30 DE
ABRIL – LUNES –
5ª – SEMANA
DE PASCUA – B
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,5-18):
En aquellos días, cuando en Iconio se produjeron conatos de violencia
de parte de los gentiles y de los judíos, con sus autoridades, para maltratar a
Pablo y a Bernabé y apedrearlos; al darse cuenta de la situación, huyeron a las
ciudades de Licaonia, a Listra y Derbe y alrededores, donde se pusieron a
predicar el Evangelio.
Había en Listra, sentado, un hombre impedido de pies; cojo desde el
seno de su madre, nunca había podido andar. Estaba escuchando las palabras de
Pablo, y este, fijando en él la vista y viendo que tenía una fe capaz de
obtener la salud, le dijo en voz alta:
«Levántate, ponte derecho sobre tus pies».
El hombre dio un salto y echó a andar.
Al ver lo que Pablo había hecho, el gentío exclamó en la lengua de
Licaonia:
«Los dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos».
A Bernabé lo llamaban Zeus, y a Pablo, Hermes, porque se encargaba
de hablar. El sacerdote del templo de Zeus que estaba a la entrada de la ciudad
trajo a las puertas toros y guirnaldas y, con la gente, quería ofrecerles un
sacrificio.
Al oírlo los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron el manto e
irrumpieron por medio del gentío, gritando y diciendo:
«Hombres, ¿qué hacéis? También nosotros somos humanos de vuestra
misma condición; os anunciamos esta Buena Noticia: que dejéis los ídolos vanos
y os convirtáis al Dios vivo “que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo
que contienen”.
En las generaciones pasadas, permitió que cada pueblo anduviera su
camino; aunque no ha dejado de dar testimonio de sí mismo con sus beneficios,
mandándoos desde el cielo la lluvia y las cosechas a sus tiempos, dándoos
comida y alegría en abundancia».
Con estas palabras, a dura penas disuadieron al gentío de que les
ofrecieran un sacrificio.
Palabra de Dios
Salmo: 113B,1-2.3-4.15-16
R/. No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria
No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu
nombre da la gloria,
por tu
bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han
de decir las naciones:
«Dónde está
su Dios»? R/.
Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere
lo hace.
Sus ídolos,
en cambio, son plata y oro,
hechura de
manos humanas. R/.
Benditos seáis del Señor,
que hizo el
cielo y la tierra.
El cielo
pertenece al Señor,
la tierra se
la ha dado a los hombres. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,21-26):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me
ama será amado mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Le dijo Judas, no el Iscariote:
«Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al
mundo?»
Respondió Jesús y le dijo:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos
a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el
Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os
lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».
Palabra del Señor
1. Lo
primero que dice aquí Jesús es que la condición indispensable para amarle a él
es amar a los demás: el que realiza mis mandamientos, ese me ama.
Ahora
bien, el "mandamiento" (entolé) central de Jesús, el mandamiento que
distingue a los cristianos de los que no lo son, es el mandamiento del amor a
los demás (Jn 13, 34-35).
Por tanto, lo primero que afirma aquí Jesús es
que
solamente
quien cumple ese mandamiento es quien puede empezar a hablar de su amor a
Jesucristo y, en definitiva, a Dios.
2.
Además, Jesús insiste en que solo el que acepta y cumple las palabras de Jesús, ese es el que
puede decir que ama al propio Jesús.
Por tanto, únicamente desde la aceptación de la
palabra y el cumplimiento de su mandato, solamente cuando eso se tiene resuelto, se puede
hablar de amor a Jesús y de amor a Dios.
3. Lo
importante aquí es tener la sinceridad y la clarividencia para aterrizar en
este asunto. Porque, entre cristianos,
el lenguaje del amor a Dios y a Cristo
está
tan manoseado y tan repetido, que ha terminado por ser un lenguaje vacío, que
ni dice, ni interpela, ni interesa. Y es que, en los ambientes religiosos, de
amor a Cristo hablan hasta las malas personas, individuos que hacen daño a
veces, mucho daño, a la Iglesia, a ellos, a otros.
El lenguaje del amor a Jesús merece un respeto,
y necesita un cuidado de extrema delicadeza. Porque está prohibido usar el nombre del amor
en vano.
