9
de Abril – Lunes –
2ª
– Semana de Pascua – B –
SOLEMNIDAD
“LA ANUNCIACION
DEL SEÑOR”
( Traslado )
Lectura del libro de Isaías (7,10-14;8,10):
En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz:
«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo
del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz:
«No la pido, no quiero tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios:
«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a
los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os
dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Salmo: 39,7-8a.8b-9.10.11
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.
«Como está escrito en mi libro
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.
No me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia
y tu lealtad ante la gran asamblea. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos (10,4-10):
Es imposible que la sangre de los toros y de los
machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo
dijo:
«Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me
has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios,
para hacer tu voluntad."»
Primero dice:
«No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas,
holocaustos ni victimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley.
Después añade:
«Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.»
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y
conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo
de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por
Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un
hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era
aquél.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia
ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se
llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su
vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril,
porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó:
«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.
1. El evangelio de
Lucas sitúa esta escena en Galilea, la región pobre y de los pobres, gentes ignoradas
y sin importancia. Además, lo que aquí se relata transcurrió en Nazaret, una
aldea que tenía mala fama y de la que nada bueno podía salir (Jn 1,46).
Una mujer, María, es
la protagonista del episodio. Pero se trata simplemente de una chica aldeana,
en edad de poder contraer matrimonio ("parthenos", en hebreo
"halmá"), "joven no casada" (F. Bovon).
El "ángel"
no era un "ser personal", sino la personificación de un
"anuncio" que le envía hacer Dios (H. Bietenhard).
Todo se desarrolla,
por tanto, en circunstancias
de extrema sencillez, despojada de cualquier
forma o formato de importancia, solemnidad y, por supuesto absolutamente nada
de grandeza humana.
2. Así entra Dios en
la historia humana. Porque, efectivamente, lo que la Iglesia recuerda y reconoce,
en esta festividad, es el hecho teológico que específicamente distingue al
cristianismo de todas las demás religiones del mundo.
Esta originalidad
singular consiste en la solución que la tradición cristiana le ha dado al
Mysterium tremendum, que es la clave para poder resolver la contradicción que
hace de Dios un ser imposible.
¿Por qué? Dios, tal
como nos lo “representamos" los humanos, es infinitamente
"poderoso" e infinitamente “bueno".
Pero ¿cómo es posible
que sea, a la vez, poder sin límites y bondad sin límites?
Porque, ¿en qué
cabeza cabe que el poder absoluto y la bondad absoluta hayan hecho este mundo
de miserias, desigualdades y sufrimientos repugnantes en que nacemos, vivimos y
morimos? No es posible.
O Dios no es
todopoderoso o no es tan bondadoso como se suele decir. Algo falla en esa idea
de Dios. Y que nadie me venga diciendo que todo se debe al "pecado".
O sea, que la culpa
es nuestra, no de Dios. -¿Quién me ha hecho a mí "pecador"? - ¿Por qué y de qué soy yo culpable?
No solo es que algo
falla en todo esto. El problema está en que ese Dios, que nos hemos imaginado,
es el disparate más brutal que se ha podido inventar. Semejante Dios es
imposible.
3. El problema está
en que, si Dios es realmente Dios, tiene que ser Trascendente. O sea, nos
trasciende. No está a nuestro alcance.
Y, por tanto, no lo podemos conocer. Por eso, nos ha salido mal el invento. Y
por eso mismo también, ni la mayoría de la gente se lo cree. Ni los que decimos
que nos lo creemos, no sabemos a ciencia cierta lo que decimos cuando afirmamos
nuestra creencia.
¿Solución? El
cristianismo ha visto esa solución en Jesús de Nazaret, el hijo de María.
."A Dios, nadie lo ha visto jamás.
El Hijo único del Padre es quien nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,
18).
En Jesús, vemos a
Dios, oímos a Dios, sabemos lo que le gusta a Dios: "El que me ve a mí,
está viendo al Padre' (Jn 14, 9).
La vida que llevó
Jesús es la revelación de Dios. Y el camino para encontrar a Dios.
El sentido de la fiesta de hoy
I. La fiesta de la Anunciación del Señor tiene su propio significado
original. Guarda una estrecha relación con la fiesta de Navidad. Pero los
historiadores y los liturgistas admiten que no hay elementos suficientes para
determinar cuál ha sido el influjo y el predominio entre las dos fechas. La
anunciación se inscribe bajo el signo del realismo de la encarnación y en la
dimensión de la historia de la salvación. No es un elemento de devoción o una
reflexión teológica sobre el depósito de la revelación. Es ante todo y
sustancialmente un acontecimiento y como tal tiene que destacarse sobre las
demás celebraciones. Dice que el Verbo se ha hecho carne y plantó su tienda
entre los hombres (cf Jn 1,14); que quiso mostrarse en la fragilidad de la
desnudez y del rebajamiento (Flp 2,5-8).
La visita del Señor a su pueblo había sido
anunciada de antemano con insistencia; no había dudas sobre su venida. Seguía
siendo un misterio el modo en que aparecería el Señor. Y aquí es donde se
manifestó la novedad. No pasó por entre los hombres, sino que se detuvo; no se
dirigió a los hombres desde fuera, sino que se hizo humanidad y lo asumió todo
desde dentro. Un Dios de los hombres, que habla y actúa en el corazón mismo de
la experiencia humana. En nuestro momento histórico, en que se parte cada vez más
del hombre, de su descubrimiento, de su significado, de su centralidad, el
acontecimiento de la encarnación es un hecho de extraordinaria actualidad. Es
la propuesta de Dios que abre a la historia humana dimensiones infinitas. La
finitud humana sigue estando siempre disponible a ser signo, incluso de la
presencia personal de Dios. A pesar de seguir siendo el totalmente Otro, Dios
se ha hecho hombre y hay que buscarlo por tanto en la realidad de los hombres.
