2 de Abril –
LUNES DE LA SEMANA DE PASCUA
San Francisco de Paula
Lectura del libro de los
Hechos de los apóstoles (2,14.22-33):
EL día de Pentecostés, Pedro,
poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad
declaró:
«Judíos y vecinos todos de
Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. Israelitas,
escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante
vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como
vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido
y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos.
Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no
era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice,
refiriéndose a el:
“Veía siempre al Señor
delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile. Por eso se me alegró
el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me abandonarás en
el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.
Me has enseñado senderos de
vida, me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos, permitidme
hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro
está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios
“le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo,
previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo
abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará
corrupción”.
A este Jesús lo resucitó
Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra
de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo he
derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».
Salmo: 15,1b-2a y 5.7-8
9-10.11
R/. Protégeme, Dios mío,
que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío, que me refugio
en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y
mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.
Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye
internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la
región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la
corrupción. R/.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
R/.
Secuencia
Los días dentro de la Octava es
potestativo.
Ofrezcan
los cristianos
ofrendas
de alabanza
a
gloria de la Víctima
propicia
de la Pascua.
Cordero
sin pecado
que a
las ovejas salva,
a Dios
y a los culpables
unió
con nueva alianza.
Lucharon
vida y muerte
en
singular batalla,
y, muerto
el que es la Vida,
triunfante
se levanta.
«¿Qué has
visto de camino,
María,
en la mañana?»
«A mi
Señor glorioso,
la
tumba abandonada,
los
ángeles testigos,
sudarios
y mortaja.
¡Resucitó
de veras
mi amor
y mi esperanza!
Venid a
Galilea,
allí el
Señor aguarda;
allí
veréis los suyos
la
gloria de la Pascua.»
Primicia
de los muertos,
sabemos
por tu gracia
que
estás resucitado;
la
muerte en ti no manda.
Rey
vencedor, apiádate
de la
miseria humana
y da a
tus fieles parte
en tu
victoria santa.
Lectura del santo
evangelio según san Mateo (28,8-15):
EN aquel tiempo, las mujeres se
marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a
anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús salió al encuentro
y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le
abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a
mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las mujeres iban de
camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes
todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y
dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus discípulos
fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega
a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».
Ellos tomaron el dinero y
obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo
entre los judíos hasta hoy.
1. Los especialistas
en el estudio de los evangelios discuten
si estos relatos, que cuentan las apariciones del Resucitado, tienen valor
histórico.
La Iglesia cree firmemente que Jesús venció la muerte y fue
resucitado. Y por la fuerza de la resurrección "fue constituido Hijo de
Dios y Señor nuestro" (Rm 1, 4). De
forma que, si no es cierto que Jesús
resucitó, "nuestra predicación no tiene contenido ni nuestra fe
tampoco" (1 Co 15, 14).
2. Aquí no se duda
de la fe en la Resurrección. Es claro que nuestra fe se basa en el testimonio
que nos dejaron los primeros discípulos: ellos tuvieron la experiencia cierta
de que Jesús había resucitado. Pero, al ser experiencias subjetivas que ellos
tuvieron, la objetividad de cómo se vivieron aquellas experiencias es lo que no
cuadra. Por eso Marcos y Mateo sitúan las apariciones en Galilea, mientras que
Lucas las pone en Jerusalén.
En Marcos, las mujeres tienen miedo, en Mateo y Lucas se
alegran y van a contarlo a los discípulos.
Y llama la atención que en todos estos relatos se cuentan
más sentimientos que hechos objetivos.
3. Seguramente no
les falta razón a algunos teólogos muy serios que explican estos relatos de
apariciones "en clave de deseo" (G. Ebeling, M. Fraijó).
El deseo de ver y palpar al que creían resucitado pudo
motivar el desajuste de los relatos.
San
Francisco de Paula
En
pleno Renacimiento, cuando Europa se viste con ropaje pagano, un italiano hace
que sople en el mundo occidental una refrescante brisa de espiritualidad.
Sus padres fueron Santiago de
Alessio y Viena. Ansiaban tener un hijo que no acababa de llegar después de
quince años de matrimonio. Por fin, convencidos de que debían el favor a san
Francisco de Asís, les nació el vástago en un caserío de Paola, perteneciente
al reino de Nápoles; lógicamente le pusieron el nombre de su santo protector.
