6
de ABRIL – VIERNES –
OCTAVA
DE PASCUA – B
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (4,1-12):
En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban
al pueblo, después de que el paralítico fuese sanado, se les presentaron los
sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que
enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los
apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era
tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil
hombres.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los
jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote Más,
y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes,
Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a
interrogarlos:
«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho
eso vosotros?».
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les
dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos
hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha
curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha
sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a
quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este
sano ante vosotros.
Él es “la piedra que desechasteis vosotros, los
arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en
ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el
que debamos salvarnos».
Salmo:117,1-2.4.22-24.25-27a
R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan
los cristianos
ofrendas
de alabanza
a
gloria de la Víctima
propicia
de la Pascua.
Cordero
sin pecado
que a
las ovejas salva,
a Dios
y a los culpables
unió
con nueva alianza.
Lucharon
vida y muerte
en
singular batalla,
y,
muerto el que es la Vida,
triunfante
se levanta.
«¿Qué has
visto de camino,
María,
en la mañana?»
«A mi
Señor glorioso,
la
tumba abandonada,
los
ángeles testigos,
sudarios
y mortaja.
¡Resucitó
de veras
mi amor
y mi esperanza!
Venid a
Galilea,
allí el
Señor aguarda;
allí
veréis los suyos
la
gloria de la Pascua.»
Primicia
de los muertos,
sabemos
por tu gracia
que
estás resucitado;
la
muerte en ti no manda.
Rey
vencedor, apiádate
de la
miseria humana
y da a
tus fieles parte
en tu
victoria santa.
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-14):
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los
discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el
Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos
suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no
cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;
pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y
encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud
de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba
desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron
en la barca, porque rio distaban de tierra más que unos doscientos codos,
remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un
pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la
orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran
tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo
mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a
los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
1. Jesús murió y fracasó a la vista de todos.
Pero Jesús no resucitó a la vista de todos. Ni se apareció a todos los que lo
habían visto fracasar y morir.
A veces, pensamos que
hubiera sido de una eficacia contundente si se hubiera producido una
aparición solemne y gloriosa de Jesús
en la explanada del
Templo, ante el pueblo y, sobre todo, ante los
sumos sacerdotes y autoridades en general. Así habría quedado patente que Jesús
había resucitado y los había
derrotado a quienes lo habían asesinado. Es
decir, que Dios estaba de parte de Jesús y en contra de los que lo persiguieron,
lo rechazaron y lo asesinaron.
2. Pero los caminos de Dios no son los caminos
de los hombres. No hay más posibilidad
de encuentro con Dios que la fe. Y solo por la fe es posible el acceso al
Resucitado. De hecho, Jesús no se apareció nada más que a sus discípulos, es
decir, a quienes creían en él.
Lo cual no quiere
decir que aquellos primeros discípulos lo tuvieran claro. Nada de eso. A ellos
les pasaba lo que nos pasa a nosotros. No se lo creían. Y cuando se les
aparecía les costaba trabajo reconocerlo.
La resurrección es
siempre, para nosotros, un problema
cargado de preguntas, de oscuridades y de inseguridad.
3. El encuentro con el Resucitado se produce,
como en este relato, en una situación humana, un desayuno, una comida, una
cena. Cuando en Jesús se hizo más patente la divinidad, entonces fue cuando se
le vio más humano, más entrañable, más
cerca de nosotros.
SANTA GALA
Martirologio Romano: En Roma, santa Gala, hija del cónsul Símaco,
la cual, al fallecer su cónyuge, vivió cerca de la iglesia de San Pedro durante
muchos años, entregada a la oración, limosnas, ayunos y otras obras santas, y
cuyo felicísimo tránsito fue descrito por el papa san Gregorio I Magno ( s.
VI).
Etimológicamente: Gala = Aquella que procede de la Galia
(región francesa), es de origen latino.
Santa Gala de Roma, era hija de Q. Aurelio
Memmio Simmaco, miembro del senado, durante muchos años consejero del Rey
Teodorico, que, sin embargo lo mandó matar en Ravenna (525) por sospechas
infundadas de traición. Santa Gala fue entregada como esposa a un joven
patricio del que no se conoce el nombre. al año del casamiento enviudó, y pese
a que querían casarla nuevamente, prefirió consagrarse a Dios, primero en el
ejercicio de las obras de misericordia y más tarde retirándose a un monasterio
cerca de la Basílica vaticana.
Afirma San Gregorio que vivió muchos años
"en la simplicidad del corazón, dedicada a la oración, distribuyendo
grandes limosnas a los pobres". La decisión de la joven viuda causó gran
impresión en Roma, y sus ecos llegaron lejos. Desde Cerdeña, en donde por
segunda vez se encontraba en el exilio, San Fulgencio de Ruspe (que a su paso
por Roma había tenido ocasión de conocer a la familia de la santa), le escribió
una bellísima carta, casi un pequeño tratado de veintiún capítulos en los que
la confirma en la decisión tomada y le imparte consejos ascéticos.
Antes de morir la santa tuvo una visión del
Apóstol San Pedro invitándola al cielo. Por esta razón San Gregorio en sus
Diálogos, en el libro IV, dice que puede demostrarse la inmortalidad del alma,
a través de las apariciones y visiones que tuvieron algunas almas selectas.
Según la tradición, mientras la santa llevaba a cabo una de sus obras de
caridad se le apareció la Virgen. La milagrosa aparición se recuerda en una
pintura del siglo XI que se encuentra en la iglesia de Santa María en Portico
en Campitelli. La fiesta conmemorando tales apariciones, por concesión de la
Congregación de Ritos se celebra en Roma el 17 julio, mientras que en el
Martirologio Romano se conmemora el 5 de octubre. Hacia la mitad del siglo
XVII, por obra de M. A. Anastasio Odescalchi, con el permiso de Inocencio XI,
se funda en Roma un hospicio bajo el patrocinio de la Santa. Es allí en donde
Juan B. De Rossi desenvolvió durante muchos años su actividad. En 1940, se le
dedicó a la Santa una iglesia parroquial.
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