La historia de la salvación está dominada y caracterizada por una opción
desconcertante de Dios: la encarnación. Todo el misterio cristiano está bajo el
signo del Dios-hombre. Por eso la solemnidad litúrgica de la Anunciación del
Señor no es solamente el comienzo, sino la clave de lectura y de comprensión de
todo lo que viene después. La exaltación de Jesús, que hace de él el Señor para
siempre, no tiene que atenuar nunca el misterio del hombre Jesús, ya que
"cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una
mujer, nacido bajo la ley, para que... recibiésemos la adopción de hijos"
(Gál 4,4-5).
II. Datos históricos y teológicos de la
celebración
Parece ser que no existe ninguna mención
cierta de una celebración del día de la Anunciación hasta el X concilio de
Toledo (año 656). Este concilio no habla tampoco de modo explícito de una
fiesta de la Anunciación; constata que la madre del Verbo no tiene todavía una
fiesta que se celebre en todas partes el mismo día. En España hay una gran
festivitas gloriosae Matris, pero se fija en días diferentes. Entre estas
fechas está la del 25 de marzo, pero hay también otras, por ejemplo durante el
adviento. Parece ser que se encontraban frente a una fiesta de la maternidad
virginal, vinculada estrechamente bien con la concepción de Jesús (25 de marzo),
bien con su nacimiento (tiempo de adviento).
Es probable que ya en el s. iv, en Palestina,
hubiera una fiesta en la que se celebrase la encarnación y consiguientemente la
anunciación. Efectivamente, se sabe que santa Elena edificó una gran basílica
sobre el lugar donde la tradición situaba la casa y la gruta de la Virgen. Pues
bien, en cada basílica se conmemoraba el misterio correspondiente 1.
¿Por qué
precisamente la fecha del 25 de marzo? Prescindiendo de su correlación con el
día de Navidad, el 25 de marzo es el equinoccio de primavera. Desde los tiempos
de Tertuliano había tradiciones que recordaban esta fecha como la de la
creación del mundo (también a veces como la de la creación del hombre) y de la
concepción de Cristo. Posteriormente se añadió también a ello la conmemoración
de la muerte de Cristo. A ello parece aludir igualmente san Agustín. Calculando
sobre la simbología de los números, dice que la gestación perfecta comprendería
el período exacto de nueve meses y seis días. Esto es lo que se pudo verificar
para la perfección del cuerpo de Cristo: "... Sicut a majoribus traditum
suspiciens Ecclesiae custodit auctoritas. Octavo enim kalendas apriles [25 de
marzo] conceptus creditus, quo et passuss... Natus autem traditur octavo
kalendas januarias [25 de diciembre]" (De Trinitate IV, 5,9: PL 42,834).
También el Sacramentario Gregoriano preadriano (edición Mohlberg) refiere:
"... VIII kalendas apriles Adnunciacio Sanctae Dei Genitricis et Passio
ejusdem Domini".
Hay que distinguir con cuidado entre la fiesta
de la Anunciación como recuerdo festivo del hecho y la fiesta del 25 de marzo.
En la iglesia existió siempre la primera, al menos desde los tiempos de la
institución de Navidad, de la que es inseparable. En el s. v tenemos algunos
sermones natalicios de san Pedro Crisólogo y de san León Magno; algunos de
ellos tienen como objeto directo no ya el nacimiento de Cristo, sino el anuncio
del ángel. También el himno / Akáthistos fue compuesto para la fiesta de la
Anunciación.
En los últimos siglos la denominación oficial
de la fiesta ha sido: "Annuntiatio b. Mariae Virginis". En la época
más antigua se usaban además otras expresiones, como: "Annuntiatio angeli
ad b. Mariam Virgiñem". Pero sobre todo se hace mención de Jesús, ya que
la fiesta más antigua debió ser en recuerdo del Señor. He aquí algunos títulos:
"Annuntiatio Domini", "Annuntiatio Christi" e incluso
"Conceptio Christi". Pero la referencia intensa a María hizo que ya
desde muy antiguo fuese una fiesta en honor de la Virgen.
La gran variedad de' fechas va ligada a la
concepción del año litúrgico y eclesiástico. En oriente no había una idea muy
rígida en este sentido; por ello las fiestas de los santos y las de la Virgen
estaban esparcidas a lo largo de todo el año. En occidente, por el contrario,
sobre todo en España, no solían celebrarse fiestas de santos durante el período
cuaresmal. De aquí la decidida fijación de la fecha de la Anunciación el día 18
de diciembre, en pleno período de adviento. En Roma fueron más posibilistas. El
antiguo Misal Gelasiano y el Gregoriano tienen la fiesta de la Anunciación el
25 de marzo, lo mismo que en oriente. En la liturgia de las témporas de
adviento se recuerda la anunciación. Y se introduce tardíamente, el 18 de
diciembre, una festividad denominada "Expectatio partus". En estos
últimos siglos se llega a una homogeneidad en la fecha de la Anunciación, el 25
de marzo.
Con la reforma litúrgica posterior al concilio
Vat II la festividad ha recobrado su nombre más verdadero, debido a una
profunda motivación teológica: Anunciación del Señor. Efectivamente, el
concilio recuerda la verdadera raíz de toda la grandeza y del carácter único de
la persona y de la misión de María: su relación con Cristo (LG 67) [/ Año
litúrgico].
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