San Pío V, papa
Nació en
un pueblo llamado Bosco, en Italia, en 1504. Sus padres eran muy piadosos y muy
pobres. Aunque era un niño muy inteligente, sin embargo, hasta los 14 años tuvo
que dedicarse a cuidad ovejas en el campo, porque los papás no tenían con qué
costearle estudios. Pero la vida retirada en la soledad del campo le sirvió
mucho para dedicarse a la piedad y a la meditación, y la gran pobreza de la
familia le fue muy útil para adquirir gran fortaleza para soportar los
sufrimientos de la vida. Más tarde será también Pastor de toda la Iglesia. Una
familia rica notó que su hijo Antonio se comportaba mejor desde que era amigo
de nuestro santo, y entonces dispuso costearle los estudios para que
acompañaran a Antonio y le ayudara a ser mejor. Y así pudo ir a estudiar con
los Padres Dominicos y llegar a ser religiosos de esa comunidad. Nunca olvidará
el futuro Pontífice este gran favor de tan generosa familia.
En la
comunidad le fueron dando cargos muchos de importancia: Maestro de novicios,
Superior de varios conventos. Y muy pronto el Sumo Padre, el Papa, lo nombró
obispo. Tenía especiales cualidades para gobernar.
Como el
protestantismo estaba invadiendo todas las regiones y amenazaba con quitarle la
verdadera fe a muchísimos católicos, el Papa nombró a nuestro santo como
encargado de la asociación que en Italia defendía a la verdadera religión. Y
él, viajando casi siempre a pie y con gran pobreza, fue visitando pueblos y
ciudades, previniendo a los católicos contra los errores de los evangélicos y
luteranos, y oponiéndose fuertemente a todos los que querían atacar nuestra
religión.
Muchas
veces estuvo en peligro de ser asesinado, pero nunca se dejaba vencer por el
temor. Con los de buena voluntad era sumamente bondadoso y generoso, pero para
con los herejes demostraba su gran ciencia y sus dotes oratorias y los iba
confundiendo y alejando, en los sitios a donde llegaba. El Papa, para
premiarles sus valiosos servicios y para tenerlo cerca de él como colaborador
en Roma, lo nombró Cardenal y encargado de dirigir toda la lucha en la Iglesia
Católica en defensa de la fe y contra los errores de los protestantes.
Al morir
el Papa Pío IV, San Carlos Borromeo les dijo a los demás cardenales que el
candidato más apropiados para ser elegido Papa era este santo cardenal. Y lo eligieron
y tomó el nombre de Pío Quinto. Antes se llamaba Antonio Chislieri.
Antes se
acostumbraba que al posesionarse del cargo un nuevo Pontífice, se diera un gran
banquete a los embajadores y a los jefes políticos y militares de Roma. Pío
Quinto ordenó que todo lo que se iba a gastar en ese banquete, se empleara en
darles ayudas a los pobres y en llevar remedios para los enfermos más
necesitados de los hospitales. Cuando recién posesionado, iba en procesión por
Roma, vio en una calle al antiguo amigo Antonio, aquel cuyos papás le habían
costeado a él los estudios y lo llamó y lo nombró gobernador del Castillo
Santángelo, que era el cuartel del Papa.
La gente
se admiró al saber que el nuevo Pontífice había sido un niño muy pobre y
comentaban que había llegado al más alto cargo en la Iglesia, siendo de una de
las familias más pobres del país. Pío Quinto parecía un verdadero monje en su
modo de vivir, de rezar y de mortificarse. Comía muy poco. Pasaba muchas horas
rezando. Tenía tres devociones preferidas La Eucaristía (celebraba la Misa con
gran fervor y pasaba largos ratos de rodillas ante el Santo Sacramento) El
Rosario, que recomendaba a todos los que podía. Y la Santísima Virgen por la
cual sentía una gran devoción y mucha confianza y de quién obtuvo maravillosos
favores.
Las gentes
comentaban admiradas: - Este sí que era el Papa que la gente necesitaba".
Lo primero que ordenó fue que todo obispo y que todo párroco debía vivir en el
sitio para donde habían sido nombrados (Porque había la dañosa costumbre de que
se iban a vivir a las ciudades y descuidaban la diócesis o la parroquia para la
cual los habían nombrado). Prohibió la pornografía. Hizo perseguir y poner
presos a los centenares de bandoleros que atracaban a la gente en los
alrededores de Roma. Visitaba frecuentemente hospitales y casas de pobres para
ayudar a los necesitados. Puso tal orden en Roma que los enemigos le decían que
él quería convertir a Roma en un monasterio, pero los amigos proclamaban que en
300 años no había habido un Papa tan santo como él.
Las gentes
obedecían sus leyes porque le profesaban una gran veneración. En las
procesiones con el Santísimo Sacramento los fieles se admiraban al verlo llevar
la custodia, con los ojos fijos en la Santa Hostia, y recorriendo a pie las
calles de Roma con gran piedad y devoción. Parecía estar viendo a Nuestro
Señor.
Publicó un
Nuevo Misal y una nueva edición de La Liturgia de Las Horas, o sea los 150
Salmos que los sacerdotes deben rezar. Publicó también un Catecismo Universal.
Dio gran importancia a la enseñanza de las doctrinas de Santo Tomás de Aquino
en los seminarios, porque por no haber aprendido esas enseñanzas muchos
sacerdotes se habían vuelto protestantes. Aunque era flaco, calvo, de barba muy
blanca y bastante pálido las gentes comentaban: "El Papa tiene energías
para diez años y planes de reformas para mil años más".
Los
mahometanos amenazaban con invadir a toda Europa y acabar con la Religión
Católica. Venían desde Turquía destruyendo a sangre y fuego todas las
poblaciones católicas que encontraban. Y anunciaron que convertirían la
Basílica de San Pedro en pesebrera para sus caballos. Ningún rey se atrevía a
salir a combatirlos. Pío Quinto con la energía y el valor que el
caracterizaban, impulsó y buscó insistentemente la ayuda de los jefes más
importantes de Europa. Por su cuenta organizó una gran armada con barcos
dotados de lo mejor que en aquel tiempo se podía desear para una batalla.
Obtuvo que la república de Venecia le enviara todos sus barcos de guerra y que
el rey de España Felipe II le colaborar con todas sus naves de combate. Y así
organizó una gran flota para ir a detener a los turcos que venían a tratar de
destruir la religión de Cristo. Y con su bendición los envió a combatir en
defensa de la religión. Puso como condición para estar seguros de obtener de
Dios la victoria, que todos los combatientes deberían ir bien confesados y
habiendo comulgado. Hizo llegar una gran cantidad de frailes capuchinos,
franciscanos y dominicos para confesar a los marineros y antes de zarpar, todos
oyeron misa y comulgaron.
Mientras
ellos iban a combatir en las aguas del mar, el Papa y las gentes piadosas de
Roma recorrían las calles, descalzos, rezando el rosario para pedir la
victoria. Los mahometanos los esperaban en el mar lejano con 60 barcos grandes
de guerra, 220 barcos medianos, 750 cañones, 34,000 soldados especializados,
13,000 marineros y 43,000 esclavos que iban remando. El ejército del Papa
estaba dirigido por don Juan de Austria (hermano del rey de España). Los
católicos eran muy inferiores en número a los mahometanos. Los dos ejércitos se
encontraron en el golfo de Lepanto, cerca de Grecia. El Papa Pío Quinto oraba
por largos ratos con los brazos en cruz, pidiendo a Dios la victoria de los
cristianos. Los jefes de la armada católica hicieron que todos sus soldados
rezaran el rosario antes de empezar la batalla. Era el 7 de octubre de 1571 a
mediodía. Todos combatían con admirable valor, pero el viento soplaba en
dirección contraria a las naves católicas y por eso había que emplear muchas
fuerzas remando. Y he aquí que, de un momento a otro, misteriosamente el viento
cambió de dirección y entonces los católicos, soltando los remos se lanzaron
todos al ataque. Uno de esos soldados católicos era Miguel de Cervantes. El que
escribió El Quijote. Don Juan de Austria con los suyos atacó la nave capitana
de los mahometanos donde estaba su supremo Almirante, Allí, le dieron muerte a
éste e inmediatamente los demás empezaron a retroceder espantados. En pocas
horas, quedaron prisioneros 10,000 mahometanos. De sus barcos fueron hundidos
111 y 117 quedaron en poder de los vencedores. 12,000 esclavos que estaban
remando en poder de los turcos quedaron libres.
En aquel
tiempo las noticias duraban mucho en llegar y Lepanto quedaba muy lejos de
Roma. Pero Pío Quinto que estaba tratando asuntos con unos cardenales, de
pronto se asomó a la ventana, miró hacia el cielo, y les dijo emocionado:
"Dediquémonos a darle gracias a Dios y a la Virgen Santísima, porque hemos
conseguido la victoria". Varios días después llegó desde el lejano Golfo
de Lepanto, la noticia del enorme triunfo. El Papa en acción de gracias mandó
que cada año se celebre el 7 de octubre la fiesta de Nuestra Señora del Rosario
y que en las letanías se colocara esta oración "María, Auxilio de los
cristianos, ruega por nosotros" (propagador del título de Auxiliadora fue
este Pontífice nacido en un pueblecito llamado Bosco.
Más tarde
un sacerdote llamado San Juan Bosco, será el propagandista de la devoción a
María Auxiliadora). Pío V murió el 1 de mayo de 1572 a los 68 años y fue
declarado santo por el Papa Clemente XI en 1712.
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