28 DE JULIO - VIERNES –
16ª -SEMANA DEL T.O.-A
Evangelio según san Mateo 13, 18-23
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Vosotros oíd lo que significa la parábola
del sembrador. Si uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el
Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde
del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el
que la escucha y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es
inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra,
sucumbe.
Lo sembrado entre zarzas significa el que
escucha la Palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas
la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que
escucha la Palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o
treinta por uno'.
1. Ya hemos visto, al explicar la parábola del
sembrador, el significado que tenía la "Palabra" en las culturas
orientales de la Antigüedad. No era cuestión
meramente de "informar". La finalidad
de la "Palabra" era "comunicar una realidad". Por eso, lo
que hay que preguntarse es:
- ¿Qué realidad
pretende comunicar Jesús mediante el anuncio del Reino o reinado de Dios?
La respuesta es clara,
sobre todo en este momento: la Palabra del Evangelio no es un instrumento de mera
información, sino que lo decisivo es que "la acción comunicativa" (J.
Habermas) sea el medio determinante para establecer una relación entre
personas.
En este momento, mediante
las redes sociales, recibimos un incesante bombardeo de "información".
Pero eso se hace de manera que produce un "aislamiento entre los seres
humanos".
Por eso hay que
preguntarse: la Iglesia, en su enseñanza y predicación, ¿se limita a la mera "información"?
O más bien, ¿acerca a las personas para que se unan, se ayuden, se sientan menos
solas, se humanice la vida de todos y todas?
2. De ahí que cuando la Palabra de Dios no
penetra en el "corazón", o sea en lo más profundo del ser, de manera
que se traduce en "convicción" que cambia la vida de una persona, esa
persona se expone a un peligro irremediable.
No es que Dios sea amenazante. Lo amenazante es la dureza del corazón que se cierra a un
cambio en el que está la suerte o la desgracia de su futuro.
3. La superficialidad de algunos corazones; o
los afanes y ambiciones de la vida, son los otros grandes peligros que nos
incapacitan para hacer vida en
nuestras vidas el Evangelio de Jesús.
Aquí nos damos de
cara con dos problemas de enorme actualidad:
1) La superficialidad
que crea en nosotros (sin que
nosotros seamos conscientes de ello) la
cantidad de información y de atracciones que incesantemente reclaman nuestra
atención (publicidad, noticias...).
2) La oferta de
gratificación inmediata del consumo y el bienestar tiene, de hecho, más poder
sobre nosotros que la oferta de rectitud humana y felicidad
que podemos percibir en el Evangelio.
SAN MELCHOR de Quirós,
mártir
En una pequeña aldea, Cortes, del concejo asturiano de Quirós, el año 1821, nace San Melchor de Quirós. Un
tío suyo sacerdote que regenta una parroquia cercana le instruye en las
primeras letras. A los catorce años se desplaza a Oviedo. Estudia en la
Universidad de esa ciudad Filosofía y Teología con vistas a ser sacerdote en
aquella diócesis. Cuando estaba en los últimos años de teología decide
incorporarse a la Orden Predicadores. Esto le obligó al terminar sus estudios e
incluso tras ser durante algún tiempo profesor en la Universidad a desplazarse
al único convento de dominicos que las leyes desamortizadoras habían tolerado e
España, el de Ocaña.
Toma el hábito y empieza el noviciado en agosto de 1845. Un año
después se compromete definitivamente con la Orden. El 29 de mayo de 1847 sería
ordenado sacerdote. Sólo nueve meses después sería destinado a Manila.
Embarcará un siete de marzo de 1848. Con él otros cuatro dominicos navegaron
durante cinco meses y medio. El día de Santiago desembarcaron en la capital de
las islas Filipinas.
Se le propone ser profesor en la reconocida universidad de Santo
Tomás de Manila que los dominicos habían fundado y era, y es, el centro
católico de más prestigio del Oriente. Manifiesta, sin embargo, su deseo de
siempre de ser misionero y los superiores respetan esa decisión.
Las misiones a las que quería ser enviado eran las de Tung-King,
como entonces se llamaba el Vietnam de ahora. Si por algo se significaban esas
misiones era por el hecho de que el misionero se jugaba la vida, a causa de las
oleadas de persecuciones que de vez en cuando desataban las autoridades
políticas.
Llegado a Tung-King tuvo que enfrentarse antes de nada con el
aprendizaje de la lengua anamita. No debió tardar mucho en hacerse más o menos
con ella, porque a los pocos meses estaba ya ejerciendo el ministerio pastoral,
es decir: oyendo confesiones, predicando. Pronto se le nombró Vicario General
del Vicariato oriental.
