martes, 3 de abril de 2018

Párate un momento: El Evangelio del dia 4 DE ABRIL – MIÉRCOLES – DE LA OCTAVA DE PASCUA – B SAN TEODORA





4 DE   ABRIL – MIÉRCOLES –
DE  LA  OCTAVA DE   PASCUA – B

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3,1-10):
En aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios.
Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.

Salmo: 104,1-2.3-4.6-7.8-9

R/. Que se alegren los que buscan al Señor
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

Secuencia (Opcional)
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):
Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué»?
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria»?
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

1.  Sea cual sea el "valor histórico" que se le conceda a este relato, el "significado religioso" (para la fe) está claro. Es el relato que explica el retorno de los que se van de la comunidad, por qué se van y por qué retornan.  Todo esto es lo que explica el episodio de los discípulos de Emaús.

2.  Se van porque han perdido la esperanza. No la   esperanza en la otra vida, sino su esperanza para esta vida. Piensan que Jesús ya no les aporta nada:
nosotros esperábamos. Pensaban que Jesús iba a arreglar el mundo. Y fracasó.
Esperanzas rotas que dejan desengaños.

3.  Escuchan al "caminante desconocido", lo acogen, lo invitan a cenar.  Acoger al "caminante desconocido" es acoger a Dios.
Así, la Palabra de Dios les toca el corazón. Y se les abren los ojos para ver a Jesús al "partir el pan".
Así recuperan las esperanzas perdidas y con ellas la alegría. Es el camino del retorno.

4.  "Reconocieron a Jesús al partir el pan". Cuando   compartimos lo que tenemos con los demás, entonces se nos abren los ojos para reconocer a Jesús.  Por eso, ¿cómo va a creer en Jesús este mundo tan "desigual", tan dividido y enfrentado?

SAN  TEODORA


Teodora nació en el año 501, Siglo VI. Emperatriz en el Imperio Bizantino, esposa de Justiniano I.
Era hija de una familia circense: su padre, domador de osos de circo y su madre bailarina. Teodora trabajó desde niña como bailarina, mímica y luego como meretriz en el hipódromo de Constantinopla, lugar donde combatían los gladiadores. Viajó a Alejandría, donde conoció a un hombre de gran sabiduría, experto en las Sagradas Escrituras, que influyó mucho en su gran fervor religioso; luego de unos años, regresó a Constantinopla, alejándose de la vida de meretriz, se dedicó a hilar en la rueca para subsistir.
Constantinopla, capital del Imperio Bizantino de Oriente, era en ese entonces, un gran centro cultural y político de Europa; Justino I (450-527), emperador bizantino desde 518, había derogado en el año 525 una ley que prohibía el matrimonio entre miembros de distintas clases sociales. Ese mismo año Teodora se casó con Justiniano I (483-565) sobrino del emperador, un hombre de gran cultura y ambición. En 527 luego de la muerte de su tío, pasó a ser emperador y su esposa Teodora, de tan sólo 27 años, emperatriz consorte.
Justiniano, religioso hasta el fanatismo, quería unificar el imperio por la fe, y ésta debía ser la religión cristiana ortodoxa. Durante este reinado se promulgaron dos obras legislativas fundamentales El Código Justiniano y las Compilaciones. Teodora, mujer valiente e inteligente, a pesar de las críticas, - por su pasado de actriz de circo y meretriz - tuvo gran influencia en la política del imperio. Dictó varias leyes que protegieron los derechos de la mujer: mejoró la ley de matrimonio, dando más libertad a la mujer, incluso a cometer bigamia o a divorciarse; protegió del castigo a los adúlteros; permitió el casamiento entre diferentes clases sociales, razas y religiones.
Algo inusual hasta ese entonces, Teodora logró que todos los hijos, nacidos dentro o fuera del matrimonio, tuvieran los mismos derechos, incluso ante la herencia. Esta igualdad la lograrían la mayoría de los países casi mil quinientos años después, en el siglo XX. Prohibió la prostitución (el proxeneta estaba protegido por ley); aunque reglamentó los burdeles, regentados por las propias mujeres, las prostitutas eran casi forzadas a dejar ese oficio.
En 532 hubo una rebelión popular por los grandes impuestos que debían pagar, conocida como el grito de Nika (=Victoria en griego), con matanzas e incendios por toda Constantinopla. Teodora, con gran serenidad y convicción, supo dar el asesoramiento conveniente, impidiendo que Justiniano huyera, como le aconsejaban sus ministros: “…Creo que la huída es signo de cobardía, todo rey debe morir por su país, en su trono o combatiendo. Si no es así, no debe considerarse digno...”. La insurrección fue sofocada con gran derramamiento de sangre y toda oposición al emperador desapareció.
Teodora reinó y gobernó, luego de esa sublevación, superando en las decisiones a su marido, dieciséis años más. Se reconstruyó la ciudad, con iglesias, hospitales, alumbrado público y alcantarillado. La época de Justiniano I y Teodora no sólo se destacó por los éxitos militares, también se vio el esplendor cultural en las obras arquitectónicas, la más célebre la iglesia de Santa Sofía.
Teodora murió en el año 548 y fue beatificada por la Iglesia Ortodoxa. Justiniano I vivió durante veinte años más, hasta el 565.

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