27 DE OCTUBRE
- VIERNES
29ª - SEMANA DEL
T.O.-A
San Bartolomé de Bregantia
Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,
54-59
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente:
"Cuando veis subir una nube por el poniente, decís
enseguida: "Chaparrón tenemos", y así sucede.
Cuando sopla el sur decís: "Va a hacer bochorno", y lo
hace.
Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo,
¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?
¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que
se debe hacer?
Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo
posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te
arrastre ante el juez y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en
la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último
céntimo'.
1. Jesús
hace un llamamiento para que sepamos
"interpretar el tiempo presente", para que sepamos "lo
que se debe hacer".
Hay situaciones en la vida en las que se
produce un cambio de época: termina una etapa de la historia y
comienza
otra. Esto es lo que sucedió con Jesús: hasta él, estuvieron en vigor la ley y
los profetas; desde entonces, se anuncia el Reino de Dios (Lc 16, 16).
Otros momentos de cambio determinante fueron,
de hecho, la Reforma del s. XVI o la Ilustración del s. XVIII.
Pues bien, en este momento, estamos viviendo
también
un tiempo (un kairós) de cambio radical. El mundo ya no es (ni va a ser) como
antes. Y lo mismo hay que decir de la economía, la política, las costumbres, las
ideas y, más en concreto, la religión.
2. Jesús
nos avisa: "¡No seáis hipócritas!" ¿No estamos viendo el cambio? No es un cambio a peor, sino a algo nuevo,
que intuimos, pero que no podemos
todavía
precisar. En todo caso, se avecina algo mejor, que seguramente no
sospechamos.
Lo importante, en un momento como este, es no aferrarse
a lo que ya pasó. Y estar abiertos a lo que está naciendo. Es decisivo, en estas situaciones, superar el
miedo. Miedo a perder privilegios, seguridades, claridad en muchas cosas.
Saldrá adelante el que sea capaz de no vivir atado o anclado en un pasado que
ya no volverá nunca. Lo determinante
será el coraje de la libertad.
3. Las
religiones tienen miedo. Porque tienen sus raíces en tradiciones y costumbres
de un pasado al que se aferran. Los dirigentes ven que en ello les va la vida.
Por eso, la gran tentación, en momentos así, es el fundamentalismo, que es
"tradición acorralada" (A. Giddens).
Los grupos observantes, integristas,
intolerantes.., hoy parecen tener éxito. Pero no tienen futuro. Porque no caminan con la historia, sino a
contrapelo de la vida.
Jesús tuvo la audacia de cambiar tantas cosas.
¿Por qué nosotros tenemos miedo y nos dejamos llevar
por
ese miedo?
San Bartolomé de
Bregantia
Martirologio Romano: En Vicenza, en la región de Venecia,
conmemoración de san Bartolomé de Breganza, obispo, de la Orden de
Predicadores, que fundó en esta ciudad la Milicia de Jesucristo, para defender
la fe católica y la libertad de la Iglesia. († 1270)
Fecha de canonización: Culto confirmado por S.S. Pío VI el 11 de
septiembre de 1793
Nació hacia el año 1200 en la ciudad italiana de Vicenza. Integrante
de la familia de los condes de Bragança, fue formado en consonancia con su
alcurnia. Estudió en Padua y tuvo la fortuna de conocer en plena juventud a
santo Domingo de Guzmán, quien acababa de fundar en Vicenza. Tenía alrededor de
20 años cuando él le impuso personalmente el hábito dominico. Después de haber
sido ordenado sacerdote, a Bartolomé le encomendaron sucesivas e importantes
misiones. Una de sus cualidades destacadas era la predicación. Hábil y certero
en sus argumentos, salía victorioso en su lucha contra los herejes. Por eso,
aunque inicialmente había impartido Sagradas Escrituras, conociendo su
inteligencia y virtud fue enviado a diversos lugares.
Celoso defensor de la paz y artífice de reconciliación, que ya había
instaurado en zonas habitadas por la discordia como las regiones italianas de
Lombardía y Emilia, aún dio un paso más. Y en 1233, mientras predicaba junto al
P. Juan de Vicenza en Bolonia, fundó la Milicia de Jesucristo (conocida también
como «fratres gaudentes») con el objetivo de restaurar la paz y defender la fe
y libertad eclesiales. Inspirada en ella, hacia mediados de siglo un grupo de
laicos perteneciente a la aristocracia, que procedían de las ciudades de Parma,
Bolonia, Reggio Emilia y Modena, ante la urgente necesidad detectada de
contrarrestar el empuje de movimientos como la Congregación de los Devotos
(flagelantes), revitalizaron la Milicia retomándola con el nombre de Orden de
los Caballeros de Santa María Gloriosa. Fue confirmada por Urbano IV en 1261 a
través de una bula, y suprimida por Sixto V en 1559. En ella se integraron los
miembros de la Milicia. Es decir que Bartolomé fue artífice indirecto de esta
Orden. Él fue quien redactó los estatutos de esta fundación que fue aprobada
por Gregorio IX en 1234 y se escindió en torno a 1260. El beato fue maestro
regente de teología y consejero de este pontífice.
En 1235, dos años después de haber fundado la Milicia, el capítulo
general de la Orden efectuado en Bolonia lo designó Maestro del Sacro Palacio
como sucesor de Domingo de Guzmán. Fue prior en distintos conventos que dirigió
con sabiduría y prudencia. Al igual que había hecho Gregorio IX, el papa
Inocencio IV también contó con él, eligiéndole para acompañarle como teólogo al
Concilio de Lyon en 1245.En 1248, siendo en esos momentos confesor del rey san
Luís IX de Francia, este Santo Padre lo nombró obispo Nicosia, Chipre, juzgando
esencial su presencia de hombre virtuoso allí, dado el conflicto existente en los
Santos Lugares. Precisamente en esa época, el monarca francés encabezaba una
expedición para combatir a los opositores de la fe en defensa de Tierra Santa,
y Bartolomé le visitó en Palestina. Regresó con la invitación del rey para
volver a verse en Francia.
En 1254 el pontífice Alejandro IV lo designó prelado de Vicenza. Pero
a causa de la persecución antirreligiosa impulsada por el violento Ezzelino III
da Romano, que lideraba el movimiento gibelino pro imperial del norte de
Italia, contrario al papa, no pudo asumir la misión plenamente ya que, por
defender a los aterrados ciudadanos frente a este sanguinario dictador, tuvo
que dejar la ciudad. A finales de ese año viajó a Inglaterra como legado
pontificio. Reinaba entonces Enrique III que tenía la sede en Aquitania, y
Bartolomé le acompañó a él y a la reina, en su viaje a París; entonces
visitaron al rey Luís. En el transcurso de este encuentro, el santo monarca
obsequió al beato con una preciadísima reliquia: una espina de la corona del
Salvador. En 1256 Alejandro IV volvió a encomendarle la sede de Vicenza. Pero
Ezzelino continuaba su particular cruzada en contra de la Iglesia, y aunque
Bartolomé se incorporó a la diócesis, el jefe de los gibelinos le obligó a
abandonarla. A finales de 1259 murió Ezzelino, y unos meses más tarde, entrado
ya el año 1260, pudo regresar a su sede.
Con redoblados bríos ejerció su misión pastoral. Restituyó la paz en
la región del Véneto, levantó las iglesias que habían sido destruidas y
confirmó a todos en la fe. En ese tiempo mandó erigir la conocida iglesia de la
Santa Corona, donde se venera la espina de la corona de Cristo que le regaló el
monarca francés. En medio de tanto quehacer, Bartolomé escribió varios textos
entre los cuales se conservan Expositio Cantici Canticorum y De venatione
divini amoris, que tiene como trasfondo el pensamiento del Pseudo-Dionisio.
Tuvo la gracia de participar en la segunda traslación de los restos de santo
Domingo, que se produjo en 1267, dedicándole un panegírico. Y unos cuatro años
más tarde de la misma, a finales de 1270 o a mediados de 1271, falleció en
Vicenza con fama de santidad.
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