La situación de persecución se agudizó y generalizo. Lo que hizo
que la Iglesia quisiera que, junto al obispo titular, se consagrara también uno
coadjutor. Así en el caso del martirio del obispo, la iglesia no quedaría nunca
sin pastor. Mons. José María Díaz Sanjurjo fue delegado de la santa Sede para
elegir y consagrar un obispo coadjutor. Y eligió al que todos esperaban que lo
fuera, Fray Melchor García Sampedro.
San Melchor de Quirós comenzó su actividad como obispo a los 34
años. Difícil fue su ministerio. Mons. Melchor, ahora un personaje, por su
condición de obispo y por la admiración de sus fieles, encontraba realmente
difícil no ser reconocido por los perseguidores. Sin embargo, su ministerio le
obligaba a desplazarse de comunidad cristiana en comunidad cristiana. El
martirio estuvo siempre en sus deseos más profundos. De momento le tocó
presenciar cómo fieles cristianos, sacerdotes, catequistas iban siendo
martirizados. Él pudo contar el encarcelamiento, los sufrimientos y el martirio
del obispo titular, hoy San José María Díaz Sanjurjo. Tuvo lugar e 20 de julio
de 1957.
Fue un tiempo, lo relata el mismo San Melchor de Quirós, de
desplazamientos camuflado, vestido como un hijo de aquella tierra, a pie
descalzo, o en pequeñas barcas...; de catequesis durante las noches, de misa
antes de amanecer. Todo ello viendo cómo la persecución se iba llevando a
catequistas, sacerdotes fieles...Se sentía casi con mala conciencia por ver que
el martirio no le llegaba a él, que tenía como misión alentar esa fe que a
otros les había supuesto ser asesinados.
Se le busca ansiosamente para acabar con su vida. Tuvo que
realizar un duro discernimiento, ofrecerse él a quienes lo buscaban o seguir
ocultándose. El mismo refiere lo que llama el "purgatorio" de no
saber qué hacer. Pero, sin necesidad de salir al encuentro de quienes le
buscaban el 13 de mayo escribe a la autoridad de la Orden en España,
despidiéndose con estas palabras "Si ésta es la última, hasta el cielo.
Adiós”.
De acuerdo con la estrategia que, como hemos dicho se seguía,
tuvo que proceder a elegir entre los sacerdotes uno que la Santa Sede nombrara
obispo coadjutor. Eligió a Fray Valentín de Berriochoa, vasco de Elorrio. Un
mes después San Melchor fue hecho prisionero. Se le acusaba de haber entrado en
aquel país sin permiso y de ser el jefe de quienes atentaban contra el
emperador Tu-Duc. Siendo cierta la primera razón, fray Melchor manifestó
siempre un cuidado interés en quedar fuera de las decisiones puramente
políticas y en respetar la autoridad política. En las numerosas cartas que se
conservan nunca se encuentra alusión, y menos crítica, a asuntos puramente
políticos.
Fue su sucesor Mons. Valentín, así como otros sacerdotes, quienes
han contado con todo detalle su arresto, su traslado a la capital de la
provincia y su terrible martirio. Pocos martirios podemos ver en actas de
mártires que hayan alcanzado la crueldad del infligido a san Melchor.
Extremidades descoyuntadas para atarlas a estacas que estaban a mayor distancia
de lo que permitían sus brazos y piernas, para luego ser cortadas sus
extremidades con un hacha sin filo. Los testigos relatan incluso el número de
golpes que fue necesario dar a sus rodillas, a sus brazos para cortarlos. Le
abrieron el vientre y finalmente le cortaron la cabeza. Era el 28 de julio de
1858. Tenía el santo 37 años
Será su sucesor, San Valentín de Berriochoa, comentará cómo se
cumplió en aquellas tierras una vez más que la sangre de mártires es semilla de
cristiana. "Por muchos años que hubiera vivido el santo obispo fray
Melchor desarrollando su conocido celo apostólico difícilmente hubiera
convertido al cristianismo más que los que convirtió con su martirio",
dice el santo.
Cuando llegó a Asturias la noticia del martirio de san Melchor
aún vivían sus padres. Sus restos llegarían años después. Hoy se veneran en la
catedral de Oviedo.
Pío XII le beatificó junto a su predecesor, José María Díaz
Sanjurjo el 29 de abril de 1951. El 19 de junio de 1988 fue canonizado por Juan
Pablo II, junto con otros ciento dieciséis mártires de la Iglesia Vietnamita.
El mismo papa los proclamó patronos de esa iglesia.
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