24 DE OCTUBRE - MARTES
29ª - SEMANA DEL T. O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 12, 35-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas.
Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para
abrirle, apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los
encuentra en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los
irá sirviendo. Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así,
dichosos ellos".
1.
Estas palabras de Jesús expresan la preocupación que existió, en el
cristianismo primitivo, por la inminente y definitiva venida del Señor.
Es bien sabido que, en el cristianismo
naciente, fue viva la esperanza de un cambio inminente del mundo entero. Un
cambio que ya se había iniciado en vida de
Jesús. Pero también sabemos que esta esperanza de
los primeros cristianos se vio defraudada, aunque son pocas las voces que
registraron esta decepción en forma
directa (2 Pe 3, 3 s; 1 Clem 23 ss; 2 Clem 11; Justino, Apol. I, 28,
2...) (G. Theissen).
Nunca hubo una crisis entre los cristianos por
la ausencia de la esperada parusía del Señor. Pero esta falsa esperanza dejó
sus huellas en la Iglesia naciente.
2. Es claro
que, al esperar de forma inminente el fin de este mundo, muchos cristianos
centraron más sus preocupaciones en estar preparados para la venida definitiva
del Señor. Y se interesaron menos por estar presentes en la sociedad en la que
vivían.
Para comportarse como ciudadanos responsables
de
este mundo, con todas las consecuencias que eso lleva consigo. El que piensa
demasiado en el "otro" mundo, tiene el peligro de desentenderse quizá
de asuntos importantes de "este" mundo. Y eso puede ser una forma de
autoengaño que no beneficia a nadie.
3. Esta
situación, que aquí queda brevemente indicada, explica que en los evangelios
(escritos cuando esta expectativa era
más fuerte) encontremos textos como el del evangelio de hoy. Sin duda, Jesús
apeló a la responsabilidad de los humanos ante el hecho indudable de la muerte
futura.
Pero lo que importa no es que eso centre
nuestra atención en la otra vida, sino que nos haga más responsables ante los
deberes de esta vida.
SAN ANTONIO MARIA CLARET, OBISPO
1807 - 1870.
Antonio Claret nace en Sallent (Barcelona), a unos 15 kms de Manresa,
en 1807, en el seno de una familia profundamente cristiana, dedicada a la
fabricación textil.
Infancia.
La infancia del santo no transcurrió con total tranquilidad. La
guerra napoleónica, la influencia de las ideas de la revolución francesa, el
juramento de la Constitución de 1812, y las tensiones entre absolutistas y
liberales marcaron de alguna manera la vida del santo. En el aspecto religioso
está marcado por la vivencia de la providencia de Dios, por un lado; y por la
idea de la eternidad, por otro. Su piedad se ve influida por la devoción a la
Virgen María y a la Eucaristía.
Estudiante y trabajador textil
A los doce años, su padre le pone a trabajar en el telar familiar.
Reconociendo su habilidad para la fabricación, va a Barcelona para perfeccionarse
en el arte textil. Se dedica con verdadera pasión al trabajo; vivía para él día
y noche. Sus oraciones, en cambio, no eran tantas ni tan fervorosas, aunque no
deja la misa dominical ni el rezo del rosario. Poco a poco se le va olvidando
el deseo infantil de ser sacerdote, pero Dios le iba dirigiendo según sus
planes. Unos duros desengaños, y sobre todo la palabra del Evangelio ¿de qué le
sirve a uno ganar todo el mundo si al final pierde su vida?, sacuden su
conciencia. A pesar de las ofertas para montar su propia fábrica, se niega a
satisfacer el deseo de su padre y decide ser cartujo.
Vocación sacerdotal misionera
A los 22 años ingresa en el seminario de Vic, sin perder de vista su
intención de ser monje cartujo. Cuando se dirige a la Cartuja de Montealegre,
al año siguiente, una tormenta le obliga a retroceder y su sueño de vida
retirada empieza a desvanecerse. Prosigue sus estudios seminarísticos en Vic.
Sufre una fuerte tentación contra la castidad, en la que reconoce la
intercesión maternal de la Virgen María en su favor y sobre todo la voluntad de
Dios, que le quiere misionero, evangelizador.
