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DE
JULIO - MIÉRCOLES –
XV
- SEMANA DEL T. O. –
A
ARSENIO EL
GRANDE
Evangelio según san Mateo 11,25-27
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
"Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las
has revelado a la gente sencilla.
Sí Padre, así te ha parecido mejor. Todo me
lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre; y nadie
conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar".
1. Una vez más hay que insistir en que, según
los evangelios, "conocer al Padre", que es tanto como decir
"conocer a Dios", eso es algo que excede nuestra capacidad de
conocimiento (Mt 11, 27; Lc 10, 22; Jn 1, 18).
Vamos a dejarlo claro,
de una vez por todas: nosotros los humanos, desde nuestra inmanencia, no podemos
conocer al Trascendente en su trascendencia.
Precisamente la gran
alucinación de las religiones y sus teologías ha sido partir del supuesto según
el cual nosotros, los pobres mortales, no solo conocemos a Dios, el ser de
Dios, sus cualidades y atributos, sino que además hemos llegado a la petulancia
de afirmar sin titubeos que sabemos también cuál es la voluntad de Dios, hasta
en los detalles más minuciosos de la vida cotidiana.
2. Todo esto está más allá de cuanto nosotros podemos
alcanzar. Porque se sitúa en el ámbito de lo que nos trasciende, o sea de lo
que no podemos saber.
Por
eso Jesús hace una afirmación que nunca llegamos a entender: que Dios ha ocultado
todo esto a los sabios y entendidos.
Es decir, los que se
creen que saben cómo es Dios y lo que Dios quiere, esos precisamente son los
que no tienen ni idea de por dónde van las cosas de Dios.
3. De ahí, la importancia capital de Jesús.
Porque es la "imagen" de Dios (Col 1,15), la
"representación" del ser mismo de Dios (Heb 1,3), la
"palabra" que nos revela a Dios (Jn 1, 1-2). Más aún, Jesús es la
"encarnación" de Dios (Jn 1, 14).
Es decir, aquel pobre
artesano de la pobre aldea de Nazaret, el que fue "pequeño" entre los
"pequeños" de este mundo, en él se hizo carne", no el
"ser" de Dios, sino el "acontecer" de Dios: su forma de
proceder, lo que acontece y lo que sucede cuando Dios se nos hace presente en
la vida. De forma que en Jesús, en su vida, en sus preferencias y sus
costumbres, en lo que hacía y decía, en todo eso es donde conocemos y
encontramos a Dios.
4. Por esto resulta extraño, y hasta profundamente inquietante, el atrevimiento de no pocos
"hombres de la religión", que tienen hasta la osadía de decir a los
creyentes lo que Dios piensa, lo que Dios quiere, lo que Dios no quiere..., en
asuntos cotidianos y hasta minuciosos.
Dios merece un
profundo respeto. Y se ha de hablar de Dios sabiendo que Dios está en todas las
cosas.
Como todas las cosas están en Dios. Tomar conciencia
de esta realidad tan profunda es lo que llevó a los grandes místicos a vivir el
despojo de toda representación de "lo divino". Así, Juan de la Cruz,
en el vacío de la "nada". O el Maestro Eckhart cuando "le pide a
Dios que lo libre de Dios".
En la más pura tradición
cristiana, a Dios lo encontramos en Jesús, en su vida, sus convicciones y su
forma de estar presente en la sociedad.
ARSENIO EL
GRANDE
Año 450
Arsenio
significa: fuerte, valeroso, valiente.
San Arsenio
fue uno de los monjes más famosos de la antigüedad. Sus dichos o refranes
fueron enormemente estimados. Las gentes hacían viajes de semanas y meses con
tal de ir a consultarle y oír sus consejos.
Cuando el
emperador Teodosio, el Grande buscaba un buen profesor para sus dos hijos, el
Papa San Dámaso le recomendó a Arsenio, que era un senador sumamente sabio y muy
práctico en los consejos que sabía dar. Y así durante diez años tuvo que
estarse en el palacio imperial tratando de educar a los dos hijos del
emperador, Arcadio y Honorio. Pero se dio cuenta de que el uno era demasiado
atrevido y el otro demasiado apocado, y desilusionado de ese fracaso como
educador de los dos futuros emperadores dispuso dedicarse a otra labor que le
fuera de mayor utilidad para su santificación y salvación.
Y estando un
día orando, en medio de una gran crisis espiritual, mientras le pedía a Dios
que le iluminara lo que debía hacer para santificarse, oyó una voz que le
decía: "Apártese del trato con la gente, y váyase a la soledad".
Entonces dispuso irse al desierto a orar y a hacer penitencia con los demás
monjes de esa soledad.
Cuando llegó
al monasterio del desierto, los monjes, sabiendo que había estado viviendo
tanto tiempo como senador y como alto empleado del Palacio imperial,
dispusieron ponerle algunas pruebas para saber si en verdad era apto para esa
vida de humillación y mortificación. El superior lo recibió fríamente, y al
llegar al comedor, no lo hizo sentar a la mesa, sino que lo dejó de pie, junto
a su mesa. Luego en vez de pasarle un plato de comida, le lanzó una tajada de
pan al piso, y le dijo secamente: "Si quiere comer algo, recoja eso".
Arsenio se inclinó humildemente, recogió la tajada de pan y se sentó en el
suelo a comer. El superior, al observar este comportamiento admirable, lo
consideró lo suficientemente humilde como para ser recibido como monje y lo
aceptó en el monasterio, diciendo a los demás religiosos: "Este será un
buen hermano".
