19
DE OCTUBRE - JUEVES –
28ª-
SEMANA DEL T.O.-A
Evangelio según san Lucas11,47-54
En aquel tiempo, dijo el Señor:
"¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas,
después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron
vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les
edificáis sepulcros.
Por algo dijo la sabiduría de Dios:
"Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos los
perseguirán y matarán"; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la
sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre
de Abel hasta la de Zacarías que pereció entre el altar y el santuario.
Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación.
¡Ay de vosotros, juristas, que os habéis quedado con la llave
del saber: vosotros que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban
entrar!"
Al salir de allí, los letrados y fariseos empezaron a acosarlo y
a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus
propias palabras”.
1. Jesús
les echa en cara a los fariseos cosas muy graves: asesinatos de profetas, hipocresías
y mentiras, no solo para dejar en el olvido a las víctimas, sino para luego
levantarles monumentos y así quedar bien ante la opinión pública.
Hay que insistir, una vez más en que el peligro
que todo esto entraña es atribuir toda esta maldad al pueblo de Israel como
tal. La insistencia en que
se
le pedirán cuentas a "esta generación" da pie para pensar que las
raíces del antisemitismo ya están aquí presentes. Lo cual quiere decir que es
muy dudoso que Jesús dijera estas cosas tal como han llegado hasta nosotros.
2. Nunca
deberíamos los cristianos utilizar el recuerdo de Jesús y sus palabras para
fomentar el dogmatismo y, menos aún, la confrontación con ningún
otro
grupo religioso, por más que a nosotros nos parezca que las doctrinas y costumbres
de ese grupo (sea el que sea) son intolerables.
El Dios de Jesús y el Evangelio no pueden estar
presentes donde se fomentan, de la manera que sea, las divisiones, los odios,
los resentimientos, los desprecios y la violencia en cualquiera de sus formas.
La historia de las religiones está
demasiado manchada con este tipo de
cosas. Y tendríamos que ser extremadamente delicados en cuanto se refiere o
roza este asunto capital.
3.
Además, es importante tener siempre muy
presente que la intolerancia y el
fanatismo, cuando se basan en la religión, son los mayores impedimentos para
encontrar al Dios de la paz y del amor.
El Padre de Jesús no puede estar donde las
personas se maltratan y se desprecian.
SAN
PEDRO ALCANTARA, presbítero.
(1496-1562)
De este
gran santo, todo penitencia para su cuerpo y suavidad para los demás, escribió
la gran Doctora de la Iglesia Santa Teresa de Jesús: «Después de muerto...
díjome la primera vez que me apareció que ¡bienaventurada penitencia, que tanto
premio había merecido! y otras muchas cosas. Un año antes que muriese me
apareció estando ausente, y supe que había de morir y se lo avisé, estando
algunas leguas de aquí. Cuando expiró, me apareció, y dijo como que se iba a
descansar. Yo no le creí; y díjelo a algunas personas, y desde ocho a diez días
vino la nueva como era muerto, o comenzado a vivir, por mejor decir» ....
Nació el
1494, en la Extremadura Alta, en la villa de Alcántara, de nobles padres: D.
Pedro Garavito, gobernador, y Dña. María Vilela de Sanabria.
Recibió una
esmerada educación y pronto empezó a llamar la atención por sus dotes nada
comunes tanto de cuerpo: gracioso, bien parecido, fuerte, elegante, como, sobre
todo, de inteligencia y de bondad de corazón: inteligencia aguda y penetrante,
memoria tenaz -dicen que se sabía la Biblia de memoria.- Un día vio pasar por
su puerta unos franciscanos con los pies descalzos y sin permiso alguno, tenía
sólo diecinueve años, marchó tras ellos y pidió ser recibido en el convento
como religioso. Era en el convento de Majarretes, cerca de Valencia de
Alcántara, el 1515.
Por
aquellos días se establecía la reforma de los franciscanos descalzos. A ellos
pertenecerá nuestro novicio. Llamó siempre la atención ya que la gracia de Dios
le asistió de un modo especial. Dicen que a los siete años ya gozaba de la
contemplación más exquisita. Durante su tiempo de estudiante los compañeros
cambiaban de conversación -si no era lo suficientemente pura- cuando veían
venir a Pedro, y, decían: «Callad, que viene el de Alcántara».
En el
noviciado fue todo un modelo. Los superiores se vieron forzados a mitigar su
mortificación pues por él no hubiera probado bocado y hubiera estado todo el
día macerando su pobre cuerpo. Desde siempre sólo pretendió ser copia de
Cristo. Dicen las Crónicas que parecía otro San Francisco, como si hubiera
resucitado el Poverello de Asís.
Sentía una
gran devoción a los misterios de la Santísima Trinidad y a la Virgen María,
especialmente en su Concepción Inmaculada. Trataba de que siempre estuvieran
bien adornados sus altares y la obsequiaba con rezos especiales.
Lo que más
llamaba la atención de cuantos le trataban eran las duras penitencias con que
azotaba su cuerpo. No miraba a nadie a la cara mientras le hablaba. No sabía de
qué clase era el artesonado de las habitaciones que habitaba. Llevaba durísimos
instrumentos de penitencia en su cuerpo que le martirizaban sin cesar. Santa
Teresa fue la gran cantora de estas durísimas mortificaciones, como nos lo ha
dejado en sus obras inmortales: En el capítulo 27 de su Autobiografía nos
cuenta la Doctora la gran pobreza, la punzante austeridad y la maravillosa
dulzura que despedía la vida y obras de Pedro de Alcántara: «Paréceme fueron
cuarenta años los que me dijo había dormido sólo hora y media entre noche y
día... Jamás se puso la capilla por grandes que fueran los soles y agua que
hiciese... Comer al tercer día era muy ordinario... Su pobreza era extrema...
Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras...».
Dios
confirmó este género de vida con muchos milagros que obraba por medio de su
fiel servidor. Su gran misión fue también la de reformador de su Orden
franciscana y gran colaborador en la reforma de otras órdenes de su tiempo.
Estaba imbuido del genuino espíritu franciscano y lo supo comunicar en su
reforma. Deshecho por tanta penitencia, moría el 18 de octubre de 1562.
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