4 DE OCTUBRE
- MIÉRCOLES –
26ª- SEMANA DEL
T. O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,
57-62
En aquel
tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno:
"Te seguiré a donde vayas".
Jesús le respondió:
"Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos, pero
el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza".
A otro le dijo:
"Sígueme'.
Él respondió:
"Déjame primero ir a enterrar a mi padre".
Le contestó:
"Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a
anunciar el Reino de Dios'.
Otro le dijo:
"Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi
familia".
Jesús le contestó:
"El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale
para el Reino de Dios".
1.
Estos tres breves relatos de "seguimiento" ponen sobre la mesa un hecho fundamental, que
los cristianos jamás deberíamos olvidar:
Jesús no quiso fieles "obedientes",
sino "seguidores" sin más. Sin nada más. Lo cual quiere decir esto:
que lo que define la relación con Jesús no es la obediencia, sino el seguimiento.
No solo cuando se habla de los
"discípulos", sino más aún cuando se trata de la relación de la
"gente", el pueblo sencillo, con Jesús.
De las 92 veces, que en los evangelios aparece el
verbo "seguir" (akolouthein), en 17 ocasiones se refiere a los
discípulos, y en 25 textos se habla del seguimiento como algo propio del pueblo.
2.
Dando un paso más: la relación con Jesús se expresa mediante el
seguimiento porque esa relación no es relación con un programa, una teología, unas
prácticas rituales o unas normas, sino que es esencialmente una relación con una
forma de vivir. Y una forma de vivir
solo se puede presentar mediante
relatos.
De ahí que los evangelios son relatos de una vida.
Una vida (la
de Jesús) tan ejemplar, tan profundamente humana, que no se puede aprender
mediante
teorías, sino viviéndola, es decir siguiendo a Jesús.
Solo siguiéndole se le conoce. Así fue en el caso de las gentes que le conocieron-siguieron
durante su vida terrenal. Y así tiene que ser hoy, mediante la "memoria
subversiva" que son los evangelios.
3. Por
eso, porque a Jesús no se le conoce estudiándolo, sino siguiéndole, por eso los
tres relatos de seguimiento, que se presentan aquí, son tan radicales. En
ellos, el seguimiento de Jesús se antepone a la propia instalación, al entierro
del propio padre, a la despedida de la familia.
No se trata de que el creyente en Jesús no haya
de tener una casa, ni haya de abandonar a su padre
anciano
o muerto, ni haya de romper con la familia.
El Evangelio no dice nada de eso. Los relatos
de seguimiento son tan radicales porque quieren dejar patente que solo el que hace
propia la forma de vivir que llevó Jesús, sin que cuente ninguna otra necesidad
o cualquier obligación, es decir, el que vive como vivió Jesús (en cuanto eso nos
es posible) ese es el que conoce a Jesús y realiza su proyecto.
El ejemplo perfecto, san Francisco de Asís, el
hombre de Dios que inspira al papa Francisco.
SAN FRANCISCO
DE ASIS
(Giovanni di Pietro
Bernardone; Asís, actual Italia, 1182 - id., 1226) Religioso y místico
italiano, fundador de la orden franciscana. Casi sin proponérselo lideró San
Francisco un movimiento de renovación cristiana que, centrado en el amor a
Dios, la pobreza y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso eco entre las clases
populares e hizo de él una veneradísima personalidad en la Edad Media. La
sencillez y humildad del pobrecito de Asís, sin embargo, acabó trascendiendo su
época para erigirse en un modelo atemporal, y su figura es valorada, más allá
incluso de las propias creencias, como una de las más altas manifestaciones de
la espiritualidad cristiana.
San Francisco de Asís
Hijo de un rico mercader
llamado Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era un joven mundano de cierto
renombre en su ciudad. Había ayudado desde jovencito a su padre en el comercio
de paños y puso de manifiesto sus dotes sustanciales de inteligencia y su
afición a la elegancia y a la caballería. En 1202 fue encarcelado a causa de su
participación en un altercado entre las ciudades de Asís y Perugia. Tras este
lance, en la soledad del cautiverio y luego durante la convalecencia de la enfermedad
que sufrió una vez vuelto a su tierra, sintió hondamente la insatisfacción
respecto al tipo de vida que llevaba y se inició su maduración espiritual.
Del lujo a la pobreza
Poco después, en la
primavera de 1206, tuvo San Francisco su primera visión. En el pequeño templo
de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una imagen románica de
Cristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y amorosa
contemplación: "Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha
una ruina". El joven Francisco no vaciló: corrió a su casa paterna, tomó
unos cuantos rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Feligno; luego
entregó el dinero así obtenido al sacerdote de San Damián para la restauración
del templo.
Esta acción desató la ira
de su padre; si antes había censurado en su hijo cierta tendencia al lujo y a
la pompa, Pietro di Bernardone vio ahora en aquel donativo una ciega
prodigalidad en perjuicio del patrimonio que tantos sudores le costaba. Por
ello llevó a su hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara formalmente
a cualquier herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de sus propias
vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con ello, por amor a
Dios, a cualquier bien terrenal.
A los veinticinco años,
sin más bienes que su pobreza, abandonó su ciudad natal y se dirigió a Gubbio,
donde trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos; luego regresó a Asís y
se dedicó a restaurar con sus propios brazos, pidiendo materiales y ayuda a los
transeúntes, las iglesias de San Damián, San Pietro In Merullo y Santa María de
los Ángeles en la Porciúncula. Pese a esta actividad, aquellos años fueron de
soledad y oración; sólo aparecía ante el mundo para mendigar con los pobres y
compartir su mesa.
La llamada a la predicación
El 24 de febrero de 1209,
en la pequeña iglesia de la Porciúncula y mientras escuchaba la lectura del
Evangelio, Francisco escuchó una llamada que le indicaba que saliera al mundo a
hacer el bien: el eremita se convirtió en apóstol y, descalzo y sin más atavío
que una túnica ceñida con una cuerda, pronto atrajo a su alrededor a toda una
corona de almas activas y devotas. Las primeras (abril de 1209) fueron Bernardo
de Quintavalle y Pedro Cattani, a los que se sumó, tocado su corazón por la
gracia, el sacerdote Silvestre; poco después llegó Egidio.
San Francisco de Asís
predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo basado
en los ideales de los Evangelios. Hay que recordar que, en aquella época, otros
grupos que propugnaban una vuelta al cristianismo primitivo habían sido
declarados heréticos, razón por la que Francisco quiso contar con la
autorización pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a un grupo de
once compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida
religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono.
Con el tiempo, el número
de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar una orden religiosa,
llamada actualmente franciscana o de los franciscanos. Además, con la colaboración
de Santa Clara, fundó la rama femenina de la orden, las Damas Pobres, más
conocidas como las clarisas. Años después, en 1221, se crearía la orden tercera
con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus obligaciones familiares.
Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya extendido por Italia,
Francia y España; ese mismo año el Concilio de Letrán reconoció canónicamente
la orden, llamada entonces de los Hermanos Menores.
Por esos años trató San
Francisco de llevar la evangelización más allá de las tierras cristianas, pero
diversas circunstancias frustraron sus viajes a Siria y Marruecos; finalmente,
entre 1219 y 1220, posiblemente tras un encuentro con Santo Domingo de Guzmán,
predicó en Siria y Egipto; aunque no logró su conversión, el sultán Al-Kamil
quedó tan impresionado que le permitió visitar los Santos Lugares.
Últimos años
A su regreso, a petición
del papa Honorio III, compiló por escrito la regla franciscana, de la que
redactó dos versiones (una en 1221 y otra más esquemática en 1223, aprobada ese
mismo año por el papa) y entregó la dirección de la comunidad a Pedro Cattani.
La dirección de la orden franciscana no tardó en pasar a los miembros más
prácticos, como el cardenal Ugolino (el futuro papa Gregorio IX) y el hermano
Elías, y San Francisco pudo dedicarse por entero a la vida contemplativa.
Durante este retiro, San
Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas de Cristo en su propio
cuerpo); según testimonio del mismo santo, ello ocurrió en septiembre de 1224,
tras un largo periodo de ayuno y oración, en un peñasco junto a los ríos Tíber
y Arno. Aquejado de ceguera y fuertes padecimientos, pasó sus dos últimos años
en Asís, rodeado del fervor de sus seguidores.
Sus sufrimientos no
afectaron su profundo amor a Dios y a la Creación: precisamente entonces, hacia
1225, compuso el maravilloso poema Cántico de las criaturas o Cántico del
hermano sol, que influyó en buena parte de la poesía mística española
posterior. San Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de 1226. En 1228,
apenas dos años después, fue canonizado por el papa Gregorio IX, que colocó la
primera piedra de la iglesia de Asís dedicada al santo. La festividad de San
Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre.