Una
enfermedad estuvo a punto de costarle la vista; nuevamente acudieron al de Asís
y con trece años vemos a Francisco de Paula cumpliendo la promesa como oblato
en el convento de San Marco Argentano.
Peregrinó
por los lugares franciscanos de la Umbría. Luego se le ve como eremita en las
cercanías de Paola, llevando una vida solitaria, dedicado a la oración y a la
penitencia; duerme en el suelo y toma una piedra para apoyar la cabeza, bebe el
agua del arroyo, y se alimenta de hierbas, de raíces y poco más. Así vivió
cinco años, hasta que comenzó a poblarse el monte de compañeros tan pobres e
incultos como él, que hicieron sus cabañas con ramas secas y construyeron una
pequeña capilla; fue el comienzo de los ermitaños de san Francisco, quien,
intentando su renovación individual, comenzó a dictar normas y consejos,
principio de una nueva «regla». Otras comunidades nuevas de Paterno y Spezzano
hicieron que se extendiera la fama del ermitaño de Paola.
Le
llamaron desde Sicilia. Provisto de cayado y bordón emprendió su viaje a pie
camino del mar. Allí tuvo dificultad para pasar a la isla por no tener dinero y
no querer pasarle gratis el barquero. El peregrino tomó el manto como nave y un
pico le hizo de vela para transportarse a la otra orilla; no pertenece el hecho
a la leyenda; tuvo lugar ante testigos y a plena luz. Y quizá por ello es
nombrado patrón de los navegantes.
El carisma de los «Mínimos» –que
así quiso se llamaran humildemente sus hermanos– fue atender a las necesidades
de la gente abandonada a su suerte por los gobernantes, empobrecida por las
guerras y diezmada por la peste. Y lo supieron hacer con austeridad heroica,
abundando en la oración, siendo contemplativos y empleando el buen humor.
Francisco
de Paula fue un gran taumaturgo, cualidad que el pueblo se encargó de aumentar
a su gusto y que ha pasado a las biografías con hechos que luego la ciencia
histórica se encarga de estudiar para recortar los agigantados, suprimir los
fantásticos y reconocer su incapacidad de explicar los verdaderos.
El
de Paola nunca fue sacerdote. Sí defensor de los pobres y de los oprimidos.
Habló claro, tajante, de modo intransigente y recio con los de arriba, aunque
fueran reyes, como pasó en la corte napolitana. El caso fue que Fernando I el
Bastardo quiso taparle la boca y frenar sus críticas públicas, invitándolo a
palacio; allí habló Francisco al modo de los antiguos profetas, adoptando el
lenguaje de los símbolos: tomó de una bandeja una moneda de oro, la desmenuzó
entre sus dedos como si fuera de mal barro, y brotaron unas gotas de sangre que
mancharon el manto real; entonces hizo saber con palabras al rey que con sus
injusticias se enriquecían tanto él como su palacio.
No
poca fue su fama. Hasta de la corte francesa requirieron su presencia para que
devolviera la salud al fresco rey Luis XI; mediaron el rey de Nápoles y el
mismo papa Sixto IV para que hiciera el favor de desplazarse; después de calmar
una tempestad en el golfo de Lyon con un milagro, se encaminó hacia Tours; no
le devolvió al soberano la salud perdida, pero sí le ayudó a poner orden en su
conciencia y en el Estado de aquel rey insolente, y eso era mayor milagro que
el pedido.
Fue
consejero de Carlos VIII y Luis XII en momentos decisivos para la historia de
Francia y de Italia y este contacto con la familia real le dio oportunidad de
dirigir y consolar a la hija no querida de Luis XI y esposa despreciada de Luis
XII, santa Juana de Valois.
Incluso
en España intervino en la vida política y militar; mandó recado por dos frailes
mínimos al rey Fernando V, que luchaba contra el Islam en las puertas de
Málaga, al tiempo que él movilizaba a los fieles para que rezaran a favor de
las armas cristianas; también cedió al aragonés Bernardo Boyl, uno de sus
frailes, para que prestara atención espiritual en la primera expedición de
Colón.
Murió
el 2 de abril de 1507 y lo canonizó León X en 1519.
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