Aunque no había concluido los estudios teológicos, el 13 de junio de
1835 recibe la ordenación sacerdotal porque su obispo veía en él algo
extraordinario. Queda encargado de su parroquia natal, Sallent. Pero la
parroquia no era lo suyo. Siente, cada vez con más fuerza, que el Señor lo
llama a evangelizar. La situación política en Cataluña, dividida por la guerra
civil entre liberales y carlistas, y la de la Iglesia, sometida a la
desconfianza de los gobernantes, no dejaba otra solución que la de salir de su
patria y ofrecerse a Propaganda Fide, encargada entonces de toda la obra de
evangelización de cualquier tipo.
Tras un viaje lleno de peligros, llegó a Roma. Aprovechó unos días
que tenía libres para hacer ejercicios espirituales en la casa del Gesù de los
Jesuitas. Su director le animó a solicitar el ingreso en la Compañía de Jesús.
A principios de 1840, a los cuatro meses de haber comenzado el noviciado, se ve
aquejado de un dolor intenso en la pierna derecha que le impide caminar. La
mano de Dios se hace sentir. El P. General de los jesuitas le dijo con
resolución: Es la voluntad de Dios que Usted vaya pronto a España; no tenga
miedo; ánimo.
Misionero Apostólico en Catalunya y Canarias
De nuevo en Cataluña, se le confía la parroquia de Viladrau. Al estar
ésta bien atendida, puede desplazarse para dar misiones y ejercicios en
poblaciones cercanas. Su obispo, conocedor de la vocación claretiana y de los
frutos de su predicación, le deja libre de toda atadura parroquial para poder
evangelizar de pueblo en pueblo. Por el deseo de comunión con la Jerarquía y
por las facultades pastorales que comportaba, solicitó a Propaganda Fide el
título de "Misionero Apostólico", que él llenó de contenido
espiritual y apostólico.
Recorrió prácticamente toda Cataluña de 1843 a 1847, predicando la
Palabra de Dios, siempre a pie, sin aceptar dinero ni regalos por su
ministerio. Le movía a ello la imitación de Jesucristo. A pesar de su neutralidad
política, pronto iba a sufrir persecuciones por parte de los gobernantes, y
calumnias de quienes combatían la fe.
Pero San Antonio María Claret no iba a ser sólo predicador incansable
de misiones al pueblo y de ejercicios a sacerdotes y religiosas. Pronto va
descubriendo otros medios de apostolado más eficaces: publicó devocionarios,
pequeños opúsculos dirigidos a sacerdotes, religiosas, niños, jóvenes, casadas,
padres de familia...; fundó la Librería Religiosa en 1848, que en dos años
lanzó 2.811.000 ejemplares de libros, 2.059.500 opúsculos y 4.249.200 hojas
volantes.
Como medio eficaz de perseverancia y progreso en la vida cristiana
funda o potencia Cofradías, entre ellas la Hermandad del Santísimo e Inmaculado
Corazón de María, que fue el anticipo de las "religiosas en sus
casas" o "hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María",
que con el tiempo llegará a ser el Instituto Secular "Filiación
Cordimariana".
Al serle imposible predicar en Cataluña por la rebelión armada, su
obispo lo envió a las Canarias. De febrero de 1848 a mayo de 1849 recorrió las
islas. Pronto y familiarmente se le comenzó a llamar "el Padrito".
Tan popular se hizo que es copatrono de la diócesis de las Palmas con la Virgen
del Pino.
Fundador y Arzobispo de Cuba
De vuelta ya en Cataluña, el 16 de julio de 1849, funda en una celda
del seminario de Vic la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado
Corazón de María. La gran obra de Claret comienza humildemente con cinco
sacerdotes dotados del mismo espíritu que el Fundador. A los pocos días, el 11
de agosto, comunican a Mossen Claret su nombramiento como Arzobispo de Cuba. A
pesar de su resistencia y sus objeciones a cuenta de la Librería Religiosa y la
recién fundada Congregación de Misioneros, hubo de aceptar ese cargo por
obediencia y fue consagrado en Vic el 6 de octubre de 1850.