Arsenio
había pasado toda su vida en el alto gobierno y en lujosos palacios, tratando
con gente de mundo, y conservaba algunas costumbres mundanas que los otros
monjes no hallaban como corregírselas, porque le tenían mucho respeto. Entonces
dispusieron irlo corrigiendo indirectamente, y poco a poco. Así, por ejemplo,
él acostumbraba montar la pierna, mientras estaba rezando en la capilla. Y los
demás para quitarle la tal costumbre, le dijeron a un monje joven que mientras
rezaban tuviera la pierna montada, y que ellos le llamarían la atención por
eso. Y así lo hicieron, regañando fuertemente al joven por esa actitud. Arsenio
entendió muy bien la lección y se corrigió.
San Arsenio
se hizo famoso por sus penitencias extraordinarias. Un día llegó un alto
empleado del imperio a llevarle un documento en el cual se le comunicaba que un
senador riquísimo le dejaba en herencia todas sus grandes riquezas, y que se
fuera a reclamarlas. El santo exclamó: "Antes de que él muriera en su
cuerpo, yo morí en mis ambiciones y avaricias. No quiero riquezas mundanas que
me impidan adquirir las riquezas del cielo". Y renunció a todo esto en
favor de los pobres.
Con
frecuencia pasaba toda la noche en oración. Los sábados al anochecer empezaba a
rezar de rodillas con los brazos en cruz y permanecía así hasta que caía por el
suelo desmayado. Tenía 40 años cuando abandonó el palacio imperial donde tenía
todas las comodidades, para irse a un tremendo desierto, donde todo faltaba.
Desde los 40 años hasta los 95 años estuvo orando, ayunando y haciendo
penitencias en el desierto, por la conversión de los pecadores, la extensión de
la religión y el perdón de sus propios pecados.
Como hombre
de mundo y de política que había sido, sentía una gran inclinación a tratar con
la gente y a charlar con los demás, y en cambio hacía todo lo posible por
retirarse del trato con todos, y vivir en la más completa soledad. Cuando un
día el superior le llamó la atención porque no se prestaba a quedarse a charlar
con las numerosísimas personas que iban a consultarle, le respondió: "Dios
sabe que los quiero con toda mi alma y que gozo inmensamente charlando con
ellos, pero como penitencia tengo que abstenerme lo más posible de las
charlatanerías. El Señor me ha dicho que si quiero santificarme tengo que hacer
la mortificación de apartarme del trato con las gentes". En verdad que a
cada persona la lleva Dios a la santidad por caminos diversos. A unos los hace
santos haciendo que se dediquen totalmente a tratar con los demás para
salvarlos, y a otros les ha pedido que, con el sacrificio de no tratar tanto
con la gente, le ganen también almas para el cielo.
Por muchos
siglos han sido enormemente estimados los dichos o frases breves que San
Arsenio acostumbraba decir a las gentes. Desde remotas tierras iban viajeros
ansiosos de escuchar sus enseñanzas que eran cortas, pero sumamente
provechosas. Recordemos algunos de sus dichos:
"Muchas
veces he tenido que arrepentirme de haber hablado. Pero nunca me he arrepentido
de haber guardado silencio". "Siempre he sentido temor a presentarme
al juicio de Dios, porque soy un pecador".
El religioso
debe preguntarse frecuentemente: "¿Para qué abandoné el mundo y me hice
religioso? y responderse: Me hice religioso porque quiero santificarme y salvar
mi alma. Si esto no lo consigo, he perdido totalmente mi tiempo" (Esta
frase ha conmovido a muchos santos. Por ej. San Bernardo la tenía escrita así
en su habitación: "Bernardo: ¿a qué viniste a la vida religiosa? - Quiero
salvar mi alma y santificarme").
San Arsenio
pedía consejos espirituales a monjes que eran muchísimo más ignorantes que él.
Le preguntaron por qué lo hacía y respondió: "Yo sé idiomas, literatura,
filosofía y política, pero en lo espiritual soy un analfabeto. En cambio, estos
religiosos que no hicieron estudios especiales, son unos especialistas en
espiritualidad y de ello saben mucho más que yo".
Un religioso
le preguntó por qué los sabios del mundo que conocen tantas ciencias y han
leído muchos libros son tan ignorantes en lo que se refiere a la santidad, y en
cambio tanta gentecita ignorante progresa tan admirablemente en lo espiritual,
y el santo respondió: "Es que la ciencia infla y llena de orgullo, y en un
corazón orgulloso Dios no hace obras de arte en santidad. En cambio, los
humildes conocen su debilidad, su ignorancia, y su insuficiencia, y ponen toda
su confianza en Dios, y en ellos sí hace prodigios de santificación Nuestro
Señor".
Arsenio era
muy conocido por su presencia venerable. Alto, flaco, bien parecido, con una
barba larguísima y muy blanca, su hermosa figura descollaba majestuosamente
entre los demás monjes. Y su santidad superaba a la de los demás compañeros.
Las gentes lo veneraban inmensamente y sus consejos han sido apreciados por
muchos siglos. Que Arsenio ruegue por nosotros y nos consiga una santidad como
la suya.
De toda
palabra indebida que diga una persona, tendrá que rendir cuentas el día del
juicio. (Jesucristo, Mt. 12,36).
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