martes, 18 de julio de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 19 DE JULIO - MIÉRCOLES – XV - SEMANA DEL T. O. – A ARSENIO EL GRANDE




19   DE JULIO - MIÉRCOLES –
XV - SEMANA     DEL   T. O. – A
ARSENIO   EL   GRANDE

       Evangelio según san Mateo 11,25-27
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
"Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla.
Sí Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre; y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".

1.  Una vez más hay que insistir en que, según los evangelios, "conocer al Padre", que es tanto como decir "conocer a Dios", eso es algo que excede nuestra capacidad de conocimiento (Mt 11, 27; Lc 10, 22; Jn 1, 18).
Vamos a dejarlo claro, de una vez por todas: nosotros los humanos, desde nuestra inmanencia, no podemos conocer al Trascendente en su trascendencia.
Precisamente la gran alucinación de las religiones y sus teologías ha sido partir del supuesto según el cual nosotros, los pobres mortales, no solo conocemos a Dios, el ser de Dios, sus cualidades y atributos, sino que además hemos llegado a la petulancia de afirmar sin titubeos que sabemos también cuál es la voluntad de Dios, hasta en los detalles más minuciosos de la vida cotidiana.

2.  Todo esto está más allá de cuanto nosotros podemos alcanzar. Porque se sitúa en el ámbito de lo que nos trasciende, o sea de lo que no podemos saber.
      Por eso Jesús hace una afirmación que nunca llegamos a entender: que Dios ha ocultado todo esto a los sabios y entendidos.
Es decir, los que se creen que saben cómo es Dios y lo que Dios quiere, esos precisamente son los que no tienen ni idea de por dónde van las cosas de Dios.

3.  De ahí, la importancia capital de Jesús. Porque es la "imagen" de Dios (Col 1,15), la "representación" del ser mismo de Dios (Heb 1,3), la "palabra" que nos revela a Dios (Jn 1, 1-2). Más aún, Jesús es la "encarnación" de Dios (Jn 1, 14).
Es decir, aquel pobre artesano de la pobre aldea de Nazaret, el que fue "pequeño" entre los "pequeños" de este mundo, en él se hizo carne", no el "ser" de Dios, sino el "acontecer" de Dios: su forma de proceder, lo que acontece y lo que sucede cuando Dios se nos hace presente en la vida. De forma que en Jesús, en su vida, en sus preferencias y sus costumbres, en lo que hacía y decía, en todo eso es donde conocemos y encontramos a Dios.              

4.  Por esto resulta extraño, y hasta profundamente   inquietante, el atrevimiento de no pocos "hombres de la religión", que tienen hasta la osadía de decir a los creyentes lo que Dios piensa, lo que Dios quiere, lo que Dios no quiere..., en asuntos cotidianos y hasta minuciosos.
Dios merece un profundo respeto. Y se ha de hablar de Dios sabiendo que Dios está en todas las cosas.
Como todas las cosas están en Dios. Tomar conciencia de esta realidad tan profunda es lo que llevó a los grandes místicos a vivir el despojo de toda representación de "lo divino". Así, Juan de la Cruz, en el vacío de la "nada". O el Maestro Eckhart cuando "le pide a Dios que lo libre de Dios".
En la más pura tradición cristiana, a Dios lo encontramos en Jesús, en su vida, sus convicciones y su forma de estar presente en la sociedad.