Obras de San Francisco de Asís
Privadas de datos
cronológicos, las obras de San Francisco de Asís documentan, no la vida del
santo, sino el espíritu y el ideal franciscanos. Gran parte de estos escritos
se ha perdido, entre ellos muchas epístolas y la primera de las tres reglas de
la orden franciscana (compuesta en 1209 o 1210), que recibió la aprobación oral
de Inocencio III.
Sí que se conserva la
llamada Regla I (en realidad segunda), compuesta en 1221 con la colaboración,
por lo que hace referencia a los textos bíblicos, de Fray Cesario de Spira.
Esta regla (llamada no sellada porque no fue aprobada con el sello papal)
consta de veintitrés capítulos, de los cuales el último es una plegaria de
acción de gracias y de súplica al Señor, y reúne las normas, amonestaciones y exhortaciones
que San Francisco dirigía a sus cofrades, las más veces en ocasión de los
capítulos de la orden.
La Regla II, en realidad
tercera (y llamada sellada, puesto que recibió la aprobación pontificia el 29
de noviembre de 1223), consta de sólo doce capítulos y no es más que una
repetición más concisa y ordenada de la precedente, respecto a la cual no
presenta (como algunos investigadores han querido afirmar) novedades
sustanciales. Es la que continúa en vigor en la orden franciscana. En el
Testamento, escrito en vísperas de su muerte e impuesto como parte integrante
de la regla, San Francisco lega a sus compañeros de orden, como el mayor tesoro
espiritual, a madonna Pobreza.
En la primera edición
completa de las obras de San Francisco de Asís (la de Wadding), fueron
diecisiete las epístolas reputadas auténticas, pero su número se vio muy
disminuido en las ediciones críticas posteriores. La exhortación a la
penitencia y a la virtud, la importancia de la pobreza y del amor a Dios y los
preceptos de la orden son algunos de los temas recurrentes de su epistolario.
Se conservan asimismo unas pocas poesías religiosas en latín.
Otras obras destacadas
son las Admonitiones, que contienen indicaciones de San Francisco para la recta
interpretación de la regla, y De religiosa habitatione in eremo, dirigida a los
frailes deseosos de llevar una vida eremítica. Las Admonitiones muestran sus
ideas morales en advertencias prácticas dadas a sus hermanos, fruto de un
continuo análisis de la propia vida interior. Fundada en los evangelios y las
Epístolas de San Pablo, esta moral se halla centrada por completo en el primer
precepto, el del amor a Dios por sí mismo y como único bien, del que todos los
demás proceden y que se sitúa por encima de todas las cosas: quien ama al Señor
de esta forma lo posee ya interiormente en la medida en que comprende que, sin
Él, la razón de nuestra vida se hundiría en las tinieblas y la nada.
El Cántico de las criaturas
A estas obras, todas
ellas de alta significación espiritual, debe sumarse una que reviste además una
gran importancia literaria: el Cántico de las criaturas (llamado también Laudes
creaturarum o Cántico del hermano Sol), redactado probablemente un año antes de
su muerte. Según refiere la leyenda, la escritura de este poema fue un don y el
remedio para su avanzada ceguera. Se trata de una plegaria a Dios, escrita en
dialecto umbrío y compuesta de 33 versos que no tienen un metro regular. La
rima repite el mismo modelo estilístico de la prosa latina medieval y de la
poesía bíblica, sobre todo el del Cantar de los cantares.
La plegaria, cuyo ritmo
lento recuerda los rezos matutinos, es de una extraordinaria belleza. Comienza
elogiando la grandeza de Dios y continúa con la belleza y la bondad del sol y
los astros, a los que alaba como hermanos; para la humildad del hombre reclama
el perdón y la dignidad de la muerte. La maestría poética con que quedó
expresado en esta composición el ideal franciscano tuvo importantes
consecuencias literarias y religiosas. No hay que olvidar que su movimiento
espiritual estaba formado en su mayor parte por gente del pueblo que utilizaba
la lengua vulgar; los cantos de esta multitud de seguidores que recorrían
campos y villas se llamaron laudes, y luego fueron recogidos en los laudarios o
libros de rezos de las cofradías de devotos. La influencia del poema de San
Francisco y de su literatura derivada se haría visible en la poesía ascética y
mística del Renacimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario