de un espantoso vacío interior.
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