La situación en la isla de Cuba es deplorable: explotación y
esclavitud, inmoralidad pública, inseguridad familiar, desafecto a la Iglesia y
sobre todo progresiva descristianización. Nada más llegar comprende que lo más
necesario es emprender un trabajo de renovación en la vida cristiana y promueve
una serie de campañas misioneras, en las que participa él mismo, para llevar la
Palabra de Dios a todos los poblados. Dio a su ministerio episcopal una
interpretación misionera. En seis años recorrió tres veces toda su diócesis. Se
preocupó de la renovación espiritual y pastoral del clero y la fundación de
comunidades religiosas. Para la educación de la juventud y el cuidado de las
instituciones asistenciales logró que los Escolapios, los Jesuitas y las Hijas
de la Caridad establecieran comunidades en Cuba; con la M. Antonia París fundó
las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas el 27 de agosto de
1855. Luchó contra la esclavitud, creó una Granja-escuela para los niños
pobres, puso una Caja de Ahorros con marcado carácter social, fundó bibliotecas
populares. Tanta y tan diversa actividad le supone enfrentamientos, calumnias,
persecuciones y atentados. El sufrido en Holguín (1 febrero 1856) casi le
cuesta la vida, aunque le hace derramar su sangre por Cristo.
Confesor de la Reina Isabel II y apóstol en
Madrid y en España
La Reina Isabel II lo elige personalmente como su Confesor en 1857 y
se ve obligado a trasladarse a Madrid. Debe acudir semanalmente al menos a la
Corte a ejercer su ministerio de confesor y a cuidarse de la educación
cristiana del príncipe Alfonso y de las infantas. Debido a su influencia
espiritual y a su firmeza, poco a poco va cambiando la situación religiosa y
moral de la Corte. Vive austera y pobremente.
Los ministerios de palacio no llenan ni el tiempo ni el espíritu
apostólico de monseñor Claret: ejerce una intensa actividad en la ciudad:
predica y confiesa, escribe libros, visita cárceles y hospitales. Aprovecha los
viajes con los Reyes por España para predicar por todas partes. Promueve la
Academia de San Miguel, un proyecto en el que pretende aglutinar a
intelectuales y artistas para que "se asocien para fomentar las ciencias y
las artes bajo el aspecto religioso, aunar sus esfuerzos para combatir los
errores, propagar los buenos libros y con ellos las buenas doctrinas".
La Reina le nombra protector de la iglesia y del hospital de
Montserrat de Madrid, y en 1859 Presidente de El Escorial. Su gestión no puede
ser más eficaz y más amplia: restauración del edificio, equipamiento de la
iglesia, establecimiento de una comunidad y un seminario.
Una de sus mayores preocupaciones será dotar a España de obispos
celosos y proteger e impulsar la vida consagrada, especialmente la de los
Institutos fundados por él, los Misioneros y las Religiosas de María
Inmaculada, o por otros.
Mantiene celosamente su independencia y neutralidad política siempre,
lo que le acarrea múltiples enemistades. Se convierte en el blanco del odio y
venganza de muchos: "no obstante de haber marchado siempre con precaución
en este terreno -se refiere a los favoritismos-, no he escapado de las malas
lenguas", confiesa. Su unión con Jesucristo alcanza un punto álgido en la
gracia de la conservación de las especies sacramentales otorgado en La Granja
de Segovia el 26 de agosto de 1861.
Exilio y Padre en el Concilio Vaticano I
A raíz de la revolución de septiembre de 1868 parte con la Reina
hacia el exilio. En París mantiene su ministerio con la Reina y el Príncipe de
Asturias, funda las Conferencias de la Sda. Familia y se prodiga en múltiples
actividades apostólicas.
Para la celebración de las bodas de oro sacerdotales del Papa Pío IX
va a Roma. Participa en la preparación del Concilio Vaticano I, en el que
interviene defendiendo la infalibilidad pontificia. Al concluir las sesiones,
con la salud ya muy quebrantada y presumiendo próxima su muerte, se traslada a
la comunidad que sus Misioneros tienen en Prades (Francia).
Muerte y glorificación
Hasta ahí llegan sus perseguidores, que pretenden apresarle y
llevarlo a España para juzgarlo y condenarlo. Debe huir como un delincuente y
refugiarse en el monasterio cisterciense de Fontfroide.
En este monasterio de Fontfroide, a los 63 años, rodeado del afecto
de los monjes y de algunos de sus misioneros, fallece el 24 de octubre de 1870.
Sus restos mortales se trasladaron a Vic en 1897. Es beatificado por
Pío XI el 25 de febrero de 1934. Pío XII lo canoniza el 7 de mayo de 1950.
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