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DE OCTUBRE - MARTES
30ª - SEMANA DEL T.O.-A
SAN
ALONSO RODRIGUEZ, padre de
familia
Lectura del santo evangelio según san Lucas 13, 18-21
En aquel tiempo, Jesús decía: -“¿A qué se
parece el Reino de Dios? - ¿A qué lo compararé?
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace
un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas".
Y añadió: “¿A qué compararé el Reino de Dios?
Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas
de harina, hasta que todo fermenta".
1. Es
conocido el significado básico de estas dos breves parábolas. Lo importante ahora
es saber leerlas desde la situación que estamos viviendo, sobre todo en los
últimos años.
Es un hecho - tantas veces comentado y lamentado- que el fenómeno religioso está
atravesando una crisis profunda. Una crisis que se percibe sobre todo en los
países más industrializados. Esto ha acarreado, entre otras, una consecuencia
preocupante para la Iglesia: el
abandono de las creencias y prácticas religiosas por grandes sectores de la
población, sobre todo entre las generaciones jóvenes. Además, esta crisis de
religiosidad suele ir acompañada de escasez de vocaciones y la consiguiente
marginación de la Iglesia en la sociedad.
Como es lógico, a la vista de estos hechos tan
patentes, son muchos los cristianos que se sienten hondamente preocupados por esta crisis
creciente que algunos la consideran irreversible.
2. El criterio de Jesús es distinto. Su punto
de vista es que el Reino de Dios será siempre, en este mundo, una semilla pequeña,
insignificante. Como será también una
especie de levadura que se hunde y se pierde en la masa. Pero en eso precisamente,
en lo pequeño y en lo que da la impresión de que desaparece, ahí y en eso es donde
está la fuerza de crecimiento del Reino de Dios.
No estamos viviendo, por tanto, tiempos de
angustia y exterminio para la causa del Evangelio en el mundo y en la cultura
moderna. Más bien, se puede afirmar que estamos viviendo tiempos de profunda transformación. Porque estamos recuperando una
presencia en la sociedad que nunca debimos perder los cristianos.
Es la presencia de las primeras comunidades,
que, con el ejemplo de su vida y el calor de su acogida, le dieron un giro
nuevo a la historia de Occidente.
3. Quizá
uno de los problemas más serios, que
tenemos en la Iglesia actual, es que, la ausencia espontánea de fieles
en las iglesias se pretende sustituir y disimular con grandes concentraciones, aprovechando
para eso las visitas del Papa o con otros motivos similares. Es verdad que la
Iglesia no es el Reino de
Dios.
Pero, en todo caso, la Iglesia tiene el deber de hacer y decir lo que hizo y
dijo Jesús.
La Iglesia no es más que el Reino. La Iglesia
ha de ser siempre testigo y presencia del Reino. Pero eso -ya lo hemos visto-
equivale a asumir en la historia el papel "secundario" de una semilla
que se pierde en la tierra; o
de
una levadura que desaparece (aparentemente), de forma que así, precisamente
así, es como transforma toda la masa.
SAN
ALONSO RODRIGUEZ, padre de
familia
San Alonso Rodríguez ha ganado merecida fama por la santidad
extraordinaria, y mística, a la que llegó en su trabajo ordinario de portero en
un Colegio jesuita. Es el Patrono de los hermanos jesuitas. Su fiesta se
celebra el 31 de octubre.
Alonso Rodríguez nació en Segovia el 25 de julio de 1531. Sus padres
eran comerciantes, de lana y paños y tenían una granja en las afueras de la
ciudad. Fueron 11 hermanos, él era el tercero.
Sabemos que, cuando tenía diez años, en 1541, dos jesuitas pasaron
por Segovia y se alojaron en la granja de sus padres. Uno de ellos era el
Bienaventurado Pedro Fabro, el primer compañero de San Ignacio. Este primer
contacto con los jesuitas fue recordado siempre por Alonso, señalándole gran
importancia para la orientación de su vida.
En 1545, Diego y Alonso, los dos hijos mayores varones, fueron
enviados a Alcalá a estudiar en el Colegio que acababan de abrir los jesuitas
en esa ciudad.
