8
de Abril – Domingo –
2ª
– Semana de Pascua - B
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4,32-35):
En el grupo de los creyentes todos pensaban y
sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de
lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús
con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba
necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y
lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que
necesitaba cada uno.
Salmo:117,2-4.16ab-18.22-24
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (5,1-6):
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido
de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de
él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y
cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que
guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que
ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el
mundo es nuestra fe.
- ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que
cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre:
Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es
quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel día, el primero de la
semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo
a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y
les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no
estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó:
«Si no veo
en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos
y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los
discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se
puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los
que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en
este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para
que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo,
tengáis vida en su nombre.
Una aparición muy peculiar.
Todas las apariciones de
Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los
evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van
al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas,
pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo
son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego
habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»).
En Mc ven a un
muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un
ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un
rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a
diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras
muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran
acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los
relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo (Juan
20,19-31).
Las
peculiaridades de este relato de Juan
1. El miedo de
los discípulos. Es el único caso en el que
se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta
cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde
contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi
todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien
que los defienda si salen a la calle.
2. El saludo de
Jesús: «paz a vosotros». Tras la
referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda
raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús
«paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos
saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam
aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros»
sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo
más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en
Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a
los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una
fórmula distinta: «alegraos».
- ¿Por qué repite tres
veces «paz a vosotros» en este pasaje?
Vienen a la mente las
palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi
paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En
estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y
comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su
pasión.
3. Las manos, el
costado, las pruebas y la fe. Los
relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús
resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los
pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan,
charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los
discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de
palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un
trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a
Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para
demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en
el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros
para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los
evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber
visto».
4. La alegría de
los discípulos. Es
interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando
Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que
era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son
reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la
promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero
os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn
16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas,
todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los
discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha
enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo
que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
6. El don de
Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt
no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El
cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de
perdonar o retener los pecados.
¿Cómo debemos interpretar
este poder?
No parece que se refiera a
la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros
evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el
bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido
de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y
disposición del que lo solicita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario