miércoles, 18 de octubre de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 19 DE OCTUBRE - JUEVES – 28ª- SEMANA DEL T.O.-A SAN PEDRO ALCANTARA, presbitero




19  DE OCTUBRE - JUEVES –
28ª-  SEMANA DEL T.O.-A

Evangelio según san Lucas11,47-54
      En aquel tiempo, dijo el Señor:
"¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis sepulcros.
Por algo dijo la sabiduría de Dios:
"Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos los perseguirán y matarán"; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías que pereció entre el altar y el santuario.
Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación.
¡Ay de vosotros, juristas, que os habéis quedado con la llave del saber: vosotros que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!"
Al salir de allí, los letrados y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras”.

1.  Jesús les echa en cara a los fariseos cosas muy graves: asesinatos de profetas, hipocresías y mentiras, no solo para dejar en el olvido a las víctimas, sino para luego levantarles monumentos y así quedar bien ante la opinión pública. 
Hay que insistir, una vez más en que el peligro que todo esto entraña es atribuir toda esta maldad al pueblo de Israel como tal. La insistencia en que
se le pedirán cuentas a "esta generación" da pie para pensar que las raíces del antisemitismo ya están aquí presentes. Lo cual quiere decir que es muy dudoso que Jesús dijera estas cosas tal como han llegado hasta nosotros.

2.  Nunca deberíamos los cristianos utilizar el recuerdo de Jesús y sus palabras para fomentar el dogmatismo y, menos aún, la confrontación con ningún
otro grupo religioso, por más que a nosotros nos parezca que las doctrinas y costumbres de ese grupo (sea el que sea) son intolerables.
El Dios de Jesús y el Evangelio no pueden estar presentes donde se fomentan, de la manera que sea, las divisiones, los odios, los resentimientos, los desprecios y la violencia en cualquiera de sus formas.
La historia de las religiones está demasiado   manchada con este tipo de cosas. Y tendríamos que ser extremadamente delicados en cuanto se refiere o roza este asunto capital.

3.   Además, es importante tener siempre muy   presente que la intolerancia y el fanatismo, cuando se basan en la religión, son los mayores impedimentos para encontrar al Dios de la paz y del amor.
El Padre de Jesús no puede estar donde las personas se maltratan y se desprecian.

SAN  PEDRO  ALCANTARA, presbítero.

(1496-1562)
De este gran santo, todo penitencia para su cuerpo y suavidad para los demás, escribió la gran Doctora de la Iglesia Santa Teresa de Jesús: «Después de muerto... díjome la primera vez que me apareció que ¡bienaventurada penitencia, que tanto premio había merecido! y otras muchas cosas. Un año antes que muriese me apareció estando ausente, y supe que había de morir y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando expiró, me apareció, y dijo como que se iba a descansar. Yo no le creí; y díjelo a algunas personas, y desde ocho a diez días vino la nueva como era muerto, o comenzado a vivir, por mejor decir» ....
Nació el 1494, en la Extremadura Alta, en la villa de Alcántara, de nobles padres: D. Pedro Garavito, gobernador, y Dña. María Vilela de Sanabria.
Recibió una esmerada educación y pronto empezó a llamar la atención por sus dotes nada comunes tanto de cuerpo: gracioso, bien parecido, fuerte, elegante, como, sobre todo, de inteligencia y de bondad de corazón: inteligencia aguda y penetrante, memoria tenaz -dicen que se sabía la Biblia de memoria.- Un día vio pasar por su puerta unos franciscanos con los pies descalzos y sin permiso alguno, tenía sólo diecinueve años, marchó tras ellos y pidió ser recibido en el convento como religioso. Era en el convento de Majarretes, cerca de Valencia de Alcántara, el 1515.
Por aquellos días se establecía la reforma de los franciscanos descalzos. A ellos pertenecerá nuestro novicio. Llamó siempre la atención ya que la gracia de Dios le asistió de un modo especial. Dicen que a los siete años ya gozaba de la contemplación más exquisita. Durante su tiempo de estudiante los compañeros cambiaban de conversación -si no era lo suficientemente pura- cuando veían venir a Pedro, y, decían: «Callad, que viene el de Alcántara».
En el noviciado fue todo un modelo. Los superiores se vieron forzados a mitigar su mortificación pues por él no hubiera probado bocado y hubiera estado todo el día macerando su pobre cuerpo. Desde siempre sólo pretendió ser copia de Cristo. Dicen las Crónicas que parecía otro San Francisco, como si hubiera resucitado el Poverello de Asís.
Sentía una gran devoción a los misterios de la Santísima Trinidad y a la Virgen María, especialmente en su Concepción Inmaculada. Trataba de que siempre estuvieran bien adornados sus altares y la obsequiaba con rezos especiales.
Lo que más llamaba la atención de cuantos le trataban eran las duras penitencias con que azotaba su cuerpo. No miraba a nadie a la cara mientras le hablaba. No sabía de qué clase era el artesonado de las habitaciones que habitaba. Llevaba durísimos instrumentos de penitencia en su cuerpo que le martirizaban sin cesar. Santa Teresa fue la gran cantora de estas durísimas mortificaciones, como nos lo ha dejado en sus obras inmortales: En el capítulo 27 de su Autobiografía nos cuenta la Doctora la gran pobreza, la punzante austeridad y la maravillosa dulzura que despedía la vida y obras de Pedro de Alcántara: «Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sólo hora y media entre noche y día... Jamás se puso la capilla por grandes que fueran los soles y agua que hiciese... Comer al tercer día era muy ordinario... Su pobreza era extrema... Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras...».
Dios confirmó este género de vida con muchos milagros que obraba por medio de su fiel servidor. Su gran misión fue también la de reformador de su Orden franciscana y gran colaborador en la reforma de otras órdenes de su tiempo. Estaba imbuido del genuino espíritu franciscano y lo supo comunicar en su reforma. Deshecho por tanta penitencia, moría el 18 de octubre de 1562.



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