En 1557, a los 26 años, contrajo matrimonio y tuvo un hijo y una
hija. Aunque no marcharan bien los negocios familiares de las lanas, parecía un
hombre feliz y daba gracias a Dios por su familia. Sin embargo, la niña murió
muy pronto. Poco después, en 1561, murió también la esposa. Así a los 30 años se
vio viudo y con un hijo pequeño a quien cuidar. Volvió a la casa de su madre.
Pero la desgracia parecía perseguirlo. Un año más tarde, murió doña
María, su madre. Un mes después, murió también su hijito, a quien quería como a
nadie en el mundo.
El dolor podría haberlo llevado a la desesperación. Habían sido
numerosas y demasiado grandes sus desgracias. Y, sin embargo, hombre piadoso,
se volvió a Dios. ¿Qué quería el Señor? ¿Cuáles eran sus caminos? ¿Qué deseaba
que hiciese?
El discernimiento duró seis años. Había que comenzar de nuevo, con
casi 40 años, entregó sus bienes a sus hermanas y decidió ir a Valencia, adonde
había sido destinado su director espiritual. Dos años de probaciones, algunos
estudios y servicios domésticos para ganarse el sustento. Por fin, fue
presentado al P. Provincial de Aragón para ser admitido como Hermano. Por
segunda vez el voto de los examinadores fue negativo. Sin embargo, el P.
Provincial decidió admitirlo. “Recibámoslo para santo “, fueron sus palabras.
Dada la responsabilidad que mostró en la vida comunitaria y en lo
espiritual, los Superiores lo destinaron al Colegio de Montesión en Palma de
Mallorca. Allí debería ayudar en la obra del Colegio que se hallaba en
construcción y atender la portería.
En Mallorca hizo los votos de pobreza, castidad y obediencia el 5 de
abril de 1573. Su oficio de portero consistía en abrir, cerrar, dar razones a
los de dentro, dar encargos a los de fuera. Con absoluta uniformidad, día tras
día. Y fueron 46 años.
Al darse cuenta los Superiores de su profunda vida interior, le
pidieron, por obediencia, que escribiera su vida, con las experiencias
espirituales. Lo hizo en varias entregas, desde 1604 hasta 1616. Escribió,
también por obediencia, una serie de tratados espirituales que hoy ocupan tres gruesos
volúmenes. Sobre el Padre nuestro, la unión con Dios, la limpieza del alma, la
humildad, la mortificación, la oración, la tribulación, la caridad.
Sorprendente.
En 1605, el joven jesuita Pedro Claver fue destinado al Colegio de
Montesión, a terminar los estudios de Filosofía y a ejercitarse en la
experiencia del magisterio. Los santos siempre se han entendido. Muy pronto
surgió una amistad muy profunda entre el anciano y ese joven admirable. Pedro
Claver encontró en San Alonso un confidente, una persona con quien él podría
conversar cosas espirituales.
Poco a poco se transformó en discípulo. San Pedro Claver trató y
discernió, con ayuda del Santo Hermano Alonso, el plan de partir a América a
trabajar con los más humildes. San Alonso fue su verdadero apoyo.
San Alonso fue declinando lentamente. Cuando su salud y su edad no le
permitieron ya ser el portero titular, a los 73 años, pasó a ser el ayudante
del portero.
También en la enfermedad se manifestaba la voluntad de Dios. El 31 de
octubre de 1617 murió plácidamente, confortado con todos los sacramentos de la
Iglesia
La muerte del hermano puso en conmoción a toda la ciudad. Todos se
dieron cita en el Colegio, desde el Virrey, los miembros del Cabildo, las
comunidades religiosas, franciscanos, dominicos, mercedarios, agustinos,
trinitarios y religiosas. Los fieles colmaron la Iglesia y con gran devoción
asistieron a su funeral. Por cierto, todos estaban persuadidos de que había
muerto un santo.
El santo portero siempre había sido apreciado por su delicadeza y su
alegría, y sólo a su muerte pudieron conocerse sus Notas espirituales y la
profundidad y calidad de su vida de oración. El hermano humilde había sido
favorecido por Dios con gracias de un notable y verdadero misticismo, éxtasis y
visiones, tanto de Nuestro Señor, como de la Virgen María y de los santos.
Fue canonizado el 15 de enero de 1888, en compañía de su discípulo
San Pedro Claver y el joven jesuita San Juan Berchmans. La Compañía de Jesús lo
reconoce como maestro espiritual y como el Patrono de los hermanos jesuitas.
Mallorca lo tiene como su Patrono.
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