viernes, 13 de abril de 2018

Parate un momento: El Evangelio del dia 14 DE ABRIL - SÁBADO 2ª – SEMANA DE PASCUA – B San Valeriano





14 DE ABRIL -  SÁBADO
2ª – SEMANA DE PASCUA – B    

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (6,1-7):
En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas.
Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron:
«No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra».
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo; a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios iba creciendo y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

Salmo: 32,1-2.4-5.18-19

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R/.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,16-21):
Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron.
Pero él les dijo:
«Soy yo, no temáis».
Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio adonde iban.

1.  El relato de la multiplicación de los panes termina diciendo que aquellas gentes, entusiasmadas al ver que Jesús les había dado de comer en abundancia, quisieron proclamarlo rey. Jesús no aceptó semejante propuesta: despidió a la gente, mandó a los discípulos a la otra orilla del lago, lejos de aquella posible tentación, y él se fue solo al monte, a orar. Jesús era un "hombre de Dios", no un "hombre del poder", ni "hombre de fama" y, menos aún, un "populista".
La profunda humanidad de Jesús se alimentaba de su profunda espiritualidad.

2.  Alejarse del lugar del éxito, de la popularidad y del aplauso de la gente, resultó difícil, como una noche oscura, en un mar encrespado y con viento contrario. Así las cosas, lo que más sintieron fue el miedo, no la cercanía de Jesús que les buscaba rápido, para alcanzarlos, con la ingravidez del que se desliza por encima de las aguas agitadas.

3.  La palabra de Jesús: Soy yo, va acompañada   de un mandato que siempre agrada: No temáis.
La cercanía de Jesús, la presencia de Jesús va siempre acompañada de una experiencia que todos    necesitamos y que tanto deseamos: liberarnos del   miedo.
Son demasiados los miedos que nos atenazan,
nos atormentan, nos avergüenzan. Miedos   inconfesables, miedos que no podemos superar. La presencia de Jesús se nota en la paz, la alegría y la ilusión que va unida a la victoria sobre el miedo.

San Valeriano


San Valeriano fue un santo aristócrata romano, marido de santa Cecilia, y mártir de la Iglesia católica. Es el santo del día 14 de abril.
Este santo mártir, fue un noble romano, pero pagano en ese entonces que fue esposo de la también noble y santa Cecilia de Roma, gracias a un acuerdo con los padres de la joven. Valeriano fue convertido al catolicismo de forma milagrosa por Cecilia, y en la primera noche de bodas recibió el sacramento del Bautismo por el Pontífice San Urbano I.
Cuando, tras la celebración del matrimonio, la pareja se había retirado a la cámara nupcial, Cecilia dijo a Valeriano que ella le había entregado su virginidad a Dios y que un ángel cuidaba su cuerpo; por consiguiente, Valeriano debía tener el cuidado de no violar su virginidad.

Según la tradición el dialogo entre Cecilia y Valeriano fue así:

Cecilia: Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio, si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí.
Valeriano: Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides.
Cecilia: Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo, verás al ángel.
Valeriano obedeció y fue al encuentro de Urbano, el papa lo bautizó y Valeriano regresó como cristiano ante Cecilia.
Valeriano pidió ver al ángel, y un día volvió a su propia casa, donde Valeriano vio a Cecilia en plena oración con el ángel que cuidaba siempre de ella y, él ya creyente convencido, rogó que también su hermano Tiburzio recibiera la misma gracia y así fue.

Martirio
El prefecto Turcio Almaquio condenó a ambos hermanos, Valeriano y Tiburzio a la muerte. El funcionario del prefecto, Máximo, fue designado para ejecutar la sentencia. Pero se convirtió al cristianismo y sufrió el martirio con los Valeriano y su hermano. Cecilia enterró sus restos en una tumba cristiana. Luego la propia Cecilia fue buscada por los funcionarios del prefecto. Fue condenada a morir ahogada en el baño de su propia casa. Como sobrevivió, la pusieron en un recipiente con agua hirviendo, pero también permaneció ilesa en el ardiente cuarto. Por eso el prefecto decidió que la decapitaran allí mismo. El ejecutor dejó caer su espada tres veces, pero no pudo separar la cabeza del tronco. Huyó, dejando a la virgen bañada en su propia sangre. Cecilia vivió tres días más, dio limosnas a los pobres y dispuso que después de su muerte su casa debía dedicarse como templo. El papa Urbano I la enterró en la catacumba del papa Calixto I, donde se sepultaban los obispos y los confesores.


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