18 DE
ENERO – JUEVES-
2ª-
SEMANA DEL T.O.- B
Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 7-12
En aquel tiempo, Jesús se
retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de
Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de
Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón.
Encargó a sus discípulos que tuvieran
preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a
muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando
lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando:
"Tú eres el Hijo de Dios".
Pero él les prohibía
severamente que lo diesen a conocer.
1. Una doctrina, una enseñanza, un mensaje, una
simple noticia interesan cuando lo que se ofrece responde a lo que la gente necesita. Si la
oferta que
hace la Iglesia no tiene poder de atracción
para grandes sectores de la sociedad
actual, sin duda es que se trata de una
oferta que ni se entiende, ni atrae, ni
importa a una notable mayoría de ciudadanos.
La teología que
aprenden los curas en los seminarios, el catecismo que enseñan los catequistas
en las parroquias, la asignatura de religión que se enseña en los colegios...
todo eso, no es que la gente lo rechace, sino que a la gente le interesa menos
cada día. Está comprobado y demostrado que los niños y niñas, cuando llegan a
la adolescencia, hacia los doce años, por lo general cortan con el tema
religioso. No les interesa más. A Jesús lo rechazó la religión, hasta el
extremo de que querían matarlo (Mc 3,
6). Pero, lo mismo en tiempos de Jesús que ahora, nos encontramos con este fenómeno: lo que la religión rechaza es lo
que tiene
fuerza de seducción sobre la gente. - ¿Por qué
será esto así?
Sin duda alguna,
mientras que Jesús provoca el rechazo de la religión, ese mismo Jesús ejerce
una atracción enorme sobre la mayoría de la gente.
2. La explicación de este contraste está en que
Jesús fue profundamente humano, al tiempo que la religión se explica y se vive
como algo poco humano o incluso inhumano.
La Iglesia hace y
dice cosas que producen rechazo en
muchas personas. A veces se sabe por
qué, en otros casos, ni se sabe. Pero el hecho es que las iglesias y los
conventos están cada día más vacíos. Las ceremonias de la religión no
interesan, ni dan respuesta a lo que mucha gente se pregunta o necesita.
3. Si hasta los espíritus inmundos se postraban
ante Jesús (Mc 3, 11), eso nos viene a decir que incluso "las fuerzas del
mal" se sentían interpeladas por lo que hacía y decía Jesús. Sobre todo,
por lo que hacía.
Cuando la Iglesia se
enfrenta a las causas que provocan el sufrimiento, crece en autoridad y
credibilidad, pero lo paga caro. La presencia de Jesús en la historia sigue adelante y se palpa en
los que no se quedan indiferentes ante el dolor y la humillación de los pobres,
los enfermos y, en general, los que sufren.
SANTA MARGARITA DE HUNGRIA
Los
reyes Bela IV y su mujer María de Lascaris, padres de Margarita, antes de nacer
su hija en 1242, la habían ofrecido a Dios por la liberación de Hungría de los
tártaros, prometiendo dedicar a su divino servicio en un monasterio a la
primera hija que les naciera. El rey Bela, confiando en el Señor, juntó el
mayor ejercito que le fue posible y, al frente de él, salió contra aquellos
enemigos, muy superiores en número y envalentonados con anteriores victorias.
Al primer encuentro, los dejó vencidos y huyendo a su tierra. La calma volvió a
sus dominios.
Poco
tiempo después nació una niña a la que pusieron el nombre de Margarita. Con
dolor, pero movidos por el amor de Dios, sus padres cumplen la promesa y
confían su hija de cuatro años a las dominicas del monasterio de Veszprem,
recientemente fundado. La niña, a medida que crece, va adquiriendo los hábitos
de la contemplación.
En 1254,
a sus doce años, Santa Margarita de Hungría hace profesión solemne en manos de
Fray Humberto de Romanis, Maestro de la Orden, que volvía del capítulo general
celebrado en Buda, ciudad principal de aquel reino.
Los
reyes, sus padres, contentos de ver a su hija tan feliz en el monasterio,
edificaron para ella otro convento en una isla formada por el gran río Danubio
y lo dotaron como convenía. Veinte años tenía Margarita cuando, con otras
insignes religiosas que la acompañaron, se trasladó al nuevo convento,
implantando una vida de rígida observancia.
Al rey
su padre, que la amaba tiernamente, le suplicaba que favoreciese a las iglesias,
que amparase a viudas y a huérfanos, que hiciese limosnas a los pobres y los
defendiese. Y así lo hacía el buen rey.
Como
esta caridad, asimismo era grande su pureza. Por costumbres cortesanas, la
pretendieron por esposa el Duque de Polonia, y los reyes de Bohemia y de
Sicilia, haciéndole ver que obtendría la dispensa de los votos y que su enlace
con dichos príncipes sería como un pacto de paz y de alianza entre los reinos.
De negarse, sobrevendrían discordias y guerras. Ella se negó rotundamente: Se había
consagrado al Señor como esposa y con nueva consagración y bendición se había
velado en manos del arzobispo de Estrogenia un día de Pascua del Espíritu
Santo.
Santa
Margarita de Hungría murió el 18 de enero de 1270 estando presentes muchos
religiosos de la Orden. Recibió los sacramentos y rezando el salmo In te,
Domine, speravi, al llegar al versículo In manus tuas, su alma voló al cielo a
la edad de 30 años.
Pío XII
la invocaba en su canonización el 19 de noviembre de 1943 como mediadora de la
tranquilidad y de la paz fundadas en la justicia y la caridad de Cristo, no
sólo para su patria, sino para el mundo entero.
Semblanza espiritual
Tomando
conciencia de su extraordinaria misión, la joven princesa Margarita de Hungría
se dedicó con fervor a recorrer el camino de la perfección. La ascesis
conventual del silencio, soledad, oración y penitencia se armonizaron con un
celo ardoroso por la paz, con un gran valor para denunciar las injusticias y
con una gran cordialidad con sus compañeras a las que servía con gozo en los
más humildes quehaceres. Su vida de piedad se cualificaba por la devoción al
Espíritu Santo, a Jesús crucificado, a la Eucaristía y a María.
Amar a
Dios, no despreciar ni juzgar a nadie, estas razones se fijaron en el corazón
de la santa princesa. Salió de esta doctrina tan gran maestra, que cuanto
trataba y pensaba era amar a Dios y estimar a los otros; sobre este fundamento
levantó el edificio de la virtud y perfección. De la virtud de humildad hizo
provisión; en el monasterio no había persona más humilde y sencilla que
Margarita. Vivió sujeta a la voluntad de sus prelados, la voluntad ajena era la
suya.
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