17 DE ENERO
MIÉRCOLES –
2ª- SEMANA
DEL T.O.-B
Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 1-6
En aquel tiempo, entró
Jesús otra vez en la sinagoga y había allí un hombre con parálisis en un brazo.
Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al
que tenía la parálisis:
"Levántate y ponte ahí en medio'.
Y a ellos les preguntó:
" - ¿Qué está permitido en sábado? - ¿Hacer lo bueno o lo malo? - ¿Salvarle la vida a un hombre o dejarlo
morir?".
Se quedaron callados.
Echando en torno una mirada de ira y dolido
de su obstinación, le dijo al hombre:
"Extiende el brazo".
Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto
salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos
el modo de acabar con él.
1. En este relato, y con motivo del episodio del
manco en la sinagoga, estalla (y comienza) el
enfrentamiento mortal entre la religión oficial y Jesús. Los hombres religiosos
más observantes, los fariseos, estaban al acecho para ver si curaba a algún
enfermo precisamente cuando la religión
prohibía cualquier
actividad incluso si tal actividad fuera curar
a un lisiado o a un enfermo. Y si curaba a alguien, denunciarlo.
Cuando la religión
antepone sus normas a las
personas, inevitablemente endurece el corazón
de los hombres religiosos, y los
trastorna hasta el extremo de que quienes se someten, sin crítica alguna, a los
mandatos de la religión, van por la vida acechando al que no hace lo que ellos
quieren, denunciando al que no se les somete, y hasta torturando y matando al
que se pone de parte de la vida, antes que de parte de la religión.
2. Jesús hace una pregunta tan fuerte como provocativa: - ¿Qué quiere la religión? - ¿El
bien o el mal? - ¿Dar vida o matar? Una
pregunta que no tuvo respuesta.
Si la religión
antepone las verdades y las normas religiosas a la vida plena y a la felicidad
de las personas, la religión (como los fariseos aquellos) no
tiene nada que decir en este mundo. La religión
intransigente y tajante en su ortodoxia se queda muda ante los grandes problemas de la vida
y de los seres humanos. Una religión así
solo sirve para provocar la ira de Jesús.
3. Al hacer lo que hizo y al decir lo que dijo,
Jesús se jugó allí su propia vida.
Desobedeció en
público a los dirigentes religiosos. Y los hombres de la religión (los
fariseos) se pusieron inmediatamente de acuerdo con los hombres de la política
(los del partido de Herodes) para matarlo. Ya estaba condenado a muerte.
La profunda humanidad
de Jesús da vida. La torcida religiosidad de los fariseos da muerte. La religión y la política se refuerzan
mutuamente para
imponerse a la vida y hasta acabar con la vida,
si eso es necesario para seguir ellos mandando.
SAN ANTONIO
ABAD
251 - 356
San Antón o
San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte Colzim, Egipto, 17
de enero del año 356), fue un monje cristiano fundador del movimiento
eremítico. El relato de su vida, transmitido principalmente por la obra de San
Atanasio, presenta la figura de un hombre que crece en santidad y lo convierte
en modelo de cristianos. Tiene elementos históricos y otros de carácter
legendario; se sabe que abandonó sus bienes para llevar una existencia de
ermitaño y que atendía varias comunidades monacales en Egipto, permaneciendo
eremita. Se dice que alcanzó los 105 años.
El nombre de
Antonio puede significar: "Fluoresciente" (de "Antos",
flor) o "Invencible" (de "Anteos", el que se enfrenta
victorioso a los enemigos). La vida de este santo la escribió San Atanasio, su
gran amigo. Se le llama "Abad" que significaba "padre",
porque él fue el padre o fundador de los monasterios de monjes.
De pequeño
no le enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar cristianamente.
A los veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar a una iglesia
oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser perfecto, vende lo
que tienes, y dalo a los pobres". Se fue entonces y vendió las 300 fanegas
de buenas tierras que sus padres le habían dejado en herencia, y repartió el
dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliario. Sólo dejó
una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.
Pero luego
oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os preocupéis por el
día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban, y
asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana,
repartió todo lo demás entre la gente más pobre, y él se quedó en absoluta
pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en
soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí, y de
ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era
tal que lo que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir mucho para el
futuro, cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará maravillosamente
lo leído anteriormente.
Recordando
la frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma" aprendió a
tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le
quedaba para ayudar a los pobres.
Su fervor
era tan grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño muy santo, y
se iba hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de aprender cómo se
llega a la santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño admirablemente
santo. Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones. Le presentaba en
la mente todo el gran bien que él podría haber hecho si en vez de repartir sus
riquezas a los pobres las hubiera conservado para extender la religión. Y le
mostraba lo antipática y fea que sería su futura vida de monje ermitaño.
Trataba de que se sintiera descontento de la vocación a la cual Dios lo había llamado.
Como no lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo las más desesperantes
tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la imaginación toda clase de
imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús: "Vigilad y
orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos espíritus no se
alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus sentidos: ojos,
oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo sedujeran. Y luego
empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente.
Pasaba
muchas horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada jamás antes
de que se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de dátiles, un
poco de sal, y agua de una cisterna.
Un día el
demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan violento que
el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver se lo llevó a
enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, él recobró el
sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a Nuestro Señor:
¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba tan duramente?
Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba presenciando tus combates y
concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y en todas
partes".
Se cuenta
también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que
estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales
y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña
que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el cerdo era un animal
impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la impureza y por esto le
colocaban un cerdo domado a los pies, porque era vencedor de la impureza.
Además, en la Edad Media para mantener los hospitales soltaban los animales y
para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo el patrocinio del
famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología el colocar los
animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa persona había
entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto que dominaba la
creación.
A los 35
años siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la soledad absoluta.
Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la ciudad y cerca de
otros ascetas. La palabra "asceta" significa "el que lucha por
dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a los cristianos
fervorosos que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la meditación a
conseguir la santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya varios años
Antonio y había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo. Ahora
se sentía capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.
Se fue lejos
al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí se quedó a
vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían a espantar en
los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento y mentiras, se
quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino a espantarlo.
Aquel terreno estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio una bendición y
ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en cuando a traerle
un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no ver a nadie, y
hasta el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del muro. Muchas
gentes venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.
Pero la fama
de que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al fin los
peregrinos no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí estaba
Antonio que desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía carne,
y sólo se alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero en su
rostro no se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que aparecía
amable y lleno de alegría.
A los 55
años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les ayudara a
vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de chozas individuales,
donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de estas chozas vivía un
ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer sacrificios. Constantemente se
oían cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio los
fue formando en la santidad con sus sabios consejos. San Atanasio narra que les
aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados por el cuerpo sino por
la salvación del alma. Cada mañana pensad que éste puede ser el último día de
nuestra vida, y vivid tan santamente como si en verdad lo fuera. Ejecutad cada
acción como si fuera la última de la vida. Recordad que los enemigos del alma
son vencidos con la oración, la mortificación, la humildad y las buenas obras y
se alejan cuando hacemos bien la señal de la cruz.” Les contaba que muchas
veces había hecho salir huyendo al demonio con sólo pronunciar con toda fe el
santo nombre de Jesús. Les decía que para combatir la impureza hay que pensar
frecuentemente en lo que nos espera al final de la vida: Muerte, Juicio,
Infierno o Gloria. Les insistía que se esforzaran por llegar a ser mansos y
amables; que no buscaran ser alabados o muy estimados; que lo que obtuvieran
con el trabajo de sus manos (se dedicaban a tejer esteras y canastos) lo
dedicaran a los pobres y que su preocupación fuera siempre ir apreciando y
amando cada día más a Jesucristo. Así con San Antonio nació en la Iglesia la
primera comunidad de religiosos.
Cuando
estalló la persecución contra los cristianos, el santo se fue con algunos de
sus monjes a la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para que
prefirieran perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar
de Cristo y de su santa religión. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño
porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va el
santo", exclamaban hasta los paganos al verlo pasar.
Luego se fue
a vivir más lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie, sólo meditando,
haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos calores del
desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez, ni cambiarse
de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes. No bebía ni
una gota de agua antes de que se ocultara el sol.
Pero
apareció luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios. La
propagaba un tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se
llenaba de serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que
niegan que Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus
monasterios a todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se
fue otra vez a Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que
atacaba a los arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar
que Cristo sí es Dios. Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no
entristeciera por ser ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a
Dios en su alma.
En los
últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a pedirle
consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los aconsejaran y
luego reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía algún pequeño
sermón. Murió con más de cien años, pero conservaba buena la vista y el
cerebro. Y aparecía siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba un
peregrino y preguntaba por él, le decían: "Busque entre los monjes, y el
más alegre de todos, ese es Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo había
visto antes en su vida, pasaba por entre los monjes y al ver a uno más amable y
risueño y alegre que los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le respondían
que si era él.
Antes de
morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba enterrado, para
que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle cultos
desproporcionados. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron llevadas
a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando
fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de
San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso
bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a
Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que
vino a ser el emblema como era conocido.
Tras la
caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la
provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre
bajo el nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este santo llegó
también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios
del siglo XIV.
Los antiguos
le tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes que atacan a los
animales. Por ese lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo. Había también la
costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos cada año un cerdo y
el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían entre los
pobres.
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