domingo, 22 de octubre de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 23 DE OCTUBRE - LUNES 29ª - SEMANA DEL T. O.-A SAN JUAN CASPITRANO, PRESBÍTERO





23   DE OCTUBRE    - LUNES
29ª - SEMANA DEL T. O.-A

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12, 13-21
     En aquel tiempo, dijo uno del público:
"Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia".
Él le contestó:
"Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?"
Y dijo a la gente:
"Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes".
Y les propuso una parábola: 
"Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar   la cosecha.
Y se dijo:
     "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida".
Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?". Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios".

1.  El tema del dinero es central en el Evangelio. Porque Jesús sabía muy bien que el dinero es un asunto capital en la vida.
En este evangelio, Jesús no se fija en las consecuencias "sociales" que llevan consigo la acumulación de dinero y el afán de riqueza. Aquí el Evangelio se detiene solamente en las consecuencias "personales" que entraña la pasión por acumular bienes y dinero.
Y es que, el deseo y el afán por la riqueza hacen mucho daño a quienes se ven privados de lo necesario para llevar una vida digna.  Pero es decisivo caer en la cuenta de que la acumulación de riqueza, antes que a los pobres, a quien más daño hace es al propio acumulador, es decir, al rico.
El rico es la primera víctima de su riqueza.

2.  El afán de acumular tiene dos consecuencias para el propio sujeto. La primera es que "lo engaña". Porque el interés por el dinero acapara de tal manera
todas las energías del sujeto, que le hace perder de vista la contingencia, la inestabilidad, la volatilidad de las ganancias y de los mercados.
El dinero no lo da todo. Proporciona cosas, muchas de ellas inútiles. Pero no da la felicidad profunda que apetece el ser humano. Y, sobre todo, ciega al sujeto hasta el extremo de que ni se da cuenta de que él no es dueño de su vida. Y que, por tanto, su bienestar de rico se acaba cuando menos lo espera.

3.  Pero hay algo peor. Es muy grave ansiar dinero para "acumular", pensando uno en sí mismo, en su bienestar y su buena vida.
Este tipo de hombre es repugnante.  El dinero se puede tener con tal que se dedique a "producir". Lo que necesita hoy este mundo no es que haya ricos que acumulen, sino empresarios que produzcan.
La acumulación no le sirve ni siquiera al rico. La productividad da trabajo, abundancia y vida para muchos.
Es deber apremiante del cristiano oponerse a los excesos incontrolados del sistema financiero. Y es un
deber de toda persona honrada luchar contra los "paraísos fiscales" que son las cajas fuertes de todos los canallas de esta economía canalla, que acumula los capitales de algunos a costa del hambre y la muerte de la mayoría.

SAN   JUAN   CASPITRANO, PRESBÍTERO


Familia y juventud.
Nació Juan en Capistrano, en los Abruzzos, el 24 de junio de 1386. Su padre fue caballero del duque de Anjou. Fue el niño Juan muy aplicado a sus estudios y tenía facilidad para ellos. En Perusa se doctoró en ambos derechos con excelente nota. Sus lazos familiares y su elocuencia y vivacidad le ganaron una judicatura y en este oficio alcanzó fama, prestigio y el compromiso con una rica heredera. Sin embargo, en 1410, en el levantamiento de Perusa contra Ladislao de Nápoles, los perusinos sospecharon que Juan era partidario de Ladislao, así que le apresaron, le encerraron en una cárcel, donde languideció olvidado del príncipe. Esta decepción le hizo comprender lo vano del mundo, los poderes y los afectos humanos, alcanzándole la definitiva conversión. Fue su “gracia fundante”, al decir de los teólogos. Entonces, luego de un tiempo de oración y ayuno, decidió tomar el hábito franciscano y estando aún prisionero mandó vender todos sus bienes en favor de los pobres, pagó su libertad y al salir de la cárcel, aumentó su vida piadosa, confesándose y comulgando tan frecuentemente como podía.

Religioso franciscano.
Al estar libre, en 1416, se fue al convento franciscano de la Estrecha Observancia del Monte, donde con humildad pidió ser admitido. Como el Guardián conocía de su vida pasada y sus pesares, decidió ponerle a prueba no fuera que le moviera la decepción más que la vocación. Le impuso como prueba de humildad pasearse por Perusa montado al revés en un burro, vestido ridículamente y con un gorro de cartón en el que ponía algunos pecados. De esta guisa anduvo por la ciudad siendo el escarnio de aquellos que le habían conocido rico y con futuro prometedor. Superó la prueba con gran humidad y mansedumbre y le admitieron a pesar de su edad. En el año de noviciado fue expulsado dos veces del convento por inútil, pues los trabajos físicos se le daban mal. Pero él no se amedrentaba, ni desfallecía en su vocación: se quedaba al a puerta del convento esperando ser atendido como un pobre más. Y las dos veces le admitieron por su humildad, aunque siempre le ponían pruebas más duras. Pero si duran eran las pruebas, él las superaba y añadía otras penitencias de su cosecha. Así, su humildad y devoción vencieron la dureza de los frailes, que finalmente le admitieron a profesar.
Juan ayunaba constantemente, y en sus casi 40 años de religioso jamás probó la carne, el vino o manjar alguno. Se disciplinaba según la Regla y un poco más, fue siempre descalzo hasta que la obediencia le hizo calzar sandalias. Tenía largos ratos de oración ante el crucifijo o el Sacramento. Una vez religioso, le concedieron la ordenación sacerdotal sin trabas, pues conocida era su erudición desde que vivía en el mundo. Los superiores le encargaron la predicación dominical, fiestas y Semana Santa. Además, salió en varias misiones populares por los pueblos. Predicaba con sabiduría y con profundo sentimiento, arrancando lágrimas y conversiones a los oyentes.

Apóstol y reformador. Martillo de los herejes.
Fue amigo de San Bernardino de Siena (20 de mayo) y su defensor ante el papa y la Curia romana por la reforma que el santo apóstol pretendía de la Orden franciscana, para llevarla a su primitivo fervor. En esta reforma Juan destacó como defensor de la pureza de la observancia religiosa, por lo cual fue comisionado por la Orden para reformar conventos en Europa y en Oriente. En su ansia de reforma colaboró con San Lorenzo Justiniani (5 de septiembre) en la reforma de los jesuatos. Igualmente defendió la devoción al Nombre de Jesús que Bernardino practicaba y extendía como remedio a los males de la sociedad. En la condena de la Iglesia a los “fraticelli”, aquellos penitentes que terminaron siendo heréticos, tuvo Juan de Capistrano un papel importante como inquisidor enviado del papa Juan XXII para reprimir aquella herejía. Su acción apostólica y de machaque de la herejía fue eficaz, por lo que el papa Eugenio IV le tomó bajo si protección especial, le nombró legado en Sicilia, en el concilio de Florencia y ante los duques de Bolonia y Milán, para advertirles de su alianza con los enemigos del papado. También fue embajador ante Carlos VII.
El papa Nicolás V igualmente se valió de la prudencia y discreción de Juan de Capistrano, nombrándole legado Alemania, Bohemia, Polonia y Hungría, países donde la herejía pululaba. Allí igualmente predicó, exhortó, oró, se disciplinó, por la conversión de los herejes. 40 años recorrió Europa el santo, con una pléyade de misioneros franciscanos, divididos en pequeños grupos de religiosos que oraban y predicaban con y por el pueblo. Sus sermones, de varias horas, terminaban con impresionantes profesiones de fe, actos devotos, procesiones y en muchas ocasiones, la penitencia de los herejes, con la quema de objetos o textos heréticos. Con esta acción apostólica a miles de herejes reconcilió con la Iglesia, obteniéndoles el perdón o castigos leves a los jefes de sectas y a los que habían delinquido. Reformó monasterios, predicó en los campos, celebró misiones, visitó enfermos, hizo milagros (más de 2000 han quedado registrados), fundó hospicios para los sin techo y los enfermos incurables. Todo este esfuerzo casi le cuesta la vida, no solo por lo que se resentía la salud, sino porque dos veces intentaron los herejes envenenarle, salvándose gracias a Dios. Al igual que con los herejes, a muchos judíos convirtió a la verdadera fe.
Despreciaba los cargos y prebendas y aunque fue dos veces Vicario General de su Orden, solo lo aceptó por el bien de la predicación y para tener más fuerza en el apostolado. Pero rechazó los obispados y el cardenalato que le ofrecieron sucesivamente cuatro papas: Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III. En 1450 fue entusiasta promotor de la canonización de su amigo Bernardino de Siena.

Predicador de la cruzada.
También le comisionó el papa Nicolás V para predicar la cruzada contra el moro Mahomet II, que luego de tomar Constantinopla avanzó hacia Europa, amenazando Belgrado con una tropa potentísima: 200 cañones y 50000 despiadados jenízaros a caballo. Juan fue capaz de unir a las tropas de Hungría, Transilvania y Rusia en un frente común, y trazó una estrategia militar. Aún sin ser estratega ni tener experiencia en guerras fue escuchado, y esto en nombre de su virtud. Su estrategia funcionó y los cristianos ganaron su primera acometida. Luego en la batalla, el 22 de julio de 1456, recorrió las primeras líneas con un crucifijo alentando a los soldados al grito del Santísimo Nombre de Jesús, socorriendo a los heridos y llevando al cielo a los que morían. La victoria llegó para los cristianos, que derrotaron al moro, conteniéndole unos siglos más. Por su parte, Juan de Capistrano, sin esperar nada a cambio de su inestimable ayuda, se retiró al convento de Vilak, en Hungría, como un fraile más, obedeciendo y cumpliendo con su vocación franciscana.

Entrada en la vida. Glorificación.
Pocos sabían que el santo había ofrecido su propia vida por la victoria de los cristianos, y su ofrenda fue aceptada: llegó al convento enfermo de tifus, y falleció a los pocos meses, el 23 de octubre de 1456, con 70 años. Su cuerpo fue profanado por los herejes luteranos en 1526, que lo desenterraron y lo arrojaron al río Danubio, pero los católicos recuperaron algunas reliquias y las enterraron piadosamente en Elloc, Austria, donde aún se veneran. Fue beatificado por Inocencio X el 19 de diciembre de 1650 y canonizado por Alejandro VIII el 16 de octubre de 1690. Es santo patrón de los capellanes militares.




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