ARSENIO   EL   GRANDE
Año 450

Arsenio significa: fuerte, valeroso, valiente.
San Arsenio fue uno de los monjes más famosos de la antigüedad. Sus dichos o refranes fueron enormemente estimados. Las gentes hacían viajes de semanas y meses con tal de ir a consultarle y oír sus consejos.
Cuando el emperador Teodosio, el Grande buscaba un buen profesor para sus dos hijos, el Papa San Dámaso le recomendó a Arsenio, que era un senador sumamente sabio y muy práctico en los consejos que sabía dar. Y así durante diez años tuvo que estarse en el palacio imperial tratando de educar a los dos hijos del emperador, Arcadio y Honorio. Pero se dio cuenta de que el uno era demasiado atrevido y el otro demasiado apocado, y desilusionado de ese fracaso como educador de los dos futuros emperadores dispuso dedicarse a otra labor que le fuera de mayor utilidad para su santificación y salvación.
Y estando un día orando, en medio de una gran crisis espiritual, mientras le pedía a Dios que le iluminara lo que debía hacer para santificarse, oyó una voz que le decía: "Apártese del trato con la gente, y váyase a la soledad". Entonces dispuso irse al desierto a orar y a hacer penitencia con los demás monjes de esa soledad.
Cuando llegó al monasterio del desierto, los monjes, sabiendo que había estado viviendo tanto tiempo como senador y como alto empleado del Palacio imperial, dispusieron ponerle algunas pruebas para saber si en verdad era apto para esa vida de humillación y mortificación. El superior lo recibió fríamente, y al llegar al comedor, no lo hizo sentar a la mesa, sino que lo dejó de pie, junto a su mesa. Luego en vez de pasarle un plato de comida, le lanzó una tajada de pan al piso, y le dijo secamente: "Si quiere comer algo, recoja eso". Arsenio se inclinó humildemente, recogió la tajada de pan y se sentó en el suelo a comer. El superior, al observar este comportamiento admirable, lo consideró lo suficientemente humilde como para ser recibido como monje y lo aceptó en el monasterio, diciendo a los demás religiosos: "Este será un buen hermano".
Arsenio había pasado toda su vida en el alto gobierno y en lujosos palacios, tratando con gente de mundo, y conservaba algunas costumbres mundanas que los otros monjes no hallaban como corregírselas, porque le tenían mucho respeto. Entonces dispusieron irlo corrigiendo indirectamente, y poco a poco. Así, por ejemplo, él acostumbraba montar la pierna, mientras estaba rezando en la capilla. Y los demás para quitarle la tal costumbre, le dijeron a un monje joven que mientras rezaban tuviera la pierna montada, y que ellos le llamarían la atención por eso. Y así lo hicieron, regañando fuertemente al joven por esa actitud. Arsenio entendió muy bien la lección y se corrigió.
San Arsenio se hizo famoso por sus penitencias extraordinarias. Un día llegó un alto empleado del imperio a llevarle un documento en el cual se le comunicaba que un senador riquísimo le dejaba en herencia todas sus grandes riquezas, y que se fuera a reclamarlas. El santo exclamó: "Antes de que él muriera en su cuerpo, yo morí en mis ambiciones y avaricias. No quiero riquezas mundanas que me impidan adquirir las riquezas del cielo". Y renunció a todo esto en favor de los pobres.
Con frecuencia pasaba toda la noche en oración. Los sábados al anochecer empezaba a rezar de rodillas con los brazos en cruz y permanecía así hasta que caía por el suelo desmayado. Tenía 40 años cuando abandonó el palacio imperial donde tenía todas las comodidades, para irse a un tremendo desierto, donde todo faltaba. Desde los 40 años hasta los 95 años estuvo orando, ayunando y haciendo penitencias en el desierto, por la conversión de los pecadores, la extensión de la religión y el perdón de sus propios pecados.
Como hombre de mundo y de política que había sido, sentía una gran inclinación a tratar con la gente y a charlar con los demás, y en cambio hacía todo lo posible por retirarse del trato con todos, y vivir en la más completa soledad. Cuando un día el superior le llamó la atención porque no se prestaba a quedarse a charlar con las numerosísimas personas que iban a consultarle, le respondió: "Dios sabe que los quiero con toda mi alma y que gozo inmensamente charlando con ellos, pero como penitencia tengo que abstenerme lo más posible de las charlatanerías. El Señor me ha dicho que si quiero santificarme tengo que hacer la mortificación de apartarme del trato con las gentes". En verdad que a cada persona la lleva Dios a la santidad por caminos diversos. A unos los hace santos haciendo que se dediquen totalmente a tratar con los demás para salvarlos, y a otros les ha pedido que, con el sacrificio de no tratar tanto con la gente, le ganen también almas para el cielo.
Por muchos siglos han sido enormemente estimados los dichos o frases breves que San Arsenio acostumbraba decir a las gentes. Desde remotas tierras iban viajeros ansiosos de escuchar sus enseñanzas que eran cortas, pero sumamente provechosas. Recordemos algunos de sus dichos:
"Muchas veces he tenido que arrepentirme de haber hablado. Pero nunca me he arrepentido de haber guardado silencio". "Siempre he sentido temor a presentarme al juicio de Dios, porque soy un pecador".
El religioso debe preguntarse frecuentemente: "¿Para qué abandoné el mundo y me hice religioso? y responderse: Me hice religioso porque quiero santificarme y salvar mi alma. Si esto no lo consigo, he perdido totalmente mi tiempo" (Esta frase ha conmovido a muchos santos. Por ej. San Bernardo la tenía escrita así en su habitación: "Bernardo: ¿a qué viniste a la vida religiosa? - Quiero salvar mi alma y santificarme").
San Arsenio pedía consejos espirituales a monjes que eran muchísimo más ignorantes que él. Le preguntaron por qué lo hacía y respondió: "Yo sé idiomas, literatura, filosofía y política, pero en lo espiritual soy un analfabeto. En cambio, estos religiosos que no hicieron estudios especiales, son unos especialistas en espiritualidad y de ello saben mucho más que yo".
Un religioso le preguntó por qué los sabios del mundo que conocen tantas ciencias y han leído muchos libros son tan ignorantes en lo que se refiere a la santidad, y en cambio tanta gentecita ignorante progresa tan admirablemente en lo espiritual, y el santo respondió: "Es que la ciencia infla y llena de orgullo, y en un corazón orgulloso Dios no hace obras de arte en santidad. En cambio, los humildes conocen su debilidad, su ignorancia, y su insuficiencia, y ponen toda su confianza en Dios, y en ellos sí hace prodigios de santificación Nuestro Señor".
Arsenio era muy conocido por su presencia venerable. Alto, flaco, bien parecido, con una barba larguísima y muy blanca, su hermosa figura descollaba majestuosamente entre los demás monjes. Y su santidad superaba a la de los demás compañeros. Las gentes lo veneraban inmensamente y sus consejos han sido apreciados por muchos siglos. Que Arsenio ruegue por nosotros y nos consiga una santidad como la suya.
De toda palabra indebida que diga una persona, tendrá que rendir cuentas el día del juicio. (Jesucristo, Mt. 12,36).




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