24 DE
ABRIL - MARTES –
4ª – SEMANA DE PASCUA – B
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (11,19-26):
En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución
provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin
predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y
de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los griegos,
anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con
ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor.
Llegó la
noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al
llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a
seguir unidos al Señor con todo empeño, porque era un hombre bueno, lleno de
Espíritu Santo y de fe. Y una multitud considerable se adhirió al Señor.
Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se
lo llevó a Antioquía. Durante todo un año estuvieron juntos en aquella Iglesia
e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos
fueron llamados cristianos.
Palabra de Dios
Salmo: 86,1-3.4-5.6-7
R/. Alabad al Señor, todas las naciones
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor
prefiere las puertas de Sión
a todas las
moradas de Jacob.
¡Qué pregón
tan glorioso para ti,
ciudad de
Dios! R/.
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis
fieles;
filisteos,
tirios y etíopes
han nacido
allí».
Se dirá de
Sión: «Uno por uno
o dos han
nacido en ella;
el Altísimo
en persona la ha fundado». R/.
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha
nacido allí».
Y cantarán
mientras danzan:
«Todas mis
fuentes están en ti». R/.
Lectura del evangelio según san Juan (10,22-30):
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era
invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías,
dínoslo francamente».
Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi
Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de
mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y
yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de
mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede
arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».
Palabra del Señor
1.
Cuando se trata de cargos o tareas civiles (políticas, sociales, de
enseñanza...), cada cual se autentifica por los títulos, documentos,
nombramientos
y
otros papeles que puede enseñar a quien se los pida.
Cuando se trata de actuar en nombre de Dios y
para representar a Dios, no hay más credenciales que la propia vida, la vida
que uno lleva, las obras que hace y los frutos que produce. Por eso dice Jesús: Las obras que yo hago,
dan testimonio de mí.
2. En la
cultura antigua se decía que la coordinación entre ergon (tarea, obra) y lógos
(palabra) expresa la unidad y armonía de la persona (Jenofonte,
Epicteto,
Edo 3, 8; 4 Mac 5, 38; Josefo).
Cuando una persona habla defendiendo unas
creencias y se comporta al revés de lo que dice, - ¿qué credibilidad puede tener para que la
gente acepte su enseñanza? Y tiene que ser así.
Porque las verdaderas convicciones de una
persona se manifiestan en lo que hace (cómo vive, lo que hace, cómo lo
hace...), no en lo que dice.
3. De lo
dicho se sigue una consecuencia fuerte: la predicación religiosa tendría que
plantearse de forma que el predicador se dedicara y se limitara a explicar su
propia vida. O sea, decirle a la gente, en catequesis, homilías y sermones:
"Mirad, yo vivo así y hago lo que hago porque creo en el Evangelio y lo he
tomado en serio.
Solo así se podría asegurar y garantizar la
unidad y armonía entre el lógos (la palabra) y el ergon (la tarea y la
conducta). Eso es lo que hizo Jesús. Dar un testimonio de su vida.
En realidad, el Sermón del Monte no fue sino
una explicación de lo que Jesús hacía y de cómo vivía. No se trata de ser
ingenuamente vanidoso, hablando uno de sí mismo. Se trata de que la propia vida
sea una transparencia del Evangelio, en el que está patente lo mismo la
grandeza de Jesús que la pequeñez de publicanos y pecadores. Jesús transmitió
conocimientos, que fueron la explicación de su propia vida.
San Fidel de Sigmaringa, Mártir
Año 1577 - 1622
Fidel significa: el que es
fiel. El que es digno de fe.
Nació en Sigmaringa, Alemania, en 1577.
Tenía una inteligencia muy vivaz y fue enviado a estudiar a la
Universidad de Friburgo, donde obtuvo doctorado en ambos derechos, y luego
llegó a ser profesor muy estimado de filosofía y letras. Durante seis años fue
encargado de la educación de varios jóvenes de las familias principales de
Suabia (Alemania), a los cuales llevó por varios países de Europa para que
conocieran la cultura y el modo de ser de las diversas naciones. Sus alumnos se
quedaban admirados del continuo buen ejemplo de su profesor en el cual no
podían encontrar ni una palabra ni un acto que no fueran de buen ejemplo. Lo
que los otros gastaban en chucherías él lo gastaba en dar limosnas.
Como abogado, Fidel se dedicó a defender gratuitamente a los pobres
que no tenían con qué costearse un defensor. Su generosidad era tan grande que
la gente lo llamaba "El abogado de los pobres". Ya desde muy joven
renunciaba a conseguir y estrenar trajes nuevos y el dinero que con eso
ahorraba lo repartía entre las gentes más necesitadas. Jamás en su vida de
estudiante ni en sus años de profesional tomó licor, ni nadie lo vio en
reuniones mundanas o que ofrecieran peligro para la virtud. Sus compañeros de
abogacía se admiraban de que este sabio doctor nunca empleaba palabras
ofensivas en los pleitos que sostenía (y sus contrarios sí las usaban y muy terribles).
Un día el abogado contrario a un pleito, le ofreció en secreto una
gran cantidad de dinero, con tal de que arreglaran los dos en privado y se le
diera la victoria al rico que había cometido la injusticia. Fidel se quedó
aterrado al constatar lo fácil que es para un abogado el prestarse a trampas y
vender su alma a Satanás por unas monedas como lo hizo Judas. Y dispuso dejar
la abogacía y entrar de religioso capuchino. Tenía 35 años.
Dividió sus importantes riquezas en dos partes: la mitad la repartió
a los pobres, y la otra mitad la dio al Sr. Obispo para que hiciera un fondo
para costear los estudios a seminaristas pobres.
Con razón le pusieron después esta leyenda debajo de su retrato:
¡Santo es Fidel, y fue abogado!,
Obra del poder Divino.
Mucho le costó ser capuchino
y morir después martirizado.
Habiendo sido tan rico y tan lleno de comodidades se fue a vivir como
el más humilde y pobre fraile capuchino. Le pedía constantemente a Dios que lo
librara de la tibieza (ese vicio que lo hace a uno vivir sin fervor, ni frío ni
caliente, descuidado en sus deberes religiosos y flojo para hacer obras buenas)
y le suplicaba a Nuestro Señor que no lo dejara perder el tiempo en
inutilidades y que lo empleara hasta lo máximo en propagar el Reino de Dios. Le
gustaba repetir la famosa frase de San Bernardo: "Sería una vergüenza que
habiendo sido coronado de espinas mi Capitán Jesucristo, en cambio yo que soy
su soldado, viviera entre comodidades y sin hacer sacrificios".
En Friburgo consiguió la conversión de muchos protestantes. Y la
gente se quedó admirada cuando llegó la peste del cólera, pues se dedicaba de
día y de noche a asistir gratuitamente a todos los enfermos que podía. Su
austeridad o dominio de sí mismo, era impresionante. Su fervor en la oración y
en la Santa Misa conmovían a los que lo acompañaban. Las gentes veían en su
persona a una superioridad interior que les impresionaba. Su predicación
conseguía grandes frutos porque era sencilla, clara, fácil, práctica, suave y
amable, pero acompañada por la unción o fuerza de conmover que proviene de
quien antes de predicar reza mucho por sus oyentes y después de la predicación
sigue orando por ellos. Era tal el atractivo de sus sermones que hasta los
mismos herejes iban a escucharlo. Pero este atractivo fue el que llenó de
envidia y rabia a sus opositores y los llevó a escogerlo a él, entre todos los
compañeros de misión, para martirizarlo.
Hay algo que a los santos les falla de manera impresionante, es la
"prudencia simplemente humana", ese andar haciendo cálculos para no
excederse en desgastarse por el Reino de Dios. Los santos no se miden. Ellos se
enamoran de Cristo y de su religión y no andan dedicándose a darse a cuenta
gotas, sino que se entregan totalmente a la misión que Dios les ha confiado. Y
esto le sucedió a Fidel. Cada poco le llegaban tarjetas como esta:
"Recuerde que está predicando en tierras donde hay muchos protestantes,
evangélicos, calvinistas y demás herejes. No hable tan claro en favor de la
religión católica, si es que quiere seguir comiendo tranquilamente su sopa
entre nosotros".
Pero él seguía incansable enseñando el Catecismo Católico y
previniendo a sus oyentes contra el peligro de las sectas de evangélicos y
demás protestantes. Tenía que prevenir a sus ovejas contra los lobos que acaban
con las devociones católicas.
Al saber en Roma los grandes éxitos del padre Fidel que con sus
predicaciones convertía a tantos protestantes, lo nombraron jefe de un grupo de
misioneros que tenían que ir a predicar en Suiza, nido terrible de protestantes
calvinistas. Lo enviaba la Sagrada Congregación para la Propagación de la fe.
En la ceremonia con la cual lo despedían solemnemente al empezar su
viaje hacia Suiza, Fidel dijo en un sermón: "Presiento que voy a ser
asesinado, pero si me matan, aceptaré con alegría la muerte por amor a
Jesucristo y la consideraré como una enorme gracia y una preferencia de Nuestro
Señor.
Pocos días antes de ser martirizado, al escribir una carta a su
lejano superior, terminaba así su escrito: "Su amigo Fidel que muy pronto
será pasto de gusanos".
Al llegar a Suiza empezó a oír rumores de que se planeaba asesinarlo
porque los protestantes tenían gran temor de que muchos de sus adeptos se
pasaran al catolicismo al oírlo predicar. Al escuchar estas noticias se preparó
para la muerte pasando varias noches en oración ante el Santísimo Sacramento, y
dedicando varias horas del día a orar, arrodillado ante un crucifijo. La
santidad de su vida lo tenía ya bien preparado para ser martirizado.
El domingo 24 de abril, se levantó muy temprano, se confesó y después
de rezar varios salmos se fue al templo de Seewis, donde un numeroso grupo de
protestantes se había reunido con el pretexto de que querían escucharlo, pero
con el fin de acabar con él. Al subir al sitio del predicador, encontró allí un
papel que decía: "Este será su último sermón. Hoy predicará por última
vez". Se armó de valor y empezó entusiasta su predicación. El tema de su
sermón fue esta frase de San Pablo: "Una sola fe, un solo Señor, un solo
bautismo" (EF. 4,5) y explicó brillantemente cómo la verdadera fe es la
que enseñan los católicos, y el único Señor es Jesucristo y que no hay varios
bautismos como enseñan los protestantes que mandan rebautizar a la gente.
Aquellos herejes temblaban de furia en su interior, y uno de los oyentes le
disparó un tiro, pero equivocó la puntería. Fidel bajó del sitio desde donde
predicaba y sintiendo que le llegaba el fin, se arrodilló por unos momentos
ante una imagen de la Stma. Virgen. Quedó como en éxtasis por unos minutos, y
luego salió por una pequeña puerta por la sacristía detrás del templo.
Los herejes lo siguieron a través del pueblo gritándole:
"Renuncie a lo que dijo hoy en el sermón o lo matamos". Él les
respondió valientemente: "He venido para predicar la verdadera fe, y no
para aceptar falsas creencias. Jamás renunciaré a la fe de mis antepasados
católicos." Aquel grupo de herejes,
dirigidos por un pastor protestante, le gritaba: "O acepta nuestras ideas
o lo matamos". Él les contestó: "Ustedes verán lo que hacen. Yo me
pongo en manos de Dios y bajo la protección de la Virgen Santísima. Pero
piensen bien lo que van a hacer, no sea que después tengan que arrepentirse muy
amargamente". Entonces lo atacaron con palos y machetes y lo derribaron
por el suelo, entre un charco de sangre. Poco antes de morir alcanzó a decir:
"Padre, perdónalos".
Era el 24 de abril del año 1622.
Dios demostró la santidad de su mártir, obrando maravillosos milagros
junto a su sepulcro. Y el primer milagro fue que aquel pastor protestante que
acompañaba a los asaltantes se convirtió al catolicismo y dejó sus errores.
El Papa Benedicto XIV lo declaró santo en 1746.
San Fidel mártir: te encomendamos nuestros países tan plagados de
ideas ajenas al Evangelio que le van quitando la devoción a nuestra gente y la
van llevando al indiferentismo y a la herejía. Haz que a ejemplo tuyo se
levanten por todas partes apóstoles católicos valerosos y santos que prevengan
al pueblo y no lo dejen caer en las garras de lobos que asaltan al verdadero
rebaño del Señor.
Si el grano de trigo cae a tierra y muere, produce mucho fruto. (Jesucristo).
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