17 DE OCTUBRE -
MARTES –
28ª - SEMANA DEL T.O.-A
San Ignacio de Antioquia, obispo y mártir
Lectura del santo evangelio según san Lucas
11,37-41
En aquel
tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa.
Él entró y se puso a la mesa. Como el fariseo se sorprendió al ver que no se
lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo:
"Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el
plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo
lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?
Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo”.
1. Al
fariseo, que invitó a Jesús, le pasaba lo que le ocurre a mucha gente
religiosa: que pone un interés exagerado en los rituales externos, en las
ceremonias, en actos y celebraciones que se ven. Y no le conceden la misma
importancia a lo estrictamente interior, sus sentimientos, lo que hacen en su
vida privada y, sobre todo, en los deseos inconfesables que llevan en su
corazón. Deseos que con frecuencia nada
tienen que ver con el Evangelio de Jesús.
Por ejemplo, hay personas que se sienten mal o
hasta se escandalizan si no se reza antes de comer. Pero ni se les pasa por la
cabeza que, en ese momento, hay millones de criaturas que no tienen qué
llevarse a la boca. Eso es puro fariseísmo.
2. Pero
este problema es más profundo. Lo más
grave, que Jesús denunció en casa de este fariseo, es el hecho (frecuentemente
repetido) de que a mucha gente religiosa le preocupa más la imagen externa que
la autenticidad interior.
Por ejemplo, es frecuente que a los obispos y a
los superiores religiosos les quite el sueño si se saben ciertas cosas que
ocurren en las curias diocesanas, en algunas parroquias o conventos. Pero no
les preocupa, en la misma medida, el
hecho patente de que la institución eclesiástica y su enorme
montaje tienen demasiadas cosas que, ni se parecen a lo que
hizo y dijo Jesús, ni son aceptables por cualquier persona que sea honrada y
justa en sus comportamientos más elementales.
3. El
resultado de todo esto es la hipocresía. Una actitud muy honda y que Jesús
tanto fustigó. Porque le hace mucho daño al que la vive. Y más daño le hace a la
Iglesia, a la que le quita credibilidad y autoridad.
Por amor al Señor y su evangelio y por honradez
con la Iglesia, tendríamos que ser, ante estas hipocresías, tan firmes como lo
fue Jesús.
San Ignacio de Antioquia, obispo y mártir
Fue el tercer obispo de Antioquía, lugar donde se empezó a
conocer a los seguidores de Cristo como cristianos. Ignacio fue el primero en
llamar a la Iglesia católica. Fue condenado a morir devorado por los leones.
Oraba intensamente para que los leones le destrozaran por amor a Dios. Durante
el viaje al martirio escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor
Poco se sabe de la vida familiar de Ignacio de Antioquía. Casi
todo lo que hoy se sabe de él proviene de las siete cartas que él mismo
escribió mientras era llevado al martirio.
Se dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó para invitar a
sus apóstoles a hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de
ellos y dijo: Os aseguro que, si no os hacéis como niños, no entraréis en el
Reino de los Cielos».
Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, situada en Siria. La
ciudad era una de las más importantes de toda la cristiandad. Fue allí donde se
empezó a llamar cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí también donde
Ignacio se refirió a la Iglesia como católica, es decir, universal. Antioquía,
en orden de importancia, se situaba solo detrás de Roma y Alejandría. Era una
ciudad con gran número de cristianos.
Antioquia era gobernada bajo las órdenes del emperador Trajano,
que, si bien al principio respetó a los cristianos, posteriormente los
persiguió por oponerse a los dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por
negarse a adorar a dichos dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios
verdadero.
Fue conducido a Roma para ser martirizado. Durante el viaje
escribió sus famosas siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos. Las
primeras seis cartas iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para
exhortarlas a mantener la unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas
judaizantes, entro otras. La séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma.
En ella, les pide que no intercedan por él para salvarle del martirio. Al
contrario, les escribió: «Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras
no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser
devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle
a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno
de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan
sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi
cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».
En cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con los
cristianos de la zona, que salían junto con su obispo para escuchar a Ignacio y
recibir su bendición.
Al llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue echado a la
tierra para ser devorado por las fieras. Las autoridades soltaron dos leones
hambrientos que destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa corona del
martirio que tanto ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió en el año
107. Sus restos fueron trasladados de nuevo a Antioquía.
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